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lunes, 24 de julio de 2017

Cuando los vikingos asolaron Galicia

En el año 968, el segundo duque de Normandía, ante el peligro de que los francos invadiesen sus dominios, pidió ayuda a sus parientes daneses y noruegos, que acudieron a socorrerle con una gran flota. Una vez derrotado el rey de Franquia, los vikingos permanecieron en Normandía, lo que provocó grandes problemas, así que el duque, para desembarazarse de tan incómodos invitados, los exhortó a emprender la conquista de Galicia, en la costa atlántica de Hispania: una tierra muy rica en oro y plata y de la que hablaban con admiración los peregrinos que recorrían el Camino de Santiago. Llegaron frente a las costas de Galicia unas doscientas naves vikingas al mando de Gudrud, hermano de Harald Grafeldr, conocido como Gunderedo en las crónicas gallegas de la época. Cien de estas naves se detuvieron en la costa cantábrica de Galicia y atacaron la diócesis de Bretoña, mientras que otras cien se internaron en la ría de Arosa y desembarcaron en el puerto de Xunqueira para dirigirse por tierra a Santiago de Compostela. La llegada de los vikingos coincidió con el fin de las disputas entre los obispos Rosendo y Sismando II por el control de la diócesis episcopal. El obispo Sismando, que acababa de expulsar a Rosendo de la ciudad, intentó detenerlos en las proximidades de Iria Flavia, adonde habían llegado los varegos remontando el curso del río Ulla, pero no lo consiguió y murió atravesado por una flecha durante la batalla de Fornelos el 29 de marzo. Ya sin resistencia, los vikingos se dispersaron a voluntad por Galicia llegando hasta Courel. En Lugo, el obispo Hermenegildo consiguió organizar la defensa de la ciudad, pero no pudo impedir que los nórdicos arrasaran las tierras de Bretoña: la antigua sede tardorromana quedó destruida, siendo reconstruida posteriormente en el actual Mondoñedo. Los vikingos permanecieron cerca de tres años en tierras gallegas, matando y saqueando a su antojo, pero cuando regresaban a sus naves cargados con el botín de su rapiña, y con muchos prisioneros capturados con la intención de venderlos a los esclavistas para colonizar Islandia, fueron interceptados por un ejército al mando del conde Gonzalo Sánchez, que consiguió vencerlos en los alrededores de la ría de Ferrol el año 970, dando muerte a Gunderedo y a casi todos sus hombres, y quemando después todas sus naves. Tras abandonar Galicia, los vikingos navegaron hacia el sur y saquearon la costa entre el río Duero y Santarém.
En el siglo X los vikingos comenzaron a aparecer en las costas de Galicia de forma cada vez más habitual; en el año 1015, dirigidos por el rey Olaf atacaron Betanzos, Ribas de Sil y Tuy. Remontando el río Miño, desembarcaron en esta villa y masacraron a sus habitantes y a las huestes del conde Menedo. Después arrasaron la ciudad e hicieron prisionero al obispo don Alfonso. Del año 1026 se conserva un documento que revela una práctica habitual entre los nórdicos: el secuestro de rehenes para obtener un rescate. En el documento aparece Octicio negociando la liberación de dos mujeres, Meitilli y Gocina, madre e hija, por las que finalmente entregó una capa, una espada, una camisa, tres lienzos, una vaca y tres medidas de sal. En el año 1028, reinando Bermudo III, Ulf el Gallego también dirigió una expedición contra las costas gallegas, subiendo por la ría de Arosa, pero fue rechazado por el ejército del obispo Cresconio de Compostela, que fortificó la ría de Arosa construyendo las Torres del Oeste. Con la finalización de la época de las invasiones vikingas, comenzó la llegada de peregrinos nórdicos a Compostela siguiendo el Camino de Santiago. Entre estos peregrinos se encontraban figuras tan importantes como el rey Sigurd de Noruega, en otoño de 1108; la ruta marítima del vestvegr que unía Escandinavia con Galicia, duraba unos ocho días de navegación. La destrucción de las sedes episcopales de Iria Flavia y Bretoña, provocó su traslado a Santiago de Compostela y Lugo, además de un cambio en la estructura del poder eclesiástico gallego. Varias fortificaciones como las Torres del Oeste o la muralla de Santiago, fueron erigidas para la defensa frente a los nórdicos. Aunque en el conjunto de las invasiones, la presencia normanda en Galicia fue puntual y muy breve, algún topónimo como «lordemanos» podría estar relacionado con su presencia, aunque es más probable que esté asociado a las peregrinaciones jacobeas de los escandinavos, una vez cristianizados, y no con los saqueos vikingos. 



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