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lunes, 24 de julio de 2017

Hernán Cortés y el oro de Moctezuma

Hernán Cortés nació en 1485 en la ciudad extremeña de Medellín, en el seno de una familia de hidalgos. El joven Cortés decidió hacer fortuna en el Nuevo Mundo viajando a La Española y Cuba, donde por un breve espacio de tiempo fue alcalde de la segunda ciudad fundada por los españoles en la isla caribeña. En 1519 fue elegido capitán de la tercera expedición a Tierra Firme, que financió él mismo avalando los préstamos y poniendo sus propiedades como garantía. De su proverbial enemistad con el gobernador de Cuba, don Diego Velázquez de Cuéllar, resultó la cancelación del viaje a última hora, una orden que Hernán Cortés ignoró zarpando por su cuenta antes de tiempo. Llegado ya al Yucatán, Cortés puso en práctica una exitosa estrategia de alianzas con determinados pueblos indígenas para derrotar a los mexicas. Para ello se sirvió de una mujer nativa, doña Marina (La Malinche), que fue  su intérprete y con la que tuvo un hijo. Después de muchas penalidades y de constantes escaramuzas con los indios hostiles, el 8 de noviembre de 1519 tuvo lugar en la capital azteca el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma II. Al mando de 518 infantes, 16 jinetes y 13 arcabuceros, el extremeño se había internado hacia el corazón del imperio azteca sumando para su causa, y derrotando en muchos casos, a las tribus vasallas de Moctezuma y había logrado ser recibido por el emperador de los aztecas como emisario de Carlos de Habsburgo, rey de las Españas. Aunque concertar el encuentro no resultó tarea sencilla, y Cortés tuvo que ganarse la confianza de Moctezuma, además de obtener su autorización para instalarse en el palacio de Axayácatl. Sin embargo, y a pesar de lo mucho que insistió Cortés, el soberano azteca se negó en redondo a levantar un altar cristiano en el Templo Mayor de Tenochtitlán, pero accedió a que se erigiera una capilla en el palacio donde residían los conquistadores.
Fue cuando se estaba construyendo esta capilla, que el carpintero Alonso Yáñez dio con una puerta tapiada y avisó en seguida a sus compañeros y al propio Cortés, que no dudaron en romper la pared. El cronista Bernal Díaz del Castillo relató así el suceso: «…secretamente se abrió la puerta: y cuando fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas y piedras preciosas, láminas de oro, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuites y otras grandes riquezas, y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver…» El imperio azteca fue el más poderoso y rico de América y se calcula que en el momento del Descubrimiento contaba con unos 15 millones de habitantes. Luego no estamos hablando de unos indios desarrapados que vivían en unas chozas mugrientas ni mucho menos. Los aztecas constituían una nación grande y poderosa que recordaba a los grandes imperios y civilizaciones que florecieron en el Próximo Oriente: Mesopotamia, Asiria, Babilonia, Persia… La ciudad-estado de Tenochtitlán, que floreció en el siglo XIV, era el centro neurálgico del gran imperio azteca.
Gracias a la superioridad militar de los guerreros aztecas y de sus aliados, sus gobernantes, auténticos reyes-sacerdote a la usanza de los antiguos faraones, establecieron un sistema de dominio y vasallaje a través del pago de tributos sobre numerosos pueblos, especialmente en el centro de México, la actual región de Guerrero y en la costa del Golfo, así como en algunas zonas de Oaxaca. Hernán Cortés no tardó en darse cuenta de que el odio de los pueblos sometidos al dominio azteca podía ser utilizado en su provecho. En su camino hacia Tenochtitlán, los conquistadores lograron el apoyo de los nativos totonacos de la ciudad de Cempoal, que de este modo se esperaban librarse de la opresión azteca. Y tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo, los tlaxcaltecas, los españoles lograron incorporar a sus tropas a miles de bravos guerreros de esta etnia. Moctezuma II estaba considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central y del sistema tributario. Los frutos de su reinado fueron ricos y las arcas públicas estaban repletas cuando llegó Cortés, si bien lo que los españoles hallaron detrás de la puerta tapiada fue el tesoro del anterior monarca, el padre de Moctezuma. Los conquistadores lograron apoderarse de este fabuloso tesoro y lo juntaron a las riquezas conseguidas durante la campaña que les había llevado a las puertas de la fabulosa Tenochtitlán. A pesar del creciente malestar entre los aztecas por el comportamiento de algunos castellanos, Moctezuma prosiguió con su política conciliadora y se reconoció vasallo de Carlos de Habsburgo.
El buen Moctezuma sabía que se había convertido en rehén de los españoles, pero procuró por todos los medios evitar un baño de sangre, pues era consciente de que si bien los suyos superaban en número a los barbudos extranjeros, éstos contaban con unas armas devastadoras desconocidas hasta entonces en América. Cuando los ánimos parecían calmarse y los invasores planeaban su salida de la ciudad con los tesoros, llegó la noticia de que don Diego Velázquez, gobernador de Cuba, había confiscado los bienes de Cortés en la Isla por haber llevado a cabo la empresa de exploración y conquista de la península del Yucatán sin contar con su autorización, y estaba pertrechando una flotilla compuesta de 19 navíos, 1.400 peones y hombres de armas, 80 caballos, y unas 20 piezas de artillería para desembarcar en Yucatán y apresar al rebelde. Cortés se vio atrapado entre dos frentes y tuvo que abandonar la ciudad para salir al paso de las avanzadillas enviadas por el gobernador Velázquez. El extremeño se impuso a las tropas enviadas desde Cuba para apresarle valiéndose de un audaz ataque por sorpresa, a pesar de que los hombres de don Diego Velázquez le superaban en número, y así pudo regresar a Tenochtitlán unos meses más tarde con algunos refuerzos reclutados entre las tropas de su enemigo, el gobernador.
Sin embargo, la prolongada ausencia de Hernán Cortés había debilitado la posición de los conquistadores en Tenochtitlán. Al mando de don Pedro de Alvarado, la guarnición española se atrincheró en torno al tesoro amontonado, mientras la ciudad entraba en ebullición por el secuestro de su monarca y los excesos de algunos soldados. La ejecución de varios notables aztecas por orden de Alvarado porque planeaban encabezar una revuelta contra la presencia española en Tenochtitlán, desbordó la rabia contenida de los amerindios, que deseaban acabar con los españoles lo antes posible. Durante unos días, los castellanos intentaron utilizar de nuevo a Moctezuma para calmar los ánimos, pero fue en vano. Díaz del Castillo relata que Moctezuma subió a uno de los muros del palacio para hablar con su gente y tranquilizarlos; pero la multitud enardecida comenzó a arrojar piedras, una de las cuales hirió de gravedad al soberano azteca durante su plática exhortando a mantener la calma. El emperador falleció tres días después a consecuencia de la herida e, invocando la amistad que había entablado con Cortés, le pidió que favoreciese a su hijo de nombre Chimalpopoca tras su muerte. Acosados por los aztecas, la noche del 30 de junio de 1520, Hernán Cortés y sus hombres se vieron obligados a abandonar Tenochtitlán. Cortés tomó esta difícil decisión presionado por sus capitanes, que amenazaron con arrebatarle el mando. Retirarse suponía abandonar uno de los mayores tesoros de la Historia. Un tesoro que, a tenor de los relatos de quienes pudieron verlo amontonado, incluido el propio Cortes, muy bien podría haber rondado los 700.000 ducados. El capitán, no obstante, autorizo a sus hombres para que quien lo deseara se llevase todo el oro que pudiera acarrear por sus medios. Y fue ésta la razón por la que la salida de los españoles de la ciudad se ralentizó de tal forma, que a punto estuvo de terminar en desastre, pues muchos de los conquistadores iban cargados de metales preciosos que, aun bajo la tenue luz de las lejanas antorchas, refulgían entre sus yelmos y corazas. Asimismo, el capitán extremeño dispuso que siete caballos heridos y una yegua transportaran fuera de la ciudad al menos el oro perteneciente al Rey, en tanto que el capitán don Juan Velázquez de León y varios hombres de confianza designados por Cortés debía defender el carro con su vida si era menester. El sigilo y la sorpresa se fueron al traste en cuestión de minutos. Una mujer que estaba sacando agua de un pozo para cocinar, descubrió a los españoles en su retirada y dio la voz de alarma. Miles de guerreros aztecas cayeron sobre los hombres de Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas (unos 2.000 guerreros), con un balance de más de 600 españoles muertos. Varios testigos afirmaron que el capitán Velázquez de León murió defendiendo el oro del Rey, que había quedado perdido en la retaguardia.
¿Qué fue del fabuloso tesoro que se abandonó en el palacio del emperador azteca? Al día siguiente de la partida de los españoles, los guerreros indígenas recogieron todo lo abandonado por los invasores, incluido el oro que se había hundido en el lago sobre el que se asentaba la ciudad, y los cadáveres fueron registrados de forma concienzuda. La venganza, no en vano, estaba cerca de llegar. Poco tiempo después de la Noche Triste se libró la batalla de Otumba, donde los españoles se vengaron cumplidamente de los aztecas y dieron cuenta de la superioridad de las armas y las tácticas europeas de combate. Una vez tomada la capital del imperio azteca tras un largo asedio, y capturado el último emperador en 1521, los españoles mantuvieron la esperanza, convertida en una obsesión, de que los aztecas hubieran escondido el tesoro de nuevo en uno de los palacios de Tenochtitlán, o que incluso lo hubieran arrojado a la laguna. Es por ello que lo saquearon todo a su paso y el tesorero Julián de Alderete insistió en torturar al nuevo emperador, Cuauhtémoc, quemándole los pies con aceite hirviente para que revelara el paradero del tesoro. Pero todo fue en vano. Posteriores torturas dieron con nuevas zonas de rastreo en la laguna, pero el tesoro no pudo volver a ser reunido. El sueño de recuperar algún día estas riquezas escondidas se instaló en el imaginario de los conquistadores, al estilo de la leyenda de El Dorado. El hijo de Hernán Cortés, Martín, segundo marqués del Valle de Oaxaca, auspició varias expediciones para dar con el tesoro que se le escapó a su padre. Ya en 1637, más de un siglo después, se presentó ante el virrey de Nueva España el indio Francisco de Tapia, que decía ser descendiente de aztecas, y asegurando saber dónde estaba escondido el tesoro de Moctezuma. Éste se encontraba, según su testimonio, en «la laguna grande de San Lázaro, entre el Peñón de los Baños y el del Marqués, en un pozo en el que acostumbraban a bañarse las mujeres antiguamente…». En ambos casos, las búsquedas no dieron resultado.
Una parte del botín obtenido tras la conquista de la capital azteca fue embarcado en tres carabelas, que partieron en 1522 de San Juan de Ulúa con el objetivo de dirigirse directamente a España y convencer al rey Carlos de la lealtad de Hernán Cortés. Pero el corsario francés Fleury reunió una flota de seis barcos, tres de ellos con más de 100 toneladas de calado, y atacó a las naves españolas en las proximidades del cabo de San Vicente. Sólo se pudo salvar uno de los barcos, el que capitaneaba Martín Cantón, que evitó el combate y logró ocultarse en la isla de Santa María a la espera de que desde Sevilla enviaran ayuda. Una vez en Francia, un porcentaje del tesoro pasó directamente a las arcas reales, mientras que otra parte se expuso al público en 1527 en una fiesta organizada en la mansión del armador de las naves corsarias. Poco provecho habría de sacarle el rey Francisco al oro robado. El monarca francés, instigador del ataque a la flota española que regresaba del Nuevo Mundo, fue vencido y hecho prisionero por las tropas de Carlos de Habsburgo en la batalla de Pavía (1525), y tras la firma de la Paz de Cambray en 1529, dos años después de haberse exhibido el tesoro de Hernán Cortés, tuvo que pagar al rey de España la cantidad de dos millones de escudos de oro en concepto de rescate para recobrar su libertad, a costa de la de sus dos hijos, que quedaron retenidos en Castilla.
Aún en plena campaña de conquista del Yucatán, Hernán Cortés mandó varias cartas al rey Carlos a fin de que fuesen reconocidos sus méritos en lugar de ser castigado y vilipendiado por su supuesto amotinamiento, y por permitir las encomiendas contraviniendo las disposiciones de la Corona. Finalmente le fue concedido el título de Marqués del Valle de Oaxaca, si bien el más prestigioso de todos los nombramientos, el de Virrey de Nueva España, le fue otorgado a un noble de alcurnia, don Antonio de Mendoza y Pacheco. En 1541, Hernán Cortés regresó a España y falleció seis años después, llevándose su amargura a la tumba. El oro escondido de Moctezuma todavía seguía suscitando la codicia de buscadores de tesoros y aventureros desaprensivos en la segunda mitad del siglo XIX, y muchos de ellos se lanzaron en pos de aquélla, y de otras quimeras, como El Dorado o las Siete Ciudades de Cíbola, lo mismo que habían hecho los conquistadores españoles varios siglos antes. Pero el oro de los aztecas, por el que tanta sangre fue derramada, desapareció como por arte de ensalmo y jamás fue recuperado. Tal vez sea mejor así. 

Batalla de Otumba en 1520

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