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jueves, 20 de julio de 2017

Navas de Tolosa: la batalla de los Tres Reyes librada en 1212

El grueso de los ejércitos contendientes en Las Navas se avistan el viernes 13 de julio y, después de algunas escaramuzas durante el fin de semana, el lunes 16 atacan las hordas agarenas. Los cristianos se dispusieron en tres cuerpos de ejército. En el centro se situó la vanguardia de las huestes del señor de Vizcaya, don Diego López de Haro, compuesta por quinientos caballeros, lo que incluía su mesnada señorial además de algunos caballeros cistercienses, occitanos al mando del arzobispo Arnaldo de Narbona, montañeses leoneses, voluntarios portugueses y otros caballeros jóvenes. En el flanco izquierdo se colocó el rey Pedro II de Aragón, y al frente de su vanguardia estuvo su sobrino Nuño Sánchez –que fue armado caballero antes de la batalla– y García Romeo. En el centro de la formación se situaron los caballeros de las órdenes militares (santiaguistas, templarios, hospitalarios, calatravos comandados por Pedro Arias, Gómez Ramírez, Gutiérrez Ramírez y Rodrigo Díaz de Yanguas respectivamente), junto con otras mesnadas de señores feudales castellanos y milicias de los concejos de Toledo, Valladolid, Soria o Cuenca entre otras. Fueron dirigidos por Gonzalo Núñez, de la Casa de Lara. Otros señores de Castilla destacados fueron el portaestandarte del rey de Castilla, don Álvaro Núñez y don Fernando Núñez, el mayor de los tres hijos de Nuño Pérez de Lara, presentes todos ellos en la refriega. También estuvieron allí Rodrigo Díaz, del ilustre linaje de los Cameros, que comandó el flanco derecho del cuerpo central, donde luchó su hermano Álvaro Díaz. De los Girón destaca el mayordomo real Gonzalo Ruiz, que combatió al lado de sus hermanos Pedro, Nuño y Álvaro. Todo el flanco izquierdo lo ocupó, dividido en vanguardia, medianera y retaguardia, el ejército real de Pedro II de Aragón, reforzado por peones, infantería y ballesteros, y las milicias de otros señores aragoneses. El flanco derecho del ejército lo sostuvo Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra (llamado así por su gran envergadura) con los caballeros navarros y las milicias castellanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo, entre otras fuerzas. Entre las potestades que componían su séquito se citan –aunque en crónicas castellanas tardías– su alférez Gómez Garceiz de Agoncillo, García Almoravid, Pedro Martínez y Pedro García de Arrónia. En la retaguardia se situaron los monarcas al frente de sus mesnadas reales. En el centro Alfonso VIII dirigiendo toda la estrategia, con los caballeros de su curia real y las tropas del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, y los obispos de las principales sedes castellanas: Tello Téllez de Meneses de Palencia, Rodrigo de Sigüenza, Melendo de Osma, Bricio de Plasencia, Pedro Instancio de Ávila, Juan Maté de Burgos y Juan García de Agoncillo de Calahorra.
El grueso de las tropas almohades provenía de los territorios de Andalucía y soldados bereberes del norte de África, además de la guardia real, tropa de élite que rodeaba el corral del caudillo Mohamed an-Nasir, compuesta por fornidos guerreros negros. También situó el rey moro a los voluntarios en la vanguardia, que eran los más predispuestos para el sacrificio de la yihad o guerra santa, y con ellos formaba la caballería ligera, las tropas de más movilidad, que podían usar venablos, ballestas o arcos, incluso los de la caballería ligera, como los temibles ballesteros montados kurdos. Tras los voluntarios yihadistas situó An-Nasir a los cuerpos centrales del ejército: tanto de origen magrebí como andalusí. Las tropas andalusíes contaban con una caballería más parecida a la cristiana; más pesada que la africana, producto del contacto de los moros peninsulares con los reinos cristianos del Norte en las guerras que sostenían con ellos desde hacía varios siglos. Finalmente, los cuerpos de élite en la retaguardia, y por último, el palenque de Mohamed an-Nasir, una empalizada fortificada y reforzada con cestos de flechas e incluso animales –camellos y demás bestias de carga– y otros elementos defensivos; todo el recinto estaba protegido por filas de arqueros, lanceros y ballesteros. Finalmente un cuerpo de guardia de hombres de gran envergadura física, la célebre Guardia Negra formada en falange con grandes picas apoyadas en el suelo, con arqueros y ballesteros de refuerzo.
Después de una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el vizcaíno don Diego López de Haro, que hicieron huir a la vanguardia de voluntarios musulmanes, los almohades, que doblaban en número a los cristianos, realizaron la misma táctica que en 1195 les había reportado tan buenos resultados en Alarcos, donde derrotaron a Alfonso VIII de Castilla. La caballería ligera y los arqueros de la vanguardia simularon una retirada inicial frente a la carga de los cristianos para contraatacar luego, táctica propia de los ejércitos árabes conocida como torfuyeh, con el apoyo final del grueso de sus fuerzas de élite en el centro. A su vez, desde los flancos, la caballería ligera almohade, cuyos jinetes estaban equipados con arco y flechas, trataron de causar una gran mortandad entre los atacantes cristianos realizando una excelente labor de desgaste y, finalmente, las huestes de andalusíes y bereberes situadas en el centro, rematarían la maniobra envolviendo al ejército cristiano gracias a su superioridad numérica. Recordando la batalla de Alarcos, era de esperar esa táctica por parte de los almohades. Pero en este caso, ante el peligro de verse rodeados por el enorme ejército almohade, Diego López de Haro ordenó estabilizar la formación, y mantener la línea del frente sin internarse excesivamente entre las líneas enemigas persiguiendo a los voluntarios yihadistas y a la caballería ligera, que supuestamente huían. En ese momento, la formación central del ejército almohade avanzó hacia la línea de López de Haro, que comenzaba a flaquear ante la duración del esfuerzo anterior y el hecho de que su avance había sido cuesta arriba. Mientras, la caballería andalusí comenzó el movimiento envolvente. Este punto crítico de la batalla tuvo lugar hacia el mediodía, y se mantuvo con movimientos de ataque y contraataque a lo largo de bastante tiempo sin que la victoria se decantara claramente por ninguno de los dos bandos. Posiblemente, en un momento de la batalla, el avance y la maniobra envolvente desde los flancos de las tropas almohades estuvieron a punto de decidir la victoria, gracias, sobre todo, a su inmensa superioridad numérica. Entonces, Alfonso VIII ordena rechazar los avances por los flancos del enemigo, para sostener una formación central sólida. Aquí es cuando entraría en juego el grueso de la caballería cristiana; la aragonesa por el flanco izquierdo y la navarra y las milicias leonesas por el derecho, además de un movimiento táctico de la caballería castellana hacia el flanco más débil de los moros. En todo caso, el bando cristiano consiguió detener a los almohades en los flancos, y estabilizar de nuevo las formaciones. Ya bien entrada la tarde, Alfonso VIII de Castilla ordenó el avance en bloque de toda la retaguardia cristiana, entrando en combate la élite de sus tropas, la caballería pesada y toda las fuerzas de reserva del ejército aliado en un esfuerzo de avance intenso que rompió las líneas defensivas de los agarenos, obligándoles a retirarse en desbandada. Esto facilitó que los cristianos accediesen hasta el real de Mohamed an-Nasir, que se dio a la fuga con algunos de sus leales para evitar caer prisionero de los cristianos.
La rápida ocupación del palenque del caudillo magrebí se llevó a cabo a un tiempo por castellanos, que atacaron por la derecha, y de aragoneses que lo hicieron por la izquierda, por lo que la leyenda de que fue el rey de Navarra quien accedió el primero a la empalizada o estacada que defendía la tienda de Mohamed an-Nasir, no es exacta. El real del moro no estaba protegido por cadenas, sino que éstas eran un elemento disuasorio que en ocasiones utilizaba la guardia de corps del sultán marroquí para que los esclavos negros que la componían no sucumbieran a la tentación de huir. Al producirse la retirada de las hordas almohades y andalusíes, el ejército cristiano emprendió su persecución hasta la caída del sol, dando muerte a muchos de ellos en una persecución que se prolongó por espacio de unos 25 kilómetros. La precipitada huida a Jaén de Mohamed an-Nasir proporcionó a los cristianos un gran botín de guerra. De este botín la leyenda propagó que se conserva el pendón de Las Navas de Tolosa en el monasterio de Las Huelgas en Burgos. Sin embargo, el célebre pendón de las Navas de Tolosa fue un trofeo conseguido por Fernando III el Santo, rey de Castilla, en la conquista del valle del Guadalquivir algunos años más tarde.
Esta derrota no supuso el fin del poderío almohade, pero a partir de entonces su influencia política, religiosa y militar se limitó al norte de África, y abrió el camino para dar un importante empujón a la Reconquista en Andalucía y Levante. La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Calzada de Calatrava, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava, utilizando prisioneros musulmanes tomados en la batalla de las Navas de Tolosa. Los calatravos se distinguieron llevando a cabo un arduo proceso de evangelización del territorio reconquistado, lo que comprendía la conversión forzosa de los moros al cristianismo, so pena de expulsión, la construcción de nuevas ermitas y santuarios y la restauración del culto romano en las primitivas iglesias visigóticas que, como el santuario de Santa María del Monte de Bolaños de Calatrava, los moros habían transformado en mezquitas después de la invasión de 711. La victoria cristiana en las Navas de Tolosa supuso, además, el dominio definitivo de la llanura manchega, que se completó con la conquista de la fortaleza de Alcaraz un año después.
El rey Pedro II de Aragón, que moriría un año después en la batalla de Muret 

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