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viernes, 11 de agosto de 2017

Isaac Newton y la búsqueda de la Piedra Filosofal

La alquimia es el conjunto de especulaciones y experiencias, casi siempre de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la actual ciencia química y tuvo como fines principales la búsqueda de la Piedra Filosofal y de la panacea universal. Considerada como una ciencia, la alquimia se practicó en Oriente desde el siglo IV a.C. hasta el surgimiento de la química y las ciencias naturales modernas, a comienzos del siglo XVII. La Piedra Filosofal, llamada también «Magnus Opus» (la Gran Obra) era según las antiguas creencias de magos y alquimistas, una piedra singular con propiedades extraordinarias capaz de transmutar cualquier metal vulgar en oro, curar todas las enfermedades, prolongar la vida e incluso otorgar la inmortalidad. Debido a estas virtudes maravillosas, antiguamente fue un objeto codiciado y muy buscado. Uno de sus más afamados buscadores fue el alquimista francés Nicolás Flamel (†1418), que fue un rabino y burgués parisino del siglo XIV, de oficio escribano o notario público, copista y librero jurado, además de médico y alquimista; aunque es sin duda un personaje histórico, las leyendas lo describen como alquimista de suficiente habilidad para ejecutar la Gran Obra compuesta por una parte sólida y otra líquida; la Piedra Filosofal, y capaz de transformar los metales en oro y destilar el Elixir de Larga Vida.
Nicolás Flamel era un hombre muy letrado para su época. Había aprendido el oficio de copista de su padre —quien había sido sofer antes de su conversión forzosa al cristianismo, y comprendía correctamente el hebreo y el latín. De acuerdo con la leyenda. En 1355, una época muy difícil para Francia porque se hallaba inmersa en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, el enigmático Flamel, que a la sazón trabajaba de librero en París, se hizo con un grimorio alquímico, un libro de conjuros y fórmulas mágicas utilizado por los antiguos hechiceros —diferentes versiones aseguran que Flamel lo recibió de un desconocido, que lo compró casi al azar o que le fue entregado por un ángel, o por el diablo, en sueños—; pero los conocimientos contenidos en el libro excedían con creces los de Flamel, por lo que empleó más de 21 años en descifrarlo, aunque no logró desentrañar todos sus misterios. Por este motivo, Nicolás Flamel decidió viajar a España, donde consultó a las autoridades sefardíes sobre la interpretación de la Cábala, así como a los prestigiosos traductores hispanoárabes de griego clásico —en la Edad Media las mejores traducciones de esa lengua al latín, las hacían los amanuenses andalusíes en las universidades españolas— hasta encontrar, después de preguntar a muchas personas, a un anciano rabí en León que identificó la obra como el Aesch Mezareph del Rabí Abraham, y enseñó a Flamel el lenguaje y el simbolismo para su correcta interpretación. La narración de todos estos hechos tiene lugar en su Libro de las figuras jeroglíficas (1399) que describe brevemente al comienzo de dichas peripecias en España, explicando Flamel a lo largo de la obra el magisterio filosofal descrito como si de una peregrinación a Santiago de Compostela se tratara. Sin embargo, algunas teorías apuntan a que dicho entramado tiene un significado mucho más profundo, siendo reflejo de los misterios iniciáticos que se ocultan detrás de esta obra. Entre otros misterios estaban el descubrimiento de la Piedra Filosofal y la creación de homúnculos, hombres muy pequeños, mediante la palingenesia de las sombras para obtener la regeneración de un ser vivo, o el renacimiento de un ser muerto convertido en una suerte de cuerpo astral o fantasma.
Después de su misterioso peregrinaje por tierras de Castilla, Nicolás Flamel regresó a París en 1382 y desarrolló su actividad en medio del más absoluto secreto hasta que, en 1407, se hizo construir una casa que todavía sigue en pie en el 51 de la Rué de Montmorency. A partir de entonces, Flamel empieza a financiar proyectos importantes como la edificación de capillas, asilos y hospitales. En vistas de su recién adquirida riqueza, el rey Carlos VI de Francia le pide que aporte oro a las arcas reales mediante su sistema de transmutación, por lo que debemos suponer que por entonces Flamel habría dado con el secreto para la transmutación del oro. Si no fue así, ¿de dónde salió dinero para construir su casa y financiar aquellas obras de beneficencia?
Entrando en el cenagoso terreno de la leyenda, se cuenta que Flamel elaboró también un elixir que proporcionaba una extraordinaria longevidad a quien lo bebía, y que gracias este elixir él y su esposa alcanzaron la inmortalidad, pero no la conservación de la juventud. El elixir, de haber existido, debió ser inocuo, pues ambos esposos fallecieron entre 1410 y 1418 y fueron enterrados en el cementerio de Saint Jacques de la Boucherie. Cuando se exhumó el cuerpo algunos años después, los sepultureros descubrieron que la tumba de Flamel estaba vacía, posiblemente porque había sido saqueada por ladrones en busca de joyas y objetos de valor que pudiesen vender a otros alquimistas y nigromantes, cosa habitual en la época medieval. Pero todo esto no hizo más que reforzar los rumores que circulaban acerca de su inmortalidad, al igual que las historias sobre sus andanzas de juventud recorriendo países exóticos como la India y Turquía. Curiosamente, ninguna de estas leyendas hacía referencia a su viaje iniciático a España, donde sí estuvo. Con el tiempo su leyenda llegó a confundirse con la del Judío Errante, que recorría el mundo desde los tiempos de Cristo a causa de una maldición. Su lápida se conserva en el Museo de Cluny.
La legendaria Piedra Filosofal, capaz de transformar cualquier metal en oro, ha sido perseguida por otros alquimistas, además de Nicolás Flamel, durante siglos. También muchos hombres de ciencia se han interesado en su fórmula, incluido el mismísimo Isaac Newton. Un manuscrito del siglo XVII atribuido al físico británico pone de manifiesto su curiosidad por la alquimia y describe experimentos llevados a cabo por otro químico para conseguir el «mercurio filosofal», considerado un ingrediente primordial para obtener la legendaria sustancia química. El libro de notas de Isaac Newton fue adquirido por una sociedad filantrópica estadounidense, la Chemical Heritage Foundation (CHF) después de haber permanecido en una colección privada durante décadas. Sin embargo, el valioso manuscrito de Isaac Newton es, en realidad, la copia de un texto apócrifo redactado en latín. En él se describe un procedimiento para obtener el mercurio filosofal, «que se consideraba una sustancia que podía ser utilizada para descomponer los metales en sus partes constituyentes», explica James Voelkel, comisario de libros raros de la CHF, en Chemistry World. «La idea era que si se rompen los metales, a continuación se pueden unir de nuevo obteniendo diferentes metales, fue parte del proceso para obtener la Piedra Filosofal, una sustancia mítica que los alquimistas creían que podía convertir el plomo en oro». Es probable que Newton utilizara el texto apócrifo como referencia a la hora de realizar sus propios experimentos alquímicos, aunque no está claro si alguna vez trató de hacer mercurio filosofal. No hay ninguna mención al proceso en su cuaderno de laboratorio, que en la actualidad se conserva en la Universidad de Cambridge en Inglaterra. Pero Voelkel considera que no sería extraño que lo hubiera intentado. El manuscrito original que Newton copió, incluía la descripción de dos tipos de piedras: la roja; que transformaba los metales impuros en oro; y la blanca, que transformaba los metales vulgares en plata. Una teoría atribuida a los grandes alquimistas hispanoárabes y sefardíes aseguraba que el que consiguiera la Piedra Filosofal sería capaz de transformar en oro no sólo los metales, sino cualquier otro objeto. Una tercera teoría hablaba de la Piedra Filosofal como de una metáfora para alcanzar la perfección, donde el ser humano sería el metal impuro que poco a poco va alcanzando la perfección hasta convertirse en oro espiritual. Aunque existían muchas teorías en torno a la verdadera naturaleza de la Piedra Filosofal, es un hecho que los grandes alquimistas la buscaron por doquier utilizando todos los medios a su alcance, incluso intentaron clonarla en sus rudimentarios laboratorios y de ahí surgió una plétora de tratados alquímicos sobre la materia y las diferentes etapas para transformar un metal vulgar en oro, etapas que se llevan a cabo a través de varios años y que pueden resultar muy peligrosas, pues el alquimista, a lo largo del proceso utiliza materiales peligrosos, como es el caso de la pólvora y los ácidos corrosivos. El alquimista Basilio Valentín realizó varios estudios sobre metalurgia y en sus investigaciones sobre la Piedra Filosofal la describió como un material cristalizado que, a medida que se estabiliza, alcanza un estado sólido. En el siglo XIII el teólogo y filósofo español Raimundo Lulio dijo que la Piedra era de color rojo rubí. Por su parte, el alquimista francés Claude Guillermet Bérigard sostenía que la Piedra Filosofal era del color de la adormidera silvestre y que olía a sal marina calcinada. Sin embargo, la gran mayoría de textos alquímicos decían que la Piedra podía ser sólo de tres colores, dependiendo de la etapa del magisterio o proceso alquímico en que se hallase: negro, si estaba en etapa de putrefacción; blanco, cuando estaba en etapa de destilación, y rojo en la etapa final, cuando ya podía ser utilizada para transmutar los metales. Además del texto apócrifo copiado por Isaac Newton, su manuscrito incluye la descripción de uno de sus experimentos, una fórmula para la destilación de un espíritu volátil de mineral de plomo. Se cree que autor del documento original era un alquimista muy popular en la época, conocido como Eirenaeus Philalethes. Los historiadores saben ahora que ese nombre era un seudónimo empleado por el químico George Starkey, educado en Harvard. El científico se trasladó a Inglaterra en 1650 y trabajó con algunos de los químicos más eminentes de la época, entre ellos Robert Boyle. Aunque no es posible decir con exactitud cuándo fue escrito el manuscrito apócrifo original, la copia de Newton puede ser anterior a la primera versión impresa conocida del manuscrito original publicada en 1678. El manuscrito copiado contiene algunos errores que Newton detectó y corrigió entre corchetes. Hasta fechas recientes, el contenido del manuscrito original apócrifo, así como las copias del texto que copió y corrigió Newton, no se habían hecho públicos. Formaban parte de un lote de documentos vendidos por los herederos de Newton en la galería Sotheby de Londres en 1936. En esa época, en medio de la Gran Depresión y en vísperas de otras guerra, muchos textos originales y manuscritos fueron vendidos por sus propietarios a coleccionistas privados, pero a lo largo de los años la mayoría han sido donados o vendidos de nuevo a instituciones públicas. La mayor parte de los manuscritos y cuadernos de notas de Isaac Newton se guardan en la Universidad de Cambridge, donde llevó a cabo sus investigaciones. Pero el misterio que aún no se ha resuelto es quién era el autor del manuscrito original en el que se inspiró Newton. 


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