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martes, 6 de febrero de 2018

La emancipación de los condados catalanes

El conde Borrell II de Barcelona se proclamó dux hispánico y marqués por la Gracia de Dios en 988, y rompió así, por omisión y sin una declaración formal de independencia, su vasallaje al rey de los francos. Este hecho constituye para muchos historiadores revisionistas catalanes el punto de partida de Cataluña como nación soberana. Sin embargo, la emancipación de los condados catalanes, feudatarios de los reyes francos, no se consumó de facto hasta el tratado de Corbeil, firmado en 1258 por Luis IX de Francia y Jaime I de Aragón. Por lo que, técnicamente, los condados catalanes pasaron de prestar obediencia a los reyes francos, a ser vasallos de los reyes de Aragón. Borrell II tuvo que gobernar sus estados en una época en la que el poder carolingio estaba en plena descomposición, mientras que el poderío militar del Califato de Córdoba alcanzaba su máximo apogeo. Este conde catalán intentó mantener buenas relaciones con el Califato, como lo demuestra el envío de repetidas embajadas. En 950 envió a un legado que se unió a la embajada del marqués Guido de Toscana, y la embajada de 966 supuso la firma de un tratado de paz, amistad y establecimiento de fronteras con el Califato cordobés. Las embajadas enviadas en 971 y 974 supusieron una connotación jurídica mucho más importante, ya que significaron el establecimiento de una cierta forma de vasallaje hacia el califa al-Hakén, cosa que era contradictoria con la fidelidad debida al rey de Franquia, pero gracias a ello fue posible mantener una estabilidad en el área fronteriza suroeste del condado de Barcelona. Todo ello redundó en beneficio económico del condado de Barcelona, que permitió a Borrell II poner en circulación la moneda de oro denominada mansusos, a la vez que se alejaba de la tutela de los monarcas francos.
Estos años de paz y buena vecindad con el Califato permitieron a Borrell II profundizar en su anhelo de independencia del reino franco. En 971 fue nombrado duque de la Gotia, y con ocasión de la consagración en 977 del monasterio de Ripoll, ocupó un lugar preeminente sobre los demás condes de la antigua Marca Hispánica. Todos estos discretos actos de soberanía coincidieron con la muerte del califa cordobés al-Hakén II en 976 y la subida al trono de Hixam II, con la consiguiente toma de poder por parte de Almanzor. Según cuenta el cronista musulmán Ibn-Hayyan, esos actos de soberanía hicieron creer a Almanzor que el conde de Barcelona se había independizado de la monarquía franca, por lo que decidió atacar Barcelona. Una expedición mandada por Almanzor salió de Córdoba en la primavera del año 985 y penetró por el Penedés en el condado de Barcelona, saqueando el Vallés. Barcelona, defendida por el vizconde Udalard, fue sitiada, tomada y saqueada el 6 de julio de ese mismo año. Hubo una gran matanza entre sus habitantes, y los supervivientes, con el vizconde a la cabeza, y junto con el arcediano Arnulfo, fueron hechos prisioneros. Borrell II intentó hacer frente a los moros en Rovirans, cerca de Tarrasa, pero, derrotado, tuvo que retirarse a Caldas de Montbui y después buscar refugio en Manresa.
El cambio de situación provocado por el ataque de Almanzor hizo que Borrell II buscase a toda prisa recomponer los vínculos con la monarquía franca, como feudatario que todavía era, a fin de lograr la ayuda militar necesaria para reconquistar sus dominios. Pero la muerte del penúltimo soberano carolingio, Lotario, en 986, y poco después del último, Luis V, en 987, y la subida al trono de Hugo Capeto en un momento en que tuvo que defender su corona de insurrecciones internas y los ataques de los normandos, hicieron que no se pudiese enviar a Borrell la ayuda militar solicitada. Mientras estos contactos con la corte franca se producían, los moros se retiraron del condado de Barcelona, ya que la aceifa, según al Udri, duró únicamente ochenta días.
Las aceifas eran expediciones militares que los sarracenos solían llevar a cabo en primavera y verano en los territorios cristianos para procurarse buenos botines de oro, plata y esclavos. Cercano ya a los sesenta años de edad, el conde Borrell II de Barcelona falleció el 30 de septiembre de 992 en la Seo de Urgel. Durante el gobierno de Borrell II los condados catalanes son el paso intermedio obligatorio de la cultura hispanoárabe a la cultura cristiana de los reinos del norte peninsular y de Europa, siendo los monasterios catalanes de Ripoll y Cuixá, sobre todo, difusores en Occidente de la cultura clásica grecolatina recuperada por los árabes andaluces. La fama de los territorios regidos por el conde Borrell, hace que el monje Gerberto de Aurillac, futuro papa Silvestre II, llegue a Barcelona hacia 967 y entable amistad con el propio conde, con Atón, obispo de Vic, y también con Sunifredo Llobet, arcediano de la catedral que traducía textos del árabe al latín. Gerberto había pasado por el monasterio de Ripoll y aprendido durante los años en que su sriptorium o biblioteca vivía su primera época de esplendor bajo la dirección del abad Arnulfo (954-970) y se había convertido en un importante centro de traducción. Gerberto de Aurillac aprendió en Ripoll la construcción del astrolabio y acompañó a Borrell II en el viaje que este realizó a Roma. Según una tradición tardía, el conde Borrell II murió en el asedio de Barcelona por Almanzor, y los moros lanzaron su cabeza cercenada dentro de las murallas de la ciudad sitiada para aterrorizar a sus habitantes, antes de proceder a su toma y posterior saqueo. En cualquier caso, Borrell II dejó a su muerte el camino allanado para la gran época del condado de Barcelona, tanto para su expansión hacia las tierras del sur (Tarragona) ocupadas aún por los sarracenos, como hacia los antiguos dominios de los visigodos en Occitania.


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