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martes, 5 de enero de 2016

Las órdenes religiosas y militares españolas

Las Cruzadas ocasionaron la extensión a Europa occidental de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, Orden del Hospital (llamada también de Malta o de San Juan) y la del Temple, que con su violenta supresión como consecuencia del enfrentamiento con el rey de Francia provocó el nacimiento de nuevas órdenes militares: las de Santiago, Alcántara y Calatrava en la Corona de Castilla; y la Orden de Montesa en Aragón. Estas órdenes tendrían un papel decisivo en la reconquista y repoblación de la Meseta Sur (actuales Extremadura y Castilla–La Mancha), y el Maestrazgo aragonés y valenciano. Hubo una orden orientada a la defensa naval de Castilla, la Orden de Santa María de España u Orden de la Estrella, con base en Cartagena, pero tras varios fracasos militares fue disuelta e incorporada a la de Santiago. Órdenes redentoras de cautivos fueron los trinitarios y mercedarios, esta última nacida en Cataluña (San Pedro Nolasco, San Pedro Armengol y San Ramón Nonato).

Órdenes mendicantes
El desafío de las herejías urbanas, que denunciaban la riqueza de la Iglesia y su contradicción con la pobreza evangélica, supuso una convulsión en los siglos XI al XIII. Los albigenses fueron particularmente importantes en los territorios del Languedoc y Occitania, de interés para la Corona de Aragón (que los perdió intentando defenderlos en la batalla de Muret en 1213). En los territorios peninsulares no hubo una dimensión semejante del fenómeno. La vida monástica tradicional no se adecuaba a las exigencias de la respuesta a ese desafío, que llevó al éxito un nuevo tipo de orden religiosa: las órdenes mendicantes. Las dos principales fueron los dominicos y los franciscanos. Estas exigencias a las que respondían eran: la visualización de su presencia ejemplarizante, el combate dialéctico, con decisiva presencia en las nuevas universidades. Incluso hubo cambios en el uso de los espacios arquitectónicos: mientas que los edificios de las comunidades benedictinas estaban casi cerrados a los laicos, las órdenes mendicantes ofrecían una mayor apertura, lo que se traducía en el templo a restringirse a un espacio limitado, y un pequeño coro tras el altar para el rezo de las horas canónicas.

Los dominicos
Santo Domingo de Guzmán, castellano, fue el fundador de los dominicos, bajo el nombre de Orden de Predicadores. Preocupación personal suya fue también la extensión de la devoción mariana a través del rezo del rosario. Conventos importantes de esta orden fueron San Esteban de Salamanca, San Pablo de Valladolid o de Sevilla, y Santo Domingo de Madrid o de Valencia; también fuera de ciudades importantes, como Santa María la Real de Nieva (Segovia). En la Corona de Aragón destacó la actividad de San Raimundo de Peñafort, tercer maestro general de la Orden, que introdujo la Inquisición y apoyó a Pedro Nolasco en la fundación de los mercedarios.

Los franciscanos
La extensión de los franciscanos, cuya forma de entender la vida conventual estuvo muy presente en la sociedad y adaptada a la realidad urbana, les hizo alcanzar una gran popularidad, y una gran atracción de recursos y vocaciones, entre las que se incluyen personalidades destacadas como Raimundo Lulio, fray Antonio de Marchena (que acogió a Colón en el monasterio de La Rábida), y algunos reyes. Son importantes conventos como San Francisco de Teruel (uno de los primeros en fundarse), Santa Clara de Palencia, el de las clarisas de Pedralbes (Barcelona) y San Francisco de Palma. El propio san Francisco de Asís estuvo en España en 1217, fundando el convento de Rocaforte (Sangüesa, Navarra) en su peregrinación a Santiago. La división original entre terciarios, clarisas y frailes menores, fue aumentada con la confusión de diversos enfrentamientos, que terminaron dibujando una agrupación en capuchinos, conventuales y observantes.

Otras órdenes religiosas
Los premostratenses (mostenses o norbertinos) tuvieron su principal establecimiento en el monasterio de Santa María la Real (Aguilar de Campoo), desde 1169. Las primeras fundaciones habían sido Santa María de Retuerta (1146) y Santa María de La Vid; y posteriormente Bujedo, San Pelayo de Cerrato o Santa Cruz de Ribas, todos ellos en Castilla. Desde el siglo XIV mantuvieron una red de hospitales en el Camino de Santiago. En la Corona de Aragón hubo fundaciones en Nuestra Señora de la Alegría (Benabarre, Aragón), Bellpuig de las Avellanas (Cataluña) y Bellpuig de Artá (Mallorca).
Los cartujos se instalan desde 1163 en Scala Dei, cerca de Poblet, y algo más tarde en el Reino de Valencia (Porta Coeli y Vall de Crist), donde Bernardo Fontova elaboró un tratado espiritual de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva, de gran influencia en la ascética y mística española. Otras fundaciones en la Corona de Aragón fueron Benifasar y Vallparadís. La de Aula Dei (Zaragoza) es ya del siglo XVI. También se extendieron por Castilla: Cartuja de El Paular (Sierra de Madrid, 1390), Cartuja de Miraflores (Burgos, 1441), Sevilla, Jerez, Granada (proyectada desde 1506), etcétera.
La Orden de San Jerónimo aparece en el siglo XIV a partir del retiro como ermitaños de Fernando Sánchez de Figueroa, canónigo de Toledo, y el caballero Pedro Fernández Pecha, y reúnen grupos de ermitaños del centro de Castilla promovidos por el franciscano terciario italiano Tomás Succio. Las más importantes fundaciones fueron los monasterios de Lupiana (Guadalajara), El Parral (Segovia), Guadalupe y Yuste (ambos en Cáceres). También se implantaron en Cataluña: Murtra y Valle de Hebrón (Barcelona). Guadalupe (1389), Santa Catalina de Talavera (1397) y ya en el siglo XVI, en tiempos de Felipe II, San Lorenzo de El Escorial, fueron los tres monasterios más ricos de esta elitista orden.

Seglares de vida ascética
Hubo en Valencia desde el siglo XIV una comunidad de beguinas. Esto es beaterios de seglares que hacen vida ascética en común aunque no entran propiamente en religión, es decir, en el clero regular, y pueden salir libremente de su comunidad para casarse, y a las que no afectó la supresión de Juan XXIII (antipapa), por la bula Cum inter nonnulos, centrada en las comunidades de beguinos y franciscanos espirituales de Europa septentrional. En el habla popular, el nombre de beguina pasó a ser sinónimo de beata, y aplicado a cualquier persona con inclinaciones ascéticas. Arnau de Vilanova realizó una encendida defensa de beguinos y beguinas ante los reyes Jaime II de Aragón y Federico III de Sicilia, escribiendo el tratado Raonament d'Avinyó en defensa de las prácticas de penitencia entre seglares.

El diezmo
El clero secular añadió a su base de propiedades territoriales e inmuebles un recurso económico que representaba un porcentaje altísimo del excedente productivo: el diezmo, que pasa de ser de cobro esporádico y voluntario a hacerse general en el siglo XII y formalmente obligatorio desde el IV Concilio Lateranense, aunque solo con la colaboración del rey —Alfonso X el Sabio (†1284) en Castilla y León— pudo hacerse efectivo. Se distribuía en un principio en tres Tercios: el pontifical (al obispo), el parroquial (al sacerdote), y el de fábrica (a la construcción y mantenimiento del edificio de la Iglesia). La hacienda real consiguió detraer para sí las dos terceras partes del tercio de fábrica (Tercias Reales).
Las capillas de uso funerario y piadoso por parte de familias nobles, clérigos y corporaciones se multiplicaron en las iglesias, a medida que la demanda social cubría con creces las posibilidades técnicas que ofrecía la arquitectura gótica. Los templos pasaron de tenerlas solo en la cabecera a cubrir toda la extensión de sus muros articulados con capillas perimetrales. Su elevado precio aseguraba recursos que mantenían la fiebre constructiva. Si bien en un principio las capillas regularizadas se mantuvieron, la presión de clérigos y nobles poderosos consiguió desalojar las capillas ya existentes a su conveniencia (por ejemplo, primero el cardenal Gil de Albornoz y luego el valido Álvaro de Luna se apropiaron de las capillas de la girola de la catedral de Toledo). Algunas alcanzaron dimensiones verdaderamente extraordinarias (como las citadas, o la Capilla del Condestable de la Catedral de Burgos). La finalidad de esta apropiación de espacios dentro de los templos era claramente obtener prestigio social, y se intentó frenar con multitud de normas, sistemáticamente incumplidas.

Los cristianos nuevos
La existencia de una población judía se conocía desde la época romana, pero aumentó notablemente hasta constituir una comunidad de cientos de miles de individuos a mediados del siglo XIV. El antisemitismo funcionó eficazmente al aportar un chivo expiatorio de las tensiones sociales producidas por la crisis del siglo XIV. Las predicaciones antisemitas del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, actuaron como catalizador de una energía social contenida que estalló en 1391 con los asaltos a las juderías con la matanza indiscriminada de sus habitantes. Lo mismo puede decirse de las de san Vicente Ferrer, que también ejerció un papel político fundamental en el Compromiso de Caspe. Las conversiones masivas de judíos que se habían producido a finales del siglo XIV llevaron a la presencia de un numeroso colectivo de conversos o cristianos nuevos, cuya prosperidad económica y social —ya no obstaculizada por la diferencia religiosa— no dejó de observarse y plantear un hondo resentimiento en los que se sentían superiores por su condición de cristiano viejo.
Estos sentimientos, muy extendidos y convenientemente manipulados por Pedro Sarmiento en Toledo en 1442, condujeron a una revuelta en la que se implicaron de forma decisiva los canónigos cristianos viejos de la Catedral, en contra de los canónigos cristianos nuevos. La redacción por parte de los ideólogos de la revuelta de un documento (el primer estatuto de limpieza de sangre), que impedía a los cristianos nuevos la entrada en el regimiento de la ciudad, el cabildo catedralicio o cualquier otro cargo público, fue imitada con entusiasmo por toda Castilla. Sus opositores llegaron hasta el papa, que les dio la razón, pero el movimiento social era imparable. La sospecha de judaísmo emboscado e incluso la imaginación de prácticas sacrílegas y aberrantes (presunto crimen del Santo Niño de la Guardia) excitaba la imaginación popular y alimentaba el denominado «problema de los conversos», que no acabó ni con la institución de la moderna Inquisición en 1478 ni con la expulsión de los judíos de España en 1492. Un caso particular fueron los judíos mallorquines, forzados a convertirse en 1435, y sometidos al control de la Inquisición en1478, que mantuvieron una religiosidad problemática incluso después de intensificarse la represión en el siglo XVII, cuando se originó una fortísima estigmatización y segregación de su comunidad, que se sigue conociendo con el nombre de chuetas, descendientes de judíos conversos.
La Crisis del siglo XIV produjo una notable presión sobre los recursos económicos del clero, dejando en evidencia la subordinación de su justificación espiritual a su función estamental de defensa de los privilegiados y su dominio social. El Cisma de Occidente —que trasladó la sede pontificia a Peñíscola, entre excomuniones cruzadas que devaluaron la eficacia de tan terrible castigo y el prestigio papal—, evidenció más aún la necesidad de lo que se demostró inevitable en el siglo siguiente: una Reforma que adaptara las instituciones eclesiásticas a la nueva realidad urbana, en la que la presencia de una minoría culta, formada en las universidades, ya no era escasa, y las monarquías absolutistas estaban en proceso de construcción.

Fue a partir de entonces cuando la presencia de clérigos de origen español en la curia romana empezó a ser significativa, y en algunos casos trascendental, como los cardenales castellanos Juan de Cervantes, Juan de Torquemada y Gil de Albornoz, o el aragonés Pedro Martínez de Luna —que llegó a ser papa con el nombre de Benedicto XIII (antipapa para sus adversarios) durante el cisma de 1394–1423—, los dos últimos de la familia aragonesa Luna (durante el cuestionado pontificado de este último papa de Aviñón, el papel de los clérigos españoles —como Francisco Eiximenis— se vio lógicamente impulsado); y la poderosísima familia Borja (valenciano–aragonesa, italianizada como Borgia), que llegó en dos ocasiones al papado (Calixto III, 1455–1458, y Alejandro VI, 1492–1503). Previamente (1276–1277), el portugués Pedro Julião había sido elegido papa con el nombre de Juan XXI (y a veces se le identifica con el enigmático Petrus Hispanus). En el concilio de Basilea tuvo una destacada actividad Juan de Segovia. El papel de la Iglesia en la crisis bajomedieval, y su relación con la monarquía, la nobleza y las ciudades, convirtió al clero en unas de las más importantes instituciones españolas del Antiguo Régimen, fijando su función económica, social y política para los siglos siguientes.


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