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domingo, 7 de mayo de 2017

Mesopotamia: el imperio asirio

Los asirios fueron un pueblo guerrero asentado en las agrestes montañas de la cuenca del Tigris. En los comienzos de su historia fueron dominados por los acadios y por Babilonia. Pero hacia el año 1000 a.C. conquistaron toda Mesopotamia y más tarde Siria, Palestina —donde arrollaron a los filisteos— e incluso Egipto, formando un imperio de gran extensión geográfica. Los asirios fueron grandes conquistadores y también excelentes organizadores de los países ocupados. Los pueblos sometidos a vasallaje pagaban onerosos tributos y trabajaban para los asirios. Si se rebelaban eran exterminados sin piedad, sacrificados a los dioses asirios, o bien deportados a otras provincias y reducidos a la esclavitud. El imperio asirio basaba su supremacía en la fuerza y el temor que infundían sus soldados a los pueblos sometidos. Igual que en Egipto, los reyes asirios eran omnipotentes y dueños de todo. Entre sus más importantes monarcas destacan Sargón II y Asurbanipal. La capital del Imperio era la ciudad de Nínive. Después del reinado de Asurbanipal, el descontento de los pueblos sometidos provocó la ruina del imperio. Una rebelión de Babilonia contó con el apoyo de los medos; éstos destruyeron Nínive y los países dominados recobraron brevemente la libertad. Asiria se encontraba al norte de la antigua Mesopotamia y sus límites geográficos eran los montes Tauro en la parte septentrional, al sur Caldea (Babilonia), al este Media (Persia). De su primitiva capital, Assur, a orillas del Tigris, derivó el nombre del país. Otras ciudades importantes fueron Nínive, Harrán, Kalakh y Dur-Sharrukin (actualmente Jorsabad). Durante el III milenio a.C., la región de Asia Anterior estuvo bajo la influencia de la civilización sumeria establecida en la llanura sur de Mesopotamia. En las investigaciones hechas a raíz de las excavaciones arqueológicas de la ciudad asiria de Assur se ha podido comprobar que las estatuas halladas tenían mucho en común con las encontradas en los templos sumerios. Esto demuestra la gran relación cultural que sin duda existía entre ambos pueblos desde tiempos remotos.

Hacia el año 2000 a.C. invadió Mesopotamia (aproximadamente el actual Irak) el pueblo de los elamitas, pero más tarde entró otro pueblo nómada, los amorreos, procedentes de Siria, que sometieron por el sur a los sumerios y por el norte a los asirios. Se sabe que un siglo más tarde grupos de mercaderes asirios fundaron prósperos asentamientos comerciales en la parte central de la península de Anatolia (actual Turquía), y que allí desarrollaron un boyante comercio de metales preciosos y de productos textiles. El primer imperio asirio se desarrolló entre los años 1813 y 1780 a.C., y fue obra del rey Samsiadad I hasta que en el año 1760 a.C., el gran rey Hammurabi derrotó y conquistó a los asirios que pasaron a formar parte del primer imperio babilónico. El imperio medio asirio se desarrolló en una época particularmente agitada en toda la región de Mesopotamia. El siglo XVI a.C. fue un período de invasiones y Asiria cayó bajo la dominación de mitannios e hititas, entre otros, hasta que en el siglo XIV a.C. el rey asirio Asurubalit I se liberó de sus opresores e incluso llegó a agrandar los límites de sus tierras. Los sucesores de este rey ampliaron más las fronteras y supieron enfrentarse a los pueblos de alrededor: hititas y babilonios principalmente. Hacia el año 1200 a.C., una oleada de pueblos procedentes de la península Balcánica y de las islas del Egeo, conocidos como los Pueblos del Mar, fueron los causantes del final del imperio hitita y del debilitamiento del Imperio Nuevo en Egipto. Uno de estos pueblos, llamado mushki, se asentó al este de Anatolia y fue una constante amenaza para Asiria. Otro pueblo nómada y semita, el arameo, hostigaba continuamente a los asirios por el oeste. Asiria se hizo fuerte y resistió el empuje de estos pueblos, y endureció a su ejército que a partir de entonces fue famoso por su crueldad y temido por sus enemigos, de tal manera que al verse amenazados y ante su proximidad, no les quedaba más remedio que huir; la gente que quedaba en las aldeas o las ciudades atacadas era masacrada o llevada a Asiria como esclavos. Las ciudades que se rebelaban o que no se sometían, eran saqueadas y después arrasadas hasta sus cimientos, y ya no se anexionaban a los dominios asirios.
Imperio nuevo o neoasirio
Este sistema de lucha y conquista fue variando con el tiempo. A finales del siglo X a.C. los reyes asirios ya se habían anexionado varios territorios de los arameos que estaban situados al este del río Jabur (en el valle central del Éufrates) y de los de la región de los ríos Gran Zab y Pequeño Zab. En el siglo IX a.C. reinó Asurnasirpal II, desde el 884 al 859 a.C. Construyó la ciudad de Kalhu y la hizo su capital, en sustitución de la antigua Assur. La arqueología de esta ciudad ha aportado un verdadero tesoro arqueológico en las inscripciones halladas en los monumentos acerca de la historia de este gran rey. Se sabe de él, entre otras cosas, que sus campañas bélicas fueron numerosas, devastadoras y brutales. Basándose en su poderío militar, a lo largo del siglo VIII a.C. los asirios consolidaron un floreciente imperio que perduró doscientos años. En este vasto período histórico fueron tributarias de Asiria las célebres ciudades-estado fenicias de Biblos, Sidón y Tiro, los reinos bíblicos de Israel y de Judá, y otras muchas ciudades cananeos y tribus semíticas, así como otras originarias de Media y Persia (actual Irán). Los asirios llevaron su expansión territorial hasta Egipto por el oeste y a Persia por el este. Es una época de esplendor en la que los reyes vivían con gran lujo, ejerciendo un gobierno despótico. Durante estos años gobernó la dinastía de los Sargónidas, cuyo primer rey fue Sargón II que trasladó su séquito a una nueva ciudad llamada Dur-Sharrukin («Fuerte de Sargón»). Las ciudades se embellecieron con magníficos monumentos a costa de los cuantiosos tributos cobrados a los pueblos sometidos.
Sargón II fue sucedido por Senaquerib, (célebre por el relato bíblico que afirma que no pudo tomar Jerusalén en tiempos del rey Ezequías y del profeta Isaías), y éste por Asarhadón, que reinó en los primeros años del siglo VII a.C., y llegó hasta Egipto y tomó la capital norteña, Menfis. Su hijo Asurbanipal llegó aún más lejos, hasta Tebas en el sur, saqueándola y causando una gran devastación. Además emprendió exitosas campañas militares en Persia que le llevaron hasta la ciudad de Susa. A la muerte de este rey hubo una gran conmoción política que desembocó en numerosos luchas intestinas que debilitaron al imperio, aunque se han conservado escasos vestigios sobre los acontecimientos en esa convulsa época. La gran expansión territorial del imperio asirio se basará en las reformas administrativas llevadas a cabo por el rey Tiglatpileser III, que establece una transformación que extiende el sistema provincial a la zona exterior, donde los reinos autónomos se convierten en provincias asirias con una capital con palacio y que son regidas por un gobernador. Un elemento importante son las deportaciones cruzadas de los pueblos vencidos, que permitieron repoblar los campos y ciudades asirias. Esto trajo como consecuencia la destrucción de las identidades nacionales y culturales de los pueblos sojuzgados y la expansión del idioma arameo, que se extendió por todo el imperio asirio por las deportaciones masivas de cautivos. El fin del imperio asirio se vincula a la devastación de Susa por parte de los ejércitos de Asurbanipal, con lo que se crea un vacío de poder en la región de Elam, que posteriormente será ocupado por los persas, y a la posterior derrota sufrida por los últimos reyes asirios Sinsharishkún y Asurubalit II contra los medos y los babilonios. También influye la entrada en escena de un nuevo pueblo guerrero que entra por el norte: los escitas. Babilonia recuperó su independencia y [ii]Ciáxares, rey de Media sitió y destruyó Nínive, la ciudad asiria más odiada por sus enemigos. Allí fue donde murió Sinsharishkún en el año 612 a.C. Asiria aún resistió tres años más bajo la dirección del autoproclamado rey Asurubalit II, que gobernó un reducido territorio con capital en Harrán merced al apoyo egipcio. En el 609 a.C. medos y babilonios tomaron Harrán poniendo punto final al imperio asirio.

El poder real en el antiguo reino de Assur
El rey ocupaba el lugar principal de la jerarquizada sociedad asiria, y gobernaba en nombre del dios Assur, como sucedía en otros reinos de este período en el Próximo Oriente, incluidos los bíblicos reinos de Israel y de Judá. Junto a él se encontraba la «ciudad», que tomaba decisiones como cuerpo unitario representado por una asamblea en la que participan todos los ciudadanos libres (cabezas de familia). Esta ciudad poseía competencias judiciales, cuya importancia se manifestaba por su intervención en litigios por actividades mercantiles. El modelo de sociedad patriarcal era evidente en toda Asiria, influyendo en la organización del comercio. Un tercer elemento era el funcionario epónimo, cuya ocupación es la de limitar el poder del rey, aunque sus atribuciones no están claramente establecidas. A diferencia de la realeza, esta función no era hereditaria, sino que los miembros que la componían para cumplir con un mandato de duración preestablecida —representando a las familias más ilustres—, eran elegidos entre un número limitado de candidatos, echándolo a suertes mediante un juego de dados. El pueblo asirio obedecía a su rey que era a la vez sumo sacerdote del dios Assur. Al principio los reyes asirios fueron vasallos de los caldeos —originarios de Babilonia, también llamada Caldea—, pero después consiguieron emanciparse y someter a los reinos vecinos. Como los faraones y otros monarcas absolutos del Próximo Oriente —también de la cristianísima Europa medieval—, el rey era, además, el comandante en jefe del ejército. No obstante, los gobernadores o virreyes de los territorios conquistados podían tomar decisiones en su nombre y ejercer el gobierno de una provincia de forma autónoma. Su idioma era una variante dialéctica del acadio, una lengua semítica. Era de tipo flexiva, muy parecida a la babilónica, hablada en las tierras caldeas. También la escritura asiria era muy parecida a la escritura cuneiforme propia de las regiones de Mesopotamia, y también escribían sobre tablillas de arcilla. Los antiguos asirios utilizaron el idioma sumerio en su literatura y en la liturgia. Solían enterrar a sus muertos en flexión, con las rodillas cerca del pecho. No tenían un lugar determinado que utilizasen como cementerio sino que los enterraban en los espacios cercanos a las chozas. Con el paso del tiempo, Asiria se fue convirtiendo en el centro de un nuevo imperio. Los reyes de las pequeñas ciudades-estado vecinas no tenían otra opción que declararse súbditas del rey asirio y de pagar grandes cantidades de oro, plata y piedras preciosas, en concepto de tributo.
Obviamente, la sociedad asiria fue cambiando a lo largo de su dilatadísima historia. Durante el Reino Medio (también llamado Imperio Medio) se produjo el encumbramiento de la nobleza propietaria de grandes latifundios. En un principio, los reyes asirios solían retribuir a sus subalternos con tierras, a cambio de un oneroso servicio militar. Con el paso del tiempo, este grupo de nobles y terratenientes acabaría convirtiéndose en una clase social privilegiada, hermética y endogámica, cuyas principales familias controlaban la administración provincial. Este creciente poder les pondría en numerosas ocasiones en conflicto con el clero. Esta situación fue decisiva en los últimos reinados, pues se sucedieron las revueltas e intrigas palaciegas, debilitando de este modo la organización y la administración del Estado, que poco a poco fue perdiendo todo su poder.
El pueblo llano recibía el nombre de hupshu, y su estatus era similar al de los libertos en Roma, o al de los siervos medievales, ya fueran pequeños campesinos o artesanos. Inicialmente «libres», fueron mermando cuantitativamente y empobreciéndose debido a las grandes imposiciones fiscales y militares. Finalmente, algunos acabarían por entrar en una situación de «servidumbre por deudas», debido a que no podían pagar a tiempo a sus acreedores, por lo general prestamistas que cobraban intereses abusivos. Con el trabajo pagaban sus deudas, aunque no eran del todo esclavos, y disponían de un nivel de vida mucho mejor que el de los esclavos y cautivos de guerra, muy numerosos. Estos últimos, de elevado coste a pesar de las sucesivas campañas militares, solían trabajar en explotaciones agrícolas y diversas obras de construcción, careciendo totalmente de derechos. A menudo se les cegaba y mutilaba de diversas formas para evitar que se rebelasen o que huyeran de sus amos. Esta práctica cruel no era exclusiva de los asirios, sino que la practicaron muchos pueblos del Próximo Oriente en la Antigüedad.
Durante el período histórico conocido como Imperio Nuevo, se incrementó el poder de la plutocracia y se agudizó el empobrecimiento de los campesinos y pequeños propietarios de tierras de cultivo, y cada vez eran más los que se veían reducidos a la esclavitud a causa de sus deudas. La situación en las ciudades era bastante mejor, ya que disponían de diversos privilegios y exenciones fiscales. Los esclavos domésticos, debido a su constante aumento, experimentaron un desarrollo en su estatus, adquiriendo personalidad jurídica y el derecho a poseer bienes y fundar familias. Sin embargo, el control de los dueños de esclavos seguía siendo absoluto, siendo rara la manumisión.
El ejército asirio
Los asirios, junto con los hititas, fueron las dos grandes sociedades militaristas del Próximo Oriente en la Antigüedad. El poderío asirio se basaba en un gran ejército —muy profesionalizado y jerarquizado— compuesto por infantería y caballería. Fue el primer ejército del que se sabe que utilizó armas de hierro. La infantería estaba integrada por arqueros y lanceros que se protegían el cuerpo con una coraza hecha con trozos de cuero y la cabeza con un casco de metal coronado por una cimera, generalmente adornada con plumas o crines de caballo. El escudo era oblongo y cubría el torso y los muslos del infante. Empleaban como principales armas ofensivas un arco curvado, flechas cortas o saetas, jabalinas y espadas cortas. La caballería contaba con unos caballos de poca alzada y cola ancha. No usaban estribo ni silla, aunque a veces ponían una alfombrilla sobre el animal para montarlo. Los guerreros de origen aristocrático luchaban desde un carro de combate ligero de dos ruedas, tirado por dos o tres caballos que iban ricamente enjaezados. En campaña, rodeaban el campamento con un muro hecho con tierra. Dentro del muro alzaban las tiendas de tela sostenidas por un listón. Se conocen todos estos detalles y más gracias a los bajorrelieves encontrados, en que se pueden ver escenas castrenses cotidianas: los soldados dentro de sus tiendas, un soldado preparándose la cama y otro que coloca objetos sobre una mesa. Empleaban también algunas máquinas de guerra como el ariete, que consistía en una viga gruesa rematada por la figura de alguna criatura mitológica espantosa. Se le daba un movimiento de vaivén para que la cabeza del ariete golpease contra la base de la muralla con el fin de abrir una brecha. Otra máquina empleada especialmente en los asedios era la torre de asalto, hecha de madera y muy alta para poder expugnar las murallas de las plazas enemigas; los guerreros se introducían en las torres de asalto y éstas se deslizaban sobre una plataforma con ruedas hasta las fortificaciones. Para minar dichas fortificaciones, los ingenieros abrían galerías subterráneas bajo los muros de las ciudadelas para provocar su derrumbamiento, y también cavaban trincheras frente a la fortaleza para poder posicionarse los arqueros y lanzar sus flechas con mayor eficacia de tiro, o situar las catapultas, ballestas y escorpiones para que lanzasen sus proyectiles: pesadas piedras y grandes virotes con una virola de hierro en la cabeza.
Las maniobras militares y las expediciones punitivas o de conquista se llevaban a cabo todos los años por primavera, y contaban con la inexcusable participación del monarca. Las expediciones consistían en la invasión de un pequeño estado al mismo tiempo que se procedía a talar el campo. Se cortaban las cabezas a los muertos y se tomaban prisioneros que eran encadenados para llevarlos cautivos y convertirlos en esclavos o nuevos súbditos; la crueldad de la que hicieron gala los asirios estuvo presente desde sus inicios, solo hay que ver su código de leyes, mucho más duro que el de Babilonia o el de los hititas. Entre los cautivos de guerra siempre había obreros especializados y mujeres. Ambos eran muy valorados por los asirios: sobre todo los forjadores de metales y las mujeres jóvenes en edad de procrear. Antes de reducir las ciudades a escombros prendiéndoles fuego, los asirios se llevaban todo lo que podía serles de utilidad como botín de guerra. Las mejores piezas se reservaban para el rey, los oficiales del ejército, los nobles que habían participado en la campaña y los sacerdotes. El resto se repartía entre la soldadesca a título de paga. Entre los años 1318 a.C. y 1050 a.C., el imperio asirio fue la mayor potencia militar desarrollada en tierras de la antigua Mesopotamia. Gracias a su gran profesionalidad y preparación militar, los asirios consiguieron llegar al lago Van en Armenia, y por el oeste alcanzaron las costas del mar Mediterráneo, ocupando las principales ciudades fenicias y conquistando el Líbano y Canaán. El imperio asirio finalizó abruptamente con la muerte del rey Tiglatpileser I el año 1077 a.C.
La industria
Los pueblos de Oriente Próximo comenzaron a utilizar el bronce hacia el año 2000 a.C. y fabricaron sus armas con esta aleación, haciéndolas mucho más efectivas. Los hititas dieron a conocer el hierro hacia el siglo X a.C., así que los asirios en su época de apogeo en el siglo VIII a.C. ya estaban familiarizados con las nuevas armas forjadas con en este metal. El algodón o árbol de la lana se conocía en la India desde tiempos remotos. Fue introducido en Asiria por el rey Senaquerib (hijo de Sargón II), que reinó del 705 al 681 a.C.
Religión y mitología asiria
Los dioses gozaban de un poder ilimitado y eran numerosos en el Próximo Oriente. Los pueblos de estas regiones profesaban un temor reverencial hacia los dioses. Los cananeos, como los hebreos y otros pueblos semíticos, temían invocar a los dioses llamándoles por sus nombres. Por esto se dirigían a ellos llamándoles Baal (señor), Adonay (amo) o Melek (rey). Todos los cultos religiosos practicados por los pueblos del Próximo Oriente en la Antigüedad tenían por objeto aplacar la ira de sus terribles dioses. Los fenicios, por ejemplo, realizaban sacrificios humanos —generalmente niños— a sus baales para apaciguarlos. Tanto en Canaán como en Siria, cada ciudad tenía su propio Baal, pero a veces se importaban los de otras ciudades y se rendía también culto a las deidades mesopotámicas como Astarté (Ishtar).
Asiria no era una excepción y estaba llena de grandes templos donde los sacerdotes ofrecían sacrificios. Había siempre una construcción mayor, un templo que sobrepasaba en altura a los demás, con forma de torre escalonada; es lo que se conoce como zigurat. La religión en general en toda Asiria no era como la de Egipto, optimista y con esperanza en el Más Allá. Por el contrario, se vivía con un temor permanente a los espíritus malignos y la muerte era muy temida, pues el espíritu del hombre se marchaba a una penumbra eterna donde de ningún modo era feliz. En Asiria el dios principal era Assur que dio nombre a la región, a la nación y a una ciudad. El símbolo de Assur era el árbol de la vida, pues él era el dios de la vida vegetal. Más tarde, cuando Asiria es ya un gran imperio, Assur se convierte en un dios guerrero y es identificado con el Sol. Su símbolo fue entonces un disco con alas, el mismo que tenían los hititas y que a su vez habían recibido de Egipto. La diosa principal era Ishtar, diosa del amor, de la guerra y la fecundidad. Se le daban las advocaciones de «Primera entre los dioses», «Señora de los pueblos», y «Reina del cielo y la tierra» entre otras. En la ciudad asiria de Nínive se encontraron unas listas pertenecientes a la biblioteca de Asurbanipal en las que se podían contar hasta dos mil quinientos nombres de divinidades, entre las que había pequeñas deidades locales. Los dioses mayores que se adoraban en las ciudades eran: Anu, dios del cielo; Enlil, señor de los vientos y las tempestades; Ea, señor de las aguas, entre otros. El dios-sol Shamash era el señor de la luz que asegura la vida y permite juzgar las acciones humanas con claridad. Era por tanto el dios de la justicia. Marduk era un dios de Babilonia, pero fue adoptado y adorado en toda Mesopotamia. Llegó a ser un dios universal y primero entre los dioses. Existían además unas criaturas al servicio de los dioses: los genios y los demonios que podían ser tanto benefactores como maléficos. Su misión era proteger o castigar a los hombres. Estos demonios, cuando atormentaban a sus víctimas lo hacían cruelmente. Podían castigar a los hombres convirtiéndoles en espectros, en criaturas errantes, en devoradores de niños, etcétera.
Arte asirio
El arte asirio (escultura, arquitectura, pintura y cerámica) se conoce a través de las excavaciones y posteriores estudios hechos en Nínive (actual Mosul) y otras ciudades del norte de Mesopotamia, que formaron parte de la civilización asiria. Los arqueólogos que trabajaron en Mesopotamia estudiaron antes las antigüedades asirias que las babilónicas por razones de simple facilidad. Les era más sencillo acceder y seguir el rastro de las excavaciones de la ciudad de Nínive, donde se conservaban los cimientos en piedra casi intactos que en Babilonia, donde abundaba el adobe muy destruido por el paso de los siglos. Después de los estudios exhaustivos de los palacios, templos y trazados de las ciudades asirias fue más fácil para ellos seguir un plan practicado de antemano en ciudades mesopotámicas demolidas y casi totalmente destruidas.
Los verdaderos creadores del arte mesopotámico fueron los antiguos sumerios (pueblo del que solo se sabe que su origen no es indoeuropeo, semita ni elamita, y que repobló esas tierras hacia el año 4000 a.C. Parte de la cultura de estos pueblos fue luego adoptada por los acadios —de origen semita— en un extenso período que va del año 3000 al 1500 a.C. aproximadamente. En esa época otros pueblos semíticos de menor importancia —quizá también los hebreos— poblaron u ocuparon de forma violenta esas tierras y acabaron fusionándose con otras etnias autóctonas. Entre los siglos XI y VII a.C. el estilo sumerio adquirió su pleno desarrollo con las civilizaciones neoasiria y neobabilónica.
El gran rey Senaquerib
Senaquerib fue rey de Asiria entre los años 705 y 681 a.C., y también lo fue de Babilonia en dos etapas distintas a lo largo de su reinado, la segunda desde el 689 a.C. hasta su muerte. Hijo y sucesor de del gran rey asirio Sargón II, estuvo ocupado en incesantes conflictos por todo el creciente fértil durante la mayor parte de su reinado, guerreando con Elam, Urartu y Egipto. Combatió al rey Ezequías de Judá, asedió infructuosamente Jerusalén y arrasó Babilonia tras varias revueltas contra su dominio, la última de las cuales provocó la muerte de su hijo y heredero, Asurnadimsumi, desgracia que acarrearía un conflicto sucesorio, a resultas del cual Senaquerib murió asesinado por dos de sus hijos en una revuelta palaciega. Fue sucedido y vengado por su hijo menor y heredero designado, Asarhadón. A pesar de su intensa actividad bélica, sus mayores esfuerzos los dedicó a la arquitectura y las obras públicas. Reconstruyó con colosales proporciones la antigua ciudad sagrada de Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria, dotándola de templos, palacios, jardines y murallas, y construyó el acueducto de Jerwán, un gigantesco acueducto para abastecerla de agua. A su muerte en 705 a.C., Sargón II dejó un imperio asirio sólidamente asentado, dotado de una eficaz administración y la maquinaria militar más formidable de su tiempo. Senaquerib, como sucesor designado, había sido bien instruido por su padre, y estaba versado en las artes de la guerra, la administración y la diplomacia. Sin embargo, apenas había subido al trono cuando comenzó una seria crisis, habitual con cada cambio de monarca en un imperio tan despótico y odiado como fue el suyo. Las victorias militares de Sargón no habían logrado acabar con el feroz espíritu de independencia de los pueblos sometidos, y había situado sus fronteras en vecindad de las tres grandes potencias de la época en Oriente Próximo: Egipto, Urartu y Elam, países que iban a procurar garantizar su propia seguridad espoleando las dificultades internas de los asirios. Elam, en particular, experimentaba una época de auge bajo el gobierno del enérgico Shuturnakhkhunte II, que había invadido Mesopotamia en 710 y 708 a.C., e iba a suscitar de nuevo muchos problemas a los asirios en Babilonia y la Baja Mesopotamia. Negándose a adoptar el título de shakanaku (virrey), a fin de satisfacer al clero de Marduk y halagar el orgullo de los babilonios, Senaquerib se proclamó rey de Babilonia, sin molestarse en adoptar un segundo nombre real babilonio o prodigarse en obsequios a Marduk y sus poderosos sacerdotes.
La campaña de Babilonia (703 a.C.)
Pronto se encendió la llama de la rebelión en Babilonia. En 703 a.C. un desconocido hijo de esclavos, Mardukzakirshumi II, expulsó a los asirios y se hizo con el poder; sin embargo, fue destituido apenas un mes después por el ex monarca Merodac-Baladán, derrotado por Sargón en 710 a.C., que había permanecido más de un lustro oculto en las marismas del País del Mar, esperando el momento de su venganza. Merodac-Baladán se hizo proclamar de nuevo rey de Babilonia y comenzó a recabar apoyos para combatir a los asirios. Empleando con prodigalidad los inmensos tesoros de oro, plata y gemas sepultados en el templo Esagila, se aseguró el auxilio del rey de Elam, que le envió importantes refuerzos al mando de su lugarteniente, un tal Imbapa, el segundo de éste, un tal Tannanu, y diez generales más, junto con el temible caudillo suteo Nergalnasir, al frente de unas fuerzas que los Anales de Senaquerib elevaban a 80 000 hombres. Pronto se hicieron con el control de las principales ciudades de la Baja Mesopotamia, como Ur, Eridu, Nipur, Kutha y Borsipa, así como del apoyo de las tribus cercanas. Senaquerib, reaccionó con su característico brío («rugiendo como un león»), movilizando un inmenso dispositivo militar y emprendiendo personalmente la reconquista de la zona. Partió de Assur a principios de año (enero o febrero) a la cabeza de un primer ejército y cercó, en las proximidades de Kutha, a los rebeldes babilonios. Mientras, sus generales marcharon en vanguardia sobre la antigua ciudad de Kis, para mantener a raya al grueso de la coalición. Elamitas y babilonios salieron de la ciudad al encuentro de los asirios y trabaron combate en la llanura de Kis. Tras tomar Kutha al asalto y exterminar a sus defensores, Senaquerib acudió a marchas forzadas en auxilio de sus generales, y derrotó en batalla a Merodac-Baladán, que huyó de nuevo al País del Mar. Los asirios tomaron prisioneros a un hijo de Merodac-Baladán, Adinu, así como a Baskanu, hermano de Yatié, reina de los árabes, y numerosos soldados. De igual modo cayó en sus manos un inmenso botín de carros, carretas, caballos, mulas, burros, camellos y dromedarios, que formaban el aparato logístico de los vencidos, y los suministros que transportaban. A continuación, Senaquerib entró vencedor en Babilonia, apoderándose de los tesoros e insignias reales de Merodac-Baladán, así como de su esposa e hijas, harén y cortesanos. Sin embargo, los asirios no lograron atrapar a Merodac-Baladán, persiguiéndolo en vano durante cinco días por las marismas de la Baja Mesopotamia. En represalia, Senaquerib devastó su país de origen, Bityakín. Tras someter de nuevo toda la Baja Mesopotamia al dominio asirio, esclavizando a los rebeldes, Senaquerib instaló en el trono a un nuevo rey-títere, el potentado babilonio Belibni, educado en la corte asiria. Una vez restablecida su autoridad, el monarca emprendió el retorno a su patria, deteniéndose a someter a distintas tribus arameas y a recibir cuantioso tributo de la ciudad de Hararati, a orillas del Éufrates. Retornó a Asiria con un botín que sus anales regios elevaban a la cifra de 208 000 prisioneros, 7 200 caballos y mulas, 11 073 burros, 5 230 camellos, 80 050 cabezas de ganado y 800 100 ovejas, sin incluir el material de guerra y el botín repartido entre sus soldados.
La campaña de los montes Zagros (702 a.C.)
La gran rebelión de la Baja Mesopotamia y la intervención elamita provocó que el poderío asirio quedara en entredicho en sus límites nororientales. El rey Ishpabara de Ellipi, país montañés situado en la vertiente occidental de los Zagros y sometido a tributo, se levantó en armas, determinado a recuperar su plena independencia, al igual que los kasitas y los habitantes de Yasubigallai. Por ello, Senaquerib emprendió una difícil y devastadora campaña en estas escarpadas regiones, en 702 a.C. Primero tomó la ciudad de Bitkilamzak, reconstruida y convertida en capital de un distrito, que pasó a depender del gobierno de Arrapkha. Los montañeses sometidos fueron obligados a asentarse en la nueva capital, así como en las ciudades de Hardishpi y Bitkubati. Una estela conmemoró la conquista asiria. A continuación, los asirios se dirigieron contra el corazón de Ellipi. Tras tomar sus capitales, Murubishti y Akudu, así como las principales ciudades y fortalezas del reino, los asirios se dedicaron a arrasar el territorio y esclavizar a sus habitantes, antes de someter a sus gobernantes a nuevos tributos. Una parte del territorio de Ellipi, la región llamada Bitbarru, fue anexionada por Asiria y convertida en una provincia con capital en Elenzash e integrada en el círculo militar de Kharkhar. Incluso las lejanas tribus medas rindieron tributo a los conquistadores.
La campaña del Oeste (701 a.C.)
También en Siria y el Levante mediterráneo la muerte de Sargón II provocó el estallido de una revuelta general entre los principados tributarios de los asirios, instigados por Egipto, que en aquel entonces estaba gobernado por el beligerante Shabitko, de origen kushita. En la ciudad-estado filistea de Ascalón, el rey Sharruludari, entronizado por Sargón II, fue depuesto y sucedido por Sitka. En las fenicias Sidón y Tiro, su soberano Luli también se unió a la revuelta. Asimismo, el gobernador asirio de Cilicia se alzó en armas, y con él los colonos griegos asentados en la polis de Tarso. El rey Ezequías de Judá recibió cartas de Merodac-Baladán de Babilonia, animándole a unirse a la rebelión y a convertirse en el pilar en torno al cual gravitaron las fuerzas anti asirias en Canaán (Palestina). El rey pro asirio de Ecrón, Padi, fue destronado por los egipcios y enviado encadenado a Ezequías, para mayor humillación. Siendo tal la situación en el Levante, en 701 a.C., tras sus victorias en los Zagros, Senaquerib marchó hacia el Oeste para someter de nuevo a los sublevados contra el yugo asirio. En primer lugar, la revuelta cilicia fue aplastada y la colonia griega de Tarso destruida. Tiro se rindió a los asirios. Su rey, Luli, se vio forzado a huir a Chipre, donde fallecería, y Senaquerib impuso a un tal Itobaal como nuevo príncipe en la ciudad-estado, que perdió el control de Sidón y de Acre, que formaron un nuevo reino. Los reyes de las ciudades costeras fenicias, Menachem de Samsimuruna, Abdiliti de Harbad y Urumiliki de Biblos, se sometieron nuevamente. A continuación, el rey asirio se dirigió hacia el sur, recibiendo el homenaje de diversos reyes: Mitinti de Ashod, Buduilu de Bethammón, Kamusunadbi de Moab y Malikrammu de Edom. Pero las cosas no fueron tan sencillas. Ascalón hubo de ser tomada por la fuerza, junto con las ciudades vecinas del mismo reino, Bethdagón, Jopa, Banaibarka y Asuru. Sitka fue tomado prisionero junto con su familia, tesoro y dioses, y Sharruludari restaurado en el trono de Ascalón. Pero el dominio asirio sobre Levante distaba mucho de haberse restablecido.
Volviendo su atención hacia el interior, hacia Judá, la Biblia indica que «en represalia por su traición» los asirios sitiaron y capturaron muchas de sus ciudades y pueblos fortificados. Ezequías envió un mensaje a los asirios que procedían al asedio de Laquis, reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar el tributo que Senaquerib le impusiera a cambio de la paz: «A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. Entonces Ezequías, rey de Judá, envió a decir al rey de Asiria que estaba en Laquis: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas.” Y el rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá, trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro». La captura asiria de Laquis se presenta en un célebre friso, donde el cruel monarca aparece sentado sobre un trono ante la ciudad vencida, aceptando los despojos que le llevaban de aquella ciudad mientras se torturaba a algunos de los cautivos. Senaquerib envió a tres de sus capitanes, Rabsaqué, Tartán y Rabsarís, con una poderosa fuerza militar para pedir al rey y al pueblo de Jerusalén que capitularan y con el tiempo se sometieran a ser enviados al exilio. El mensaje asirio despreciaba de manera particular la fe ciega del rey Ezequías en su dios Yahvé. A pesar de la fe en su dios, el rey Ezequías pagó el exorbitante tributo de 300 talentos de plata y 30 talentos de oro que exigió Senaquerib. La embajada asiria regresó con su monarca, quien a la sazón estaba luchando contra Labná, y se oyó decir respecto al príncipe kushita Taharqa, futuro faraón: «Mira que ha salido a pelear contra ti». Las inscripciones de Senaquerib hablan de una batalla en Elteqeh, unos 15 km al noroeste de Ecrón, en la que derrotó a un ejército egipcio y a las fuerzas del rey de Etiopía. Luego, conquistó las ciudades de Timnah y Ecrón, donde ejecutó a los líderes rebeldes y restauró en el trono al liberado Padi.
La campaña de Judá y el sitio de Jerusalén (701 a.C.)
En cuanto a Jerusalén, aunque Senaquerib había enviado cartas amenazadoras advirtiendo a Ezequías que no había desistido de su determinación de tomar la capital del reino de Judá, la Biblia —que no es fuente fiable en absoluto— dice que el dios de los hebreos golpeó el campamento asirio con una epidemia que mató a más de 180 000 soldados en una sola noche. Por otra parte, las inscripciones de Senaquerib no mencionan nada respecto a este desastre, pero en vista del tono jactancioso que domina habitualmente las inscripciones de los soberanos asirios, difícilmente cabría esperar que Senaquerib registrara tal derrota. No es menos cierto que los antiguos judíos solían exagerar sus victorias y fantaseaban con la intervención de su dios en todos los conflictos. No obstante, la versión asiria del asunto, inscrita en el llamado Prisma de Senaquerib, conservado en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, muestra que, si bien Senaquerib no llegó a tomar Jerusalén, Judá fue sometido de nuevo al dominio asirio: «En cuanto a Ezequías el Judío, que no se sometió a mi yugo, puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, e innumerables aldehuelas de sus inmediaciones, y (las) conquisté mediante arietes y máquinas de asedio. Saqué (de ellas) 200.150 personas, jóvenes y ancianos, varones y hembras, [así como] innumerables caballos, mulas, asnos, camellos y ganado mayor y menor, que le arrebaté y consideré botín. A él mismo (Ezequías), encerré en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una jaula. [...] Las ciudades que había tomado a saco desgajé de su país y las entregué a Mitinti, rey de Ashod, a Padi, rey de Ecrón, y a Sillibel, rey de Gaza. Y así disminuí su territorio. (...) El propio Ezequías, fue por el terrible esplendor de mi majestad, y los árabes y las tropas mercenarias que había traído para reforzar Jerusalén, su ciudad real, le abandonaron. Me envió más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800 talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra roja, lechos (taraceados) con marfil, sillas [taraceadas] con marfil, cueros de elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros, sus hijas, concubinas, músicos y músicas. Para entregar el tributo y rendir obediencia como un esclavo envió a sus mensajeros (personales)».
Algunos comentaristas intentan explicar el desastre refiriéndose a un relato de Heródoto en el que cuenta que sobre el campamento asirio «cayó durante la noche un tropel de ratones campestres que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos», lo que los incapacitó para la invasión de Egipto. Este relato, obviamente, no coincide con el registro bíblico, ni tampoco armoniza con las inscripciones asirias. No obstante, los relatos de Berozo y Heródoto reflejan el hecho de que las fuerzas de Senaquerib sufrieron una repentina calamidad en esta campaña que les obligó a levantar el asedio sobre Jerusalén.
Segunda campaña de Babilonia (700 a.C.)
A pesar de su victoriosa campaña en Levante, las dificultades de Senaquerib no habían terminado. Aprovechando que el monarca asirio estaba comprometido junto al grueso de sus fuerzas en el oeste, el tenaz rey babilonio Merodac-Baladán reapareció y volvió a alzarse en armas al sur de Mesopotamia. Marchando sobre Babilonia en la cuarta campaña de su reinado, el monarca asirio depuso y tomó prisionero al entonces rey, Belibni, cuya lealtad era más que sospechosa, para avanzar a continuación sobre Bityakín. Shuzubi el Caldeo, señor de Bitutu, huyó. Con objeto de acabar de una vez con la revuelta, Senaquerib envió a sus tropas al corazón mismo de las marismas. Merodac-Baladán retrocedió ante el avance de las huestes asirias, pero, finalmente, fue acorralado en sus últimos reductos a orillas del golfo Pérsico. Embarcó entonces una parte de sus tropas, las estatuas de sus dioses e incluso los huesos de sus antepasados, y navegó por la costa hasta la ciudad elamita de Nagitu, donde buscó refugio. Las tropas asirias, que no pudieron impedir su huida, batieron los cañaverales y sus poblaciones, saqueando la región hasta la frontera de Elam y trajeron, entre los prisioneros, a varios príncipes reales y a los hermanos que el monarca fugitivo había dejado atrás. A fin de solventar la irritante y siempre renaciente rebelión, espoleada por la permanente traición de los babilonios, Senaquerib decidió esta vez poner en el trono de Babilonia a su propio primogénito, el príncipe heredero, Asurnadimsumi, el cual ejercería un férreo dominio sobre la Baja Mesopotamia al tiempo que iba aprendiendo el ejercicio del poder.
La campaña de Nipur (699 a.C.)
Estos acontecimientos tuvieron una repentina repercusión en Elam. Una revuelta palaciega derribó a Sutruknahunte II, en provecho de su hermano más joven, Hallusuinsusinak, que reinó en Susa desde 699 a 693 a.C. Este cambio provocaría nuevas guerras, pero, por el momento, la tranquilidad parecía reinar de nuevo en el imperio asirio, si bien la regia vanidad exigió que se registrara como «quinta campaña» una expedición menor contra la ciudad de Utku, en los montes de Nipur, al este del Tigris. Senaquerib dejó que sus generales se encargaran solos de reprimir la rebelión del gobernador de Cilicia, Kirúa, en 696, cuya capital fue tomada al asalto; él mismo fue enviado prisionero a Nínive, donde fue desollado vivo. Al año siguiente hubo una campaña punitiva contra Tilgarimmu, cerca del Tauro. Senaquerib permaneció en Asiria entregado a la realización de una obra que deseaba vivamente: la construcción de su propia capital.
La reconstrucción de Nínive (705–690 a.C.)
Al ascender al trono Senaquerib abandonó la inacabada ciudad de su padre, Dur-Sharrukin, convertida en una simple capital provincial. Centró sus esfuerzos en la reconstrucción de la nueva ciudad sobre la antigua ciudad de Nínive, un ancestral centro religioso de gran importancia que nunca había sido corte real, con objeto de convertirla en la más bella ciudad del reino y en capital de su pujante imperio. El rey la reconstruyó desde sus cimientos e hizo de ella una fastuosa metrópolis. La primera versión de los anales de su reinado, escrita después de la campaña de 703 a.C., ya comprendía un balance prometedor de las obras de Nínive. La quinta, en 694 a.C., fecha en que fue inaugurado solemnemente el nuevo palacio, ofrece una descripción completa.
Senaquerib tenía un vivo interés por el urbanismo y la ingeniería, pasión por la belleza y refinados gustos artísticos. En primer lugar, el rey asirio amplió el perímetro de la ciudad enormemente, de 9 300 a 21 815 codos. Agrandó sus plazas y calles, hizo construir a la puerta de la ciudadela interior un puente de ladrillos y cal, dispuso una triunfal «vía real», de más de treinta metros de ancha y bordeada de estelas que, a través de la ciudad, venía a desembocar en la «Puerta de los Jardines», una de las quince grandes puertas de la muralla exterior, de 40 ladrillos de espesor y 100 de alta, y protegida por un foso de cincuenta metros de anchura. Tenía entre 15 y 18 puertas impresionantes, cada una de ellas dedicada a una divinidad. Se desvió el canal Tebiltu, cuyas aguas habían minado los cimientos de la antigua acrópolis, que no medía más que 395 codos por 95. Tras rellenar el antiguo cauce, la plataforma se expandió a 914 codos por 440, y alzada hasta una altura de 190 hileras de ladrillos. Sobre esta superficie se edificó un espectacular palacio. Tenía al menos 80 habitaciones y 3 kilómetros de decoración mural sobre placas de alabastro adosadas a los muros de adobe. Senaquerib lo bautizó como el «Palacio sin rival». Para su construcción hizo venir de todas partes los materiales necesarios. Se explotaron nuevas canteras, talaron bosques aún vírgenes y refinaron las artes de la escultura y la metalurgia. Monstruosos toros alados con cabezas de reyes barbudos, los Shedu, franqueaban sus principales puertas.
La paz y el problema sucesorio (688–681 a.C.)
Tras la destrucción de Babilonia (689 a.C.), los ocho años restantes del reinado de Senaquerib fueron de aparente paz. El rey permaneció en Nínive, entregado a tareas constructivas, aunque sus generales dirigieron alguna campaña punitiva —por ejemplo contra los árabes—. Apenas tres meses después de la caída de Babilonia, murió Khumbannimena II, rey de Elam, y le sucedió Khumbankhaltash II, que probablemente fuera su sobrino. Bajo su pacífico reinado, Elam vio crecer su influencia: Ellipi y el País del Mar —donde se instaló como gobernante un hijo del tenaz Merodac-Baladán— se sacudieron la tutela asiria para volverse hacia Elam. En Anatolia, el país de Tabal también recobró su independencia, y Urartu ocupó de nuevo Musashi y algunas regiones vecinas de la frontera septentrional de Asiria. Por lo tanto, Senaquerib no fue capaz de mantener intactas las fronteras del dilatado imperio forjado por su padre. En el interior del país se sucedieron los problemas, paralizando nuevas ofensivas que permitieran el restablecimiento de la hegemonía asiria en todos los frentes. La muerte de su príncipe heredero provocó una grave crisis en la corte asiria, ya de por sí dada a la intriga. La tradición mesopotámica establecía que el hijo mayor del rey era siempre, de derecho y de conformidad con los mandatos divinos, el legítimo heredero del trono. Sin embargo, si llegaba a morir antes que su padre, éste podía designar libremente a su sucesor en el poder, sin tener en cuenta la edad o la madre. Senaquerib tenía aún cinco hijos vivos, el menor de los cuales era Asarhadón (Assurakhaiddina), nacido de su última esposa, Naquia, a la que se llamaba en asirio Zacuto. Mujer en apariencia enérgica y ambiciosa, intrigó apasionadamente en favor de su hijo, conquistando poco a poco el corazón del rey. Sin embargo, los hermanos mayores de Asarhadón defendían no menos encarnizadamente sus respectivas candidaturas, y contaban con sus propias camarillas. El nacionalismo asirio se convirtió en una importante cuestión en disputa, ya que denunciaban como crímenes las simpatías pro babilonias de la reina y su hijo. El resultado fue el florecimiento de las luchas y las intrigas constantes en el seno de la familia real. Finalmente, el elegido fue Asarhadón. Según el Antiguo Testamento «sucedió que mientras [Senaquerib] adoraba a su dios en el templo de Nisroc, sus hijos Adramelec y Saraza lo mataron a espada y huyeron a la tierra de Ararat». Sucedió esto en el 681 a.C. Una inscripción de su hijo, sucesor y vengador, Asarhadón, confirma esta declaración bíblica, aunque no menciona los nombres de los asesinos.

Jinete y soldados asirios del siglo VIII a.C.

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