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sábado, 10 de junio de 2017

Primeros mártires del cristianismo

La predicación de Santiago el Mayor en España es una tradición tardía recogida por San Isidoro de Sevilla y el Beato de Liébana, pero no por Gregorio de Tours o Venancio Fortunato, que la consideran carente de cualquier base. Según la tradición, Pablo desembarcó en Tarragona y las fuentes recogen el nombre de los primeros conversos, dos mujeres: Xantipa, esposa del prefecto Probo, y la de su hermana Polixena. Las fuentes también refieren que estos hechos han sido criticados por reputados historiadores como Marcelino Menéndez y Pelayo. La persistencia de las referencias, no obstante, parece estar sustentada por la Epístola a los Romanos (58), donde Pablo comenta su deseo de ir a España. Dado el prestigio indiscutible del texto canónico, muchos autores cristianos primitivos lo citan o glosan, añadiendo información de imposible comprobación —Cirilo de Jerusalén, san Epifanio, san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, Teodoreto y san Clemente de Roma en el Canon Muratorio y el Acta Pauli). Aun así, algunos autores indican que, en el caso de haberse producido la visita de Pablo, ésta se limitó a un contacto con las comunidades judías de la costa mediterránea española. Estos son los siete varones apostólicos que habrían sido enviados a España por el apóstol Pedro: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio. Entre ellos san Cecilio, que alguna fuente considera como obispo de Granada, fue martirizado. El destino de los demás pudo ser también el martirio, aunque en esto discrepan el Martirologio de Lyon y los Calendarios Mozárabes, para los que son simplemente doctores de la fe. El resultado de la llegada de los siete varones a Guadix (Granada), sería la primera conversión completa de una ciudad, tras el hundimiento milagroso de un puente que los salvó de una persecución. También aquí habría sido una mujer noble la primera conversa: Luparia. Después de esto, los siete varones se dispersaron, quedando Torcuato en Guadix, Segundo en Abula (Ávila, que tiene a san Segundo de patrón), Indalecio en Urci (Torre de Villaricos), Tesifonte en Vergi (Berja, Almería), Eufrasio en Iliturgis (Cuevas de Lituergo), Cecilio en Ilíberis (Elvira, Granada) y Hesiquio en Carcesi (Cieza, Murcia). La identificación de esas localidades es muy insegura: según otras fuentes, Carcesi o Carcere es Cazorla (Jaén), Urci es Pechina (Almería) y Iliturgi la actual Andújar (Jaén).
Aun aceptando la venida de Pablo, la expansión del cristianismo primitivo en España tiene estrechas relaciones con los soldados de la Legión VII Gemina y las comunidades cristianas del norte de África, además de la influencia decisiva de la patrística oriental. Su vehículo de expansión sería el militar, a través de la Vía de la Plata y sus interconexiones con Gallaecia y Caesaraugusta. Se han encontrado varios rasgos de influencia afroasiática en el cristianismo español: el análisis filológico de los primeros documentos de la Iglesia —como las actas del Concilio de Elvira—; la arquitectura de las primeras basílicas; el elemento militar y el origen norteafricano de los primeros mártires hispanos; e incluso características de la propia liturgia. Los testimonios más antiguos de la presencia del cristianismo en España son los de Ireneo de Lyon, Tertuliano y la Carta LXVII de san Cipriano, obispo de Cartago (254), en tiempos de la persecución de Decio, en la que condenaba a los obispos Basílides de Astorga y Marcial de Mérida. Sea como fuere, de lo temprano y extenso de la cristianización, sobre todo en zonas urbanas, fueron muestra los mártires de las persecuciones de finales del siglo III y comienzos del IV, como los Santos Niños Justo y Pastor, en Complutum (Alcalá de Henares), Santa Eulalia en Mérida, o Santa Justa y Santa Rufina en Sevilla; y concilios como el ya citado de Ilíberis (de fecha incierta, entre el 300 y el 324, en el primer caso sería anterior a la persecución de Diocleciano, y en el segundo, posterior al Edicto de Milán de Constantino, 313). En sus 81 cánones, todos disciplinares, se encuentra la ley eclesiástica más antigua concerniente al celibato del clero, la institución de las vírgenes consagradas (virgines Deo sacratae), referencias al uso de imágenes (de interpretación discutida), a las relaciones con paganos, judíos y herejes, etcétera. Posiblemente el primer martirio con constancia documental ocurrió el 21 de enero del año 259 en el anfiteatro de Tarraco (Tarragona), donde fueron quemados vivos el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio durante la persecución de Valeriano y Galieno). Los cristianos hispanos tuvieron oportunidad de llegar a puestos de responsabilidad en la Iglesia romana: la tradición reivindicada para su patronazgo sitúa en Huesca el lugar de nacimiento de san Lorenzo mártir (diácono romano muerto en 258); incluso un texto apócrifo atribuido a san Donato lo sitúa en Valencia, a donde habría hecho llegar el Santo Grial por orden del papa Sixto II. En 2006 se descubrieron unos polémicos restos arqueológicos (que destacados expertos consideran falsos) hallados en el yacimiento de Iruña-Veleia (cercano a Iruña de Oca, Álava) que parecen representar una escena de calvario, la siglas RIP y otros signos y palabras propias del cristianismo primitivo (de un modo anacrónico e impropiamente utilizadas), de una cronología muy temprana (siglo III), que de ser auténticos los convertirían en los más antiguos no solo de España, sino del mundo, como sigue sosteniendo el director del yacimiento, que insiste en la veracidad de los restos.
Triunfo del cristianismo y decadencia del Imperio
La instauración del cristianismo como única religión oficial del Imperio con Teodosio (380), emperador de origen español, hizo que se extendiera en perjuicio de los cultos «paganos» como pasaron a denominarse. La cristianización de los templos, espacios sagrados y festividades de cultos anteriores produjo un sincretismo en el que pervivieron ritos y divinidades precristianas, sobre todo en la religiosidad popular, que a veces han podido rastrearse. La crisis económica del siglo III produjo un ruralismo de la sociedad y una retracción de las instituciones romanas urbanas, cuyo espacio es ocupado en buena medida por la institución episcopal. La atracción por la vida monástica en el campo tampoco es ajena a los intereses económicos de los latifundios y del emergente modo de producción feudal que sustituye al esclavista, sobre todo en el período siguiente a las invasiones del siglo V. A partir de estos momentos, en medio de la descomposición del Imperio, se produjo la llegada a España de distintas versiones del cristianismo: el arrianismo de suevos y visigodos, y la aportación de una influencia migratoria de acceso más pacífico que llegó por una ruta tan insospechada como la atlántica (diócesis de Bretoña, creada entre Asturias y Galicia por cristianos de Britania que huían de los sajones). Entre la élite intelectual de la época final del Imperio, algunos hispanorromanos se cuentan entre los clásicos cristianos, como Osio (polemista contra Arrio y autor del Credo del Concilio de Nicea, que presidió en 325) o Paulo Orosio (historiador y polemista contra Prisciliano). El mismo Prisciliano, opuesto al papa Dámaso I (también de origen español), abre la larga lista de heterodoxos hispanos que estudió Marcelino Menéndez y Pelayo, como heresiarca del priscilianismo, condenado por los Concilios de Zaragoza (380) y de Burdeos, y posteriormente ejecutado (385), tras soportar uno de los primeros procesos con tortura, que puede considerarse precedente de la Santa Inquisición medieval.

Martirio de Santa Catalina

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