Powered By Blogger

lunes, 1 de noviembre de 2010

La Compañía Británica de las Indias Orientales


La legendaria Compañía Británica de las Indias Orientales (BEIC o British East India Company) comenzó su participación en el narcotráfico abriendo una oficina en Cantón, China. Cuando Inglaterra convirtió la región de India llamada Bengala –hoy Bangladesh– en una más de sus colonias, el negocio del opio producido allí comenzó a inundar China a través de la oficina distribuidora de Cantón. La BEIC no había reportado grandes beneficios a la Corona hasta que en 1783 lord Shelbourne tomó a su cargo a la BEIC y al propio Gobierno de Inglaterra y consiguió que funcionaran como una sola unidad de negocio que explotara el tráfico de la droga y produjese ingentes recursos para la Corona. Cosa que desde luego consiguió ampliamente. Lord Shelbourne concertó alianzas con banqueros, entre ellos con el angloholandés Francis Baring, de la firma que le prestaría una fortuna al dictador argentino Juan M. de Rosas, y que al no poder devolverlo, intentó pagarle a la Banca Baring con las islas Malvinas, propuesta que los ingleses declinaron gentilmente aduciendo que las Falklands ya eran suyas.

Para que Inglaterra recuperase su antigua grandeza, lord Shelbourne propuso “ampliar el comercio de opio y volver a someter a los recién independizados Estados Unidos bajo la bandera del libre comercio”. Esto permitiría a los británicos volver a hacerse con las riendas del poder en las Trece Colonias. A fin de cuentas, los tenderos de ambos lados del Atlántico se habían peleado por una cuestión de aranceles e impuestos sobre el té, no por ninguna causa romántica o patriótica.

El primer objetivo tuvo un éxito sin par en la guerra del Opio en China; el segundo no triunfó completamente hasta el siglo XX. El tráfico de opio fue la política oficial de la Corona británica, siendo la compañía Jardine Matheson la principal encargada del comercio. La propia Corona fundó en Shanghái el Hong Kong Bank of Commerce para canalizar convenientemente las suculentas ganancias por el tráfico del opio hacia Inglaterra. El banco mantuvo sus siglas HSBC hasta el día de hoy, así como su espíritu de blanqueador de dinero procedente del narcotráfico.

El emperador de China intentó oponerse a aquel comercio repugnante que estaba convirtiendo a sus súbditos en esclavos drogodependientes de los británicos, pero Inglaterra le ganó la guerra de inmediato y le obligó a firmar un tratado de paz por el cual China cedía el puerto de Hong Kong como puerto franco. Inglaterra se hizo así con el control del puerto franco de Hong Kong, que fue desde entonces la capital mundial del tráfico de drogas controlado por la propia Corona británica. La política oficial de Inglaterra de usar la droga con poder destructivo de la voluntad para mejorar su comercio, fue idea de lord Palmerston, quien la propuso en 1841 en un memorando al gobernador de la India: “...debemos intentar sin pausa, encontrar en otras partes del mundo nuevas aperturas para nuestra industria (opio)… Si nuestra misión en Asia tiene éxito, Abisinia, Arabia, India y los nuevos mercados de China permitirán en un futuro no muy lejano la ampliación de nuestro comercio exterior”.

Durante la segunda guerra del Opio se repitió el proceso y en octubre de 1860 los ingleses y los franceses sitiaron Pequín. Una vez ganada esa guerra, los bancos y las compañías inglesas establecieron que el HSBC actuase como cámara de compensación en todas las transacciones económicas del Lejano Oriente vinculadas con el tráfico de opio y de su derivado, la heroína. Los ingleses habían logrado controlar así siete octavos del comercio del opio en China y operaban del siguiente modo:

Transformaban en adicta a la población elegida para debilitar la salud de la nación. Utilizaban a la Marina, cuando era necesario, para instalar y proteger al comercio marítimo de la droga. Invertían las ganancias para financiar nuevas infraestructuras criminales que permitiesen seguir desarrollando y aumentando el comercio. Los banqueros ingleses crearon rápidamente vínculos con los banqueros norteamericanos (cuyo Ejército les había ayudado en 1900 durante la última guerra contra los nacionalistas chinos, los Bóxers, junto con portugueses, alemanes, franceses, italianos y japoneses).

Para cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, existía un plan convenientemente acordado entre todas esas potencias (las mismas que protagonizaron el conflicto) para desmembrar China y repartirse diversas áreas de influencia. Por descontado, la mejor parte quedaba para Gran Bretaña y Estados Unidos. Uno de los motivos por los que en 1898 la escuadra norteamericana atacó a la española en Filipinas, fue que el Gobierno de Madrid jamás había demostrado interés por desarrollar el negocio del opio en sus colonias de Asia. El plan inglés de meter la droga en Estados Unidos como medio de subvertir a su antigua colonia comenzó hacia 1840, con la introducción en la costa oeste de los coolies chinos que eran transportados por las mismas compañías inglesas que comerciaban con esclavos desde África.

Sólo en 1846 entraron en Estados Unidos casi 120.000 coolies chinos, auténticos esclavos, y en su gran mayoría adictos al opio. En 1862 Lincoln prohibió el tráfico de coolies chinos, pero la práctica continuó, al menos, hasta bien entrado el primer cuarto del siglo XX.

En 1875 ya había alrededor de 150.000 norteamericanos adictos al opio, además de una cantidad similar de coolies chinos. Cuando los países de Occidente se dieron cuenta de que el problema del opio se había convertido en algo incontrolable y de tremenda gravedad para la sociedad, se intentó poner fin, o limitar al menos, el comercio del opio, cosa a la que Gran Bretaña se opuso con vehemencia. En 1905 se había firmado en La Haya una convención (que los ingleses eludieron con facilidad) y en 1923 se presentó a la Comisión del Opio de la Liga de las Naciones una propuesta destinada a lograr una reducción del 10% de la producción mundial de opio, con lo que se esperaba reducir su consumo en unos términos aritméticos similares.

En 1927 las estadísticas económicas oficiales del Reino Unido demostraban que al menos el 20% de los ingresos procedentes de sus colonias en el Lejano Oriente, procedían del tráfico del opio. La salud de la economía británica dependía de la adicción al opio de millones de personas en todo el mundo, pero especialmente en Asia. Con la llegada de Mao Zedong al poder en 1949, China no dejó de cultivar y distribuir opio, como tampoco dejó de hacerlo Irán cuando el ayatolá Jomeini instauró la república islámica en 1979, y tampoco han dejado de hacerlo en Afganistán desde el siglo XIX, hayan estado allí ingleses, soviéticos, o, como ahora, unas Fuerzas Internacionales de ocupación encargadas de custodiar el flujo del opio.

La República Popular China, a pesar de prohibir su uso interno, puso en marcha la producción y distribución del opio a gran escala bajo el férreo control del Estado. El periódico de Hong Kong, Liberation Monthly, informaba en 1989 que “la República Popular China provee el 80% de la heroína de alta calidad que se consume en el mercado internacional”. En 1992 China ya era el mayor productor de opio del mundo, con casi 800 toneladas anuales.

Siendo Margaret Thatcher primera ministra del Reino Unido, visitó en septiembre de 1982 al ministro chino Deng Xiaoping para hablar sobre el futuro de la colonia de Hong Kong. Luego voló a Shanghái para entrevistarse con sir Y.K. Pao, un chino expatriado y miembro de la junta directiva del HSBC y del Chase Manhattan Bank, propietario de la compañía naviera Hong Kong's World Wide Shipping, la flota mercante más grande del mundo. En su visita a un astillero de Shanghái, Thatcher bautizó un nuevo buque de la flota de Pao, el World Goodwill, con estas palabras: “Esta nave es el símbolo de la estrecha relación entre China, Gran Bretaña y Hong Kong”.

Desde finales de los años cincuenta, China había confiado deliberadamente sus asuntos económicos en el exterior a las firmas financieras británicas más importantes de Hong Kong y Macao, las mismas que negociaban con las redes del narcotráfico del opio y el blanqueo de dinero en todo el Lejano Oriente. Que Pequín dependía económicamente de Hong Kong, no era un misterio para nadie. En octubre de 1978, el boletín informativo del Chase Manhattan Bank, el East-West Markets, estimaba que en ese mismo año el flujo financiero hacia el continente chino vía Hong Kong (excluidos pagos por las exportaciones) alcanzaría la suma de 2.500 millones de dólares. Este sorprendente reflujo de dinero hacia la China comunista era la culminación de los veinte años de actividades en el narcotráfico pactadas con los británicos en 1949, al llegar al poder Mao Zedong. La política del actual régimen comunista chino hacia el tráfico de opio es la misma, y los lucrativos beneficios del narcotráfico y el actual sistema de economía globalizada, sin trabas arancelarias, han convertido a China en la tercera potencia económica mundial, por detrás sólo de Estados Unidos y Japón.

Por otra parte, Gibraltar se ha convertido en el puerto de referencia para la entrada de drogas derivadas del opio en Europa gracias a la complicidad de la Unión Europea, que la consiente, y de un mantecoso Gobierno socialista de España que no ha hecho más que claudicar en favor de los intereses de los narcotraficantes británicos. Una forma eficaz de combatir el narcotráfico gibraltareño sería cerrando la verja y clausurando el espacio aéreo español. Pero el ejecutivo socialista se conforma con perseguir a los fumadores, mientras consiente el tráfico de heroína, hachís y otros estupefacientes a través de Gibraltar.


Libros de Antonio Pérez Omister

2 comentarios:

  1. te hago una pregunta ¿leiste el libro de Marx acerca del colonialismo? me encanto el post

    ResponderEliminar
  2. Hace bastante tiempo. Marx asusta mucho a los neocom todavía, pero están haciendo que sus planteamientos vuelvan a tener vigencia. La esclavitud es un trabajo no remunerado, algo a lo que nos están llevando de nuevo. Marx pretendía establecer una interrelación justa entre trabajo y el salario o plusvalía que debía percibir el trabajador por ese trabajo realizado. Cada productor es un consumidor en potencia dentro del mercado industrial, pero como lo están destruyendo, insisto, nos lleván de nuevo a los patrones de la esclavitud y el servilismo que en países como China y Rusia estuvo vigente hasta hace un siglo. Precisamente países donde triunfó el pretendido comunismo, para después llevarlos de nuevo al redil del capitalismo más salvaje. Saludos amigo.

    ResponderEliminar