El grueso de los
ejércitos contendientes en Las Navas se avistan el viernes 13 de julio y, después de algunas escaramuzas durante el fin de semana, el lunes 16 atacan las hordas agarenas. Los cristianos se dispusieron en tres cuerpos de ejército. En el centro se situó la vanguardia de las huestes del señor de
Vizcaya, don Diego López de Haro, compuesta por quinientos
caballeros, lo que incluía su mesnada señorial además de algunos caballeros
cistercienses, occitanos al mando del arzobispo Arnaldo de Narbona, montañeses leoneses, voluntarios portugueses y
otros caballeros jóvenes. En el flanco izquierdo se colocó el rey Pedro II
de Aragón, y al frente de su vanguardia estuvo su sobrino Nuño
Sánchez –que fue armado caballero antes de la batalla– y García Romeo. En el centro de la formación se situaron los caballeros de las órdenes militares (santiaguistas,
templarios, hospitalarios, calatravos comandados por Pedro Arias, Gómez
Ramírez, Gutiérrez Ramírez y Rodrigo Díaz de Yanguas respectivamente), junto
con otras mesnadas de señores feudales castellanos y milicias de los concejos de Toledo,
Valladolid, Soria o Cuenca entre otras. Fueron dirigidos por Gonzalo Núñez, de la
Casa de Lara. Otros señores de Castilla destacados fueron el portaestandarte
del rey de Castilla, don Álvaro Núñez y don Fernando Núñez, el mayor de los tres hijos
de Nuño Pérez de Lara, presentes todos ellos en la refriega. También estuvieron allí Rodrigo Díaz, del ilustre linaje de
los Cameros, que comandó el flanco derecho del cuerpo central, donde luchó su
hermano Álvaro Díaz. De los Girón destaca el mayordomo real Gonzalo Ruiz, que
combatió al lado de sus hermanos Pedro, Nuño y Álvaro. Todo el flanco izquierdo lo
ocupó, dividido en vanguardia, medianera y retaguardia, el ejército real de Pedro II
de Aragón, reforzado por peones, infantería y ballesteros, y las milicias de otros
señores aragoneses. El
flanco derecho del ejército lo sostuvo Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra
(llamado así por su gran envergadura) con los caballeros navarros y las
milicias castellanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo, entre otras fuerzas.
Entre las potestades que componían su séquito se citan –aunque en crónicas
castellanas tardías– su alférez Gómez Garceiz de Agoncillo, García Almoravid,
Pedro Martínez y Pedro García de Arrónia. En
la retaguardia se situaron los monarcas al frente de sus mesnadas reales. En el
centro Alfonso VIII dirigiendo toda la estrategia, con los caballeros de su
curia real y las tropas del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, y los obispos
de las principales sedes castellanas: Tello Téllez de Meneses de Palencia, Rodrigo
de Sigüenza, Melendo de Osma, Bricio de Plasencia, Pedro Instancio de Ávila,
Juan Maté de Burgos y Juan García de Agoncillo de Calahorra.
El
grueso de las tropas almohades provenía de los territorios de Andalucía y
soldados bereberes del norte de África, además de la guardia real, tropa de élite
que rodeaba el corral del caudillo Mohamed an-Nasir, compuesta por fornidos guerreros
negros. También situó el rey moro a los voluntarios en la vanguardia, que eran los más
predispuestos para el sacrificio de la yihad o guerra santa, y con ellos
formaba la caballería ligera, las tropas de más movilidad, que podían usar
venablos, ballestas o arcos, incluso los de la caballería ligera, como los temibles ballesteros montados kurdos. Tras los voluntarios yihadistas situó An-Nasir a los cuerpos
centrales del ejército: tanto de origen magrebí como andalusí. Las tropas
andalusíes contaban con una caballería más parecida a la cristiana; más pesada que la africana, producto del contacto de los moros peninsulares con los reinos cristianos del Norte en las
guerras que sostenían con ellos desde hacía varios siglos. Finalmente, los cuerpos de élite
en la retaguardia, y por último, el palenque de Mohamed an-Nasir, una
empalizada fortificada y reforzada con cestos de flechas e incluso animales –camellos y
demás bestias de carga– y otros elementos defensivos; todo el recinto estaba
protegido por filas de arqueros, lanceros y ballesteros. Finalmente un cuerpo
de guardia de hombres de gran envergadura física, la célebre Guardia Negra
formada en falange con grandes picas apoyadas en el suelo, con arqueros y
ballesteros de refuerzo.
Después
de una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el
vizcaíno don Diego López de Haro, que hicieron huir a la vanguardia de
voluntarios musulmanes, los almohades, que doblaban en número a los cristianos,
realizaron la misma táctica que en 1195 les había reportado tan buenos resultados en Alarcos, donde derrotaron a Alfonso VIII de Castilla.
La caballería ligera y los arqueros de la vanguardia simularon una retirada
inicial frente a la carga de los cristianos para contraatacar luego, táctica propia de los ejércitos
árabes conocida como torfuyeh, con el apoyo final del grueso de sus fuerzas
de élite en el centro. A su vez, desde los flancos, la caballería ligera
almohade, cuyos jinetes estaban equipados con arco y flechas, trataron de causar una gran mortandad entre los atacantes cristianos realizando una excelente labor de desgaste y,
finalmente, las huestes de andalusíes y bereberes situadas en el centro, rematarían
la maniobra envolviendo al ejército cristiano gracias a su superioridad numérica.
Recordando la batalla de Alarcos, era de esperar esa táctica por parte de los
almohades. Pero
en este caso, ante el peligro de verse rodeados por el enorme ejército
almohade, Diego López de Haro ordenó estabilizar la formación, y mantener la
línea del frente sin internarse excesivamente entre las líneas enemigas persiguiendo a los voluntarios yihadistas y a la caballería ligera, que supuestamente huían. En ese
momento, la formación central del ejército almohade avanzó hacia la línea de
López de Haro, que comenzaba a flaquear ante la duración del esfuerzo anterior
y el hecho de que su avance había sido cuesta arriba. Mientras, la caballería
andalusí comenzó el movimiento envolvente. Este punto crítico de la batalla tuvo
lugar hacia el mediodía, y se mantuvo con movimientos de ataque y contraataque
a lo largo de bastante tiempo sin que la victoria se decantara claramente por
ninguno de los dos bandos. Posiblemente, en un momento de la batalla, el avance
y la maniobra envolvente desde los flancos de las tropas almohades estuvieron a
punto de decidir la victoria, gracias, sobre todo, a su inmensa superioridad numérica. Entonces, Alfonso VIII ordena rechazar los avances por los flancos del enemigo,
para sostener una formación central sólida. Aquí es cuando entraría en
juego el grueso de la caballería cristiana; la aragonesa por el flanco
izquierdo y la navarra y las milicias leonesas por el derecho, además de un
movimiento táctico de la caballería castellana hacia el flanco más débil de los moros. En todo caso,
el bando cristiano consiguió detener a los almohades en los flancos, y estabilizar
de nuevo las formaciones. Ya bien entrada la tarde, Alfonso VIII de Castilla ordenó
el avance en bloque de toda la retaguardia cristiana, entrando en combate la élite
de sus tropas, la caballería pesada y toda las fuerzas de reserva del ejército aliado en un
esfuerzo de avance intenso que rompió las líneas defensivas de los agarenos,
obligándoles a retirarse en desbandada. Esto facilitó que los cristianos
accediesen hasta el real de Mohamed an-Nasir, que se dio a la fuga con algunos de sus leales para evitar caer prisionero
de los cristianos.
La
rápida ocupación del palenque del caudillo magrebí se llevó a cabo a un tiempo por castellanos, que
atacaron por la derecha, y de aragoneses que lo hicieron por la izquierda, por
lo que la leyenda de que fue el rey de Navarra quien accedió el primero a la
empalizada o estacada que defendía la tienda de Mohamed an-Nasir, no es exacta. El real del moro no estaba protegido
por cadenas, sino que éstas eran un elemento disuasorio que en ocasiones
utilizaba la guardia de corps del sultán marroquí para que los esclavos negros que la
componían no sucumbieran a la tentación de huir. Al
producirse la retirada de las hordas almohades y andalusíes, el ejército
cristiano emprendió su persecución hasta la caída del sol, dando muerte a muchos
de ellos en una persecución que se prolongó por espacio de unos 25 kilómetros. La
precipitada huida a Jaén de Mohamed an-Nasir proporcionó a los cristianos un gran
botín de guerra. De este botín la leyenda propagó que se conserva el pendón de
Las Navas de Tolosa en el monasterio de Las Huelgas en Burgos. Sin embargo, el
célebre pendón de las Navas de Tolosa fue un trofeo conseguido por Fernando III el Santo, rey de Castilla, en la conquista del valle del Guadalquivir algunos años más tarde.
Esta
derrota no supuso el fin del poderío almohade, pero a partir de entonces su influencia política, religiosa y militar se limitó
al norte de África, y abrió el camino para dar un importante empujón a la Reconquista
en Andalucía y Levante. La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Calzada de
Calatrava, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava,
utilizando prisioneros musulmanes tomados en la batalla de las Navas de Tolosa. Los calatravos se distinguieron llevando a cabo un arduo proceso de evangelización del territorio reconquistado, lo que comprendía la conversión forzosa de los moros al cristianismo, so pena de expulsión, la construcción de nuevas ermitas
y santuarios y la restauración del culto romano en las primitivas iglesias visigóticas que, como el
santuario de Santa María del Monte de Bolaños de Calatrava, los moros habían
transformado en mezquitas después de la invasión de 711. La victoria cristiana en las Navas de Tolosa supuso, además,
el dominio definitivo de la llanura manchega, que se completó con la conquista
de la fortaleza de Alcaraz un año después.
El rey Pedro II de Aragón, que moriría un año después en la batalla de Muret |
No hay comentarios:
Publicar un comentario