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sábado, 6 de mayo de 2017

Carlos de Habsburgo: rey de España y césar del Sacro Imperio

Carlos V de Alemania y I de España era hijo de Juana de Trastámara, reina de Castilla y de Felipe de Habsburgo, duque de Borgoña, llamado El Hermoso, y nieto por vía paterna del emperador Maximiliano y María de Borgoña —de quienes heredó el Ducado borgoñón, los territorios germánicos y el derecho al trono del Sacro Imperio Romano— y por vía materna de los Reyes Católicos, de quienes heredó Castilla, Navarra, las Indias Occidentales, Nápoles, Sicilia y Aragón, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, llamado César, reinó en todos los territorios de España con el nombre de Carlos I desde 1516 hasta 1556, uniendo así por primera vez en un mismo monarca las Coronas de Castilla —el reino de Navarra inclusive— y de Aragón. Asimismo fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V de 1520 a 1558. El nacimiento de Carlos de Habsburgo se produjo durante la celebración de un baile en el palacio Prinsenhof [Casa del Príncipe] de Gante, Flandes, cuando la embarazada archiduquesa doña Juana comenzó a sentir fuertes dolores en el vientre. Creyendo que se debían a una mala digestión, acudió al baño y allí, sin ayuda de nadie, dio a luz a su primer hijo varón a las 3:30 de la madrugada del martes 24 de febrero de 1500. Ella quería ponerle el nombre de Juan en recuerdo de su fallecido hermano, pero finalmente fue bautizado como Carlos por deseo de su padre y en recuerdo de su bisabuelo, Carlos el Temerario, que murió en la batalla de Nancy en 1477. El bautizo, celebrado el 7 de marzo, fue oficiado por el obispo de Tournai, Pierre Quick, en la Catedral de San Babón. A él acudieron como madrinas Margarita de Austria, esposa del fallecido príncipe Juan, y Margarita de York, esposa de Carlos el Temerario, y como padrinos Carlos de Croy, príncipe de Chimay, y el señor de Vergás. Antes de que cumpliera un año, Felipe nombró a Carlos duque de Luxemburgo y Caballero de la Orden borgoñona del Toisón de Oro. El 16 de noviembre de 1501, Felipe y Juana partieron a España para ser jurados en las Cortes como sucesores de los Reyes Católicos y dejaron a Carlos al cuidado de Margarita de York. Durante su paso por Francia, Felipe se reunió con el rey Luis XII y acordó el matrimonio entre la hija de éste, Claudia, y Carlos, trato que se renovó con la firma del Tratado de Blois años después. Tras el regreso de Felipe a Flandes y debido a la avanzada edad de Margarita de York, dejó a Carlos al cuidado de la señora de Ravenstein, Ana de Borgoña; además nombró gentilhombre de la cámara de Carlos a su padrino, Carlos de Croy, y encomendó su educación a maestros borgoñones que le enseñarían la historia del Ducado. Entre tanto, en Castilla, don Fernando el Católico, consciente de que Carlos podría ocupar algún día su trono, envió al humanista don Luis Cabeza de Vaca a Flandes para que le enseñara castellano y las costumbres españolas, aunque cuando el príncipe llegó a España años después aún no dominaba el idioma.

A principios de 1506 Felipe y Juana partieron de nuevo hacia España para reclamar la Corona de Castilla tras la muerte de Isabel la Católica, pero el reinado conjunto duró poco, ya que Felipe murió de forma prematura en septiembre. El rey don Fernando, habiendo considerado que su hija era presa de la locura, mandó que la encerraran en un convento de Tordesillas y se constituyó en regente. Debido a la minoría de edad de Carlos, su abuelo Maximiliano I de Habsburgo asumió la regencia de los Países Bajos, aunque poco después le cedió el puesto a su hija Margarita de Austria, junto con la tutela de Carlos y sus hermanos. Toda la educación del joven príncipe se desarrolló en Flandes y fue colmada de cultura flamenca. En 1509 el emperador dispuso que Guillermo de Croy, señor de Chiévres, sustituyese a su primo Carlos de Croy como gentilhombre de cámara del príncipe y Adriano de Utrecht, deán de la Universidad de Lovaina y futuro papa Adriano VI, fue nombrado su maestro. El 5 de enero de 1515 Guillermo de Croy consigue que el emperador declare la mayoría de edad de Carlos; acto seguido, los Estados Generales nombran Señor de los Países Bajos al joven príncipe, terminando aquí la regencia de su tía Margarita. Con todo, sin voluntad propia para gobernar, el joven soberano delegaría entonces el poder en el señor de Chiévres. Ese mismo año, el cardenal Adriano de Utrecht viajó a España para asegurar que Fernando el Católico no arrebataría a Carlos la herencia de Castilla y Aragón en favor de su hermano Fernando I de Habsburgo, quien se había criado junto a él y era su nieto favorito. Si bien se comprometió a nombrar a Carlos como sucesor, los consejeros del rey tuvieron que convencerle poco antes de su muerte para que no designara a Fernando.
Carlos I rey de España: sucesión de Fernando el Católico
El 22 de enero de 1516, el abuelo del príncipe Carlos, Fernando II de Aragón redactaba su último testamento. En él, lo nombraba Gobernador y Administrador de los Reinos de Castilla y de León, en nombre de la reina doña Juana I, incapacitada por su enfermedad. En lo concerniente a la Corona de Aragón, el rey don Fernando dejaba todos sus estados a su hija Juana, nombrando, también en este caso, Gobernador General a Carlos en nombre de su madre. Hasta que Carlos llegara, en Castilla gobernaría el cardenal Cisneros y en Aragón el arzobispo don Alonso de Aragón. El 23 de enero moría el rey don Fernando en Madrigalejo (provincia de Cáceres). A partir de entonces, Carlos comenzó a pensar en tomar el título de «Rey», inspirado por sus consejeros flamencos. Esta decisión no era bien vista en España. El Consejo de Castilla le envió una carta el 4 de marzo en la que le pedía que respetase los títulos de su madre, ya que «aquello sería quitar el hijo al padre en vida el honor». Pero, diez días después de haberse celebrado los funerales por el rey Fernando, Carlos envió una carta a Castilla en la que informaba de su decisión de intitularse Rey. Tras largas deliberaciones del Consejo, el 3 de abril el cardenal Cisneros comunicó al Reino la decisión de Carlos. El 13 del mismo mes se informó de la nueva intitulación real: «Doña Juana y don Carlos, su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canarias, de las Islas, Indias y Tierra Firme del mar Océano, condes de Barcelona, señores de Vizcaya y de Molina, duques de Atenas y Neopatria, condes de Rosellón y de Cerdaña, marqueses de Oristán y de Gociano, archiduques de Austria, duques de Borgoña y de Brabante, condes de Flandes, de Tirol, etcétera». En mayo, los tres estamentos del Reino de Navarra, reunidos a petición del virrey don Antonio Manrique de Lara, juraron fidelidad a Carlos como su rey y señor natural.
Mientras tanto, en la Corona de Aragón la situación era caótica. El Justicia de Aragón impedía gobernar al arzobispo don Alonso de Aragón, alegando que, según las leyes aragonesas, el cargo de gobernador solo podía ser ejercido por el heredero al trono. La Audiencia Real de Aragón dio la razón al Justicia, pero sentenció que el arzobispo podía gobernar en calidad de curador de la reina Juana. Pero el Justicia tampoco lo permitió entonces, alegando que Juana ya no era la heredera, ya que cuando se la juró como tal, se incluyó que si el rey tenía un hijo varón, éste pasaría a convertirse en el heredero. Y, por tanto, como en 1509 don Fernando había tenido un hijo con Germana de Foix, el juramento de Juana quedaba anulado, a pesar de que el niño había muerto a las pocas horas. El 13 de mayo, Carlos reconoció los poderes del arzobispo como curador de la reina Juana, pero, aun así, se rechazó prestarle juramento. Por otro lado, la Diputación del Reino de Aragón reconoció a Juana como heredera de la Corona, pero como por su enfermedad no podía reinar, debía ser apartada del gobierno para que reinara su hijo. A todo ello se añadía el que ninguna institución de la Corona de Aragón le reconocía a Carlos el título de Rey hasta que no jurara los fueros y libertades de los Reinos. Debido a la concentración de títulos en manos de Carlos I, Francia pasa a estar en una posición geopolítica complicada. En el reino de Nápoles, el virrey don Ramón de Cardona recibió la noticia del fallecimiento del rey don Fernando a través del arzobispo de Zaragoza, fue confirmado como virrey por el príncipe Carlos desde Bruselas, el 11 de febrero, e hizo proclamar a doña Juana y al príncipe Carlos como reyes el 20 de febrero. En cuanto al reino de Sicilia, ante la muerte de don Fernando el Católico, el virrey de Sicilia, Hugo de Moncada, disolvió un Parlamento hostil a un nuevo donativo para mantenerse en el puesto hasta la confirmación del nuevo rey Carlos, pero una parte importante se negó a disolverse, no reconociendo a Carlos como el sucesor de don Fernando, sino a su madre doña Juana. El 5 de marzo, tras celebrarse las exequias del monarca difunto, se produjo la sublevación. Consideraron que una vez muerto el rey, el virrey cesaba automáticamente, alzaron pendones por la reina doña Juana y constituyeron una regencia. Un nuevo Parlamento encargó la regencia del Reino al marqués de Geraci, Simone Ventimiglia, y al marqués de Licodia, Matteo Santapau, y solo la ciudad de Mesina se mantuvo fiel al virrey y al joven rey don Carlos.
Ante esta situación, el virrey de Nápoles, don Ramón de Cardona, intervino obteniendo un acuerdo entre las partes para que fueran a viajar a la corte de Carlos, mientras el gobierno de Sicilia quedaba a cargo de don Diego del Águila. Finalmente, el nuevo virrey designado fue Ettore Pignatelli, conde de Monteleone. Sin embargo, la posición de la Corona estaba debilitada, y en julio de 1517, una conjura que pretendía cambiar la situación política del Reino fracasó al no llevarse a cabo el asesinato del virrey, lo cual produjo una revuelta más amplia conocida como la Rebelión de Squarcialuppo para reclamar orden y justicia. Por último, la situación fue encauzada, y en el Parlamento de 1518, Carlos fue reconocido como rey de Sicilia. Respecto al reino de Cerdeña, una reunión extraordinaria de los estamentos reconoció a los nuevos soberanos Carlos y Juana, y en junio de 1518 una delegación del estamento real en las Cortes de Zaragoza juró fidelidad al nuevo monarca, aunque no se puede constatar si junto a ellos estuvieron representantes de los otros dos estamentos. En octubre el rey concedió poderes a su virrey en Cerdeña, Ángel de Vilanova, para convocar el Parlamento y recoger el juramento de fidelidad y formalizar así el acto parcialmente formulado en Zaragoza. En los Países Bajos, el 19 de febrero de 1516, antes de la muerte de don Fernando el Católico, Guillermo de Croy, señor de Chiévres, solicitó 400.000 florines de oro para el futuro viaje a España, lo que fue aprobado por los Estados Generales de los Países Bajos, pero a cambio Carlos debía dejar el territorio pacificado. De este modo acordó el Tratado de Noyó con Francisco I de Francia, y dado que la adquisición de los derechos sobre Frisia dejó un frente abierto con Carlos de Egmont, duque de Güeldres, fue acordado un tratado de paz el 17 de septiembre de 1517. En junio de 1517, Carlos informó a los Estados Generales reunidos en Gante, que el gobierno en su ausencia estaría a cargo de un Consejo Privado presidido por su tía la archiduquesa Margarita de Austria y su abuelo el emperador Maximiliano como supervisor del mismo en caso de que la comunicación con España no pudiera llevarse a cabo. Y en julio nombró a Filiberto de Châlons como gobernador y lugarteniente general en los condados de Borgoña y de Charoláis.
Carlos aseguró su posición como rey gracias al reconocimiento por parte del papa León X en la bula Pacificus et aeternum de 1 de abril de 1517. Y el 8 de septiembre de 1517, Carlos embarcó hacia España. Aunque estaba previsto que desembarcara en Santander, la flotilla llegó a Tazones, en Asturias, por el mal tiempo, lo que retrasó aún más el viaje. La siguiente etapa del viaje fue en Tordesillas, donde visitó el 4 de noviembre de 1517 y muy brevemente a su madre, la reina doña Juana la Loca, allí recluida, en donde Chiévres obtuvo de la reina Juana el acta por el que reconocía a su hijo Carlos que gobernara en su nombre, por lo que de este modo se daba la apariencia de legitimidad a la toma del poder por Carlos. Ya en Valladolid, recibió la noticia del fallecimiento del cardenal Cisneros, lo que le dejaba completamente allanado el gobierno de Castilla. El 9 de febrero de 1518, las Cortes de Castilla, reunidas en Valladolid, juraron como rey a Carlos junto con su madre, doña Juana, y le concedieron 600.000 ducados. Además, las Cortes hicieron una serie de peticiones al rey. Entre éstas destacan las siguientes: aprender a hablar castellano, el cese de nombramientos a extranjeros, la prohibición de la salida de metales preciosos y caballos de Castilla, y un trato más respetuoso a su madre, doña Juana, recluida en Tordesillas. En Aragón la situación seguía siendo complicada. Carlos llegó a Zaragoza el 9 de mayo. Las sesiones de las Cortes de Aragón comenzaron el 20 de mayo y tras largas discusiones, el 29 de julio, Carlos era jurado como Rey de Aragón. Su madre, doña Juana, era reconocida como Reina, pero por su incapacidad para gobernar, sus títulos quedaban reducidos a «nominales». Además le fueron entregadas 200.000 libras para su manutención.
El 15 de febrero de 1519, Carlos entraba en Barcelona, convocando a las Cortes catalanas el día siguiente. Tras un discurso muy parecido al que dio en Aragón, y las correspondientes deliberaciones, Carlos fue jurado junto a doña Juana el 16 de abril. La cuestión del dinero que debían aportar las Cortes se alargó hasta principios de enero de 1520, cuando finalmente se le otorgaron 300.000 libras. Entretanto, el emperador Maximiliano I moría el 12 de enero de 1519. El 28 de junio, Carlos era elegido en Fráncfort del Meno [Frankfurt am Main, en alemán] como Rey de Romanos, lo que le convertía en el nuevo soberano del Sacro Imperio Romano Germánico, y por ello decidió suspender el viaje a Valencia para ir a Alemania, convocando previamente a las Cortes de Castilla en Santiago de Compostela para el 20 de marzo de 1520. De esta manera, Carlos envió a Adriano de Utrecht para que a través de él le juraran como Rey y pudiera convocar Cortes en Valencia, pese a la ilegalidad, lo que provocó malestar entre los estamentos privilegiados; sin embargo, debido a la querellas entre el brazo nobiliario (militar) y eclesiástico contra las Germanías, las Cortes no llegaron a celebrarse, y ante los disturbios, el rey envió un documento el 30 de abril de 1520 ofreciéndose a guardar sus fueros y privilegios. Finalmente, el rey cumplió con la legalidad foral y antes de ir a las Cortes Generales de Monzón, convocadas el 1 de junio de 1528, pasó por Valencia y juró sus fueros el 16 de mayo de dicho año. Tras este largo proceso que duró cuatro años —sin contar la jura en Valencia—, Carlos se convertía en el primer monarca en ostentar las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra.
Conflictos en Castilla: las Comunidades (1520–1522)
La llegada de Carlos de Habsburgo a Castilla supuso la llegada de un joven e inexperto monarca extranjero que desconocía las costumbres y el idioma de su Reino, dado lo cual depositó su confianza en sus colaboradores borgoñones que le habían acompañado desde los Países Bajos, a los que les procuró altas dignidades y acceso a generosas rentas que les enriquecieron en poco tiempo. Esto molestó a los castellanos y así se lo hicieron saber en las Cortes de Valladolid de 1518, lo cual fue ignorado por el rey. Inmediatamente pasó el rey a Aragón. A la larga, esto ofendió también a los castellanos, ya que en Castilla había permanecido bastante menos tiempo, así que cuando conoció en Barcelona que había sido proclamado Rey de Romanos, convocó Cortes en Santiago de Compostela para conseguir subsidios para sufragar sus gastos en el extranjero. Las ciudades se opusieron, pues no entendían la preferencia de los intereses del nuevo rey en Alemania, frente a los castellanos y requerían su presencia en el Reino. Finalmente el servicio se aceptó y Carlos embarcó para Alemania, nombrando regente al cardenal Adriano de Utrecht. El malestar se fue extendiendo por Castilla, y el incendio de Medina del Campo extendió el foco de la rebelión comunera. Las revueltas contra los señores provocaron que la nobleza apoyara al emperador, y el movimiento fue perdiendo aceptación en las ciudades. Finalmente los comuneros, al mando de Padilla, Bravo y Maldonado, fueron vencidos en la batalla de Villalar (Valladolid), y el rey a su vuelta realizó cambios organizativos en el reino que se manifestaron sobre todo tras las Cortes de Valladolid de 1523.
Conflictos en Aragón: las Germanías (1519–23)
En los territorios de Levante se produjo el movimiento de las Germanías. Los artesanos de Valencia poseían el privilegio del reinado de Fernando el Católico para formar unas milicias en caso de necesidad de luchar contra los desembarcos de las flotas berberiscas. En 1519 Carlos V permitió la formación de esas milicias y se pusieron al mando de Joan Llorenç. En 1520, cuando se produjo una epidemia de peste en Valencia y los nobles abandonaron la zona, las milicias se hicieron con el poder y desobedecieron la orden de Adriano de Utrecht de su inmediata disolución. En pocos días el movimiento llegó a las islas Baleares, donde duró hasta 1523. Después de la derrota de los comuneros, el ejército real acabó con el conflicto de las germanías. El rey Habsburgo iniciaba con mal pie su reinado en España: despreciando a sus súbditos e imponiéndose por la fuerza sin atender a sus demandas.
La guerra de Navarra
Aprovechando la Guerra de las Comunidades de Castilla con una parcial desmilitarización del reino de Navarra se produjo la tercera contraofensiva de los navarros para recuperar el Reino en 1521. En esta ocasión, Enrique II de Navarra, con apoyo del rey francés Francisco I, y con una sublevación casi unánime de los habitantes de Navarra, consiguió la recuperación en poco tiempo. Posteriormente los errores estratégicos del general francés André de Foix y la recomposición rápida del ejército español llevó a que tras la cruenta batalla de Noáin fuera controlado de nuevo por parte de las tropas de Carlos I. Aun así, se mantuvieron focos de resistencia en la zona de Baztán y el Bidasoa produciéndose históricos enfrentamientos y asedios como el del castillo de Maya, en la batalla del monte Aldabe, o en el asedio de la fortaleza de Fuenterrabía. Finalmente la vía diplomática, concediendo una amplia amnistía, y la renuncia de la Baja Navarra, que no llegó a controlar militarmente, llevó a conseguir el control de la Alta Navarra por el emperador.
La organización de la Monarquía Hispánica
Con el regreso del rey Carlos I a Castilla en septiembre de 1522, se emprendieron una serie de reformas para integrar a las élites sociales en el gobierno y administración de la Monarquía, que serían completadas por su hijo el rey Felipe II constituyendo el sistema de Consejos. La estructura del régimen de los Consejos puede hallarse en el Curia Regis que en 1385 se constituyó en el Consejo Real, o Consejo de Castilla, con los cometidos de asesoramiento al rey, tramitación de asuntos ordinarios de gobierno y administración de justicia. Debido al incremento y diversidad de asuntos a tratar, en tiempos de los Reyes Católicos se había dividido el Consejo en secciones que se convertirían en Consejos independientes, en 1494 se instituyó el Consejo de Aragón, en 1483 el Consejo de la Inquisición, en 1498 el Consejo de Órdenes, y en 1509 el Consejo de Cruzada, pero sería Carlos I quien dio el impulso definitivo al sistema de Consejos.
Una vez sometido el levantamiento armado de los comuneros y asegurada la supremacía del poder real, el Gran Canciller Gattinara propuso a Carlos I un Consejo Secreto de Estado que tendría la supremacía sobre los demás Consejos y sería el eje regulador y supervisor de la política real, en el que él mismo sería el presidente; para tal propósito emprendió en 1522 la racionalización de la Administración española con la reforma de los Consejos existentes y la creación del Consejo de Hacienda en 1523, pero el rey no quiso depender de un solo ministro y tal proyecto de centralizar en un solo Consejo fue desestimado, por lo que la influencia del Gran Canciller, que a fin de cuentas era un cargo de origen borgoñón, se fue eclipsando frente a don Francisco de los Cobos, y en consecuencia se mostró crítico por la planificación administrativa colegiada y fraccionada que fue llevada a cabo en esos años de 1523–1529. En 1524 se constituyó el Consejo de Indias y en 1526, el Consejo de Estado, no como lo había ideado Gattinara sino como un consejo privado del monarca, de ahí que no tuviera presidente ni residencia fija en época de Carlos I. Los demás consejos se establecieron en Valladolid, que se convirtió en la capital administrativa hasta 1561. Los Consejos estaban compuestos por personas escogidas personalmente por el Rey —cumpliéndose una serie de reglas no escritas a la hora de escogerlos— que, bajo la presidencia del mismo Rey o de algún representante suyo, la mayoría de las veces, discutían sobre algún tema. El Rey siempre tenía la última palabra, pero no es imposible comprender el poder que acumulaban: primero, porque el Consejo era el lugar donde el Rey pulsaba las posiciones de diversas facciones nobiliarias, eclesiásticas o cortesanas. Segundo, porque en épocas en las que el monarca no estaba capacitado (enfermedad, guerra, etcétera), ellos eran los verdaderos gobernantes en su área de acción. Tercero, porque, en aquella época, el poder legislativo, ejecutivo o judicial no estaban estrictamente separados, por lo que los Consejos se convirtieron en una especie de Tribunales de Apelación; cuarto, porque ciertos Consejos tenían unidas tareas mundanales y espirituales, por lo que solían tener las llaves del prestigio social —Consejo de Órdenes, por nombrar el caso más claro—, de importantes ingresos económicos (Consejo de Cruzadas) o de clave política (Consejo de la Inquisición). En este orden destaca la importante labor de los secretarios. Al margen de la Cancillería, que desapareció con el fallecimiento de Gattinara en 1530, el rey despachaba con sus secretarios, que de ordinario ocupaban las secretarías en los Consejos, puesto que al fin y al cabo, los secretarios eran los encargados de trasladar al Rey las deliberaciones de los Consejos y de trasladar a los miembros del Consejo las decisiones y resoluciones del Rey, lo que evitó una parálisis en el gobierno, permitiendo que funcionara el sistema. No obstante, su poder iba Más Allá de esto, pues se convirtieron en los verdaderos gestores de la voluntad real: de sus transcripciones dependía la exactitud con que el monarca percibía las declaraciones de los miembros de los Consejos, aceleraban o retrasaban la entrega de las deliberaciones al monarca, controlaban la correspondencia ordinaria y tomaban las decisiones preparando los documentos para la firma y traficaban con la información privilegiada que tenían y con su capacidad de acceso al rey.
Conquistas españolas en América
Durante el reinado de Carlos I, la Corona de Castilla expandió sus territorios en gran parte de América. Hernán Cortés conquistó México a los aztecas dando origen al Virreinato de Nueva España; don Pedro de Alvarado derrotó a los pueblos mayas fundando el Reino de Guatemala, don Francisco Pizarro conquistó el imperio incaico formando el rico Virreinato de Perú, y don Gonzalo Jiménez de Quesada conquistó el pueblo de los chibchas, en la actual Colombia, fundando el Nuevo Reino de Granada. Los capitanes españoles don Sebastián de Benalcázar y don Francisco de Orellana, partieron de Quito en busca del mítico reino de El Dorado. Benalcázar fundó en 1534 la ciudad de San Francisco de Quito mientras que Orellana, tras fundar Guayaquil, se internó en la Amazonía y descubrió el río Amazonas. Don Juan Sebastián Elcano dio la primera vuelta al mundo en 1522, terminando el viaje que iniciara Fernando de Magallanes, y sentando las primeras bases de la soberanía española en el archipiélago de Filipinas y en las islas Marianas. Mediante la Capitulación de Madrid de 1528, el rey Carlos I arrendó temporalmente la provincia de Venezuela a la familia alemana Welser de Augsburgo, lo que dio paso a la creación del Klein–Venedig, una de las gobernaciones alemanas en América.
El 24 de agosto de 1534, don Diego García de Moguer, viaja en una segunda expedición hacia el Río de la Plata, con la carabela Concepción, pasa por la isla de Santiago de Cabo Verde, luego a Brasil, donde desciende el estuario de los ríos Uruguay y Paraná, y funda el primer asentamiento de la ciudad de Santa María del Buen Aire (actual Buenos Aires, Argentina). Posteriormente, don Pedro de Mendoza concretó la fundación de Buenos Aires en la margen derecha del Río de la Plata, siendo exterminados por los amerindios. Poco tiempo después, don Juan de Salazar y don Gonzalo de Mendoza fundaban Asunción que se convertiría en el centro motor de la conquista de la cuenca rioplatense, y don Pedro de Valdivia fundaba Santiago de Chile. Todo esto contribuyó a sentar el primer Imperio Universal de la Historia bajo el reinado de su sucesor, Felipe II, donde se decía que «no se ponía el sol». La mayoría de expediciones fueron empresas privadas, realizadas con el permiso de Carlos I, pero declarando siempre la soberanía de la Corona española sobre todos los territorios conquistados, si bien estos se consideraron desde 1492 parte de la Corona de Castilla, al haber impulsado este reino las primeras expediciones de exploración y conquista de las Indias Occidentales y la Tierra Firme, término que engloba a las islas del Caribe y a toda la América continental.
Control sobre la Iglesia católica española
Entre 1508 y 1523 los papas debieron conceder prerrogativas a los reyes de España; pero ya en 1516 se habían concedido privilegios semejantes al rey de Francia por el papa León X, y antes aún al rey de Portugal por la bula Dudum cupientes del papa Julio II, en 1506. Ahora bien, estas prerrogativas «se extendían solo a obispados y beneficios consistoriales». Más tarde, los grandes monarcas europeos lograron el ejercicio de todas o la mayoría de facultades atribuidas a la Iglesia en el gobierno de los fieles, convirtiéndose, de hecho y de derecho, en la máxima autoridad eclesiástica en los territorios bajo su dominio, lo que se denominaba Patronato regio strictu sensu. Las disposiciones emanadas del papa, de la Nunciatura apostólica y de los Concilios debían obtener el Pase Regio (Regium exequator) antes de ser publicados en España y sus dominios. Si eran perjudiciales para el Estado, se aplicaba el derecho de retención y se impedía su difusión. Posteriormente Carlos I sumó a lo anterior el cargo de Patriarca de Indias, obteniendo el control de toda la labor evangelizadora.
El «Sacco» de Roma
El papa Clemente VII era hijo bastardo de Julián de Medici, sobrino de Lorenzo el Magnífico y primo de León X, que le había nombrado cardenal. De temperamento apocado e indeciso, tendente a la traición y a la mentira, había acabado perdiendo hasta el último amigo y exasperando a sus enemigos. Temeroso del creciente poder de los Habsburgo, había promovido la formación de la Liga de Cognac, integrada por el Papado, Francia, Florencia, Venecia y el ducado de Milán. Contaba, además, con el apoyo de Enrique VIII de Inglaterra. Era en principio un enfrentamiento entre los dos soberanos supremos de la Cristiandad; Clemente VII y Carlos V, pero en realidad se estaba luchando por ver quién sería el dueño de Italia. En la primavera de 1527, las tropas imperiales dirigidas por el condestable de Borbón llegaron a las puertas de Roma y, como si de una maldición bíblica se tratara, perpetraron el llamado Sacco (saqueo) de la antigua ciudad de los césares. Las tropas estaban formadas en su mayoría por soldados y mercenarios procedentes de los dominios germánicos del Emperador, y por tanto muchos eran luteranos convencidos de estar castigando a la nueva Sodoma, así que se dedicaron a expoliar, incendiar y avasallar todo lo que se les ponía por delante. Durante varios meses Roma estuvo expuesta a la rapiña y la crueldad de 30 000 hombres indisciplinados, porque el condestable de Borbón había muerto en el asalto a la ciudad. Clemente VII, sitiado en el castillo de Sant’Angelo, veía cómo Roma se iba convirtiendo en una nube de humo, llanto y dolor. Solo el Tratado de Amiens, concertado entre Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra, y el arrepentimiento de Carlos V devolvieron a la ciudad su condición de sede papal. Quedaba así libre el camino para la gran reforma de la Iglesia, la Contrarreforma, que buscaría recuperar los principios del catolicismo y contrarrestar el auge del protestantismo. Había concluido la era de los papas disolutos del Renacimiento, impíos y crueles, pero cultos y refinados. Comenzaba una nueva etapa, más austera, sí, pero cubierta por el negro manto de la intransigencia y el dogmatismo.
Carlos V: emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
Tras el fallecimiento de su abuelo Maximiliano I de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el 12 de enero de 1519, Carlos reunió en su persona los territorios procedentes de la cuádruple herencia de sus abuelos: la de los Habsburgo (Maximiliano I), borgoñona (María de Borgoña), aragonesa (Fernando el Católico) y castellana (Isabel la Católica), aunque pocos años después renunció en su hermano Fernando los territorios de Austria. En competencia con el rey de Francia, Francisco I, lo que supuso un gasto enorme al que Carlos hizo frente buscando dinero en Castilla y en banqueros alemanes, como los Welser y Fugger, el 23 de octubre de 1520 fue coronado Rey de los Romanos en Aquisgrán, y tres días después fue reconocido emperador electo del Sacro Imperio Romano Germánico. Estos asuntos en Alemania lo ausentaron de España hasta 1522. El 24 de febrero de 1530, el mismo día de su cumpleaños, en Bolonia, Carlos fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el papa Clemente VII, quien se convirtió en fiel aliado de la causa imperial. El ideal del emperador fue el del humanismo cristiano de la Universitas Christiana, la supremacía de la autoridad imperial sobre todos los reyes de la cristiandad y la asunción de la defensa del catolicismo. Esta concepción imperial fue obra de mentes españolas como don Pedro Ruiz de la Mota, don Hugo de Moncada o don Alfonso de Valdés. Frente a estos ideales universalistas mostraron su desacuerdo el rey francés Francisco I, y el papa Julio II. De ahí que estuviera constantemente en lucha con ambos.
Carlos I contra los turcos otomanos
En 1516, el príncipe Selim de Argel pidió ayuda al corsario Baba Aruj, más conocido como Barbarroja, para deshacerse del sometimiento a Castilla. Aruj acudió en calidad de amigo, pero tras atacar Argel y expulsar a los españoles de la ciudad, mató a Selim y se proclamó emir. El cardenal Cisneros, regente de Castilla hasta la llegada de Carlos al Reino, envió a una tropa de 8.000 hombres al mando de don Diego de Vera para reconquistar la ciudad, pero su falta de instrucción militar provocó que fueran derrotados. En 1517 Aruj se apoderó de Tremecén, ciudad tributaria del gobernador español de Orán, el marqués de Comares, don Diego Fernández de Córdoba. Al año siguiente, éste derrotó y mató al corsario, y su hermano Jeireddín se proclamó rey de Argel. Tras enterarse de la noticia, Carlos decidió reconquistar inmediatamente la ciudad, enviando a don Hugo de Moncada al mando de una expedición formada por 7.500 soldados. El Consejo de guerra celebrado el 17 de agosto decidió esperar la ayuda ofrecida por el rey de Tremecén, pero una fuerte tempestad asoló la flota española siete días después, y don Hugo de Moncada se vio obligado a retirarse. De esta manera, con la ayuda de los príncipes alemanes protestantes y de buena parte de la nobleza castellana, Carlos I acudió en 1532 en ayuda de su hermano Fernando de Habsburgo para defender Viena del ataque de Solimán, pero Francisco I de Francia, que temía que el emperador derrotara a los turcos y así se centrara en la guerra contra él, aconsejó al sultán que no atacara al ejército imperial y éste acabó retirándose sin ofrecer más batalla que algunas escaramuzas. Ese mismo año Jeireddín Barbarroja logró expulsar a los españoles del peñón de Argel, y en 1533 se alió con Solimán, quien le nombró almirante de la Flota. Al año siguiente, el corsario tomó Túnez y, ante esta situación, Carlos organizó dos operaciones de diferente fortuna. La primera fue la conocida como la Jornada de Túnez, en 1535, por la que le arrebató Túnez a Barbarroja, y la segunda, la Jornada de Argel, en 1541, que fracasó debido al mal tiempo.
Las guerras con Francia
Carlos I sostuvo cuatro guerras con Francisco I de Francia, que también aspiraba a ceñir la corona del Sacro Imperio, y al que exigía la devolución de Borgoña. No olvidemos que el primer Sacro Imperio Romano Germánico lo funda Carlomagno en el año 800, un monarca franco al que los franceses identifican como héroe nacional, pero que también es reivindicado por los alemanes dado su origen germánico. En la primera guerra (1521–1526), Francia se apoderó del Milanesado y ayudó a Enrique II a recuperar el reino de Navarra, tras su conquista en 1512. Sin embargo, el monarca francés fue derrotado y hecho prisionero, junto al monarca navarro, en la batalla de Pavía (1525). Francisco fue llevado a Madrid, donde firmó el Tratado de Madrid (1526), por el cual no volvería a ocupar el Milanesado ni apoyaría al rey de Navarra —pacto que invalidó tres meses después alegando haberlo firmarlo bajo coacción— y entregaría Borgoña a Carlos, además de renunciar a Flandes e Italia. En la segunda guerra (1526–1529) las tropas imperiales asaltaron y saquearon Roma (Saco de Roma), obligando al papa Clemente VII, aliado de Francisco I —tras la Liga de Cognac—, a refugiarse en el castillo de Sant´Angelo. Mediante la Paz de Cambray, Carlos I renunció a Borgoña a cambio de que Francisco I renunciara a Italia, Flandes y el Artois, además de entregar la ciudad de Tournay. Coronado por el papa como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1530), Carlos I continuó sus luchas contra Francia. La tercera contienda (1535–1538) se produjo por la invasión francesa del ducado de Saboya, aliado de la monarquía Habsburgo, con la intención de continuar hacia Milán. Acabó con la firma de la tregua de Niza debido al agotamiento de ambos contendientes. La cuarta conflagración (1542–1544) concluyó debido a la reanudación del conflicto de los protestantes en Alemania. Agotados, los dos monarcas firmaron la Paz de Crépy–en–Valois, mediante la cual Carlos I perdió importantes territorios en el norte de Francia —como Verdún— y cercanos a Flandes; una vez más Francia renunciaba a Italia y Países Bajos, entrando Milán en la política matrimonial mediante un previsible enlace hispano–francés. Además, en 1523 Carlos I cedió las islas de Malta y Gozo, así como Trípoli, a la Orden de Malta.
La aparición del protestantismo
La Monarquía Católica o Monarquía Hispánica del rey Carlos I se completó cuando el monarca fue proclamado emperador del Sacro Imperio Romano bajo el nombre de Carlos V. El emperador asumió entonces —entre otros compromisos— el de convocar asambleas de los estados denominadas reuniones o dietas. En 1521, en la Dieta de Worms, su hermano Fernando fue nombrado regente del Imperio y elevado al rango de archiduque. Al mismo tiempo, el monje Martín Lutero fue declarado proscrito, iniciándose el enfrentamiento religioso del catolicismo a fin de detener la expansión del luteranismo. Los seguidores de la doctrina de Lutero asumieron la denominación de «protestantes» en cuanto ellos, reunidos en «órdenes reformadas», en el curso de la segunda Dieta de Espira de 1529, protestaron contra la decisión del emperador de restablecer el Edicto de Worms: edicto que había sido suspendido en la precedente Dieta de Espira de 1526. Como soberano, después de la imposición de la corona del Imperio por mano del sumo pontífice romano en 1530, Carlos se dedicó completamente a tratar de solucionar los problemas que el luteranismo estaba creando en Alemania y en Europa, con el fin de salvaguardar la unidad de la fe cristiana contra el embate de los musulmanes otomanos.
En el mismo año 1530 convocó la Dieta de Augsburgo, en la cual se enfrentaron luteranos y católicos sobre las llamadas Confesiones de Augsburgo. Carlos confirmó el Edicto de Worms de 1521, es decir, la excomunión para los luteranos, amenazando la reconstitución de la propiedad eclesiástica. Como respuesta, los luteranos, representados por las llamadas «órdenes reformadas», actuaron dando vida a la Liga de Esmalcalda en 1531. Tal coalición, dotada de un ejército y de una caja común, fue llamada también la «Liga de los Protestantes». Reconociendo que era necesaria una reforma y para intentar resolver el problema, el pontífice Paulo III convocó al Concilio de Trento, cuyos trabajos comenzaron oficialmente el 5 de diciembre de 1545. Concilio del que ni el emperador ni el papa que lo había convocado vieron la conclusión.
Tras la negativa de los protestantes a reconocer el Concilio de Trento, el emperador comenzó la guerra en el mes de junio de 1546, con un ejército armado por el pontífice, al mando de Octavio Farnesio, otro austriaco mandado por don Fernando de Austria y otro de los soldados de los Países Bajos al mando del conde de Buren. También apoyaba al káiser, Mauricio de Sajonia que había sido hábilmente apartado de la Liga de Esmalcalda. Carlos V consiguió una contundente victoria en la batalla de Mühlberg, el 24 de abril de 1547; poco después, los príncipes alemanes se retiraron y se subordinaron al emperador. De la dieta de Augsburgo de 1548, resultó un secreto imperial conocido como el ínterin de Augsburgo, para gobernar la Iglesia en espera de las resoluciones del Concilio de Trento. En el ínterin se respetaba la doctrina católica, pero se permitía la comunión por las dos especies y el matrimonio del clero.
Tras la victoria imperial en la guerra de Esmalcalda (1546–1547), muchos príncipes protestantes estaban descontentos con los términos religiosos del ínterin de Augsburgo, impuesto tras la derrota. En enero de 1552, liderados por Mauricio de Sajonia, muchos formaron una alianza con Enrique II de Francia en el Tratado de Chambord (1552). A cambio de apoyo financiero francés y de asistencia militar, le prometieron a Enrique la posesión de los Tres Obispados [Metz, Verdún y Tolón] como vicario del Imperio. En la consiguiente guerra de príncipes, Carlos tuvo que huir a Carintia ante el avance de Mauricio de Sajonia, mientras que Enrique capturó las fortalezas de Metz, Verdún y Tolón. Ante la guerra con Francia, su hermano Fernando, como Rey de los Romanos, negoció la paz con los protestantes en el tratado de Passau (1552), en el que el emperador garantizaba la libertad de culto a los protestantes. No obstante, a pesar de su victoria, Carlos no logró el anhelado deseo de unificar política y socialmente el luteranismo con el catolicismo, por lo que tan solo ocho años después, en 1555, se vio obligado a suscribir la Paz de Augsburgo por medio del cual se reconocía el inalienable derecho de los alemanes de adherirse a la confesión católica o al luteranismo. Dando fin, aunque de manera temporal (50 años), al largo conflicto surgido tras la Contrarreforma.
Abdicación, retiro y fallecimiento
Después de tantas guerras y conflictos, Carlos V entró en una fase de reflexión: sobre sí mismo, sobre la vida y sus vivencias y, además, sobre el estado de Europa. La vida mundana de Carlos estaba llegando a su conclusión. Los grandes protagonistas que junto con él habían trazado la escena europea en la primera mitad del siglo XVI habían fallecido: Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia en 1547, Martín Lutero en 1546, Erasmo de Róterdam diez años antes y el papa Pablo III en 1549. El balance de su vida y de aquello que había completado, no era del todo positivo, sobre todo en relación con los objetivos que se había fijado. Su sueño de un Imperio Universal bajo los Habsburgo, había fracasado; así como su objetivo de reconquistar Borgoña. Él mismo, aunque proclamándose «el primer y más ferviente defensor de la Iglesia romana», no había conseguido impedir el asentamiento de la doctrina luterana. Sus posesiones de ultramar se habían acrecentado enormemente pero sin que sus gobernadores hubiesen podido implantar estructuras administrativas estables. Pero tenía consolidado el dominio español sobre Italia, que se aseguraría después de su muerte con la Paz de Cateau–Cambrésis en 1559 y duraría ciento cincuenta años.
Carlos V comenzaba a tener conciencia de que Europa se encaminaba a ser gobernada por nuevos príncipes, los cuales, en nombre del mantenimiento de los propios Estados, no intentaban mínimamente alterar el equilibrio político–religioso al interior de cada uno de ellos. Su concepción del Imperio había pasado y se consolidaba España como potencia hegemónica. En las abdicaciones de Bruselas (1555–1556), Carlos I dejó el gobierno imperial a su hermano, el Rey de los Romanos, Fernando —aunque los electores no aceptaron su renuncia formalmente hasta el 24 de febrero de 1558— y la de España y las Indias Occidentales a su hijo Felipe. Regresó a España en una travesía en barco desde Flandes hasta Laredo, con el propósito de curar la enfermedad de la gota en una comarca de la que le habían hablado por su buen clima y alejada de las grandes ciudades, la comarca extremeña de La Vera. Tardó un mes y tres semanas en llegar a Jarandilla de la Vera, lugar donde se alojó bajo la hospitalidad del IV conde de Oropesa, don Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, que lo hospedó en su castillo de Oropesa. Allí esperó hasta que finalizaron las obras de la casa–palacio que mandó construir junto al monasterio de Yuste. En este plácido lugar permaneció un año y medio en retiro, alejado de las ciudades y de la vida política, y acompañado por la Orden de los Jerónimos, quienes guiaron espiritualmente al monarca hasta sus últimos días. Finalmente, un 21 de septiembre de 1558 falleció de paludismo, tras un mes de agonía y fiebres —a lo que se sumaba la gota, enfermedad que también padecía de manera aguda—, causado por la picadura de un mosquito proveniente de las cercanas aguas estancadas. En su testamento reconoció a don Juan de Austria como hijo suyo nacido de la relación extramatrimonial que mantuvo con Bárbara Blomberg en 1545. Lo conoció por primera vez en una de las habitaciones de la casa–palacio del Monasterio de Yuste. En 1573 el rey Felipe II dispuso el traslado de los restos del extinto emperador y de la infanta Leonor de Austria, reina de Portugal, al Monasterio de El Escorial, tarea que fue realizada por el V conde de Oropesa, don Juan Álvarez de Toledo y de Monroy. Actualmente, el magnífico féretro de Carlos I se encuentra ubicado en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, conocida como el Panteón de los Reyes.


El rey-emperador Carlos de Habsburgo



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