La
disgregación del Califato en múltiples Taifas hizo evidente que sólo un poder
político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos
cristianos del Norte. Así, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso
VI de Castilla anunciaba la amenaza cristiana de acabar con los reinos musulmanes de la
península Ibérica. Ante tal situación, los reyes de las Taifas pidieron ayuda
al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, el cual se
estableció en Algeciras y no sólo derrotó al rey castellanoleonés en la batalla
de Zalaca (1086), sino que conquistó progresivamente todas las Taifas. Pero su
brutal ocupación militar terminó en fracaso al resistir los castellanos la toma de la emblemática capital visigoda de Toledo. La crisis del imperio
almorávide viene marcada por la pérdida de Zaragoza en 1118, ocupada por
Alfonso I de Aragón. Los primeros indicios del malestar andalusí contra los
almorávides se produjeron en Córdoba en 1121, cuando la población se rebeló
contra éstos, sólo la intervención de los fakih pudo evitar un baño de sangre.
Otras rebeliones se produjeron en distintas ciudades andaluzas y a partir de
1140 el poder almorávide empieza a decaer en el norte de África por la presión
almohade. A la Península llegan esas noticias. En 1144 un sufí, Ibn Quasi,
inicia un movimiento antialmorávide y surgen los llamados segundos reinos de
Taifas. Los
almohades desembarcaron en 1145 en la península Ibérica y trataron de unificar
las Taifas utilizando como elemento de propaganda su agresión a los reinos
cristianos y la defensa de la pureza de la religión islámica. Los almohades
eran fanáticos religiosos, y en poco más de treinta años lograron forjar un
poderoso imperio que se extendía desde Santarém (centro de Portugal) hasta
Trípoli (Libia), y detuvieron el avance de la Reconquista cristiana
cuando derrotaron a las tropas castellanas en 1195 en la batalla de Alarcos. A
pesar de los esfuerzos de sus gobernantes, la dinastía almohade tuvo problemas
desde un principio para dominar todo el territorio musulmán en la Península, en especial
Granada y Levante. Por otro lado, algunas de sus posturas más radicales fueron
mal recibidas por la población musulmana de Andalucía, ajena a muchas
tradiciones bereberes que éstos quisieron imponer por la fuerza. La gran
victoria cristiana en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa (1212) marca
el comienzo del fin de la brutal dominación almohade, no sólo por el resultado
del choque en sí mismo, sino por la subsiguiente muerte del califa Al-Nasir y
las luchas sucesorias que se produjeron, y que hundieron el Califato almohade
en el caos político dando lugar a los terceros reinos de Taifas peninsulares. A mediados
del siglo XIII la Andalucía árabe quedó reducida al Reino nazarí de Granada. En el año
1238, entra en la ciudad Mohamed I ibn Nasr conocido también como Al-Ahmar el
Rojo. Es el fundador de la dinastía nazarí (que tuvo veinte sultanes
granadinos) y fue el fundador del Reino de Granada que, si bien al principio,
confraternizó con los reyes castellanos, tuvo que convertirse, pasado el
tiempo, en vasallo y tributario de los mismos a fin de mantener su independencia. En las
últimas décadas de la dinastía nazarí de Granada, el Reino estuvo dividido por una guerra
civil a tres bandas que enfrentó a Al-Zagal, Muley Hacen hermano de Al-Zagal, y a su hijo
Boabdil. El último rey de la dinastía nazarí fue Boabdil (Abu Abd-Allah). Su
derrota en 1492 por los Reyes Católicos puso fin a la Reconquista cristiana en
España, proceso que comenzó en el siglo VIII con don Pelayo y la mítica batalla
de Covadonga. El reino de Granada fue anexionado a la Corona de Castilla.
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