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lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Regresó Jesús de entre los muertos?


La resurrección de Jesús es el episodio neotestamentario fundamental en el que se basa el cristianismo para demostrar la divinidad de Cristo. En los evangelios canónicos tenemos diferentes versiones –que analizaremos después– acerca de cómo fue descubierto el sepulcro vacío y de las portentosas circunstancias que rodearon aquel suceso. La forma en que eran tratados los difuntos en aquella época entre los hebreos constituye una de las claves para descifrar este enigma. Las costumbres de lavar el cuerpo, ungirlo con esencias aromatizantes y colocar un lienzo que cubriera el cadáver, formaban parte del ritual funerario que se aplicaba a cualquier individuo muerto en el seno del judaísmo. Los escritos hebraicos, tanto bíblicos como seglares, nos ofrecen abundante información acerca del ritual que debía seguirse para la preparación del cadáver, y de qué manera debía ser enterrado.

Cuando una persona moría, el familiar más próximo le cerraba los ojos, pues existía la creencia de que si el difunto seguía mirando a este mundo, no sería capaz de discernir el mundo de ultratumba del de los vivos, y quedaría atrapado entre ambos. Poco antes de pronunciar una breve oración y encomendar su alma a Dios, se volvía el rostro del moribundo hacia la pared. Esta tradición se remontaba a los tiempos del rey Ezequías, que aquejado de una grave enfermedad, volvió su rostro hacia la pared y oró a Yahvé quién, suponemos que después de reprenderle y perdonarle, le prolongó la vida quince años. Después de exhalar su último aliento, momento en el algunas tradiciones sitúan el instante en que el alma abandona el cuerpo, el cadáver era sometido a un escrupuloso lavado ritual con agua caliente o tibia (tahará), y se le solía afeitar o cortar todo el vello del cuerpo, además de cortarle las uñas, por considerarlas elementos impuros. Un aspecto importante era la forma en que el muerto debía ser preparado. Según prescribía la tradición, el cuerpo tenía que ser amortajado con un lienzo de lino, cosido a grandes puntadas, y se podía colocar su cabeza sobre una especie de almohadón rellenado con tierra virgen. Además, según la costumbre, se derramaba el agua de todos los cántaros y demás recipientes de la casa que la contuviesen.

Normalmente, y esto es importante, el funeral se realizaba el mismo día de la muerte. A diferencia de otras religiones, en las que se esperaba alrededor de tres días para asegurarse de que no hubiese confusiones, en la tradición judía no se esperaba ese espacio de tiempo, y ello tenía que ver también con cuestiones sanitarias, pues eran conscientes de los peligros que conllevaba el contacto con cadáveres, ya que el proceso de putrefacción se manifiesta de forma contundente a partir de las setenta y dos horas; aunque el proceso en sí, como hoy sabemos, se inicia inmediatamente después de producirse el óbito. La observancia de esta costumbre formaba parte de la ley mosaica, por lo tanto se aplicaba a todos sin excepción, incluyendo a los criminales ajusticiados, si había ocasión para ello. Era, ante todo, una precaución higiénica en regiones con climas de calor extremo como lo son las de Oriente Medio, pero también era una medida que se tomaba para salvaguardar el cumplimiento de la ley que prohibía expresamente el contacto con los muertos. Antes de llevarse a cabo el entierro tenía lugar la preparación del cuerpo, que era realizada por los familiares más cercanos o personas de mucha confianza entre los deudos del difunto. Primero se lavaba el cadáver; entonces se usaban aceites y especias para ungirlo (Hechos, 9, 37; Mateo, 26, 12). La antigua tradición judía especificaba claramente que había que lavar y ungir los cadáveres, y utilizar especias olorosas para contrarrestar la fetidez de los efluvios propios de la putrefacción, pero en ningún caso embalsamar, momificar o aplicar cualquier otra técnica de conservación. Como dice el Talmud: «Las especias son para remover el hedor». Es decir, dicho tratamiento tenía una finalidad puramente higiénica, especialmente importante teniendo en cuenta el clima caluroso y seco de la región. La preparación del cadáver, en contra de los que se insinúa en los evangelios, no se prohibía ni siquiera durante el Sabbat o día de descanso. Como especifica la Misnah: «Pueden preparar [durante el Sabbat] todo lo que se necesite para el muerto, y ungirlo y lavarlo». (Shabbath, 23, 5). Por ello, los familiares de Jesús no debieron tener ningún impedimento legal, por parte judía, para realizar la preparación del cuerpo el mismo día de su muerte, suponiendo que ésta se produjese en viernes, como ha mantenido la tradición cristiana, y no en martes como sostienen otras hipótesis, y que los romanos hubiesen consentido en entregar a los familiares el cuerpo de un ajusticiado por sedición. De momento, al menos, seguiremos admitiendo el viernes como día de la muerte. Juan, en su evangelio, nos ofrece algunos detalles que confirman el ritual seguido con el cuerpo de Jesús, antes de que lo enterraran: «Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos…» (Juan, 19, 39-40). El hecho de que José y Nicodemo usaran mirra, áloes y vendas y envolvieran el cuerpo indica que habían iniciado el acostumbrado protocolo judío de preparación de los muertos. Aunque dicho ritual no se completó, según los evangelios, porque cuando las mujeres se proponían ungir el cuerpo con aceite y especias, el domingo por la mañana, encontraron el sepulcro vacío. Después analizaremos con más detenimiento las diferentes versiones que nos dan los evangelios canónicos acerca de este suceso, y los distintos actores que protagonizan este episodio fundamental del cristianismo. En la tradición judía que se practicaba en la época de Jesús, también conocida como del segundo Templo, el entierro era una ceremonia que, en total, duraba un año. Es decir, desde el momento en que se colocaba el cuerpo en la tumba, en realidad un osario, había que observar un año de duelo. Al cabo de ese tiempo se retiraban los huesos del osario y se guardaban en una caja o cofre de piedra. ¡Sólo entonces se consideraba que había concluido el proceso de inhumación! Luego este proceso que en los evangelios se despacha en tres días –dos para ser exactos–, en realidad debió desarrollarse en un año, ateniéndonos a la estricta ley judía, y cuando María Magdalena, sola o con las demás mujeres, acude al osario, es para retirar los huesos y lavarlos antes de colocarlos en el cofre de piedra, según lo que estaba prescrito. Los judíos dejaban los cadáveres en osarios, no en tumbas tal como nosotros las entendemos, para que allí los huesos fuesen descarnados por los animales necrófagos, antes de ser colocados en las cajas de piedra para su definitiva inhumación. El cuerpo era preparado convenientemente, antes de proceder al primer entierro. Primero, los ojos debían ser cerrados y el cuerpo lavado. Las manos y los pies eran sujetados con tiras de tela, y la cara era cubierta con un paño. Una vez que estaba preparado, el cuerpo era colocado en una especie de féretro y sacado de la ciudad hacia el cementerio, que solía encontrarse a una distancia prudencial del núcleo urbano. Los romanos siempre crucificaban dentro de los recintos de los cementerios o en lugares próximos a ellos. Si la crucifixión de Jesús se produjo en el Gólgota, debemos suponer que existía cerca de allí una fosa común, para arrojar después los cuerpos de los ajusticiados, o lo que las alimañas habían dejado de ellos. Ahora bien, esta fosa común a cielo abierto en la colina del Gólgota, tendría el inconveniente insalvable del nauseabundo hedor a putrefacción propio de los cadáveres insepultos, y que el viento llevaría al núcleo urbano de Jerusalén; incluso a las inmediaciones del Templo, que se levantaba a unos trescientos metros escasos de donde se supone (según la tradición) que se elevaba la colina del Gólgota o de la Calavera. Promontorio éste que dejó de existir después del año 135, cuando los zapadores romanos nivelaron Jerusalén, totalmente destruida en el año 70 por las legiones de Tito, para construir sobre el solar vacío y absolutamente allanado, un templo dedicado al dios Apolo y la nueva ciudad del emperador Adriano: Aelia Capitolina.

Retrocedamos un siglo. Es posible que la ejecución de Jesús (35) tuviese lugar en el monte de los Olivos, donde existía una necrópolis cercana, no una fosa común, y su entierro pudo realizarse inmediatamente después de haberse bajado el cuerpo de la cruz, y en ese caso, el sepulcro sí estaba muy cerca del patíbulo, prácticamente adosado. La necrópolis del monte de los Olivos ha sido descubierta por los arqueólogos israelíes y está perfectamente ubicada. Mientras que del Gólgota no queda ni rastro. Bueno sí, una pequeña protuberancia de apenas 50 centímetros en el interior de la Iglesia del Santo Sepulcro. A continuación veremos si José de Arimatea, el propietario del sepulcro nuevo excavado en la roca, era un hombre rico, un notable o un sacerdote, o el humilde sepulturero que guardaba el cementerio. En cualquier caso, en la necrópolis de los Olivos sí había sepulcros nuevos que se excavaban constantemente en la roca viva de la montaña; en el Gólgota no los había, por lo que allí, difícilmente habría podido ofrecerse una sepultura digna a Jesús, mucho menos el sepulcro nuevo del que hablan las Escrituras. La mayoría de los judíos querían ser enterrados en las necrópolis del valle Kidrón o Cedrón, donde también se encuentra el monte de los Olivos, al este de Jerusalén. En él, según la tradición, Jesús oraba frecuentemente, e incluso se encontraba allí la noche que fue arrestado. Además, una antigua profecía establecía que sería en este lugar preciso donde se manifestaría el mesías o libertador de Israel. No todas las familias tenían el dinero necesario para mantener o construirse grandes mausoleos en ese lugar privilegiado. Los pobres, por lo general, eran enterrados en lugares más modestos, en otras necrópolis, ya que existían varias en los alrededores de Jerusalén, que han sido excavadas recientemente y en las que se han encontrado osarios comunales donde eran depositados los cadáveres de los más humildes, debidamente identificados, eso sí, al objeto de serles devueltos los huesos a los familiares. Los judíos eran, y siguen siéndolo, escrupulosos en extremo y muy concienzudos en todo lo concerniente a la muerte.

Los rituales funerarios judíos no terminaban con el entierro. A éste le seguía una semana de intenso duelo, periodo llamado shiv’ah (siete). Era un tiempo durante el cual los miembros de la familia se quedaban en casa y recibían las condolencias de los amigos. Durante este tiempo, quienes habían asistido al funeral no podían lavarse. El siguiente paso en este proceso era la continuación de un duelo menos riguroso de un mes de duración, llamado shloshim (treinta). Durante un mes, los miembros de la familia no debían salir de la ciudad, cortar sus cabellos o asistir a eventos sociales. Transcurrido el mes, el segundo duelo, se podía casi recuperar el ritmo habitual de vida, pero los familiares más allegados debían continuar con el duelo durante un año. Ellos tenían que regresar al osario al cabo de ese tiempo y allí celebrar una ceremonia privada, una especie de segundo sepelio en el que los huesos del difunto se recogían en la pequeña caja de piedra, de la que ya hemos hablado. Sólo entonces se consideraba que el proceso de inhumación había concluido, y los familiares podían regresar a su vida normal. El cementerio, por ley, siempre estaba situado extramuros, es decir, más allá de las murallas que delimitaban las ciudades antiguas. Por ello, el cortejo fúnebre tenía que cubrir a veces considerables distancias hasta el lugar donde reposaban los restos del difunto. Sabemos que el monte de los Olivos, donde suponemos que Jesús pudo ser crucificado, albergó también una necrópolis. Los sepulcros de aquella época, denominada por los historiadores del Segundo Templo (30 a.C. a 70 d.C.), tenían características similares. Normalmente eran excavados en la roca viva de las laderas de las montañas, y se accedía a ellos a través de una abertura baja. La cámara mortuoria solía tener unos dos metros de longitud por ciento ochenta centímetros de ancho, y cerca de los dos metros de alto. Tenían un nicho semicircular arqueado, también de unos dos metros de largo, ubicado a medio metro sobre el nivel del suelo, quedaban sellados por una piedra móvil que cerraba la entrada del sepulcro, como en el que contuvo el cuerpo de Jesús, durante un año, según la ley judía, o tres días, si nos atenemos a la tradición cristiana, al cabo de los cuales, regresó de entre los muertos.

Algunos investigadores suponen que en la necrópolis del monte de los Olivos en el valle del Kidrón, o Cedrón, podría ubicarse la tumba en la que Jesús fue enterrado. Por otra parte, parece corroborarlo el hecho de que se celebrasen allí las crucifixiones de criminales y sediciosos, ejecuciones sumarísimas que los romanos solían llevar a cabo en lugares bien visibles, buscando el efecto ejemplarizante del castigo que se infligía a los condenados. Los evangelios canónicos no indican dónde estaba situada exactamente la tumba, pero dan algunas pistas: aseguran que estaba cerca de la ciudad, lo que no es posible por las razones de salubridad que ya hemos expuesto; que era un lugar visible desde lejos; que se hallaba cerca de un transitado camino y que cerca de él había un jardín que contenía tumbas de piedra. Aunque también es posible que el texto griego original hablase de jardines de piedra, alusión metafórica a los cementerios y a las necrópolis antiguas. Según la tradición cristiana, el Gólgota estaba sobre un promontorio o colina, que podría ser cualquiera sobre los que está construida la ciudad de Jerusalén. Aún hoy, los arqueólogos no se han puesto de acuerdo a la hora de situar ese lugar. Una tradición cristiana cuenta que en el año 326, Santa Elena, madre del emperador romano Constantino, localizó el lugar exacto donde había tenido lugar la Crucifixión, así como la tumba donde fue enterrado el cuerpo de Cristo, y allí mismo se edificó la Iglesia del Santo Sepulcro. Además, apenas removió un poco el suelo, descubrió la Vera Cruz, el madero sobre el que había sido crucificado y los clavos que atravesaron sus manos y pies. Sin embargo, eso era imposible ya que la ciudad fue totalmente arrasada en el año 70 y nivelada por orden del emperador Adriano tras la segunda Revuelta (135) para edificar la nueva ciudad helenística de Aelia Capitolina, nombre con el que fue renombrada Jerusalén, por lo tanto, era absolutamente imposible que en el año 326, Santa Elena visitase el Gólgota puesto que no existía desde hacía más de doscientos años. Porque, además, esa colina fue allanada por los ingenieros y zapadores romanos para construir una rampa de acceso por encima de las murallas de Jerusalén en el año 70. Posteriormente, la Jerusalén romana (Aelia Capitolina) fue a su vez destruida a inicios del siglo VII por los persas de Cosroes II, y nuevamente, a principios del siglo XIII, por los mongoles, lo que hace casi imposible la localización exacta de los Santos Lugares que recorrió Jesús hace dos mil años. Los relatos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son absolutamente contradictorios. Basta comparar sus narraciones para darse cuenta de la fragilidad de su estructura y, por lo tanto, de su escasa credibilidad histórica. Después de que Jesús expirase en la cruz, Mateo refiere lo siguiente: «Llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, discípulo de Jesús. Se presentó a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos entonces ordenó que le fuese entregado [puesto que estaba en poder del juez]. Él, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mateo, 27, 57-61).

Ahora, con lo que sabemos acerca de los rituales funerarios entre los judíos de la época, hagamos algunas observaciones: si María Magdalena se encontraba allí, sentada frente al sepulcro, junto a la otra María, que suponemos es la madre de Jesús, aunque podía ser otra María –luego veremos por qué– la primera tenía que ser forzosamente parte de la familia. A la puerta del sepulcro no había lugar para pecadoras, por muy arrepentidas que estuviesen. Luego si María Magdalena estaba allí, en compañía de la madre de Jesús, ella era la esposa, y esto es incontrovertible. Sigamos: aunque se acerca la tarde y la Parasceve, es decir, la víspera del Sabbat, no hay prisa ninguna. Como ya hemos visto, la ley judía autorizaba expresamente la preparación de los muertos incluso durante el Sabbat. Sobre la evanescente figura de José de Arimatea, al que ya hemos identificado como posible sepulturero, volveremos en seguida para analizarlo bajo otro prisma, ya que según los evangelios era alguien influyente que realizó, según parece, una serie de trámites burocráticos en nombre de la familia de Jesús: por eso se encarga él (José) prácticamente de todas las gestiones legales y de organizar el entierro: reclamar el cuerpo a las autoridades judiciales romanas, envolverlo en la sábana o sudario e introducirlo en el sepulcro, librándolo de la fosa común a la que eran arrojados los despojos de los ajusticiados. Prosigamos. En Marcos, el bueno de José de Arimatea es ahora un ilustre consejero [del Sanedrín, nada menos] el cual también esperaba el Reino de Dios (Marcos, 15, 43) y Pilatos maravillado de que ya hubiese muerto llama al centurión [¿Longino?] para que le confirme la muerte, después de lo cual autoriza la entrega del cuerpo: «Informado del centurión, dio el cadáver a José, el cual compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana y lo depositó en un monumento que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento. María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía» (Marcos, 15, 45-47).

Aquí suponemos que María [la de José] sigue siendo la madre de Jesús y tenemos nuevamente a María Magdalena velando la tumba. No se habla de un sepulcro sino de monumento, tal vez un mausoleo comunal más grande de reciente construcción, con varios lechos de piedra para albergar a más cadáveres durante el proceso propio de la primera inhumación, que ya hemos visto en qué consistía. Por lo que se desprende de los propios evangelios, José [de Arimatea], era un hombre habituado a tratar con las autoridades romanas, ya fuesen jueces, procuradores o centuriones. Además, al final del versículo, se nos dice que las dos Marías, seguimos suponiendo que la esposa y la madre del difunto, se limitaban a observar como José [de Arimatea] le envolvía en la sábana, es decir, que fue él, y no ellas, quien se hizo cargo de toda la preparación del cadáver. Del mismo modo que lo hacen hoy los empleados de las empresas de pompas fúnebres.

El relato de Lucas (23, 50-56), viene a coincidir con este de Marcos en lo sustancial, pero en Juan la historia se desarrolla en un contexto muy diferente: «Después de esto rogó a Pilatos José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilatos se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús» (Juan, 19, 38-42). Analicemos el texto de Juan: en esta ocasión es Pilatos quien entrega el cuerpo, pero sigue siendo José de Arimatea quien se hace cargo del cadáver. Y se nos habla de un huerto [¿jardín?] cercano al sepulcro. Lo que nos reafirma en situar la ejecución en el monte de los Olivos, y no en el Gólgota. Lo repasamos en seguida: aparece Nicodemo, otro sanedrita que también tomará parte en el proceso de preparación del cuerpo. Es plausible que ambos, José y Nicodemo, pronunciasen alguna oración fúnebre durante la celebración del sepelio. La ley judía prohibía embalsamar los cadáveres, por lo que las sustancias que lleva, una mezcla de mirra y áloe, es para aromatizar el cadáver y contrarrestar el hedor de la putrefacción. Aspecto éste destacable si tenemos en cuenta que se trata del primer entierro, por lo tanto las tumbas tenían un carácter provisional, y eran reabiertas a menudo para introducir nuevos cadáveres, y retirar otros restos. Convenía, pues, observar unas normas de conservación y limpieza. El evangelista Juan nos da a entender que entre José [de Arimatea] y Nicodemo, el sacerdote, fajaron el cuerpo y lo prepararon, según la costumbre judía, para introducirlo en el sepulcro. De momento, las mujeres no participan en nada de todo esto. Aquí, en lugar de un jardín, se nos habla de un huerto cercano al lugar de la ejecución. Seguimos estando en el mismo sitio: el Gólgota, según los textos canónicos del siglo IV, no antes; la necrópolis de los Olivos, en nuestra opinión. Se nos habla de sepulcro nuevo y de monumento, lo que nos lleva a pensar que se trataba de nuevas tumbas con lechos de piedra para la primera inhumación, que duraba un año, mientras los animales necrófagos descarnaban los huesos. En el texto de Juan, el bueno de José de Arimatea es discípulo de Jesús y no parece ser miembro del Sanedrín; la víspera del sábado surge de la nada el buen Nicodemo, que ayuda a José a transportar el cadáver de Jesús, y entre los dos lo amortajan y entierran en un sepulcro que ya no es señalado como propiedad de José de Arimatea y al que se recurre por estar cerca. Bien pudo ser una tumba comunal ubicada en los Olivos, como ya hemos señalado.

En los otros evangelios canónicos, como veremos en seguida, eran varias las mujeres que iban a amortajar el cuerpo y esto sucedía en la madrugada del domingo, momento estelar que se hace coincidir con el de la resurrección de Jesús, por el mero hecho de encontrarse el sepulcro vacío. Diremos, en primer lugar, que las mujeres no tenían nada que hacer en la tumba aquel domingo por la mañana: el cadáver ya había sido preparado por José y Nicodemo, y el segundo se había encargado de aplicarle las sustancias aromatizantes para contrarrestar el hedor de la putrefacción. Por otra parte, y esto es importante, si como veremos más adelante, Yeshua bar Abba [Jesús Barrabás] contaba con amigos entre los ancianos del Sanedrín [Nicodemo], e incluso entre la familia herodiana [Salomé], es más que posible que el propio José ben Caifás, sumo sacerdote aquel año, como nos indica Mateo (26, 57) hubiese procedido a sellar la tumba. Y este José ben Caifás, y el José [de Arimatea] bien podrían ser el mismo sacerdote que era discípulo de Jesús en secreto. Porque ahora podemos decir que cuando Caifás acude al Pretorio como nos dicen las Escrituras para exigir que se libere a Barrabás, lo que estaba haciendo [Caifás] era exigir la liberación de Yeshua bar Abba, nuestro Jesús Barrabás: «En la fiesta de la Pascua, el gobernador romano solía conceder la libertad de un preso, el que la gente escogía. Tenía en aquel momento un preso famoso llamado Jesús Barrabás. Viendo reunido al pueblo, Pilatos preguntó: "¿A quién queréis que ponga en libertad: a Jesús Barrabás o a ese Jesús a quien llaman Rey de los Judíos?» (Mateo27, 15-17). Luego: ¿eran Jesús y Barrabás un mismo individuo? Lo dejaremos aquí.




El escándalo del Banco Ambrosiano


En junio de 2007, un tribunal de Roma absolvía a cinco imputados en el asesinato de Roberto Calvi en 1982, en un intento por acallar el mayor escándalo en el que se había visto envuelta la Iglesia en el siglo XX, la muerte de Roberto Calvi, más conocido como “el banquero de Dios” por su privilegiada relación con el Vaticano. 

Roberto Calvi, antiguo director del Banco Ambrosiano, fue encontrado colgado en el puente londinense de Blackfriars en 1982. La investigación abierta por las autoridades británicas concluyó que se trataba de una muerte por suicidio, pero el caso fue reabierto años después a instancias de la familia de Calvi. El cadáver fue exhumado y se encontraron indicios de que pudo haber sido asesinado. Calvi fue ahorcado siguiendo un ritual masónico perfectamente establecido en los protocolos de las distintas logias masónicas de Obediencia inglesa, y que no es otro que el que reproduce los ajusticiamientos de los asesinos del legendario Hiram Abiff, el gran arquitecto del Templo de Salomón, venerado por los masones. Jamás se atrapó al presunto asesino de Calvi, pero las investigaciones policiales se dirigieron hacia la poderosa logia masónica P2, que mantenía estrechísimas relaciones con la mafia y varios políticos italianos como Giulio Andreotti, que también fue interrogado en 1974 en relación al extraño accidente en el que perdió la vida el industrial Enrico Mattei en 1962.

La muerte de Roberto Calvi coincidió con la declaración de bancarrota del Banco Ambrosiano, con deudas superiores a los 1.500 millones de euros, en uno de los mayores escándalos por fraude en la historia de las finanzas italianas y el mayor sufrido por el Vaticano el pasado siglo. En junio de 2007 quedaron absueltos del cargo de asesinato Giuseppe Calo, presunto contable de la mafia siciliana; Flavio Carboni, socio del banquero fallecido; el empresario Ernesto Diotavelli; el guardaespaldas y chófer del magnate, Silvano Vittor; y la ex novia de Carboni, Manuela Kleinszig. La Fiscalía había solicitado la absolución de ésta última acusada por falta de pruebas concluyentes que le vincularan con la muerte del banquero, pero para los otros cuatro acusados había solicitado cadena perpetua. Calvi tenía conexiones con las finanzas del Vaticano, y la Fiscalía mantenía que también usaba su posición de privilegio para lavar dinero de la mafia. Según el relato de la Fiscalía, los capos de la mafia dejaron de fiarse de Calvi y comenzaron a sospechar que éste les iba a delatar por sus movimientos financieros fraudulentos. Así que concertaron una cita en Londres para deshacerse de Calvi, que había pasado de ser su principal valedor a ser un estorbo.

«Los imputados, valiéndose de organizaciones mafiosas, buscaban la muerte de Calvi para castigarlo por haberse quedado con notables cantidades de dinero que pertenecían a dichas organizaciones, así como para impedirle ejercitar un poder de soborno sobre referentes de la masonería». Así rezaban los cargos. En la documentación del proceso se hablaba de la mafia siciliana, camorra napolitana, del Estado Vaticano, la clase política italiana, la logia masónica P2, ricos empresarios y familias de la nobleza de rancio abolengo.

El juicio que terminaba en junio de 2007, tras dos años de investigaciones dejaba en el aire más preguntas que respuestas. Los abogados de la defensa argumentaron durante el juicio que Calvi se granjeó muchos enemigos con sobrados motivos para querer asesinarle. Algunos de esos rivales podrían incluso pertenecer al Vaticano. Una posible conspiración entre varios de ellos pudo silenciar a un hombre que sabía demasiado de los entresijos financieros de dos instituciones consideradas sagradas en Italia: la Iglesia y la mafia, y que a menudo habían caminado juntas.

Al registrar la policía el cadáver de Roberto Calvi, en sus bolsillos se hallaron dos relojes, tres pares de gafas, 10.000 dólares, varios francos suizos, tres libras esterlinas, unos chelines y 54.000 liras. Y, sin embargo, nadie halló la llave de la habitación del hotel donde Calvi durmió y en cuya caja fuerte habría dejado un maletín con 19 millones de dólares, que se evaporó. Puede ser que Calvi efectivamente se suicidara de forma tan espectacular. Puede que el suicidio fuera simulado y ocultara un ajuste de cuentas. La justicia hasta el momento, y como a menudo ocurre, no ha podido establecer los hechos reales de lo que sucedió.

Paul Marcinkus, un pésimo gestor financiero
En 1969, Pablo VI tomó una de las decisiones más controvertidas de su papado, que en el mejor de los casos fue su mayor error, y en el peor, signo de poca pulcritud en la gestión de las finanzas de la Iglesia. El papa nombró secretario del Instituto de Opere Relígiose (IOR), el banco del Vaticano, al sacerdote estadounidense Paul Marcinkus, y en 1971 lo promocionó al cargo de presidente del mismo. A finales de los sesenta, el IOR establece una estrecha relación con Michelle Sindona, un hombre de negocios ligado a la Democracia Cristiana y a la mafia, que había hecho fortuna como asesor financiero de Pablo VI en sus años de arzobispo en Milán, y también con Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano. Las relaciones tripartitas superaron ampliamente los límites de la legalidad.

El famoso prelado había nacido en Cicero (Chicago) en 1921, y había llegado al Vaticano en 1950, una joven promesa en cuestiones de gestión económica de las que tan necesitada estaba la Iglesia romana. Llegar al frente del IOR supone una brillante culminación de una fulgurante carrera eclesiástica. Como banquero mayor del Vaticano, gestionará sin demasiados escrúpulos los fondos del IOR, con unas once mil cuentas corrientes en 1978, en su gran mayoría –más de 9.000, para ser exactos– con titulares ajenos a la Iglesia, algunos de los cuales están en la cúspide del poder político y económico italiano. Cuentas y operaciones exentas de impuestos. La banca habría servido, según algunos estudiosos y expertos en el caso, como el periodista italiano Mario Guarino, como excelente y discreto vehículo para evadir impuestos y sacar divisas de Italia.

Pero en 1974 la situación del banquero Sindona se complica. La caída de las Bolsas internacionales le deja sin liquidez, mientras el cambio de panorama político, con un Richard Nixon obligado a abandonar la presidencia de Estados Unidos, y una Democracia Cristiana en serias dificultades en el Gobierno de Italia, le privan de la substancial ayuda política. La caída de Sindona y la trama financiera que ha montado terminan arrastrando a sus cómplices, Marcinkus y Calvi. La situación será gravísima en 1978 cuando muera Pablo VI sin haber hecho nada por arreglar o mitigar el escándalo. A Juan Pablo I no le dará tiempo. Juan Pablo II actuará muy lentamente, pues mantiene a Marcinkus en su puesto, al frente del IOR, hasta finales de 1989. Sus errores le costaron a la Santa Sede 240 millones de dólares, pagados como resarcimiento al Banco Ambrosiano, y una mancha en su reputación difícil de limpiar.

El sacerdote Jesús López Sáez en su estudio “El día de la cuenta, Juan Pablo II a examen” no sólo concluye que Juan Pablo I fue asesinado para que no investigara las profundidades del caso, sino que incluso el atentado contra Juan Pablo II pudo haber tenido el mismo último objetivo. López Sáez, responsable de la Comunidad Ayala de Madrid, experto en Juan Pablo I, se basa en el libro DISCEPOLI DI VERITA, All'ombra del papa infermo, editado por Kaos en Milán en 2001, la editorial italiana más comprometida con el anticlericalismo militante, para suscribir las afirmaciones de este libro anónimo que establece que Juan Pablo I había decidido hacer frente con valentía a la masonería y a la mafia. Se ha ocultado este hecho, así como la causa de su muerte. Todo indica que murió de forma provocada. A diferencia de lo que pensaba hacer Juan Pablo I, Juan Pablo II mantiene durante años al frente del IOR a Marcinkus, que había negociado primero con Sindona y después con Calvi. Aquel mes de mayo de 1981 fue tremendo: el día 13, el atentado contra Juan Pablo II; el día 20, Roberto Calvi es encarcelado y, además, ese día se publican las listas de la logia masónica P2, provocando la caída del Gobierno italiano. Calvi, en la cárcel donde estuvo dos meses, les dice a su esposa Clara y a su hija Anna: “Este juicio se llama IOR”. Al salir de la cárcel, Calvi recurre a Paul Marcinkus, el cual le avala con unas cartas de patrocinio. Un año después, Calvi le dice a su protector Flavio Carboni que “debía hacerle entender al Vaticano que los curas tenían que hacer honor a sus compromisos, porque de lo contrario él revelaría todo lo que sabía”.

En mayo de 1982, un Roberto Calvi desesperado al sentirse acorralado, le dice a su hija: “Los curas tendrán que vender la plaza de San Pedro. Por cifras como éstas la gente puede llegar a matar. Si vienen me defenderé, dispararé contra ellos”. Al mismo tiempo que mantiene a Paul Marcinkus en el cargo, Juan Pablo II asume la línea de Agostino Casaroli, su secretario de Estado, el cual manifiesta en febrero de 1981: “Los que nos critican tienen toda la razón. Así no se puede seguir. Tenemos que cambiar”. El 25 de mayo de 1984 se firma un acuerdo en Ginebra, según el cual el IOR se compromete a pagar 250 millones de dólares a los acreedores del Banco Ambrosiano, en total 109 bancos. Roberto Calvi es ahorcado el 17 de junio de 1982, y Sindona es envenenado el 22 de junio de 1986.

Un superviviente llamado Licio Gelli
Con una poblada barba y con pasaporte falso, Licio Gelli se creía a salvo en la Costa Azul. Hacía tiempo que la policía le había localizado, pero varios intentos de detención se habían frustrado en el último momento. Al final, fue atrapado en 1998. Gelli había desaparecido de su villa de Arezzo (Toscana) en vísperas de que el Tribunal Supremo confirmara, el 22 de abril, la sentencia del Tribunal de Apelación de Milán, que lo condenaba a 12 años de cárcel por su implicación en la quiebra del Banco Ambrosiano de Roberto Calvi, ocurrida en 1982.

Nacido en Pistoia el 12 de abril de 1919, Licio Gelli tuvo una juventud turbulenta que le llevó a enrolarse en los camisas negras, fascistas italianos que combatieron en la Guerra Civil española entre 1936 y 1939 en el bando del general Francisco Franco. Más tarde Gelli reaparece en la Argentina del general Juan Domingo Perón y su esposa Evita, para recalar posteriormente en su Italia natal donde habría de escalar hasta la cima del poder secreto de la Logia P2, que se constituyó como un auténtico Estado dentro del Estado, actuando siempre a la sombra del poder legal establecido.

En la Logia P2 figuraban destacados banqueros como Roberto Calvi y Michelle Sindona, militares, ministros y periodistas. Fueron los jueces de Milán Gerhardo Colombo y Giuliano Turone quienes descubrieron en 1981, cuando investigaban los negocios sucios de Michelle Sindona, la lista de miembros de la P2, y comprobaron que penetraba en los centros de poder italianos al más alto nivel.

La P2 introdujo hábilmente sus ramificaciones en el Banco Ambrosiano, cuya quiebra en 1982 dejó un agujero de 1,4 billones de liras y una larga serie de incógnitas. Robeto Calvi, el presidente del banco, se suicidó aparentemente en el puente londinense de Blackfriars, mientras Michelle Sindona supuestamente se quitó la vida en la cárcel en 1986. Gelli resultó indemne, pero la Justicia le presentó una abultada cuenta meses después. Una cuenta que el ex gran maestre no parecía dispuesto a saldar de no ser porque en junio de 2007 la suerte le volvió la espalda.

Licio Gelli había entrado en la masonería en los años sesenta, incorporándose a la Logia P2 creada en el siglo XVIII para agrupar a los “hermanos” con cargos públicos en una estructura especialmente clandestina. Durante años acumuló amistades e informaciones privilegiadas. Y cuando la P2 fue desmantelada en 1975 por las autoridades masónicas regulares, Gelli se rebeló y mantuvo la estructura por su cuenta.

Cuando en los ochenta, por azar, una lista de más de un millar de miembros cayó en manos de la Justicia italiana, el país descubrió que estaba ante un verdadero “gobierno en la sombra” infiltrado en todos los estamentos del Estado. A partir de ese momento se inicia la caza de Licio Gelli, a quien se supone la mente inspiradora de todos los asuntos turbios de la vida italiana de las dos últimas décadas. Todo un personaje de película si la realidad no hubiera superado hace mucho tiempo a la ficción. Su fácil fuga, pues se encontraba arrestado sin vigilancia policial en su domicilio, añadió una nueva incógnita a una trayectoria realmente rocambolesca, sólo explicable por disponer siempre de poderosas complicidades aún no desveladas en las altas esferas del poder que, sin duda, debían incluir a jefes de la policía y de los servicios secretos, además de políticos, jueces y abogados corruptos.

En los meses que siguieron a su fuga, decenas de inspectores de la Interpol le buscaron por los Balcanes y en Rumania, pero también en Francia y España. A pesar de difundirse una presunta foto suya en el centro de Belgrado, y de la de un piso franco con cientos de millones de las antiguas pesetas y cajas con documentación comprometedora, Licio Gelli, de 80 años de edad y enfermo de máxima gravedad, se había evaporado junto con su compañera sentimental, la señora Gabriella Vasile.

Pocos días después de descubrirse su fuga, y con no poco sentido del humor, Gelli presentó una obra al concurso internacional de poesía San Dominichino. Sus poesías fueron enviadas desde Arezzo, Umbría (región central de Italia) el 29 de abril de 2007, a la secretaría de la 39 Edición del Premio, que se falló el 23 de agosto. La obra se titulaba “Miti nella poesía” (Mitos en la Poesía), en tres volúmenes. No era la primera vez que Gelli participaba en el Premio, ya que ganó la edición de 2003, en la sección de poesía individual, mientras que en 2008 se centró en los personajes mitológicos de la Grecia antigua.

Para la Fiscalía de Milán, que se encargó de la bancarrota del Ambrosiano, la fuga de Gelli era una vergüenza. Francesco Saverio Borrelli, el Fiscal Jefe, resaltó que por ese caso sólo iban a pagar con la cárcel los que tuvieron un papel secundario y no los peces gordos como Gelli o los intermediarios financieros Umberto Ortolani y Flavio Carboni. El Banco Ambrosiano quebró en 1982 bajo el peso de un agujero de 1.000 millardos de liras de la época (588,2 millones de dólares), consecuencia directa de la desviación de fondos para usos privados y para la financiación de la Logia P2. La bancarrota desató uno de los mayores escándalos de la historia de la República italiana, ya que originó la quiebra de una treintena de empresas.

Sin embargo, el 27 de marzo de 1996, el Tribunal Supremo descartó que la disuelta logia Propaganda Due (P2) hubiese organizado una conspiración política contra el Estado. A la misma conclusión había ya llegado el Fiscal Giorgio Santacroce, quien dijo que la historia de Italia “no pasa sólo por la P2” pero que de todas formas representa “una fea página de la historia y la política civil del país”. El Fiscal solicitó la absolución de los imputados porque “no había pruebas concluyentes de que la Logia P2 de Licio Gelli hubiera conspirado contra el Estado italiano”.

Los absueltos fueron el empresario Umberto Ortolani, brazo derecho de Gelli en la P2, y los generales Franco Picchiotti, Antonio Viezzer y Raffaele Giudice, y el capitán Antonio Labruna, agente del servicio de información (espionaje), además de otros militares y civiles. Los jueces deliberaron durante cuatro horas y al final no modificaron la sentencia en primera instancia del 16 de abril de 1994. Gelli no pudo ser procesado por conspiración contra el Estado porque este delito no está contemplado en el ordenamiento jurídico de Suiza, país que al conceder la extradición del jefe de la P2 excluyó que se le pudiera juzgar por ese cargo en Italia. El proceso puso así fin a una investigación, iniciada a principios de la década de los años ochenta sobre las actividades de la Logia P2, sospechosa de haber organizado un plan para atentar contra el Estado.

La lista de los 962 presuntos miembros de la Logia P2 fue hecha pública el 20 de mayo de 1981 y en ella aparecían periodistas, banqueros, políticos, empresarios (entre ellos Silvio Berlusconi), militares y magistrados. La logia fue disuelta el 9 de diciembre del mismo año a propuesta del Gobierno, ratificada por el Parlamento. En mayo de 1984, una Comisión parlamentaria por el contrario había llegado a la conclusión de que la Logia P2 estaba implicada en las tramas subversivas que ensangrentaron Italia en la década anterior, en un intento de promover la refundación de la República italiana.

El Banco Ambrosiano fue fundado en Milán en 1896 por monseñor Giuseppe Tovini, y se nombró así en honor de San Ambrosio, obispo de esa ciudad en el siglo IV. El propósito de Tovini era crear un banco católico que sirviera de contrapeso a los bancos laicos en Italia, sus metas eran servir a “organizaciones morales, trabajos piadosos, y cuerpos religiosos instalados para las ayudas caritativas”. El banco vino a ser conocido como “el banco de los sacerdotes” y su presidente era Franco Ratti, sobrino del papa Pío XI. En los años 1960 el banco comenzó a ampliar su negocio y sus actividades financieras bajo la dirección de Carlo Canesi, entonces encargado mayor, y a partir de 1965, presidente.

Unos años antes, en 1947, Canesi llevó a Roberto Calvi al Banco Ambrosiano. En 1971 Calvi fue nombrado director general y en 1975 lo designaron presidente. Calvi amplió los intereses del Ambrosiano creando varias compañías subsidiarias en las Bahamas y Sudamérica; participando en la Banca Cattolica de Veneto y proporcionando fondos a la Editorial Rizzoli para financiar la publicación del periódico Corriere della Sera (dándole así el control oculto a Calvi en beneficio de sus asociados en la logia masónica P2). Roberto Calvi también incluyó al banco del Vaticano, el Istituto per le Opere di Religione (IOR) en sus turbios negocios, en la época en que Paul Marcinkus era el presidente del banco del Vaticano.

El Ambrosiano también proporcionó los fondos para varios partidos políticos en Italia, así como para la dictadura de Somoza en Nicaragua y la oposición sandinista. Jugando con dos barajas dentro del más puro estilo Rothschild y financiando a ambos bandos en conflicto. También parece probado que el Banco Ambrosiano proporcionó el dinero para el movimiento Solidaridad en Polonia (se ha alegado que Solidaridad fue financiada por el banco del Vaticano). Juan Pablo II era polaco de nacimiento, y era público y notorio su empeño por acabar con el comunismo, empezando por liberar a Polonia del mismo. En cualquier caso, la Iglesia jugó un papel decisivo (entre bastidores) en la desintegración del bloque socialista en Europa oriental.

Calvi utilizó su compleja red de bancos y compañías de ultramar para especular: mover dinero desde Italia, para inflar precios y también para asegurar préstamos sin garantías. En 1978 el Banco de Italia elaboró un informe sobre el Banco Ambrosiano que predecía su desastre inminente y condujo a investigaciones judiciales. Poco tiempo después, un supuesto grupo terrorista de izquierdas mató al magistrado de Milán que investigaba el caso, Emilio Alessandrini, mientras que Mario Sarcinelli, funcionario del banco y superintendente de la inspección, fue encontrado culpable y encarcelado por cargos que más adelante fueron retirados.

En 1981 la policía italiana llevó a cabo una redada en la oficina de la logia masónica P2 del gran maestre Licio Gelli y encontró pruebas incriminatorias contra Calvi que fue inmediatamente encarcelado, juzgado y condenado a cuatro años de cárcel. Sin embargo, contra todo pronóstico, Roberto Calvi fue puesto en libertad y mantuvo inexplicablemente su posición en el banco.

Varios hechos alarmantes siguieron a la detención de Roberto Calvi: Carlo de Benedetti, de la firma Olivetti, compró el banco y se proclamó vicepresidente. Dos meses más tarde tuvo que abandonar su cargo, después de recibir reiteradas amenazas de muerte por parte de la mafia, y la total ausencia de cooperación por parte de Calvi que no parecía interesado en reflotar el banco. Benedetti fue reemplazado por el veterano Roberto Rosone, posteriormente fue herido en un atentado presuntamente organizado por la mafia.

En 1982 la historia del Banco Ambrosiano se volvió realmente tétrica. Se descubrió que el banco no podía explicar la procedencia de 1.286 billones de dólares y Calvi huyó del país con un pasaporte falso. Por su parte, Rosone logró que el Banco de Italia asumiera el control del Ambrosiano para evitar una quiebra desastrosa. Unos días después de su huída, la secretaria personal de Roberto Calvi, Graziella Corrocher, dejó una extraña nota acusando a su jefe de malversación, y después se suicidó arrojándose desde la ventana de su oficina. Pocos días después, el propio Calvi fue encontrado colgado del puente Blackfriars de Londres.

Los dos asesinatos, aunque se ocultó este detalle a la prensa, fueron ejecutadas siguiendo un meticuloso ritual masónico, por lo que se sospechó la implicación de la Logia P2 en ambas muertes. Lo que significaría que la secretaria Graziella Corrocher habría sido obligada a escribir la extraña nota y después asesinada arrojándola por la ventana. Un mes después de la muerte de Calvi, en julio de 1982, el flujo de fondos hacia el extranjero fue interrumpido, lo que condujo a la quiebra del Banco Ambrosiano. En agosto, sin embargo, una nueva “dirección” se hacía cargo del banco, ahora Nuovo Banco Ambrosiano bajo la supervisión de Giovanni Bazoli. Hubo un gran debate acerca de quién debía hacerse cargo de las pérdidas del antiguo Banco Ambrosiano. Pero fue en ese momento precisamente tan delicado, no sólo para el banco sino para la Iglesia, cuando acudió en su ayuda el Opus Dei y poco tiempo después, el Vaticano aceptó una serie de acuerdos para resarcir, al menos en parte, las deudas contraídas por la quiebra del Banco Ambrosiano, aunque sin aceptar claramente su responsabilidad. La irrupción de Opus Dei en el Banco Ambrosiano se produjo poco antes de que el Gobierno socialista español expropiase RUMASA, principal empresa del Opus Dei en España, el 23 de febrero de 1983.

La Compañía Británica de las Indias Orientales


La legendaria Compañía Británica de las Indias Orientales (BEIC o British East India Company) comenzó su participación en el narcotráfico abriendo una oficina en Cantón, China. Cuando Inglaterra convirtió la región de India llamada Bengala –hoy Bangladesh– en una más de sus colonias, el negocio del opio producido allí comenzó a inundar China a través de la oficina distribuidora de Cantón. La BEIC no había reportado grandes beneficios a la Corona hasta que en 1783 lord Shelbourne tomó a su cargo a la BEIC y al propio Gobierno de Inglaterra y consiguió que funcionaran como una sola unidad de negocio que explotara el tráfico de la droga y produjese ingentes recursos para la Corona. Cosa que desde luego consiguió ampliamente. Lord Shelbourne concertó alianzas con banqueros, entre ellos con el angloholandés Francis Baring, de la firma que le prestaría una fortuna al dictador argentino Juan M. de Rosas, y que al no poder devolverlo, intentó pagarle a la Banca Baring con las islas Malvinas, propuesta que los ingleses declinaron gentilmente aduciendo que las Falklands ya eran suyas.

Para que Inglaterra recuperase su antigua grandeza, lord Shelbourne propuso “ampliar el comercio de opio y volver a someter a los recién independizados Estados Unidos bajo la bandera del libre comercio”. Esto permitiría a los británicos volver a hacerse con las riendas del poder en las Trece Colonias. A fin de cuentas, los tenderos de ambos lados del Atlántico se habían peleado por una cuestión de aranceles e impuestos sobre el té, no por ninguna causa romántica o patriótica.

El primer objetivo tuvo un éxito sin par en la guerra del Opio en China; el segundo no triunfó completamente hasta el siglo XX. El tráfico de opio fue la política oficial de la Corona británica, siendo la compañía Jardine Matheson la principal encargada del comercio. La propia Corona fundó en Shanghái el Hong Kong Bank of Commerce para canalizar convenientemente las suculentas ganancias por el tráfico del opio hacia Inglaterra. El banco mantuvo sus siglas HSBC hasta el día de hoy, así como su espíritu de blanqueador de dinero procedente del narcotráfico.

El emperador de China intentó oponerse a aquel comercio repugnante que estaba convirtiendo a sus súbditos en esclavos drogodependientes de los británicos, pero Inglaterra le ganó la guerra de inmediato y le obligó a firmar un tratado de paz por el cual China cedía el puerto de Hong Kong como puerto franco. Inglaterra se hizo así con el control del puerto franco de Hong Kong, que fue desde entonces la capital mundial del tráfico de drogas controlado por la propia Corona británica. La política oficial de Inglaterra de usar la droga con poder destructivo de la voluntad para mejorar su comercio, fue idea de lord Palmerston, quien la propuso en 1841 en un memorando al gobernador de la India: “...debemos intentar sin pausa, encontrar en otras partes del mundo nuevas aperturas para nuestra industria (opio)… Si nuestra misión en Asia tiene éxito, Abisinia, Arabia, India y los nuevos mercados de China permitirán en un futuro no muy lejano la ampliación de nuestro comercio exterior”.

Durante la segunda guerra del Opio se repitió el proceso y en octubre de 1860 los ingleses y los franceses sitiaron Pequín. Una vez ganada esa guerra, los bancos y las compañías inglesas establecieron que el HSBC actuase como cámara de compensación en todas las transacciones económicas del Lejano Oriente vinculadas con el tráfico de opio y de su derivado, la heroína. Los ingleses habían logrado controlar así siete octavos del comercio del opio en China y operaban del siguiente modo:

Transformaban en adicta a la población elegida para debilitar la salud de la nación. Utilizaban a la Marina, cuando era necesario, para instalar y proteger al comercio marítimo de la droga. Invertían las ganancias para financiar nuevas infraestructuras criminales que permitiesen seguir desarrollando y aumentando el comercio. Los banqueros ingleses crearon rápidamente vínculos con los banqueros norteamericanos (cuyo Ejército les había ayudado en 1900 durante la última guerra contra los nacionalistas chinos, los Bóxers, junto con portugueses, alemanes, franceses, italianos y japoneses).

Para cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, existía un plan convenientemente acordado entre todas esas potencias (las mismas que protagonizaron el conflicto) para desmembrar China y repartirse diversas áreas de influencia. Por descontado, la mejor parte quedaba para Gran Bretaña y Estados Unidos. Uno de los motivos por los que en 1898 la escuadra norteamericana atacó a la española en Filipinas, fue que el Gobierno de Madrid jamás había demostrado interés por desarrollar el negocio del opio en sus colonias de Asia. El plan inglés de meter la droga en Estados Unidos como medio de subvertir a su antigua colonia comenzó hacia 1840, con la introducción en la costa oeste de los coolies chinos que eran transportados por las mismas compañías inglesas que comerciaban con esclavos desde África.

Sólo en 1846 entraron en Estados Unidos casi 120.000 coolies chinos, auténticos esclavos, y en su gran mayoría adictos al opio. En 1862 Lincoln prohibió el tráfico de coolies chinos, pero la práctica continuó, al menos, hasta bien entrado el primer cuarto del siglo XX.

En 1875 ya había alrededor de 150.000 norteamericanos adictos al opio, además de una cantidad similar de coolies chinos. Cuando los países de Occidente se dieron cuenta de que el problema del opio se había convertido en algo incontrolable y de tremenda gravedad para la sociedad, se intentó poner fin, o limitar al menos, el comercio del opio, cosa a la que Gran Bretaña se opuso con vehemencia. En 1905 se había firmado en La Haya una convención (que los ingleses eludieron con facilidad) y en 1923 se presentó a la Comisión del Opio de la Liga de las Naciones una propuesta destinada a lograr una reducción del 10% de la producción mundial de opio, con lo que se esperaba reducir su consumo en unos términos aritméticos similares.

En 1927 las estadísticas económicas oficiales del Reino Unido demostraban que al menos el 20% de los ingresos procedentes de sus colonias en el Lejano Oriente, procedían del tráfico del opio. La salud de la economía británica dependía de la adicción al opio de millones de personas en todo el mundo, pero especialmente en Asia. Con la llegada de Mao Zedong al poder en 1949, China no dejó de cultivar y distribuir opio, como tampoco dejó de hacerlo Irán cuando el ayatolá Jomeini instauró la república islámica en 1979, y tampoco han dejado de hacerlo en Afganistán desde el siglo XIX, hayan estado allí ingleses, soviéticos, o, como ahora, unas Fuerzas Internacionales de ocupación encargadas de custodiar el flujo del opio.

La República Popular China, a pesar de prohibir su uso interno, puso en marcha la producción y distribución del opio a gran escala bajo el férreo control del Estado. El periódico de Hong Kong, Liberation Monthly, informaba en 1989 que “la República Popular China provee el 80% de la heroína de alta calidad que se consume en el mercado internacional”. En 1992 China ya era el mayor productor de opio del mundo, con casi 800 toneladas anuales.

Siendo Margaret Thatcher primera ministra del Reino Unido, visitó en septiembre de 1982 al ministro chino Deng Xiaoping para hablar sobre el futuro de la colonia de Hong Kong. Luego voló a Shanghái para entrevistarse con sir Y.K. Pao, un chino expatriado y miembro de la junta directiva del HSBC y del Chase Manhattan Bank, propietario de la compañía naviera Hong Kong's World Wide Shipping, la flota mercante más grande del mundo. En su visita a un astillero de Shanghái, Thatcher bautizó un nuevo buque de la flota de Pao, el World Goodwill, con estas palabras: “Esta nave es el símbolo de la estrecha relación entre China, Gran Bretaña y Hong Kong”.

Desde finales de los años cincuenta, China había confiado deliberadamente sus asuntos económicos en el exterior a las firmas financieras británicas más importantes de Hong Kong y Macao, las mismas que negociaban con las redes del narcotráfico del opio y el blanqueo de dinero en todo el Lejano Oriente. Que Pequín dependía económicamente de Hong Kong, no era un misterio para nadie. En octubre de 1978, el boletín informativo del Chase Manhattan Bank, el East-West Markets, estimaba que en ese mismo año el flujo financiero hacia el continente chino vía Hong Kong (excluidos pagos por las exportaciones) alcanzaría la suma de 2.500 millones de dólares. Este sorprendente reflujo de dinero hacia la China comunista era la culminación de los veinte años de actividades en el narcotráfico pactadas con los británicos en 1949, al llegar al poder Mao Zedong. La política del actual régimen comunista chino hacia el tráfico de opio es la misma, y los lucrativos beneficios del narcotráfico y el actual sistema de economía globalizada, sin trabas arancelarias, han convertido a China en la tercera potencia económica mundial, por detrás sólo de Estados Unidos y Japón.

Por otra parte, Gibraltar se ha convertido en el puerto de referencia para la entrada de drogas derivadas del opio en Europa gracias a la complicidad de la Unión Europea, que la consiente, y de un mantecoso Gobierno socialista de España que no ha hecho más que claudicar en favor de los intereses de los narcotraficantes británicos. Una forma eficaz de combatir el narcotráfico gibraltareño sería cerrando la verja y clausurando el espacio aéreo español. Pero el ejecutivo socialista se conforma con perseguir a los fumadores, mientras consiente el tráfico de heroína, hachís y otros estupefacientes a través de Gibraltar.


Libros de Antonio Pérez Omister