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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Viernes 13 en el Muro de las Lamentaciones

El viernes 13 de septiembre de 1929, escasamente un mes y medio antes de la debacle financiera de Wall Street, desde el amanecer, grupos de extremistas judíos se fueron reuniendo en torno al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. La mayoría habían hecho un largo viaje desde Haifa, Tel Aviv y los pueblos que bordean el mar de Galilea. Todos iban vestidos de negro, cada uno llevaba un libro de rezos y se detenía ante el enorme muro a recitar partes de las Escrituras. Los judíos habían venido haciéndolo desde hacía siglos, aparentemente nada había de particular ese día. Nada, excepto el número de fieles congregados. Los rabinos les habían exhortado para que tantos hombres como fuera posible se unieran en un rezo colectivo y demostraran a los árabes y al mundo su derecho a hacerlo. Pero no era solamente una expresión de su fe religiosa, sino una demostración visible de su sionismo político y una advertencia a los árabes, superiores en número, de que estaban dispuestos a quedarse allí para refundar Israel, y que no se dejarían intimidar.

Desde hacía varios meses venían circulando insistentes rumores de que crecía el descontento de los musulmanes por lo que ellos interpretaban como una intolerable expansión sionista. Los temores habían comenzado con la Declaración Balfour en 1917 y el compromiso británico con un «hogar judío» en Palestina cuando los turcos fuesen expulsados. Para los árabes que vivían allí desde tiempo inmemorial, aquello era un ultraje y una provocación. ¿Con qué derecho venían aquellos judíos nacidos en Europa a expulsarles de sus tierras? ¿Qué derechos poseían sobre aquellas tierras que sus antepasados habían venido cultivando desde los remotos tiempos del Profeta?

Desde la finalización de la Primera Guerra Mundial, los ingleses gobernaban en Palestina por mandato de la Sociedad de Naciones, e intentaban, como en otras partes de sus dominios, contentar a unos y a otros. La fórmula, aunque bienintencionada, resultó ser catastrófica por la obstinación de los judíos en crear un estado propio en Palestina, y la oposición de los árabes a que lo hiciesen. Empezaron a producirse las primeras escaramuzas con derramamiento de sangre en aquellos lugares donde los judíos pretendían levantar sus sinagogas y escuelas rabínicas.

Los judíos, no obstante, siguieron llegando desde Europa empecinados en ejercer sus «derechos de rezo» en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Hacia el mediodía de aquel viernes 13, había cerca de mil judíos recitando a voz en cuello las antiguas Escrituras. El sonido de sus voces tenía una cadencia inquietante para los musulmanes residentes en la tercera ciudad santa del islam.

Súbitamente, con asombrosa rapidez, una lluvia de piedras cayó sobre los congregados ante el Muro. Los árabes habían lanzado su improvisado ataque desde varios puntos alrededor del mismo. Sonaron los primeros disparos al aire de los soldados británicos. Algunos judíos resultaron heridos de levedad, alcanzados por las pedradas o arrollados por sus secuaces. Afortunadamente no hubo muertos, pero sí muchos heridos.

Esa misma noche se reunieron de urgencia los líderes de la «Yishuv», la comunidad judía en Palestina. Convinieron que en lo sucesivo repelerían con la misma violencia empleada contra ellos los ataques de los musulmanes. Entre dulces y café turco se gestó lo que muy pronto sería una lucha armada organizada contra los árabes y británicos que se opusiesen a la formación del anhelado «hogar judío», eufemismo para designar lo que acabó siendo el estado de Israel. En esa misma reunión se acordó que, pasara lo que pasase, los judíos seguirían rezando en el Muro de las Lamentaciones. No dependerían de los británicos para su protección, sino de la «Haganah», la recientemente creada milicia judía. Un grupo terrorista en opinión de las autoridades británicas en Palestina.

Durante los cinco años siguientes, los judíos de Europa oriental siguieron emigrando a Palestina para instalarse y la Haganah se fue nutriendo de muchos jóvenes descontentos para engrosar sus filas y crear una rudimentaria red de información y sabotaje que con el tiempo se convertiría en el actual Mossad, el servicio secreto israelí.

Los jefes de la Haganah no sólo reclutaron simpatizantes entre los nuevos colonos llegados de Europa, de Alemania sobre todo, sino entre muchos árabes que trabajaban para el Ejército y la Administración británicos. Todos ellos pasaron a engrosar las células de lo que entonces no era otra cosa que un grupo terrorista que perseguía expulsar a los árabes y a los británicos de Palestina para crear un estado teocrático exclusivamente judío basado en el sionismo político.

Poco a poco la Haganah obtuvo datos de valor sobre sus principales vecinos árabes, pero también sobre los militares y las autoridades británicas. La llegada al poder de Hitler en 1933 marcó el comienzo del éxodo de judíos alemanes a Palestina. En 1936 más de trescientos mil habían hecho el largo viaje cruzando Europa; muchos llegaron sumidos en la miseria más absoluta. Pero las organizaciones sionistas les consiguieron alojamiento y comida. En poco tiempo, los judíos eran ya un tercio de la población. Los árabes reaccionaron diciendo que les empujarían al mar para impedir que les arrojasen de sus tierras y exigiendo a los británicos que no les facilitasen armas y que frenasen el flujo migratorio.

Los judíos también protestaron ante los ingleses acusándoles de instar a los árabes a arrebatarles las tierras que habían adquirido legalmente. Los británicos siguieron intentando apaciguar a unos y a otros, pero fracasaron. En 1936, los enfrentamientos esporádicos se transformaron en un levantamiento árabe contra judíos y británicos. Éstos últimos reprimieron la rebelión sin compasión. Pero los judíos entendieron que sólo era cuestión de tiempo que los árabes atacaran de nuevo con renovada furia.

Fanáticos judíos venidos de todas partes de Europa oriental, y también de Estados Unidos, se unieron a la Haganah y se convirtieron en el núcleo de una formidable organización terrorista. Un auténtico ejército clandestino que acabaría expulsando a los británicos y proclamando el estado de Israel en 1948.

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