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sábado, 28 de abril de 2018

Churruca y la batalla de Trafalgar en 1805


El decisivo choque naval en Trafalgar se hizo inevitable por la obsesión de Napoleón de invadir las islas Británicas, y España se vio arrastrada a la guerra en virtud del III Pacto de Familia. Este acuerdo se firmó en 1761, en el reinado de Carlos III, para defender los intereses coloniales hispano-franceses en América del Norte, frente a las aspiraciones británicas. Después de unos inicios desastrosos, Francia y España apoyaron a los colonos norteamericanos en su lucha contra Inglaterra, que tuvo que reconocer la independencia de los Estados Unidos y devolver Menorca y Florida a España por la Paz de Versalles de 1783. Pero, pese a los éxitos en ultramar, las guerras mermaron enormemente la capacidad de crecimiento de la economía española. Además, España adquirió unos compromisos militares que, a la postre, serían desastrosos para sus intereses.
Aunque la batalla de Trafalgar en 1805 supuso la mayor derrota en la gloriosa y dilatada historia de la Armada española, también grabó a fuego los nombres de varios héroes que, como el de Churruca, lamentablemente han ido cayendo en el olvido con el correr de los años. A pesar de todo, hazañas como seguir en su puesto cuando una bala de cañón le arrancó la pierna o pedir un barril de harina en el que meter el muñón para evitar desangrarse y continuar combatiendo, siguen honrando a don Cosme Damián Churruca y Elorza, un brigadier vasco que, además de ser un reconocido científico y militar que estuvo 30 años al servicio de la Armada, murió como un héroe en Trafalgar combatiendo contra seis navíos ingleses a la vez.
El joven Churruca contaba 15 años cuando se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para completar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera como marino a bordo del navío San Vicente.
Después de navegar en varios barcos, el joven Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, cuando se enfrentó a los ingleses cuando, aprovechando la derrota de Inglaterra en la guerra de Independencia de los Estados Unidos, España llevó a cabo varias acciones navales para recuperar Gibraltar, como el asedio de la plaza en diciembre de 1781, y en el que Churruca participó. Pero el brioso ataque de la Armada resultó infructuoso ante la potencia de fuego de las baterías de costa inglesas, bien ubicadas en La Roca.
Varios años después, en 1788, el español inició una expedición científica con los buques Santa Casilda y Santa Eulalia, y se embarcó en el segundo viaje que partía hacia el extremo meridional de Sudamérica para explorar el estrecho de Magallanes a las órdenes del capitán de navío don Antonio de Córdova, y con su amigo Ciriaco Cevallos. Churruca fue el encargado de cartografiar el Estrecho y también de las observaciones astronómicas en esa zona austral.
Infortunadamente, una cruel dolencia atacó al guipuzcoano tras sus primeras misiones. Sufrió de escorbuto, una enfermedad muy frecuente entre los marinos de la época, y le dejó terribles secuelas durante toda su vida. Pero nada podía detener a este marino vasco ni sus ansias de aventuras. Por esto, en 1792 se embarcó como capitán en una expedición dirigida por don José de Mazarredo. El objetivo de la misión era llevar a cabo una serie de estudios hidrográficos para la reforma del atlas marino de América del Norte, que después serían muy utilizados en Europa. Tal fue el reconocimiento, que recibió el título de Capitán de Navío a su regreso en 1794.
Tras haber recorrido medio mundo, el ilustre marino decidió retomar su carrera militar y en 1799 embarcó en el navío de línea Conquistador que puso rumbo a la ciudad francesa de Brest. En aquellos días España era la gran aliada de Francia, cuya obsesión era acabar con el poderío marítimo de Gran Bretaña. Para conseguirlo, Napoleón contaba con la Armada española y sus mejores navíos de guerra para que se uniesen a la Marina francesa para formar una formidable escuadra combinada capaz de neutralizar a la Royal Navy.
La flota combinada franco-española se reunió en Brest y su plan era someter a Inglaterra a un bloqueo naval para luego proceder a la invasión de las islas Británicas. Esto provocó que varios capitanes españoles, entre ellos Churruca, se mantuvieran en Brest hasta el año 1802. A su regreso a España, Churruca solicitó el mando del navío de línea San Juan Nepomuceno, hermano gemelo del Santísima Trinidad, y a bordo del primero viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se pueda imaginar.
El verdadero reto de Churruca llegó cuando fue llamado a combatir a la Marina británica cuando cercó a la flota combinada franco-española cerca del cabo Trafalgar, en las costas de Cádiz. Para todos los contendientes, pero especialmente para España, era muy importante el control del estrecho de Gibraltar. Napoleón había decretado el cierre de todos los puertos del continente europeo a los navíos ingleses, que tenían en Gibraltar su gran base naval para sus operaciones en el Mediterráneo. La batalla de Trafalgar se libró por el control del Estrecho y, por tanto, del Mediterráneo.
El 21 de octubre de 1805, frente a las costas gaditanas, se libró una de las batallas navales más importantes de la Historia. La flota combinada franco-española estaba formada por 33 navíos (15 españoles y 18 franceses) y la escuadra inglesa por 27; además de naves de menor porte, como varias fragatas, bergantines y corbetas por ambos bandos.
La victoria se antojaba difícil para la flota aliada, pues la escuadra británica estaba bien pertrechada y la mandaban los vicealmirantes Horatio Nelson (fue ascendido a almirante después de muerto) y Cuthbert Collingwood, como segundo, dos experiementados marinos, aunque Nelson había sido derrotado por los españoles en su asalto a Tenerife en 1797. La flota combinada la mandaba el inexperto almirante francés Villeneuve, y su segundo era el contraalmirante Dumanoir. Los oficiales españoles fueron relegados, a pesar de conocer mucho mejor las aguas del Estrecho.
A bordo del San Juan Nepomuceno, Churruca se preparó para la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero sin perder el ánimo en ningún momento. Tal era su determinación que, un día antes de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que se despedía diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido capturado por el enemigo, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la muerte.
En medio del fragor del combate, Villeneuve ordenó a su flota una complicada maniobra para formar una extensa hilera para cañonear a los navíos ingleses. La flota combinada formó una línea demasiado alargada, y viró sin sentido; la escuadra inglesa se lanzó en formación de punta de flecha hacia el centro de la formación para romper la línea y partir en dos a la escuadra franco-española, ganando así una enorme ventaja.
Debido a la maniobra ordenada por Villeneuve, que no tuvo en cuenta los cambiantes vientos del Estrecho, que ralentizaron la maniobra, la batalla dio un inesperado vuelco a favor de los ingleses. Los navíos aliados se enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos, mientras que algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Precisamente esto le sucedió al San Juan Nepomuceno de Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a la competencia marinera del bravo capitán vasco al que, mientras dirigía el combate desde el puesto de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus hombres para seguir combatiendo con denuedo a pesar de que la derrota era segura. Se dice que al perder la pierna y no poder mantenerse en pie, Churruca ordenó que trajeran un barril de harina y allí metió el muñón para mantener el equilibrio.
Finalmente, y para desgracia de su tripulación, Churruca murió desangrado después de ordenar clavar la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su vez, antes de morir, dio órdenes en el sentido de que nadie se rindiera mientras tuviera un leve soplo de vida. Mas, a pesar del heroísmo derrochado por Churruca y por los demás oficiales, así como por la tropa y marinería españolas, los ingleses vencieron en Trafalgar.
Aun después de muerto, como el Cid, el marino español protagonizó una última anécdota. Ésta se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del San Juan Nepomuceno que entregara, como era costumbre, la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. Entonces, y para sorpresa de todos, el español les dijo que deberían partir la espada en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, jamás habrían vencido al bravo marino de Motrico. Con su muerte, España perdió uno de sus mejores marinos, probablemente el más preparado y el único que tenía conocimientos geográficos comparables a los de los experimentados marinos ingleses.
Para la mayoría de historiadores españoles, y también europeos, la derrota en Trafalgar supuso el fin de la hegemonía y relevancia de la Armada española. Sin embargo no fue una derrota decisiva desde un punto de vista estrictamente militar, pues España pudo rehacer su flota en los años siguientes, pero sí supuso un impacto emocional tremendo en el imaginario popular. El resultado de la batalla, y sobre todo la gestión de la propaganda que hicieron de ella los británicos, provocó una terrible sensación de decadencia nacional y de debilidad por haber perdido el papel de gran potencia internacional para pasar a ser una nación de segunda fila, sobre todo después de la guerra de Independencia que se inició tres años después, y de la emancipación de las colonias españolas de América aprovechando la pérdida de la flota en Trafalgar. La guerra contra los antiguos aliados franceses, que se libró entre 1808-1812, supuso un esfuerzo devastador que arruinó los recursos económicos de España, que tardaría décadas en recuperarse. Desmoralizada y muy mal gobernada, España fue apartada de las negociaciones de paz del Congreso de Viena celebrado en 1815, tras las guerras napoleónicas, y quedó definitivamente fuera del llamado concierto de las naciones.

Navío de línea Santísima Trinidad hundido en 1805

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