Las hadas, tal como hoy
las imaginamos, son criaturas fantásticas propias de la cultura céltica. Sin embargo,
en la mitología clásica también se conocía a estas criaturas con el nombre de hados
y representaban a las fuerzas desconocidas y sobrenaturales que obraban
indistintamente sobre los dioses y los hombres, determinado su destino. Los
griegos y los romanos las representaban con rostro y cuerpo de hermosas mujeres
y con finas alas de mariposa. Según la tradición helenística eran protectoras
de la Naturaleza. Con el correr de los siglos, a las hadas se fueron añadiendo
otros personajes fantásticos, propios del mundo celta, sobre todo, como elfos,
gnomos y duendes. Las sirenas, ogros y gigantes que también se han ido
incorporando a este mundo de fantasía, son de origen grecorromano, pero podría
decirse que eran comunes en todos los pueblos que poblaron Europa en la
Antigüedad. Según las diferentes leyendas, se puede entrar en contacto con las hadas
desarrollando determinados poderes o cualidades extrasensoriales. El poeta latino Ovidio
aludía extensamente a los hados en su inmortal obra Metamorfosis. Unos podían
ser hombres, caso de su rey Oberón, y otras mujeres según se diera el caso. Algunos
autores medievales recogieron la tradición oral céltica y la unieron a
personajes como Melusina, Viviana, la amante del mago Merlín, Morgana, la hechicera
y hermanastra del rey Arturo, o la Dama del Lago, que recogía la espada
Excalibur para ocultarla en el fondo de un lago, en algunas versiones de la leyenda artúrica.
Sería en la Baja Edad
Media cuando las hadas femeninas acapararon todo el protagonismo. La primera
sería la Dama del Lago descrita por Chrétien de Troyes en su obra Lancelot ou
le Chevalier de la charrette. Fue la Dama del Lago la que se ocupó de la
educación del héroe Lancelot, uno de los caballeros de la Tabla Redonda, y la que lo curó de su locura. La Dama del Lago muestra
todas las características de un hada buena, pero no se la menciona como tal. Fue
a finales del siglo XIV cuando el francés Jean D´Arras empleó por primera vez
la palabra «hada» en su novela Melusina. Esta obra fue redactada con la
intención de otorgar a los duques de Lusignan una ascendencia casi mitológica y
en ella todas las hadas son mujeres. Lo son Melusina, su madre y sus hermanas. Las leyendas célticas en
inglés hablan del reino de Fairy Folk, del que surgieron las hadas victorianas:
seres diminutos con alas de mariposa, al estilo de Campanilla. Las hadas
célticas son seres semidivinos, como las ninfas y las náyades griegas, que viven
entre éste y el otro mundo, con conexiones importantes con la Naturaleza y sus
deidades ancestrales. En la mayoría de los
relatos fantásticos escritos en el siglo XIX y principios del XX, se las representa como mujeres no muy altas,
casi niñas o muy aniñadas, de tez blanca, ojos claros y pelo muy negro. Se sabe de un curioso caso en
el que sir Arthur Conan Doyle, célebre creador del detective Sherlock Holmes, fue engañado
por unas niñas que se fotografiaron con unas figuritas de papel en forma de hadas, y a
las que el afamado y crédulo escritor atribuyó plena autenticidad. Hay muchas clases de
hadas, pero casi todas ellas son criaturas sincretizadas surgidas de las distintas
mitologías precristianas del norte de Europa.
Podemos clasificar a las
hadas, según su naturaleza, en los siguientes grupos: lamias; que son hadas que poseen largas cabelleras que peinan con peines de oro que
son muy preciados. Las lamias tienen los pies palmeados como algunas aves. En antiquísimas
tradiciones se decía que la reina de Saba que encandiló a Salomón, era una lamia
de pies palmeados, como las ocas. Están luego las ninfas, equivalentes griegas a las hadas
celtas, y que pueden ser náyades, las ninfas que moran en
los ríos y las corrientes subterráneas de agua, como por ejemplo, Eurídice; nereidas,
que son las ninfas del mar Egeo, hijas de Nereo, y que a veces son descritas
como mujeres con cola de pez. Destaca entre ellas Tetis, madre de
Aquiles. Están, además, las oceánides o ninfas del océano, como Metis (madre de Atenea) y
Doris (madre de las nereidas). Luego tenemos a las dríades o ninfas de los
bosques, asociadas a los robles. Si el árbol era cortado, la dríade moría con él. Están, también, las melíades o ninfas de los fresnos, que nacen de la
sangre de Urano, dios del Cielo, y son las ninfas más antiguas. Las sílfides eran las
hadas de los vientos y Paracelso fue el primero en citarlas. Según él, eran los
seres elementales del aire. También estaban las salamandras, o hadas del fuego,
y las drinfas, que eran las hadas de la tierra.
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