Este mítico monarca
forma parte de los personajes de la leyenda griálica y aunque tradicionalmente
se le ha situado en la Edad Media, pudo tratarse del gobernador romano de Britania,
Magno Clemente Máximo, de origen español. En la primavera del año
383, tras una aplastante victoria contra los pictos del norte, sus soldados lo
nombraron emperador y Máximo y sus tropas desembarcaron poco después en la
Galia para atacar a Graciano, emperador de Occidente. Tras derrotarle, Máximo y
Teodosio, emperador de Oriente pactaron en Verona un reparto del Imperio;
Máximo se quedó con Britania, la Galia e Hispania, estableciendo su capital en
Tréveris; Teodosio con Oriente y Valentiniano II con Italia, Iliria y África. La política religiosa de
Máximo se vio empañada por el proceso contra los priscilianistas, que acabó con
la ejecución del obispo Prisciliano de Ávila en Tréveris. Luego sus discípulos
trasladaron su cadáver decapitado a Compostela, por lo que muchos opinan que
son sus restos los que se veneran en la tumba del Apóstol Santiago. A pesar de estar ya
en guerra con Teodosio, el emperador de Oriente, Máximo, reunió a su ejército en
Colonia, cruzó el Rin y derrotó a los francos. A Máximo se le atribuye también
la iniciativa de colonizar la Armórica (Bretaña) y Galicia (Bretoña) con los
soldados que le acompañaron desde Britania. En 387, aprovechando una
invasión de los alamanes en Retia, y respondiendo a una petición de ayuda por
parte de la corte imperial y del obispo Ambrosio de Milán, Máximo ocupó lo
territorios pertenecientes a Valentiniano II apropiándose así de toda la parte
occidental del Imperio Romano, tras lo cual nombró césar a su joven hijo Flavio
Víctor e intentó obtener el pleno reconocimiento de Teodosio como único
emperador de Occidente, pero éste le declaró usurpador y atacó por sorpresa a
sus tropas en Iliria. Máximo fue derrotado y tuvo que refugiarse en Aquilea,
donde fue traicionado y muerto por sus soldados en el 388. Su cabeza fue entregada
a Teodosio y paseada por todas las provincias del Imperio. Su hijo Flavio
Víctor también fue asesinado por orden del emperador. En 391 un decreto de Teodosio
acabó con los últimos restos del paganismo grecorromano. El fuego eterno, que
ardía desde tiempo inmemorial en el templo de Vesta, fue extinguido, las vírgenes
vestales fueron disueltas y se prohibió celebrar los auspicios bajo pena de
muerte. Varios senadores paganos
apelaron a Teodosio para restaurar el Altar de la Victoria en la sede del Senado;
pero el emperador se negó. Después de los últimos juegos olímpicos celebrados
en 393, Teodosio los canceló definitivamente tildándolos de paganos. No obstante, y a pesar
de su cristianísimo fervor, Ambrosio, obispo de Milán, excomulgó a Teodosio
temporalmente en 390 y el emperador tuvo que observar varios meses de una
vergonzosa penitencia pública. Ambrosio demostró así la autoridad de la Iglesia
sobre el emperador. El mundo antiguo había muerto y empezaba un períod de obscurantismo conocido como Edad Media.
Magno Clemente Máximo,
emperador romano de Occidente de origen español, pudo haber sido el «Arturo» histórico, o al
menos, uno de los personajes que inspiraron la leyenda que constituye el núcleo del ideal griálico: un tipo de realeza sagrada
y universal. Esta idea fue compartida
por muchos pueblos en la Antigüedad, incluidos los celtas, que consideraban
dioses a sus reyes porque en sus manos ponían sus vidas y las de sus familias,
sus haciendas y su lealtad. Les obedecían ciegamente, siempre que esta sumisión
les proporcionase prosperidad y un buen gobierno. Sin embargo, ante una derrota
militar, o un desastre natural, o una serie de años de malas cosechas o
terribles plagas, se esperaba de estos reyes sagrados que se inmolaran o, al
menos, se entregaran al enemigo para salvar a los supervivientes, en especial a
los ancianos, mujeres y niños. Desde el momento en que
el rey Arturo se convirtió en el eje central de las novelas y poemas del Grial,
dejó de pertenecer a Bretaña, para convertirse durante la Edad Media en un mito
supranacional: representaba al monarca universal y encarnaba el ideal de la caballería cristiana, por lo
tanto a toda la Europa occidental durante el Medievo. Por otra parte, el nombre
de Arturo ofrece diferentes interpretaciones, la más autorizada de las cuales
es la que se fija en los términos celtas arthos: «oso». Este significado nos presenta
a un ser humano excepcional, dotado de una virilidad y una fuerza física que
infunde temor a sus adversarios, sin dejar de reunir una condición casi sagrada.
Como el Sansón bíblico, o el Heracles griego, por citar un par de conocidos ejemplos. Dentro del antiguo culto
solar céltico, lo mismo que en la astronomía caldea y sumeria más primitiva, se mencionaba la
«Osa Mayor» o la constelación polar. Símbolos celestes muy relacionados con las
mitologías precristianas de Europa y Oriente Próximo desde tiempo inmemorial.
La espada clavada en la
piedra
De acuerdo con la
tradición, Arturo es reconocido como rey de Britania porque consigue extraer
una espada que ha sido clavada en una gran piedra cuadrangular, una especie de
losa sepulcral, que sirve de altar en un templo cristiano. Para muchos
especialistas este episodio supone una variante de la «Piedra de los Reyes»,
presente en las sagas germánicas: Sigfrido supera una prueba parecida al sacar
de un «árbol mágico» una espada incrustada en él que nadie había logrado
arrancar. Los eruditos han querido
ver en este episodio dos símbolos muy característicos: primero, la piedra del
fundamento que concede el título de grandeza a quien la vence; y segundo, la
espada que es sacada de lo material para convertirse en algo espiritual. Pero existen otras
explicaciones: la espada simboliza la cruz del cristianismo incrustada por la
fuerza en la tierra celta de Bretaña. Hacia el año 400, época en la que
situamos a Arturo, el dominio romano toca su fin y los britanos son conscientes
de la necesidad de elegir a un rey que reunifique el país para hacer frente a
los sajones y otros pueblos que se disponen a invadirles. Merlín ya había anunciado
a Arturo que conseguiría la corona de Britania en
el momento que hiciera suya la espada Excalibur. Por este motivo Merlín
aconsejó además al rey Arturo que diese forma a la Tabla Redonda, que a la larga
se convertiría en uno de los máximos símbolos de Camelot. Un castillo que se
hallaba separado del mundo exterior por un río de ancho cauce y para cruzarlo
se necesitaba atravesar un puente, por el que sólo podían pasar aquellos que
llevasen el honor por enseña. Todos los considerados indignos eran arrojados a
las negras aguas de foso por los celosos caballeros vigilantes de brillante armadura.
La traición de Mordred
El rey Arturo había
abandonado Britania dispuesto a ampliar sus dominios hasta la misma Roma,
cuando fue informado de la traición de su sobrino-hijo Mordred, fruto de una relación incestuosa con su hermanastra Morgana, la famosa hechicera. Como Mordred se
había atrevido a secuestrar a la reina Ginebra, el rey Arturo tuvo que regresar apresuradamente.
Así se desencadenó una cruenta guerra civil en la que perecieron el traidor y,
al mismo tiempo, varios de los mejores caballeros de la Tabla Redonda. También
Arturo fue herido de gravedad por una lanza envenenada con un conjuro
indestructible. La muerte de Arturo recuerda mucho a la del emperador pagano Juliano, y a la del rey merovingio de los francos, Dagoberto II.
Cuando el rey Arturo murió, a
consecuencia de sus terribles heridas, fue llevado por su hermana Morgana a la
isla de Ávalon. Durante mucho tiempo el trono permaneció vacío, pues sus fieles
partidarios esperaban que el rey regresase del Más Allá para volver a
gobernarles. En una de las más hermosas leyendas, se muestra el cadáver
incorrupto de Arturo, igual que si durmiera plácidamente en un castillo de
cristal, que se alza sobre la cima de una montaña siempre cubierta de nieve. Según la tradición, muy alterada con el correr de los siglos, Arturo fue enterrado en
la abadía de Glastonbury, donde presuntamente se encontraron sus restos y los
de la reina Ginebra allá por el siglo XII, coincidiendo, precisamente, con el
auge de los cuentos y romances del Grial. En cualquier caso, el
mito que inmortalizó a un rey que tal vez nunca existió, ya estaba en marcha. Y
a medida que crecía el mito, el leve rastro del Arturo histórico se fue
difuminando.
Guerreros anglosajones del siglo VI |
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