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martes, 30 de mayo de 2017

Clemente Máximo pudo ser el rey Arturo de Britania

Este mítico monarca forma parte de los personajes de la leyenda griálica y aunque tradicionalmente se le ha situado en la Edad Media, pudo tratarse del gobernador romano de Britania, Magno Clemente Máximo, de origen español. En la primavera del año 383, tras una aplastante victoria contra los pictos del norte, sus soldados lo nombraron emperador y Máximo y sus tropas desembarcaron poco después en la Galia para atacar a Graciano, emperador de Occidente. Tras derrotarle, Máximo y Teodosio, emperador de Oriente pactaron en Verona un reparto del Imperio; Máximo se quedó con Britania, la Galia e Hispania, estableciendo su capital en Tréveris; Teodosio con Oriente y Valentiniano II con Italia, Iliria y África. La política religiosa de Máximo se vio empañada por el proceso contra los priscilianistas, que acabó con la ejecución del obispo Prisciliano de Ávila en Tréveris. Luego sus discípulos trasladaron su cadáver decapitado a Compostela, por lo que muchos opinan que son sus restos los que se veneran en la tumba del Apóstol Santiago. A pesar de estar ya en guerra con Teodosio, el emperador de Oriente, Máximo, reunió a su ejército en Colonia, cruzó el Rin y derrotó a los francos. A Máximo se le atribuye también la iniciativa de colonizar la Armórica (Bretaña) y Galicia (Bretoña) con los soldados que le acompañaron desde Britania. En 387, aprovechando una invasión de los alamanes en Retia, y respondiendo a una petición de ayuda por parte de la corte imperial y del obispo Ambrosio de Milán, Máximo ocupó lo territorios pertenecientes a Valentiniano II apropiándose así de toda la parte occidental del Imperio Romano, tras lo cual nombró césar a su joven hijo Flavio Víctor e intentó obtener el pleno reconocimiento de Teodosio como único emperador de Occidente, pero éste le declaró usurpador y atacó por sorpresa a sus tropas en Iliria. Máximo fue derrotado y tuvo que refugiarse en Aquilea, donde fue traicionado y muerto por sus soldados en el 388. Su cabeza fue entregada a Teodosio y paseada por todas las provincias del Imperio. Su hijo Flavio Víctor también fue asesinado por orden del emperador. En 391 un decreto de Teodosio acabó con los últimos restos del paganismo grecorromano. El fuego eterno, que ardía desde tiempo inmemorial en el templo de Vesta, fue extinguido, las vírgenes vestales fueron disueltas y se prohibió celebrar los auspicios bajo pena de muerte. Varios senadores paganos apelaron a Teodosio para restaurar el Altar de la Victoria en la sede del Senado; pero el emperador se negó. Después de los últimos juegos olímpicos celebrados en 393, Teodosio los canceló definitivamente tildándolos de paganos. No obstante, y a pesar de su cristianísimo fervor, Ambrosio, obispo de Milán, excomulgó a Teodosio temporalmente en 390 y el emperador tuvo que observar varios meses de una vergonzosa penitencia pública. Ambrosio demostró así la autoridad de la Iglesia sobre el emperador. El mundo antiguo había muerto y empezaba un períod de obscurantismo conocido como Edad Media.
Magno Clemente Máximo, emperador romano de Occidente de origen español, pudo haber sido el «Arturo» histórico, o al menos, uno de los personajes que inspiraron la leyenda que constituye el núcleo del ideal griálico: un tipo de realeza sagrada y universal. Esta idea fue compartida por muchos pueblos en la Antigüedad, incluidos los celtas, que consideraban dioses a sus reyes porque en sus manos ponían sus vidas y las de sus familias, sus haciendas y su lealtad. Les obedecían ciegamente, siempre que esta sumisión les proporcionase prosperidad y un buen gobierno. Sin embargo, ante una derrota militar, o un desastre natural, o una serie de años de malas cosechas o terribles plagas, se esperaba de estos reyes sagrados que se inmolaran o, al menos, se entregaran al enemigo para salvar a los supervivientes, en especial a los ancianos, mujeres y niños. Desde el momento en que el rey Arturo se convirtió en el eje central de las novelas y poemas del Grial, dejó de pertenecer a Bretaña, para convertirse durante la Edad Media en un mito supranacional: representaba al monarca universal y encarnaba el ideal de la caballería cristiana, por lo tanto a toda la Europa occidental durante el Medievo. Por otra parte, el nombre de Arturo ofrece diferentes interpretaciones, la más autorizada de las cuales es la que se fija en los términos celtas arthos: «oso». Este significado nos presenta a un ser humano excepcional, dotado de una virilidad y una fuerza física que infunde temor a sus adversarios, sin dejar de reunir una condición casi sagrada. Como el Sansón bíblico, o el Heracles griego, por citar un par de conocidos ejemplos. Dentro del antiguo culto solar céltico, lo mismo que en la astronomía caldea y sumeria más primitiva, se mencionaba la «Osa Mayor» o la constelación polar. Símbolos celestes muy relacionados con las mitologías precristianas de Europa y Oriente Próximo desde tiempo inmemorial.
La espada clavada en la piedra
De acuerdo con la tradición, Arturo es reconocido como rey de Britania porque consigue extraer una espada que ha sido clavada en una gran piedra cuadrangular, una especie de losa sepulcral, que sirve de altar en un templo cristiano. Para muchos especialistas este episodio supone una variante de la «Piedra de los Reyes», presente en las sagas germánicas: Sigfrido supera una prueba parecida al sacar de un «árbol mágico» una espada incrustada en él que nadie había logrado arrancar. Los eruditos han querido ver en este episodio dos símbolos muy característicos: primero, la piedra del fundamento que concede el título de grandeza a quien la vence; y segundo, la espada que es sacada de lo material para convertirse en algo espiritual. Pero existen otras explicaciones: la espada simboliza la cruz del cristianismo incrustada por la fuerza en la tierra celta de Bretaña. Hacia el año 400, época en la que situamos a Arturo, el dominio romano toca su fin y los britanos son conscientes de la necesidad de elegir a un rey que reunifique el país para hacer frente a los sajones y otros pueblos que se disponen a invadirles. Merlín ya había anunciado a Arturo que conseguiría la corona de Britania en el momento que hiciera suya la espada Excalibur. Por este motivo Merlín aconsejó además al rey Arturo que diese forma a la Tabla Redonda, que a la larga se convertiría en uno de los máximos símbolos de Camelot. Un castillo que se hallaba separado del mundo exterior por un río de ancho cauce y para cruzarlo se necesitaba atravesar un puente, por el que sólo podían pasar aquellos que llevasen el honor por enseña. Todos los considerados indignos eran arrojados a las negras aguas de foso por los celosos caballeros vigilantes de brillante armadura.
La traición de Mordred
El rey Arturo había abandonado Britania dispuesto a ampliar sus dominios hasta la misma Roma, cuando fue informado de la traición de su sobrino-hijo Mordred, fruto de una relación incestuosa con su hermanastra Morgana, la famosa hechicera. Como Mordred se había atrevido a secuestrar a la reina Ginebra, el rey Arturo tuvo que regresar apresuradamente. Así se desencadenó una cruenta guerra civil en la que perecieron el traidor y, al mismo tiempo, varios de los mejores caballeros de la Tabla Redonda. También Arturo fue herido de gravedad por una lanza envenenada con un conjuro indestructible. La muerte de Arturo recuerda mucho a la del emperador pagano Juliano, y a la del rey merovingio de los francos, Dagoberto II.
Cuando el rey Arturo murió, a consecuencia de sus terribles heridas, fue llevado por su hermana Morgana a la isla de Ávalon. Durante mucho tiempo el trono permaneció vacío, pues sus fieles partidarios esperaban que el rey regresase del Más Allá para volver a gobernarles. En una de las más hermosas leyendas, se muestra el cadáver incorrupto de Arturo, igual que si durmiera plácidamente en un castillo de cristal, que se alza sobre la cima de una montaña siempre cubierta de nieve. Según la tradición, muy alterada con el correr de los siglos, Arturo fue enterrado en la abadía de Glastonbury, donde presuntamente se encontraron sus restos y los de la reina Ginebra allá por el siglo XII, coincidiendo, precisamente, con el auge de los cuentos y romances del Grial. En cualquier caso, el mito que inmortalizó a un rey que tal vez nunca existió, ya estaba en marcha. Y a medida que crecía el mito, el leve rastro del Arturo histórico se fue difuminando.

Guerreros anglosajones del siglo VI

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