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domingo, 4 de junio de 2017

Cómo los zelotes intentaron tomar Jerusalén

Aún en nuestros días, algunas sociedades herméticas que incluyen entre sus rituales complejas prácticas mistéricas, al estilo de los antiguos gnósticos y los cabalistas, sostienen la tradición esotérica según la cual Jesús estuvo en Egipto para recibir allí una iniciación taumatúrgica secreta. En el caso de los ocultistas se trata más bien de una hipótesis, pero en el caso de los talmudistas es una tradición histórica documentada, aunque queda por dilucidar, si se trata del mismo Jesús. Por lo tanto, la validez histórica, no es irrefutable, pero ha despertado siempre el interés de profanos y eruditos. Observado esto con perspectiva, resulta chocante que Jesús Barrabás, el hijo primogénito de un integrista judío tan estricto como Judas de Gamala en la observancia de la Ley, fuese a beber en una fuente tan impura para un judío ortodoxo como la magia y la religión egipcias, que eran ambas inseparables y habían sido anatemizadas por el propio Moisés, indiscutible profeta bíblico y padre del judaísmo. No parece factible; pero sí es probable que fuera en el seno de la comunidad judía de Alejandría, efectivamente en Egipto, donde Jesús recibiera de los cabalistas judíos la iniciación en los arcanos supremos de las Ciencias Ocultas, saber éste totalmente independiente de la tradición mistérica egipcia.
Sigue sin resolverse el misterio de los «años oscuros» de Jesús Barrabás, que podrían abarcar, al menos, unos veinte años de su vida pasados lejos de su patria, Galilea. Un exilio que en realidad habría venido motivado por la muerte de su padre, Judas de Gamala durante la revuelta del Censo del año 6 d.C. Luego Jesús Barrabás, en el momento de partir tendría unos doce años si había nacido alrededor del año 6-7 a.C., o entre dos y tres si era el Yeshua Ha-Notzri «el de otro pueblo» que menciona el Talmud nacido en el año 3582 de la Creación (2 d.C.). Otra posibilidad es que la clave de este enigma se encuentre en el Evangelio de Lucas 18, 19-35, y 19, 19-28. Y eso es lo que vamos a analizar ahora con toda atención. Remitámonos al capítulo 19 de Lucas. Jesús viene del norte y se dirige a Jerusalén. Por consiguiente tiene que atravesar antes Jericó, y antes se nos dice: «Yendo hacia Jerusalén, Jesús pasaba por los confines de Samaria y Galilea…» (Lucas, 17, 11). Veamos ahora lo que sigue: «Acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino, pidiendo limosna. Oyendo a la muchedumbre que pasaba, preguntó qué era aquello. Le contestaron: "Es Jesús de Nazaret que pasa."» (Lucas 18, 35-37). De ahí puede extraerse la conclusión de que los seguidores de Jesús constituían una multitud que hacía un ruido enorme. Pero esto recuerda más bien la forma de marchar de una tropa numerosa, y no la de una docena de santurrones, acompañados por su guía espiritual. Prosigamos: «Para aquellos que le escuchaban y se imaginaban que, al estar él cerca de Jerusalén, el reino de Dios se les iba a manifestar, Jesús añadió una parábola. Dijo, pues: "Un hombre noble partió para una región lejana a recibir una dignidad real y luego regresar. Llamó a diez de sus servidores, les dio diez minas y les dijo: 'negociad mientras vuelvo'. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron detrás de él una delegación para decir: '¡No queremos que este hombre reine sobre nosotros!'
»Cuando hubo regresado, después de haber recibido el reino, hizo llamar a aquellos siervos a los que había entregado el dinero, a fin de saber cuánto le había reportado cada uno de ellos. Se presentó el primero y dijo: 'Señor, tu mina ha producido diez minas'. Y le dijo: 'muy bien, siervo bueno; puesto que has sido fiel en lo poco, recibirás el gobierno de diez ciudades'. Vino el segundo, que dijo: 'Señor, tu mina ha producido cinco minas'. Díjole también a éste: 'y tú recibe el gobierno de cinco ciudades'. Otro vino y dijo: 'Señor, ahí tienes tu mina, que tuve guardada en un pañuelo, pues tenía miedo de ti, pues eres hombre severo, que quieres recoger lo que no pusiste y segar donde no sembraste'.
»Su señor le respondió: 'Mal servidor, te juzgaré sobre tus propias palabras. Sabías que yo soy hombre severo, que tomo donde no deposité y siego donde no sembré. ¿Por qué, pues, no diste mi dinero al banquero? A mi regreso yo lo habría retirado con los intereses'. Y dijo a los presentes: 'Quitadle a éste la mina y dádsela al que tiene diez'. Y le dijeron: '¡Señor, ya tiene diez minas!' Díjoles él: 'Os declaro que a todo el que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y en cuanto a aquellos enemigos míos que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia'.
»Y después de decir esto, Jesús se colocó en cabeza de los suyos y prosiguió su subida hacia Jerusalén…» (Lucas 19, 11-28). Ni que decir tiene que esta parábola del hombre que partió a una región lejana para que le fuese entregada la dignidad real, recuerda el viaje de Arquelao a Roma para apelar a Augusto. Las aparentes recompensas y castigos hablan veladamente de una implícita amenaza contra los que no aceptaron la autoridad de Arquelao, hijo de Herodes. Por otra parte, la conclusión del texto de Lucas es bien precisa, ejecutan a esos que se habían opuesto. La historia de los sirvientes y las monedas, no parece tener ningún significado. Es uno de esos ejemplos de cortinas de humo insertadas por los copistas anónimos de los evangelios para distraer al lector de lo que realmente importa: ¡Jesús amenaza a sus enemigos y detractores! La continuación es clara: cuando  Jesús llega a Jerusalén, monta en el asno que le han proporcionado, y que está atado junto a su madre, la borrica, a fin de hacer coincidir su llegada con la profecía de Zacarías: «Alégrate sobremanera, hija de Sión. Alborózate, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu rey, el que es justo y victorioso, humilde y montado en un asno, un muleto, hijo de una borrica. […] Este rey dictará la paz a las naciones. Su poder se extenderá de un mar al otro, y desde el río Éufrates hasta las extremidades de la Tierra…» (Zacarías, 9, 9-10). Aquí ya no se trata de «liberar» a Israel, sino de extender su dominio sobre otras naciones sometiéndolas.
Con esta consigna, Jesús Barrabás será aclamado por los suyos en Jerusalén, pero… ¿quiénes son los suyos? Pues los zelotes y sicarios, la «multitud» que siempre le acompañaba; y algunos de ellos, unos cuantos días antes se habían introducido en la ciudad haciéndose pasar por peregrinos, dispuestos para ejecutar una operación militar planeada para hacerse con el control de Jerusalén: y una vez dentro es cuando se desencadena el ataque al Templo, la arremetida contra los cambistas, los mercaderes, los vendedores de ofrendas y contra los auténticos peregrinos. (Mateo, 21, 12). Así fue como Jesús Barrabás y sus partidarios intentaron tomar Jerusalén, pero algo salió mal y los romanos les estaban esperando. ¿Quién les delató?
Escribas y fariseos de la época del Segundo Templo (30 a.C.-70 d.C.)

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