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lunes, 8 de noviembre de 2010

La crátera o vaso sagrado de los antiguos griegos

El símbolo del vaso sagrado puede decirse que está unido a las culturas más primitivas, ya que aparece en las pinturas rupestres. No puede ser un recipiente cualquiera, en el que se deposita el vino que terminará embriagando, con lo que la realidad quedará distorsionada y alcanzará dimensiones desconocidas. A su contenido, lo mismo que al objeto por sus formas y material empleado en su elaboración, se le atribuía la facultad de obrar milagros y, al mismo tiempo, de brindar el poder a la persona que lo poseyese. El ser humano primitivo lo ignoraba todo y era consciente de que se hallaba en un ambiente hostil, donde podía ser víctima de las fieras, de las enfermedades y de la propia Naturaleza, cuando no de los miembros de otras tribus y clanes. Ya estaba empezando a reconocer las plantas venenosas y practicaba la caza. Sus sacerdotes mantenían vivo el fuego y comenzaban a llenar las cuevas de objetos sagrados y fetiches. Por ese motivo a sus muertos los enterraban en unas tumbas muy singulares, las cuales solían ofrecer la forma de una mujer reclinada y, además, se grababa en las mismas el dibujo de un «vaso y un anillo» para asegurar el descanso eterno.

En muchos países las leyendas aseguraban que la bóveda celeste era un inmenso cuenco invertido, con el cual los dioses habían querido cubrir la Tierra, a la vez que los grandes astros del cielo, el Sol y la Luna, se hallaban repletos de licores divinos. Éstos sólo podían ser servidos a los héroes en recipientes de oro, para obtener una fuerza sobrehumana y la inmortalidad. Poderes estos que les permitían rivalizar con los mismos dioses. Se contaba que el dios védico Indra robó el fuego del Sol y la bebida divina, el «soma», a la Luna, con lo que pudo transformar su lanza en un elemento de fertilidad: con el simple hecho de clavarla en cualquier suelo estéril, lo dejaba en condiciones de proporcionar dos o tres cosechas al año.

En las leyendas del Grial, la lanza ofrece un significado muy especial. La proeza de Indra al liberar las aguas puede ser equiparada a la de Perceval, pues en el momento de curar al «Rey Pescador» consigue que fluyan los ríos, los manantiales y se llenen los pozos con la intensidad de «aquellos años en los que allí no pesaba ningún maleficio».

La crátera de los antiguos griegos
La idea del vaso en la filosofía griega ha de considerarse en forma de crátera o copa, por medio de los cuales se representaba la matriz de la Creación, el recipiente celestial en el que fueron combinados los elementos básicos de la Vida, con el fin de ofrecérselo a las almas recién nacidas para proporcionarles la inteligencia necesaria que lleva a la gnosis o conocimiento. Platón escribió sobre una crátera de Hefestos,[1] en la que los dioses mezclaron la luz del Sol; en su «Psicogonía» menciona otras dos vasijas, en una de las cuales se elaboró la esencia de la Naturaleza Universal, mientras que en la otra se «cocinaron las mentes de los seres humanos». Más adelante, Platón dejó escrito que al beber de la crátera el alma se ve arrastrada hasta un nuevo cuerpo, embriagada y deseando saborear un trago de materia, con lo cual adquirirá peso y regresará a la tierra.

En su estudio sobre los místicos órficos, Jack Holzwood relaciona estos recipientes con el vaso de Dionisio, del que surgía la inspiración, y afirma que Orfeo ha colocado otros muchos similares alrededor de la Mesa Solar, que de acuerdo con la cosmología órfica era el centro y el principio del Universo. Para Holzwood, esto significa que cada una de las diversas esferas era a su vez un vaso que contenía la esencia de la Creación. Aquí tenemos un vaso concebido como recipiente cósmico y una mesa que prefigura la Mesa Redonda, en la que tiempo más tarde aparecerá el Santo Grial, como símbolo del poder divino.

Sin embargo, éste no es el primer antecedente de «Mesa Redonda». En Castilla, las antiguas crónicas del monje Fernández Martos, que vivió en el siglo XIV, aseguraban lo siguiente: «Hubo en Toledo, la capital de los godos, un palacio cerrado, un espacio sagrado en el que nadie, ni siquiera el rey, podía penetrar. Cada nuevo rey godo añadía un nuevo cerrojo a la puerta, pero ninguno se atrevía a abrirla porque la tradición aseguraba que el que lo hiciera perdería el reino. Roderico[2] desafió el sagrado precepto, hizo saltar los cerrojos y penetró en el palacio. Entonces los moros conquistaron la Península.

Cuando los invasores llegaron a este palacio hallaron en su interior un tesoro[3] compuesto de joyas maravillosas, entre ellas, un espejo mágico, grande y redondo que hizo Salomón, hijo de David. Era a la vez espejo y mesa, puesto que estaba provisto de cinco patas. El que se miraba en ese espejo podía ver en él la imagen de los siete climas del Universo».

El caldero mágico de los celtas
La gran cantidad de leyendas que se hallan unidas al Santo Grial no se ponen de acuerdo al describir este recipiente, especialmente en las islas británicas e Irlanda, donde el cristianismo llegó tardíamente y acabó mezclándose con la mitología céltica autóctona. El especialista norteamericano Roger S. Loomis escribió lo siguiente refiriéndose a la gran discrepancia que existe a la hora de describir el Grial y los dones que proporciona: «Los autores de los textos del Grial parecen disfrutar al contradecirse mutuamente en los puntos más importantes».

Esto es innegable, pero como decíamos más arriba, hay que tener en cuenta que el mito del Grial y la leyenda artúrica se entremezclan desde tiempo inmemorial. Así, el caldero celta y el cáliz cristiano que aparece en la tradición artúrica se funden en un mismo objeto. No obstante, Grial se puede localizar en las leyendas paganas mucho antes de que el cristianismo lo hiciera suyo. Un gran número de mitos celtas se movían en un universo de irrealidades, de ensueños materialmente imposibles, pero que eran presentados claramente por los druidas (los sacerdotes de los celtas) con tanta fuerza literaria que subyugaban el interés de quienes los escuchaban.

En las fiestas que celebraban estos guerreros hiperbóreos, antes de que la cerveza y la hidromiel enturbiase sus mentes, una de las diversiones principales era la de escuchar historias. En éstas se mencionaban muchos objetos mágicos, como la célebre bandeja de Rhydderch «el Generoso», en la que aparecía cualquier tipo de comida cono sólo desearlo su propietario. Sin embargo, ningún recipiente resultaba tan prodigioso como el caldero mágico. Por ejemplo, el dios Goibniu se sirvió del mismo para elaborar una cerveza que proporcionaba la inmortalidad a quienes la bebían. También se contaba que Dagda, el padre de los dioses dentro de las tradiciones célticas irlandesas, disponía de una cacerola que nada más que se empleaba para cocinar los alimentos que debían ingerir los héroes. Porque de ella se recibía la inmortalidad.

Las leyendas celtas se dividen en diferentes ciclos, que tienen relación con los países o regiones donde nacieron. En las correspondientes al País de Gales se encuentran «Las Ramas de los Mabinogi», las cuales se refieren a la familia Mac Llyr, que ofrecen una personalidad divina al ser considerados «Hijos del Mar», por lo tanto equiparables al dios irlandés Lir. Los personajes básicos son Banwen y su hermano Bendeigeidfran, al que también se conoce por Bran «el Bendecido». La leyenda describe a Bendeigeidfran como un ser gigantesco, de tales proporciones que no cabía en una casa normal. Capaz de caminar sobre las olas del mar, sin hundirse a pesar de lo largo que pudiera ser su paseo. En una batalla, Bendeigeidfran es herido mortalmente por una lanza envenenada. Desgraciadamente no puede ser «cocido» en el caldero mágico, porque éste se halla en poder del rey de Irlanda, su enemigo. Como la infección avanza, el gigante pide a sus amigos que le corten la cabeza. Lo que hacen sin ningún remordimiento, como única forma de que continúe vivo, pues no ha perdido su condición de inmortal a pesar de la herida.

Por último, la cabeza de Bendeigeidfran ordena que la trasladen a White Mount, en Londres, donde tendrán que enterrarla mirando hacia el este, porque de esta manera ningún ejército extranjero podrá invadir la isla de Britania. Sin embargo, el camino es tan largo que el viaje dura más de veinte años. Durante todo este tiempo, la cabeza habla con los hombres, a los que da consejos y sirve como un talismán de protección frente a múltiples peligros. Así llegan a Harlech, donde se establecen y, después, se trasladan al «Feliz Más Allá de Gales». Un lugar paradisíaco amenizado por los cantos de los tres pájaros mágicos de Rhiannon.

Los detalles más importantes de esta leyenda hemos de verlos, buscando un paralelismo con el Grial, en el caldero mágico que es capaz de resucitar a los héroes. También en esa «cabeza parlante», la cual proporciona consejos y sigue conservando la inmortalidad, sin necesidad de recibir alimentos o bebidas.

Hermes Trismegisto y la vasija sagrada
Algo similar a los calderos mágicos de los celtas se puede encontrar en la mitología griega. Platón describe en su «Psicogonía» dos vasijas, las cuales fueron utilizadas por la Divinidad o Demiurgo creador del Universo. En una de ellas, se encargó de mezclar todas las almas de la Naturaleza Universal, mientras que en la otra el Demiurgo se cuidó de modelar la inteligencia de los seres humanos.
Por otra parte, en la obra «Corpus Hermeticum», que se atribuye al profeta griego Hermes Trismegisto,[4] se menciona una copa de carácter sagrado, a la que también se le da el nombre de crátera o «cráter», y en cuyo interior los dioses hervían los elementos de la Vida. Esto permitía que cada una de las almas obtuviese una porción de inteligencia y sabiduría por medio de una misteriosa sustancia cósmica. Algo digno de convertirse en la meta quimérica de los mejores, de los iniciados en el terreno de las armas al servicio de la nobleza. Así se cimentó de la leyenda del Grial.




[1] Vulcano para los romanos.
[2] Don Rodrigo, último rey de los visigodos de España.
[3] Para muchos especialistas, podría tratarse de una parte del tesoro que rey godo Alarico se llevó de Roma en el año 410. Buena parte del tesoro había sido depositado en el templo romano de Júpiter Capitolino por Tito después de que sus legiones arrasasen Jerusalén y destruyesen el Segundo Templo en el año 70. Flavio Josefo, contemporáneo de Tito y Vespasiano, nos ofrece una detallada crónica del asedio y caída de Jerusalén, así como del tesoro que los romanos se llevaron del templo cuya destrucción había profetizado el propio Jesús.
[4] Hermes Trismegisto es un personaje mítico que se asocia comúnmente a un sincretismo del dios egipcio Dyehuty (Toth) y el dios heleno Hermes, o bien a un personaje histórico contemporáneo del Abraham bíblico. Hermes Trismegisto significa en idioma griego “Hermes, tres veces grande”, en latín: “Mercurius ter Maximus”.

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