Hernán
Cortés nació en 1485 en la ciudad extremeña de Medellín, en el seno de una
familia de hidalgos. El joven Cortés decidió hacer fortuna en el Nuevo
Mundo viajando a La Española y Cuba, donde por un breve espacio de tiempo fue
alcalde de la segunda ciudad fundada por los españoles en la isla caribeña. En 1519 fue
elegido capitán de la tercera expedición a Tierra Firme, que financió él mismo
avalando los préstamos y poniendo sus propiedades como garantía. De su proverbial
enemistad con el gobernador de Cuba, don Diego Velázquez de Cuéllar, resultó la
cancelación del viaje a última hora, una orden que Hernán Cortés ignoró zarpando por
su cuenta antes de tiempo. Llegado ya al Yucatán, Cortés puso en práctica una exitosa estrategia de alianzas con
determinados pueblos indígenas para derrotar a los mexicas. Para ello se sirvió
de una mujer nativa, doña Marina (La Malinche), que fue su intérprete y con la que tuvo un hijo.
Después de muchas penalidades y de constantes escaramuzas con los indios
hostiles, el 8 de noviembre de 1519 tuvo lugar en la capital azteca el
encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma II. Al mando de 518 infantes, 16
jinetes y 13 arcabuceros, el extremeño se había internado hacia el corazón del
imperio azteca sumando para su causa, y derrotando en muchos casos, a las tribus
vasallas de Moctezuma y había logrado ser recibido por el emperador de los aztecas como emisario de Carlos de Habsburgo, rey de las Españas. Aunque concertar el encuentro no resultó tarea sencilla, y Cortés tuvo que ganarse la confianza de Moctezuma, además de obtener su
autorización para instalarse en el palacio de Axayácatl. Sin
embargo, y a pesar de lo mucho que insistió Cortés, el soberano azteca se negó en
redondo a levantar un altar cristiano en el Templo Mayor de
Tenochtitlán, pero accedió a que se
erigiera una capilla en el palacio donde residían los conquistadores.
Fue cuando se estaba construyendo esta capilla, que el carpintero Alonso Yáñez dio con
una puerta tapiada y avisó en seguida a sus compañeros y al propio Cortés, que
no dudaron en romper la pared. El cronista Bernal Díaz del Castillo relató así el
suceso: «…secretamente se abrió la puerta: y cuando fue abierta, Cortés con
ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas y
piedras preciosas, láminas de oro, y tejuelos muchos, y piedras de
chalchihuites y otras grandes riquezas, y luego lo supimos entre todos los
demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver…» El imperio
azteca fue el más poderoso y rico de América y se calcula que en el momento del
Descubrimiento contaba con unos 15 millones de habitantes. Luego no estamos
hablando de unos indios desarrapados que vivían en unas chozas mugrientas ni
mucho menos. Los aztecas constituían una nación grande y poderosa que recordaba
a los grandes imperios y civilizaciones que florecieron en el Próximo Oriente:
Mesopotamia, Asiria, Babilonia, Persia… La ciudad-estado de Tenochtitlán, que
floreció en el siglo XIV, era el centro neurálgico del gran imperio azteca.
Gracias a la
superioridad militar de los guerreros aztecas y de sus aliados, sus
gobernantes, auténticos reyes-sacerdote a la usanza de los antiguos faraones,
establecieron un sistema de dominio y vasallaje a través del pago de tributos
sobre numerosos pueblos, especialmente en el centro de México, la actual región de
Guerrero y en la costa del Golfo, así como en algunas zonas de Oaxaca. Hernán
Cortés no tardó en darse cuenta de que el odio de los pueblos sometidos al
dominio azteca podía ser utilizado en su provecho. En su camino hacia
Tenochtitlán, los conquistadores lograron el apoyo de los nativos totonacos de
la ciudad de Cempoal, que de este modo se esperaban librarse de la opresión azteca. Y
tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo, los tlaxcaltecas, los
españoles lograron incorporar a sus tropas a miles de bravos guerreros de esta
etnia. Moctezuma
II estaba considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración
central y del sistema tributario. Los frutos de su reinado fueron ricos y las
arcas públicas estaban repletas cuando llegó Cortés, si bien lo que los
españoles hallaron detrás de la puerta tapiada fue el tesoro del anterior
monarca, el padre de Moctezuma. Los
conquistadores lograron apoderarse de este fabuloso tesoro y lo juntaron a las
riquezas conseguidas durante la campaña que les había llevado a las puertas de
la fabulosa Tenochtitlán. A pesar
del creciente malestar entre los aztecas por el comportamiento de algunos
castellanos, Moctezuma prosiguió con su política conciliadora y se reconoció
vasallo de Carlos de Habsburgo.
El buen Moctezuma
sabía que se había convertido en rehén de los españoles, pero
procuró por todos los medios evitar un baño de sangre, pues era consciente de
que si bien los suyos superaban en número a los barbudos extranjeros, éstos
contaban con unas armas devastadoras desconocidas hasta entonces en América. Cuando los
ánimos parecían calmarse y los invasores planeaban su salida de la ciudad con
los tesoros, llegó la noticia de que don Diego Velázquez, gobernador de Cuba, había
confiscado los bienes de Cortés en la Isla por haber
llevado a cabo la empresa de exploración y conquista de la península del
Yucatán sin contar con su autorización, y estaba pertrechando una flotilla
compuesta de 19 navíos, 1.400 peones y hombres de armas, 80 caballos, y unas 20 piezas
de artillería para desembarcar en Yucatán y apresar al rebelde. Cortés se
vio atrapado entre dos frentes y tuvo que abandonar la ciudad para salir al paso
de las avanzadillas enviadas por el gobernador Velázquez. El extremeño se impuso a las tropas enviadas desde Cuba para apresarle valiéndose
de un audaz ataque por sorpresa, a pesar de que los hombres de don Diego Velázquez le
superaban en número, y así pudo regresar a Tenochtitlán unos meses más tarde con
algunos refuerzos reclutados entre las tropas de su enemigo, el gobernador.
Sin embargo, la
prolongada ausencia de Hernán Cortés había debilitado la posición de los
conquistadores en Tenochtitlán. Al mando de don Pedro de Alvarado, la guarnición
española se atrincheró en torno al tesoro amontonado, mientras la ciudad
entraba en ebullición por el secuestro de su monarca y los excesos de algunos
soldados. La ejecución
de varios notables aztecas por orden de Alvarado porque planeaban encabezar una
revuelta contra la presencia española en Tenochtitlán, desbordó la rabia
contenida de los amerindios, que deseaban acabar con los españoles lo antes posible. Durante
unos días, los castellanos intentaron utilizar de nuevo a Moctezuma para calmar
los ánimos, pero fue en vano. Díaz del Castillo relata que Moctezuma subió a
uno de los muros del palacio para hablar con su gente y tranquilizarlos; pero
la multitud enardecida comenzó a arrojar piedras, una de las cuales hirió de
gravedad al soberano azteca durante su plática exhortando a mantener la calma.
El emperador falleció tres días después a consecuencia de la herida e,
invocando la amistad que había entablado con Cortés, le pidió que favoreciese a
su hijo de nombre Chimalpopoca tras su muerte. Acosados
por los aztecas, la noche del 30 de junio de 1520, Hernán Cortés y sus hombres
se vieron obligados a abandonar Tenochtitlán. Cortés tomó esta difícil decisión
presionado por sus capitanes, que amenazaron con arrebatarle el mando. Retirarse
suponía abandonar uno de los mayores tesoros de la Historia. Un tesoro que, a
tenor de los relatos de quienes pudieron verlo amontonado, incluido el propio
Cortes, muy bien podría haber rondado los 700.000 ducados. El
capitán, no obstante, autorizo a sus hombres para que quien lo deseara se
llevase todo el oro que pudiera acarrear por sus medios. Y fue ésta la razón
por la que la salida de los españoles de la ciudad se ralentizó de tal forma,
que a punto estuvo de terminar en desastre, pues muchos de los conquistadores iban
cargados de metales preciosos que, aun bajo la tenue luz de las lejanas antorchas, refulgían entre sus yelmos y corazas. Asimismo, el
capitán extremeño dispuso que siete caballos heridos y una yegua transportaran
fuera de la ciudad al menos el oro perteneciente al Rey, en tanto que el
capitán don Juan Velázquez de León y varios hombres de confianza designados por Cortés debía
defender el carro con su vida si era menester. El sigilo
y la sorpresa se fueron al traste en cuestión de minutos. Una mujer que estaba
sacando agua de un pozo para cocinar, descubrió a los españoles en su retirada
y dio la voz de alarma. Miles de guerreros aztecas cayeron sobre los hombres de Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas (unos 2.000 guerreros), con un balance de más de 600 españoles
muertos. Varios testigos afirmaron que el capitán Velázquez de León murió
defendiendo el oro del Rey, que había quedado perdido en la retaguardia.
¿Qué fue
del fabuloso tesoro que se abandonó en el palacio del emperador azteca? Al día siguiente de la partida de los españoles, los guerreros indígenas recogieron todo lo abandonado por los invasores,
incluido el oro que se había hundido en el lago sobre el que se asentaba la
ciudad, y los cadáveres fueron registrados de forma concienzuda. La venganza,
no en vano, estaba cerca de llegar. Poco tiempo después de la Noche Triste se
libró la batalla de Otumba, donde los españoles se vengaron cumplidamente de
los aztecas y dieron cuenta de la superioridad de las armas y las tácticas europeas de combate. Una vez tomada
la capital del imperio azteca tras un largo asedio, y capturado el último
emperador en 1521, los españoles mantuvieron la esperanza, convertida en una
obsesión, de que los aztecas hubieran escondido el tesoro de nuevo en uno de
los palacios de Tenochtitlán, o que incluso lo hubieran arrojado a la laguna. Es por
ello que lo saquearon todo a su paso y el tesorero Julián de Alderete insistió en
torturar al nuevo emperador, Cuauhtémoc, quemándole los pies con aceite
hirviente para que revelara el paradero del tesoro. Pero todo fue en vano. Posteriores
torturas dieron con nuevas zonas de rastreo en la laguna, pero el tesoro no
pudo volver a ser reunido. El sueño de recuperar algún día estas riquezas
escondidas se instaló en el imaginario de los conquistadores, al estilo de la
leyenda de El Dorado. El hijo de Hernán Cortés, Martín, segundo marqués del
Valle de Oaxaca, auspició varias expediciones para dar con el tesoro que se le escapó a su padre. Ya en 1637, más de un siglo después, se presentó ante el virrey de Nueva España el indio Francisco de Tapia, que decía ser descendiente de aztecas, y asegurando saber dónde estaba escondido el tesoro de Moctezuma. Éste se encontraba, según su testimonio, en «la
laguna grande de San Lázaro, entre el Peñón de los Baños y el del Marqués, en
un pozo en el que acostumbraban a bañarse las mujeres antiguamente…». En ambos casos, las
búsquedas no dieron resultado.
Una parte
del botín obtenido tras la conquista de la capital azteca fue embarcado en tres
carabelas, que partieron en 1522 de San Juan de Ulúa con el objetivo de
dirigirse directamente a España y convencer al rey Carlos de la lealtad de Hernán
Cortés. Pero el corsario francés Fleury reunió una flota de seis
barcos, tres de ellos con más de 100 toneladas de calado, y atacó a las naves españolas en las proximidades del cabo de San Vicente. Sólo se pudo salvar uno
de los barcos, el que capitaneaba Martín Cantón, que evitó el combate y logró
ocultarse en la isla de Santa María a la espera de que desde Sevilla enviaran
ayuda. Una vez en Francia, un porcentaje del tesoro pasó directamente a las
arcas reales, mientras que otra parte se expuso al público en 1527 en una
fiesta organizada en la mansión del armador de las naves corsarias. Poco
provecho habría de sacarle el rey Francisco al oro robado. El monarca francés, instigador
del ataque a la flota española que regresaba del Nuevo Mundo, fue vencido y
hecho prisionero por las tropas de Carlos de Habsburgo en la batalla de Pavía
(1525), y tras la firma de la Paz de Cambray en 1529, dos años después de
haberse exhibido el tesoro de Hernán Cortés, tuvo que pagar al rey de España la
cantidad de dos millones de escudos de oro en concepto de rescate para recobrar su libertad, a costa de la de sus dos hijos, que quedaron retenidos en Castilla.
Aún en
plena campaña de conquista del Yucatán, Hernán Cortés mandó varias cartas al
rey Carlos a fin de que fuesen reconocidos sus méritos en lugar de ser castigado
y vilipendiado por su supuesto amotinamiento, y por permitir las encomiendas
contraviniendo las disposiciones de la Corona. Finalmente le fue concedido el
título de Marqués del Valle de Oaxaca, si bien el más prestigioso de todos los nombramientos,
el de Virrey de Nueva España, le fue otorgado a un noble de alcurnia, don
Antonio de Mendoza y Pacheco. En 1541, Hernán Cortés regresó a España y falleció
seis años después, llevándose su amargura a la tumba. El oro escondido de
Moctezuma todavía seguía suscitando la codicia de buscadores de tesoros y
aventureros desaprensivos en la segunda mitad del siglo XIX, y muchos de ellos
se lanzaron en pos de aquélla, y de otras quimeras, como El Dorado o las Siete
Ciudades de Cíbola, lo mismo que habían hecho los conquistadores españoles
varios siglos antes. Pero el oro de los aztecas, por el que tanta sangre fue derramada, desapareció como por arte de ensalmo
y jamás fue recuperado. Tal vez sea mejor así.
Batalla de Otumba en 1520 |
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