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miércoles, 9 de agosto de 2017

El desastre de los Dardanelos en 1915

Más de un siglo después, el vendaval de la Historia aún no se ha llevado los ecos de la batalla de Galípoli, para las fuerzas aliadas, campaña de los Dardanelos para las tropas turcas que se enfrentaron ferozmente al invasor por el control de una pequeña península bañada por el mar Egeo, y un estratégico Estrecho que era la llave para doblegar al Imperio Otomano. Más de cien mil muertos y medio millón de heridos entre febrero y diciembre de 1915 que cambiaron el curso de la Primera Guerra Mundial y contribuyeron a prolongarla tres años más. Nunca tantos cayeron por tan poco terreno. Las insignificantes barrancas y playas, las mínimas lomas y mesetas escenario de la batalla de Galípoli estarían condenadas al olvido si no fuera por los mitos que germinaron entre las calaveras de los caídos: el nacimiento de la identidad nacional australiana y los cimientos fundacionales de la moderna Turquía, en la que tuvo un papel primordial Kemal Atatürk, padre de la República de Turquía, y héroe en la batalla de Galípoli.

El primer lord del Almirantazgo, a la sazón un bisoño Winston Churchill de apenas 40 años, aprobó la orden de apoderarse de los Dardanelos. Se trataba de una operación naval relámpago: cañonear las defensas artilleras otomanas en la embocadura del Estrecho. Una pequeña fuerza terrestre se ocuparía de controlar después los fuertes y los puertos turcos para poder retirar las minas colocadas en el paso marítimo. Franquear el paso a las flotas británica y francesa hasta el mar de Mármara conduciría a la conquista de Estambul en pocos días y, con ello, a la derrota del Imperio Otomano. Al mismo tiempo quedaría despejada una vía vital de suministros a Rusia en el este para que las potencias centrales aflojaran la presión en el frente occidental, estancado en el barro de las trincheras desde el comienzo del conflicto. Sin embargo, los buques de guerra aliados se estrellaron una y otra vez contra la tenacidad turca, pero sobre todo también contra sus propios errores. A partir del 19 de febrero de 1915, sus cañones hicieron mella en las fortalezas otomanas, algunas erigidas en el siglo XV tras la conquista de Constantinopla. Pero sus dragaminas fueron incapaces de aproximarse a la entrada del Estrecho para desmontar las sucesivas líneas de minas que lo bloqueaban. A pesar de los vuelos de reconocimiento de los hidroaviones británicos, las piezas móviles de los artilleros turcos cambiaban de localización cada noche para castigar con su fuego de artillería cada misión de limpieza de los dragaminas. Los grandes cruceros y acorazados aliados se arriesgaron a ponerse a tiro de las baterías costeras –que estaban también asistidas por fuerzas alemanas a las órdenes del general Liman von Sanders, asesor militar del Imperio Otomano y luego jefe de Operaciones en los Dardanelos– para desalojar a la artillería turca de las costas. Varios buques se fueron a pique al entrar en contacto con las minas o resultaron gravemente dañados por las baterías turcas.

El 18 de marzo, la escuadra aliada lanzó sin éxito su última ofensiva. Desde entonces los cañones dejaron de disparar desde los fuertes del Estrecho y los turcos conmemoran cada año en esa fecha su gran victoria sobre británicos y franceses en la batalla de los Dardanelos. El general británico Ian Hamilton, jefe de la Fuerza Expedicionaria del Mediterráneo, telegrafió a Londres: «Muy a mi pesar, me veo obligado a llegar a la conclusión de que no es probable que los Estrechos del Bósforo sean forzados por nuestros acorazados […]. Ha de ser una operación militar pausada y metódica, llevada a cabo con nuestras fuerzas al completo, para así poder abrir un paso seguro a la Flota». Pero los combates no acabaron el 18 de marzo. A partir de entonces, la guerra sólo cambió de escenario. Para los australianos, que acababan de irrumpir en 1901 en la historia como país semiindependiente del Imperio Británico, la fecha de recuerdo de Galípoli es el 25 de abril, cuando se produjo el desembarco de las fuerzas terrestres aliadas. Es una fiesta nacional: el Día del ANZAC (así llamado por las siglas en inglés del Cuerpo Australiano y Neozelandés del Ejército).

Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo, fue el responsable del desastre y el gran perdedor político tras la derrota británica en la batalla de Galípoli. El 25 de abril de 1915 se produjo el que está considerado primer gran desembarco militar del siglo XX, el primer precedente del Día D en Normandía el 6 de junio de 1944, pero sin olvidar tampoco el exitoso desembarco llevado a cabo el 8 de septiembre de 1925 en Alhucemas por el Ejército y la Armada española y que propiciaría el fin de la Guerra del Rif. La Armada empleó varias lanchas de desembarco británicas que habían sido utilizadas en Galípoli diez años antes. Asimismo, el carguero River Clyde, que fue embarrancado a propósito en la playa de Heles, al sur de la Península, para que los soldados se quedaran a sólo a unos 30 metros de la costa, expuestos al fuego enemigo el menor tiempo posible. Sin embargo, de los 1.000 soldados irlandeses de los Fusileros de Dublín que desembarcaron, sólo sobrevivieron 400. Acabada la guerra, el River Clyde acabó en manos de una naviera española que operaba en el Mediterráneo y fue rebautizado como «Aurora». Fue desguazado en Avilés en 1966. En realidad hubo cuatro desembarcos simultáneos en Galípoli realizados poco después de las cuatro de la madrugada. Dos de ellos, el de la 29ª División Británica en el cabo Heles y una zona adyacente, y el del ANZAC en la costa occidental de Gaba Tepe, tenían como objetivo establecer cabezas de puente para la invasión terrestre aliada. Los otros dos, el del Cuerpo Francés del Ejército en la parte asiática de Kum Kale, no lejos de las ruinas de Troya, y el de la Real División Naval en el golfo de Saros, al norte de Galípoli, fueron meras maniobras de distracción para dividir la capacidad de respuesta de las fuerzas otomanas. A pesar del alto número de bajas en el sur, el frente quedó pronto consolidado gracias al apoyo de la artillería naval franco-británica. Pero la zona del ANZAC estuvo marcada desde el principio por la desgracia y la tragedia. Nadie esperaba que los turcos fueran a luchar tan fieramente, pero no hay que olvidar que la mayoría de esos hombres procedían de la región del mar de Mármara. Luchaban para defender su propia tierra frente a una invasión extranjera, todos luchaban por el control de la meseta de Kilitbahír, en el corazón de la Península. Esos cerros eran la piedra angular de la batalla y la bóveda que aún sostenía al Imperio Otomano. Si los aliados los ocupaban, tendrían vía libre para cañonear el palacio del sultán en Topkapi. Hoy las banderas turcas dan una impresionante tintura roja a la memoria histórica por todo Galípoli. Marcan las líneas del frente, los cementerios donde reposan sus caídos, monumentos conmemorativos que emulan el clímax nacionalista crece en la embocadura de los Dardanelos, pero no en mayor medida que pueda hacerlo en los cementerios aliados de Francia. Sin embargo, siempre parece políticamente correcto alabar el nacionalismo anglosajón, e incorrecto hacer lo propio con el orgullo patrio de otros países. El paroxismo de la celebración de la gran victoria militar obtenida por los turcos sobre británicos y franceses es aún más patente en Chinuk Bar. El nacionalismo turco se apropió durante décadas de la memoria histórica del campo de batalla. Más de dos millones de turcos visitan ahora cada año el Parque Histórico Nacional de Galípoli, creado en 1973. La paradoja es que el nacionalismo islamista del Gobierno de Tayip Erdogán lo ha reconvertido en un parque temático de exaltación de la victoria de tropas musulmanas que cargaban a la bayoneta invocando a Alá contra los cruzados invasores.

Los cementerios británicos, franceses, australianos y neozelandeses fueron los primeros en conservar el recuerdo de los caídos. Hoy mantienen una apacible distancia histórica. Sólo el monolito del memorial británico apunta a un pasado imperial, con la mención de los buques hundidos y demás unidades navales que intervinieron en la batalla. En el muro exterior que lo rodea están grabados los nombres de sus muertos. El cementerio turco es meramente simbólico, con inscripciones en lápidas de metacrilato. Los cuerpos de los combatientes turcos fueron enterrados en fosas comunes, y no fueron exhumados después de la guerra, como hicieron los aliados para identificar a sus caídos, porque esta práctica no se contempla entre los musulmanes. No obstante, el Gobierno turco sí celebró por todo lo alto el centenario de la batalla en 2015, y los guías turcos explican desde entonces las peripecias del Mustafá Kemal Atatürk en la batalla de Galípoli. El entonces teniente coronel comandaba con 32 años el 57º Regimiento, estacionado en Bigali, al norte de la Península. Cuando llegaron noticias del desembarco de las fuerzas del ANZAC, otros comandantes se mantuvieron en sus posiciones y sólo él se atrevió a marchar hacia la costa occidental. Según este relato, envió a sus tropas por la carretera mientras él marchaba con su caballo campo a través. Al llegar a la zona de combates se encontró con dos centenares de soldados turcos que se retiraban tras ser arrollados por el avance australiano. Les ordenó que le siguieran con estas palabras: «No les pido que ataquen, les pido que mueran. Eso dará tiempo para que otros turcos ocupen nuestro lugar». Kemal resistió hasta la llegada de su regimiento para hacer retroceder a las fuerzas del ANZAC hacia la playa. Su proverbial intervención determinó el fracaso del primer desembarco aliado.

La reputación de Atatürk como gran estratega militar se fraguó en las colinas y barrancos de Galípoli, no en los despachos. De ahí surgió el jefe militar que dirigió la guerra de Independencia tras la derrota en la Gran Guerra de 1914-1918 y que fundó la República de Turquía en 1923. Las condiciones durante la batalla fueron muy duras para ambos bandos: los heridos graves en el frente solían ser dados en seguida por muertos, pues no había medios para trasladarlos a los puestos de socorro en retaguardia. No tenían ninguna oportunidad. Y la falta de suministros, sobre todo de agua, acabó causando más bajas entre los combatientes que las balas enemigas. El éxito inicial de algunos submarinos aliados al burlar el bloqueo del Estrecho y hostigar a los buques de guerra y mercantes turcos en el mar de Mármara sirvió para maquillar la debacle británica, pero no para ocultar el sentimiento de derrota absoluta que debía acompañar a las tropas aliadas que se retiraron de la Península en diciembre de 1915 con el rabo entre las piernas. La evacuación fue la operación mejor ejecutada de toda la campaña de los Dardanelos. El mando militar turco tendió un puente de plata al enemigo y quedo patente, una vez más, que Inglaterra no era invencible. Las cabezas del primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill y la del comandante en jefe del Ejército Expedicionario, Hamilton, rodaron tras una rápida investigación en Londres que puso de manifiesto que la campaña fue planeada de forma deficiente por Churchill. Kemal. Atatürk fue ascendido al grado de pashá o general, y su leyenda no dejó de crecer hasta convertirse en Padre de la Patria.
Soldados turcos dirigiéndose al frente de Galípoli en 1915



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