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jueves, 31 de diciembre de 2015

Marca Hispánica: origen de los reinos cristianos peninsulares

Este era el territorio situado entre el este de Navarra y el mar Cantábrico, y se dividió en condados sometidos a los francos. Los Condados Catalanes fueron divisiones de la zona occidental de la Marca Hispánica, y los Condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, ocupaban la zona intermedia. Fue una zona de contención militar que fijaron los francos para frenar las incursiones sarracenas. Si bien la intención inicial de éstos era llevar las fronteras hasta el Ebro, la Marca Hispánica quedó delimitada por los Pirineos al norte, y por el río Llobregat al sur. Con el tiempo los Condados Catalanes se medio independizaron del dominio franco con condes como Wilfredo el Velloso y Aznar Galíndez. El Condado de Barcelona se convirtió muy pronto en el condado dominante de la zona. Con el tiempo, tras la unión dinástica entre el Reino de Aragón y el conjunto de condados menores vinculados al de Barcelona, daría origen a la Corona de Aragón. Posteriormente, los dominios de esta corona se extendieron hacia Levante y el Mediterráneo.

El Reino de Aragón
Tiene éste su origen en un condado procedente de la Marca Hispánica. Se uniría al de Pamplona en el año 943 debido al enlace dinástico de Andregoto Galíndez con García Sánchez I. Tras la muerte de Sancho III de Navarra en 1035, su hijo Ramiro recibió el dominio del Condado de Aragón, que se emanciparía y, tras anexionarse los condados de Sobrarbe y Ribagorza, cuyo gobierno había correspondido a un adolescente Gonzalo hasta su muerte en 1045, Ramiro I establecería un reino de facto que comprendía los tres antiguos condados y ocupaba los Pirineos centrales. Poco después, en 1076 a la muerte de Sancho el de Peñalén, llegó a anexionarse Navarra, aunque tras la muerte de Alfonso I el Batallador la unión se deshizo. Por esa época, tras una dura lucha con las Taifas de Zaragoza, el reino aragonés llegó al Ebro, conquistando la capital en 1118. Más tarde se produciría la unión dinástica, con el matrimonio de Petronila (hija única del rey de Aragón) y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, lo que conformó definitivamente la Corona de Aragón, que agrupaba al Reino y a los Condados, si bien cada territorio mantuvo sus usos y costumbres consuetudinarios. La Corona acabaría por unificar lo que hoy es Cataluña, arrebatando a los árabes los territorios de Lérida y Tarragona.
El avance cristiano. Reconquista de las principales ciudades
El avance de los reinos cristianos en la península Ibérica fue un proceso lento, discontinuo y complejo en el que se alternaron períodos de expansión con otros de estabilización de fronteras, y en el que muchas veces diferentes reinos o núcleos cristianos siguieron también ritmos de expansión distintos, a la vez que se remodelaban internamente a lo largo del tiempo (con uniones, divisiones y reagrupaciones territoriales de signo dinástico); y a la vez que, también, cambiaba internamente la forma y fuerza del poder musulmán peninsular al que se enfrentaban (que experimentó diversas fases de poder centralizado y períodos de disgregación). Asimismo la expansión conquistadora estuvo salpicada de continuos conflictos y cambiantes pactos entre reinos cristianos, negociaciones y acuerdos con poderes regionales musulmanes y, puntualmente, alianzas cristianas más amplias contra aquéllos, como la que se dio en la batalla de Simancas (939), que aseguró el control cristiano del valle del Duero y del Tormes; o la más sonada —por su excepcionalidad— y de más amplias consecuencias en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, que supuso el principio del fin de la presencia almohade en la península Ibérica. El estudio de tan dilatado y complejo proceso pasa por el establecimiento de diferentes fases en las que los historiadores han establecido perfiles diferenciados en los ritmos y características de conquista, ocupación y repoblación.
Siglos VIII–X. Completada la conquista musulmana en apenas un lustro (711–716), al margen solo queda una estrecha franja montañosa en el Norte. El principal esfuerzo de los sarracenos hasta el siglo X irá dirigido a consolidar nuevas estructuras político–institucionales sobre unas realidades socioeconómicas en transformación (el asentamiento masivo de población huida del avance musulmán), configurando las bases del feudalismo en la Península. Al oeste se afianzó el reino asturiano, extendiéndose entre Galicia, el Duero y el Nervión. Al este la Marca Hispánica, línea defensiva fronteriza de los francos que germinará en diferentes núcleos cristianos pirenaicos. Su precaria situación quedará demostrada durante el reinado de Abderramán III (912–961), cuando reconozcan la soberanía del Califato, convirtiéndose en estados tributarios.
Siglos XI–XII. La disgregación del Califato (Taifas) facilitará un lento avance cristiano por la Meseta norte y el valle del Ebro, consolidándose institucionalmente los reinos cristianos. Ello será financiado con las imposiciones tributarias a las que sometieron a los reinos musulmanes, convirtiéndolos virtualmente en protectorados. Es un periodo de europeización, con la apertura a las corrientes culturales continentales (Cluny, Cister) y la aceptación de la supremacía religiosa de Roma. El avance castellano–leonés (Toledo, 1085) provocó nuevas invasiones norteafricanas —almorávides y almohades— que evitaron el colapso de la Andalucía musulmana. La repoblación entre el Duero y el Tajo se sustenta en colonos libres y concejos con amplia autonomía (fueros), mientras que en el Ebro los señoríos cristianos explotarán a la población agrícola musulmana.
Siglos XIII–XIV. La decisiva victoria de los reinos cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, supone el definitivo derrumbe de la Andalucía musulmana, y facilita un rápido avance protagonizado por las Coronas de Castilla y de Aragón. Pero este rápido avance generará algunos problemas: la absorción de un enorme volumen territorial y poblacional. En Andalucía y Murcia, la imposición de grandes señoríos —nobles guerreros y órdenes militares— y la expulsión de las poblaciones moriscas —campesinos y artesanos— derivará en la decadencia económica momentánea del territorio. En Valencia y Alicante, los señoríos cristianos de menor extensión, se superpondrán a una población musulmana que mantendrá la prosperidad económica. Problemas solapados con la crisis económica del siglo XIV y las guerras civiles que desangraron a los reinos cristianos de la España bajomedieval. A pesar de ello, se consolida España como la nación que por excelencia resistió y contuvo a los musulmanes en Occidente —mientras fracasaban las Cruzadas en Tierra Santa—, siendo, a partir de 1453 tras la caída de Constantinopla, la capital del Imperio de Oriente, en poder de los turcos, el Reino de Hungría el nuevo paladín de Europa en el Este.
Siglo XV. La supervivencia del Emirato de Granada responde a varias razones: su condición de vasallo del rey castellano, su conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter montañoso del reino (complementado con una consistente red de fortalezas fronterizas), el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia aragonesa (ocupada en su expansión mediterránea). Además, la homogeneidad cultural y religiosa (sin población mozárabe) proporcionó al Estado granadino una fuerte cohesión. Su desaparición en 1492 —debido también a sus interminables luchas dinásticas— se inserta en el contexto de la construcción de un Estado moderno llevado a cabo por los Reyes Católicos a través de la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la Corona.
La repoblación de los territorios reconquistados
En paralelo al avance militar cristiano se produjo un proceso de repoblación, hoy llamado colonización, con el asentamiento de población cristiana, que podía provenir de los núcleos septentrionales (de tierras montañosas y superpobladas), de las comunidades mozárabes del Sur que emigraban al Norte en las épocas de escasa o nula tolerancia religiosa en los territorios musulmanes, e incluso de otros países de Europa situados al otro lado de los Pirineos, y a los que genéricamente los hispanoárabes llamaron «francos». Las modalidades de asentamiento de esta población varió en sus características según la forma en que se hubiera producido la conquista, el ritmo de la ocupación y el volumen de la población musulmana existente en el territorio a repoblar. En las zonas que sucesivamente fueron frontera entre cristianos y musulmanes, nunca hubo un vacío demográfico o zonas despobladas, a pesar de que algunos documentos —que así lo pretendían, justificando de ese modo la legitimidad de las apropiaciones— dieron origen al concepto de «desierto del Duero», acuñado por la historiografía de comienzos del siglo XX (Claudio Sánchez–Albornoz). La llegada de los repobladores o colonos cristianos, se testimonia arqueológicamente no solo en lo más evidente (edificaciones religiosas o enterramientos), sino con cambios en la cultura material, como la denominada cerámica de repoblación. Sirviendo como hitos divisores los valles de los grandes ríos que cruzan la Península de este a oeste, se han definido ciertas modalidades de repoblación, protagonizadas cada una por distintas instituciones y agentes sociales en épocas sucesivas: entre la cordillera Cantábrica y el río Duero. En una verdadera «cultura de frontera», el rey atribuye durante los siglos VIII y XI tierras deshabitadas a hombres libres que debían defenderse a sí mismos en un entorno inseguro, y ocupar la tierra que ellos mismos iban a cultivar (presuras). Un proceso en cierta forma similar se denomina aprisio en los núcleos pirenaicos. A medida que la frontera se alejaba hacia el Sur, la independencia inicial que caracterizó el espíritu del condado de Castilla (caballeros–villanos, behetrías) se fue sustituyendo por formas más equiparables al feudalismo europeo, con el establecimiento de señoríos monásticos y nobiliarios.
Entre el Duero y el Sistema Central en los siglos XI y XII se establecieron concejos municipales a los que se atraía a la población mediante el establecimiento de sustanciales privilegios colectivos fijados por escrito en cartas aforadas (cartas pueblas o fueros). Estas ciudades ejercían el papel de verdaderos señoríos colectivos sobre el campo circundante (alfoz) con el que formaban comunidades de villa y tierra: Salamanca, Ávila, Arévalo, Segovia, Cuéllar, Sepúlveda, Soria, etcétera.
Valle del Tajo: sin mucha aportación nueva de repobladores, se mantuvo gran parte de la población morisca de la Taifa de Toledo (una zona densamente poblada). Se inició desde la conquista de Toledo (1086) y de forma simultánea a la repoblación del espacio más al norte, con la que comparte formas jurídicas equivalentes: Talavera, Madrid, Guadalajara, Talamanca, Alcalá de Henares, etcétera. Cada comunidad definida por su origen étnico y religioso (judíos, musulmanes, mozárabes y castellanos) contó con un estatuto jurídico particular. Tras la invasión almorávide se expulsó a los musulmanes por razones de seguridad, castellanizándose el reino. La sede arzobispal toledana se enriqueció con las propiedades de las mezquitas y la adquisición de otras, particularmente de familias mozárabes.
Valle del Ebro: durante la primera mitad del siglo XII, los grandes núcleos urbanos como Tudela, Zaragoza y Tortosa mantienen la población musulmana, al tiempo que entran en el territorio oleadas de mozárabes, francos y catalanes que se establecen siguiendo el sistema del repartimiento, ocupando las casas abandonadas.
Cuencas medias del Guadiana, del Júcar y del Turia: entre los siglos XII y XIII, el rey concede a las órdenes militares españolas grandes señoríos (encomiendas), principalmente en Extremadura, La Mancha y El Maestrazgo. Alrededor de sus castillos se asientan poblaciones campesinas con libertades muy recortadas, no configurándose concejos de relevancia.
Valles del Guadalquivir y del Segura: llanura litoral valenciana e islas Baleares. Durante el siglo XIII se realiza mediante repartimientos de donadíos (grandes extensiones concedidas a los más altos nobles, funcionarios, órdenes militares e instituciones eclesiásticas) y heredamientos (medianas y pequeñas parcelas entregadas a nobles de linaje, caballeros y peones). La población musulmana permaneció en las zonas castellanas hasta la revuelta mudéjar de 1264 y su posterior expulsión, que posibilitó el aumento de los grandes señoríos. En el Reino de Valencia la población morisca se mantuvo en las zonas rurales hasta su expulsión en 1609.

Religión y cultura
En los territorios dominados por los musulmanes continuaban existiendo, separadas, pero pacíficamente coexistiendo, comunidades cristianas (con religión, idioma y leyes propias). Eran los llamados mozárabes. Estos eran respetados al principio, pero poseían menos derechos civiles que los musulmanes (no podían construir nuevas iglesias, pagaban impuestos especiales, etcétera.). La tolerancia se perdió a medida que avanzaba la conquista de la Península (de los territorios que antes pertenecían al dominio de los visigodos ocupados por los estados cristianos del Norte, en buena parte herederos de los visigodos) y con la llegada de los integristas almorávides y los islamistas almohades procedentes del norte de África. También en los territorios que habían vuelto a pasar a dominio de los reyes cristianos seguían viviendo musulmanes. Así se producía un intercambio cultural importante entre musulmanes y cristianos. Junto con estas dos culturas coexistía la judía. Sabían, además del hebreo, el árabe y el castellano romance, por lo que tenían un papel importante en la traducción de textos a diversos idiomas (junto con los traductores cristianos en la Escuela de Traductores de Toledo). La figura cultural judía más importante es el filósofo Maimónides. Gracias a su traducción al latín, los textos hispanoárabes tendrían difusión en otros países europeos, y no fue menos importante el hecho de que los moros españoles conservaran y tradujeran una inmensa cantidad de textos griegos y latinos, que por esta vía volvieron a formar parte del patrimonio cultural europeo.
Hay que aclarar que el término «moro» no tiene ningún carácter peyorativo según las acepciones de la Real Academia Española. Deriva del latín maurus, naturales de Mauritania, territorio que en la época romana abarcaba buena parte del África noroccidental. También se emplea como sinónimo de musulmán, y, especialmente referido, a los musulmanes que habitaron en España entre los siglos VIII y XV. Todavía hoy en día quedan en España influencias muy importantes de la época de la dominación musulmana: unas 4.000 palabras de origen árabe (muchos nombres y sustantivos aunque muy pocos verbos), empleadas lógicamente con mayor profusión cuanto más al Sur, monumentos de la época (fortalezas como La Alhambra, mezquitas como la de Córdoba), iglesias y palacios de estilo cristiano–musulmán (mudéjar), gastronomía (el empleo generalizado de especias y verduras en los distintos platos, infinidad de platos de nuestra comida actual, dulces de origen árabe, el empleo de vajilla de cristal, diversas costumbres, como el hecho de llevar ropas claras en verano, así como la gran influencia que tuvieron en la ciencia, la tecnología, la literatura y la filosofía no solo en España, sino en Europa.


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