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viernes, 11 de agosto de 2017

La Royal Navy y la Armada se quedan sin portaaviones

Debido a la crisis económica que no acabamos de superar, y que va camino de convertirse en eterna diez años después de su inicio, las Fuerzas Armadas de varios países europeos, otrora grandes potencias militares, también han tenido que apretarse el cinturón y el discreto presupuesto asignado a Defensa sigue menguando año tras año, mientras los mismos bancos que provocaron la última crisis financiera, se siguen enriqueciendo si poner un céntimo por la crisis que ellos provocaron. Esta delicada situación ha llegado hasta tal extremo que el Cuartel General de la Armada que ha tomado la decisión de enviar al desguace al único portaaviones español, el Príncipe de Asturias, que ya llevaba varios años en dique seco al no haberse mejorado las ridículas asignaciones presupuestarias que el Gobierno asigna a Defensa. Esto ha provocado el rápido deterioro del buque y ha determinado su baja definitiva porque, debido a su antigüedad, su puesta a punto requeriría cuantiosas inversiones. De haberse realizado las labores de mantenimiento, podría haberse planteado la venta del navío, pero, dado su actual estado de deterioro, resultó imposible encontrar comprador, por lo que acabará vendiéndose como chatarra. En concreto, habría que acometer tareas de renovación de los sistemas de combate, de navegación y de seguridad, con un elevado coste. Estas tareas, que deberían haberse iniciado hace años, se fueron posponiendo en cada presupuesto hasta llegar a la situación actual. Sin dinero para actualizar el Príncipe de Asturias nos quedamos sin el único portaaviones con el que contaba la Armada y, como tal, constituía una elemento disuasorio fundamental. Sobre todo si tenemos en cuenta, además, los muchos kilómetros de costa de nuestro país, ahora mucho más vulnerable. Su mera presencia en la proximidad de un escenario de conflicto bélico, aunque sea en actitud disuasoria y en aguas internacionales, constituye uno de los mensajes políticos más contundentes que pueden enviarse a un potencial enemigo.
En los últimos años de servicio el portaaviones sólo había participado en ejercicios navales cerca de su base de Rota, sobre todo para que los pilotos de los aviones Harrier pudieran obtener su calificación. Se supone que al paralizar definitivamente el Príncipe de Asturias en los próximos meses, se incorporará a la Armada el buque de proyección estratégica Juan Carlos I, que no es un portaaviones, sino un buque de asalto anfibio, pero que dispone de una pista en cubierta para aeronaves, en la que los pilotos pueden realizar las pruebas necesarias para mantener su aptitud para el combate. A modo de consuelo de tontos diremos que España no es el único país que se queda sin portaaviones. También Reino Unido, nuestro enemigo de otras épocas, no tiene portaaviones desde que, a finales de 2010, se anunció el desguace del Ark Royal lo que obligaba a los pilotos británicos a entrenarse, precisamente, en el Príncipe de Asturias. Lo que no deja de ser chocante, pues Reino Unido se opuso firmemente en su día a que España contase con aviones de combate Harrier de despegue vertical porque lo veía como una amenaza, y hace pocos meses no sé qué lord de opereta amenazaba a nuestro país con mandar a la Royal Navy como hizo en las islas Malvinas para darnos nuestro merecido.
También es cierto que la Royal Navy está construyendo dos nuevos portaaviones, sin que se prevea que la Armada española encargue la construcción de uno a medio plazo. Las restricciones presupuestarias de la Armada han dado lugar a dar de baja el buque de desembarco Pizarro, a la corbeta Diana, al patrullero de altura Chilreu, así como a dos fragatas de la clase Santa María, con lo que muy pronto las Armada verá reducido su servicio al de mero apoyo a las labores de salvamento de inmigrantes a bordo de pateras. El Juan Carlos I fue dado de alta en la Armada en 2010 y es el buque de mayor tamaño y tonelaje que haya tenido la Marina de Guerra española en toda su historia. Si todo va de acuerdo con los planes, Reino Unido volverá a tener portaaviones a partir de 2020, cuando entren en servicio el Queen Elizabeth. Pero también los británicos tienen sus problemas en Defensa: la Royal Navy no va a tener entonces suficientes aviones para el barco ni para su gemelo, el Prince of Wales, el segundo portaaviones de la Royal Navy, con lo que volverán a superarnos por 2 a 1. Francia también tuvo que deshacerse hace algunos años del portaaviones Clemenceau por los mismos motivos. Los europeos hemos preferido subcontratar nuestra defensa a Estados Unidos, un país que a menudo desarrolla una política internacional errática.

Las restricciones en Defensa no sólo han afectado a Reino Unido y España. La opulenta Unión Europea tiene mucho menos dinero del que aparenta tener, al tiempo que se empeña en que inmigrantes de medio mundo se instalen en ella para asegurarse un núcleo de consumidores importante, y para que, con las partidas de divisas en euros que esos inmigrantes envían a sus países de origen, éstos puedan hacer frente al pago de la abultada deuda nacional.
Según estadísticas del Fondo Monetario Internacional (FMI), en 1980 EEUU acumulaba el 21,9% del PIB mundial. Hoy, sólo llega al 15,8%. Y que nadie se regocije con la caída del coloso norteamericano, porque el desplome en Europa es mucho mayor. La proporción del PIB mundial que corresponde a Alemania ha caído del 6,6% al 3,4%; la de Francia, del 4,4% al 2,3%; la de Italia, del 4,5% al 1,9%; y la de Gran Bretaña, del 3,8%, al 2,4%. Según las proyecciones del FMI, dentro de cinco años, Alemania tendrá un peso económico a nivel mundial similar al que España tenía en 2005. Es cierto que es muy probable que estas cifras no reflejen toda la realidad. Nadie se cree los datos de crecimiento de China, por ejemplo. Tampoco es descartable que el PIB de los países más desarrollados no capte toda la actividad económica porque los servicios son muy difíciles de medir y, además, una parte apreciable de ellos cae en la economía sumergida. El peso económico no viene determinado sólo por el PIB, sino también por la profundidad y liquidez de los mercados financieros, por la innovación, o por otros factores. Pero, aun así, la tendencia es inapelable: Occidente está perdiendo peso económico en el mundo muy deprisa. Y lo hace a manos de Asia. Si los europeos no espabilamos, Reino Unido incluido, corremos el riesgo de vernos reducidos a un mercado cautivo de China e India y nuestras rentas per cápita quedarán seriamente mermadas.
No deja de ser llamativo que una parte de la prensa china haya considerado la victoria electoral de Donald Trump como una muestra del declive de Estados Unidos, que ahora quiere replegarse más en sus fronteras y dejar de lado las estrechas alianzas forjadas en los últimos 70 años con Europa, después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Pero Occidente no sólo es menos fuerte económicamente. También es menos feliz, al menos en lo que se refiere a satisfacción con la vida personal y profesional, que muchos mercados emergentes. Su productividad apenas crece y, según la mayor parte de los estudios, también su innovación se está frenando. Y los países occidentales están agravando las cosas al encerrarse más en sí mismos. Se supone que las potencias en declive deben tratar de integrar en el sistema de relaciones internacionales que han creado a los países que están pidiendo un trozo de la tarta más grande. Así, al menos, tienen una forma de comunicación con ellos. Pero ésa no está siendo la respuesta de Estados Unidos con Donald Trump, de Reino Unido con el Bréxit, de Francia con Fillon, Melenchón y Le Pen, y de Alemania con el giro a la derecha de Merkel y su política autoritaria en la gestión de la crisis de los refugiados, intentando imponer su criterio por la fuerza a los demás Estados de la Unión.
Si alguien cree que por llamar por teléfono a la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, Donald Trump envió una señal de firmeza a China, se equivoca de medio a medio. La señal de firmeza hubiera sido dejar que el Congreso ratificara el Acuerdo de Asociación Transpacífica, que formaba un muro de 12 países, entre ellos Estados Unidos, frente a Pekín. El acuerdo habría integrado a EEUU en la región y, al menos, le hubiera dado voz y voto y capacidad para gestionar su declive. Igual que seguir en la Unión Europea le hubiera dado mucha más influencia a Reino Unido. Pero no. Ambos países han optado por salir del orbe europeo justo cuando pierden capacidad de influencia en el mundo. Es como una Royal Navy sin barcos. Sólo Royal. O como una Armada con mucha honra, pero también sin barcos, si trasladamos el símil a España.

El portaaviones 'Príncipe de Asturias' en 2010


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