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jueves, 25 de junio de 2015

El reinado de Isabel II de España

Isabel II fue reina de España entre 1833 y 1868. Su reinado fue difícil desde los primeros años, pues coincidió con dos de las tres guerras civiles del siglo XIX conocidas como Guerras Carlistas, entre los propios carlistas, partidarios de don Carlos María Isidro de Borbón y sus descendientes, y los liberales, partidarios de Isabel II. La primera se desarrolló entre 1833 y 1840; la segunda entre 1846 y 1849; y al estallar la tercera en 1872, Isabel ya no era reina de España. La guerra acabó en 1876. 
Siendo todavía una joven reina —más bien una niña—, se produjo el episodio de la «Amistad», una goleta de velacho mercante española en la que hubo una rebelión de esclavos negros en 1839, cuando el buque navegaba frente a las costas de Cuba, que entonces todavía era territorio español. La historia fue llevada al cine por el director Steven Spielberg hace unos años. El resultado fue un bodrio considerable. La historia real fue que unos 500 africanos habían sido secuestrados en Sierra Leona y transportados a La Habana, Cuba, por el barco negrero portugués «Tecora», y allí fueron vendidos como esclavos. Otros cincuenta y tres de ellos fueron trasladados a la «Amistad». El caso fue que se produjo un motín en alta mar y los esclavos se hicieron con el control del barco, obligando a los tripulantes españoles que dejaron con vida que les llevasen de vuelta a África. No obstante, los africanos fueron engañados, siendo conducidos hacia el norte con rumbo a la costa estadounidense, donde el barco echó el ancla a media milla de Long Island, Nueva York, el 26 de agosto. Algunos de los africanos fueron a la costa para conseguir agua y provisiones, y la embarcación fue descubierta por el bergantín «Washington». El teniente Gedney, que comandaba el buque, ayudado por sus oficiales y tripulación, apresaron la «Amistad» y pusieron a los esclavos bajo custodia, conduciéndolos al estado de Connecticut. Luego presentarían una reclamación por escrito amparándose en la Ley de almirantazgo por el salvamento del barco, la carga, y los africanos. Gedney presuntamente eligió desembarcar en Connecticut porque, a diferencia de Nueva York, la esclavitud era técnicamente legal ahí —aunque extremadamente rara—, y esperaba sacar provecho de los esclavos.


Por supuesto, cuando el Gobierno español tuvo conocimiento de los hechos, exigió al norteamericano la devolución del buque y su carga. Después de ignorar todas las peticiones españolas, demostrando una vez más los agradecidos que estaban por nuestra ayuda en su guerra de Independencia, en 1840, una corte federal resolvió que el secuestro de los individuos en su tierra natal, y el posterior transporte, habían sido ilegales. Asimismo, en Estados Unidos sólo podían ser considerados «esclavos» los nacidos de padres esclavos, ya que la importación había sido prohibida en 1808; por tanto, los africanos eran hombres libres. La Corte Suprema de los Estados Unidos confirmó la sentencia el 9 de marzo de 1841, y los raptados viajaron de vuelta a su hogar en 1842. Fueron felices y comieron perdices.


Lejos de amilanarse, un año después España tomó posesión de las islas de Fernando Poo y Annobón, en el golfo de Guinea. Estas islas habían permanecido abandonadas desde el siglo XVIII; en 1843 España tomó posesión gubernativa de las mismas y en 1858 se produjo la llegada del primer gobernador español al territorio continental de Guinea Ecuatorial, quedando así establecido un dominio español en el África subsahariana que duraría hasta los años 60 del siglo XX.


El desafortunado suceso de la «Amistad» sirvió para poner de manifiesto que España carecía de una escuadra capaz de defender sus intereses en ultramar, por lo que varios años después, en 1860 la Ley de Incremento de las Fuerzas Navales permitió la creación de una pequeña pero moderna Armada de buques de vapor blindados, y se construyeron los primeros cruceros acorazados con los nombres de Fernando el Católico, Sánchez Barcaiztegui y Jorge Juan. Y posteriormente la legendaria fragata Numancia, el primer buque de guerra blindado que completaría la circunnavegación del globo.


La política exterior del reinado de Isabel II fue especialmente agitada durante el «gobierno largo» de la Unión Liberal (1858–1863), a pesar de ello, tras una corta pero exitosa guerra en el norte de África, España se anexionó los territorios marroquíes de Ifni y Tetuán. Aunque Gran Bretaña protestó y esta última plaza tuvo que ser devuelta al Sultanato de Marruecos, que había iniciado el conflicto atacando las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Los británicos habían apoyado al sultán de Marruecos esperando que lograse apoderase de Ceuta, para luego establecer ellos una segunda plaza de soberanía en el estrecho de Gibraltar, y completar su control en el Mediterráneo.


Entre tanto, en Cochinchina, actual Vietnam, algunos misioneros españoles fueron asesinados, lo que derivó en la Expedición franco–española a Cochinchina que derivó en la conquista de Saigón. España participó en la campaña militar con tropas españolas y voluntarios filipinos. En el posterior reparto del territorio vietnamita, a España le fueron concedidos derechos comerciales sobre los puertos de Tulog, Balag y Quang-an, y fue el comienzo de la consolidación francesa en Indochina. Es bueno recordar esta gesta de un puñado de españoles armados con viejos fusiles, cuando se cumplen 40 años de la humillante derrota norteamericana de 1975.


A pesar de los problemas internos que tenía el país, en 1861 se produjo la reanexión de la República Dominicana a España, sin embargo una serie de conflictos bélicos con la guerrilla convirtieron la presencia española en un gasto que se estimó innecesario, y en 1865 Isabel II anuló la anexión.


Unos años antes, el 31 de octubre de 1861, España, Francia e Inglaterra acordaron intervenir el gobierno del presidente Juárez de México, con el pretexto del incumplimiento prolongado de su gigantesca deuda. Tras llegar a las costas mexicanas, el gobierno liberal convenció a las tropas españolas e inglesas para que se retiraran, firmando el tratado de Soledad de Doblado, por el que Inglaterra y España comprendían la difícil situación económica de México y aceptaban renegociar la deuda, pero Napoleón III tenía claros intereses de convertir a México en una potencia que pudiera contrarrestar el enorme poder y la influencia que Estados Unidos estaba ganando sobre el resto de los territorios de América. En 1862, después de la victoria del 5 de mayo del general Ignacio Zaragoza sobre el ejército francés, mandado por el Conde de Lorencez, las fuerzas de Juárez, desprovistas de suficiente apoyo de Estados Unidos, fueron reducidas a un grupo de guerrilleros, y la victoria de las tropas de Napoleón III, respaldado por los terratenientes, así como por numerosos campesinos de todo el país, se hizo inevitable.


En el resto de asuntos de política exterior, España mantuvo y consolidó su dominio en Cuba y Puerto Rico en el Caribe, en Asia en Filipinas, y sobre las islas Carolinas y las islas Marianas, ambicionadas por Alemania. Sin embargo, merecen un análisis aparte otras dos guerras que se desarrollaron durante el reinado de Isabel: la guerra del Pacífico, o hispano–sudamericana, y la guerra de África.


La guerra del Pacífico o hispano-sudamericana de 1864–1866, se conoce en Chile y Perú como la «guerra contra España», y se desarrolló a lo largo de las costas chilenas y peruanas, donde estos países se enfrentaron España, añadiéndose posteriormente a la coalición antiespañola Bolivia y Ecuador.


El conflicto diplomático entre España y Perú comenzó al tiempo que una escuadra española recorría las costas sudamericanas con fines científicos. El detonante fue el conocido como «Incidente de Talambo», una pelea entre peones españoles y el terrateniente peruano de la hacienda donde trabajaban, Manuel Salcedo. La reyerta acabó con dos muertos y varios heridos. Las noticias que llegaron a la flota y, posteriormente, a España eran confusas, por lo que el Gobierno español solicitó explicaciones. La falta de entendimiento entre el Gobierno peruano y el enviado español, llevó a la ocupación española de las islas Chincha en 1864, se soberanía peruana. A pesar de los acuerdos iniciales entre España y Perú mediante una resolución pacífica, el cambio de gobierno en el Perú, forzado por un golpe de Estado, desbarató este acuerdo inicial.


Chile se inmiscuyó innecesariamente en este conflicto negándose a abastecer a los buques españoles, primero, y declarando la guerra a España el 25 de septiembre de 1865. Perú hizo lo propio el 13 de diciembre y ya en 1866 también le declararon la guerra a España el Ecuador (el 30 de enero) y Bolivia (el 22 de marzo). Las acciones de guerra se dieron entre 1865 y 1866, siendo los principales combates navales el de Papudo, el de Abtao, y los bombardeos de Valparaíso y El Callao por parte de la escuadra española. Las hostilidades terminaron en 1866 y se logró un armisticio en 1871. Los tratados de paz se firmaron de forma bilateral entre cada país sudamericano y España en los años 1879 (Perú y Bolivia), 1883 (Chile) y 1885 (Ecuador).


En octubre de 1862, el mariscal Ramón Castilla y Marquesado terminó su mandato como presidente de Perú. Como resultado de las elecciones, asumió el cargo el general Miguel de San Román, quien murió el 3 de marzo de 1863, sin terminar su mandato. Le sucedió primero el mariscal Castilla y luego el general Pedro Díez–Canseco, hasta que llegó de París el vicepresidente, el general Juan Antonio Pezet, quien, de acuerdo con la Constitución de Perú, se hizo cargo del Gobierno el 5 de agosto.


Durante el gobierno de Pezet, se celebró el II Congreso Americano en Lima, en 1864, continuación del realizado también en Lima en 1848 «para fijar las bases de la futura tranquilidad y seguridad de los pueblos de Sudamérica». Perú, recibió la sede del Congreso en virtud de haber demostrado su «espíritu americanista» en diversas circunstancias al haber ayudado a México, Santo Domingo, Nicaragua y Costa Rica a consolidar su independencia.


En España gobernaba la reina Isabel II y presidía el Gobierno el general don Leopoldo O'Donnell, de la Unión Liberal. Durante el Gobierno de la Unión Liberal se produjeron varias acciones militares españolas en ultramar que gozaron de un amplio apoyo popular, como la Expedición franco–española a Cochinchina (Indochina) que culminó con la toma de Saigón en 1862; los intentos de formalizar la participación de España en la guerra de Crimea; la guerra de África de 1859, en la que O’Donnell obtuvo un amplio apoyo popular y un gran prestigio al consolidar las posiciones de Ceuta y Melilla, y la conquista de las ciudades marroquíes de Ifni y Tánger, aunque tuvo que renunciar a retenerlas bajo soberanía española debido a la intransigencia británica, que había apoyado solapadamente a Marruecos con la esperanza de hacerse con el control de aquellas plazas de soberanía española en el norte de África. Además de estas acciones, se consumó la reanexión de Santo Domingo en 1861, y la Expedición anglo–franco–española a México en 1862. 


A pesar de la comprometida situación interna de España, donde aún no estaban apagados los rescoldos de las guerras civiles carlistas, y se vivía en un ambiente prerrevolucionario en vísperas de la proclamación de la Primera República, estas exitosas acciones militares, acompañadas de una agresiva política exterior, tenían por objetivo romper el aislamiento en que se había sumido España desde la finalización de las guerras napoleónicas, y pretendían poner al país en el primer plano de la escena internacional. Tanto fue así, que en 1898 Estados Unidos provocó la guerra contra España en Cuba y Filipinas temeroso de que ésta pudiese hacerle sombra en el Caribe, y convertirse en un obstáculo para su proyecto de expansión hacia América Central y del Sur. La expansión hacia México se había completado en 1848 tras la guerra de conquista en la que arrebataron a los mexicanos buena parte de los territorios heredados del Virreinato de Nueva España.


Los sudamericanos interpretaron erróneamente la proclama del presidente norteamericano Monroe cuando exclamó «¡América para los americanos!», éste se refería a los americanos blancos, anglosajones y protestantes del Norte, exclusivamente. Esto aún no lo han comprendido en los países que se hacen llamar «latinoamericanos», y que siguen fascinados con los Estados Unidos, al tiempo que reniegan de la herencia cultural española.


La Expedición científica y diplomática


En 1862 en España se decidió enviar una expedición científica y diplomática al Pacífico que iría escoltada por cuatro buques de guerra. El propósito que llevó a las autoridades de Madrid a incluir unidades de la Armada en una misión de estudio, no solo fue para exhibir su poderío como hacían las demás potencias europeas, sino para que aquéllas sirvieran como elementos disuasorios. Una serie de quejas y reclamaciones presentados por ciudadanos españoles residentes en las antiguas colonias de Sudamérica, habían puesto al Gobierno de Madrid sobre alerta. En aquel momento España carecía de relaciones diplomáticas con Perú, país al que aún no reconocía como independiente, y que mantenía un contencioso con la metrópoli por el monto de las deudas pendientes desde la emancipación del país sudamericano.


Los buques de la Armada española que conformarían la expedición eran: las fragatas gemelas de hélice Triunfo y Resolución, la corbeta de hélice Vencedora y la goleta blindada Virgen de Covadonga. Esta fuerza naval quedó bajo el mando del almirante don Luis Hernández–Pinzón Álvarez, descendiente directo de los hermanos Martín y Vicente Pinzón, capitanes de las carabelas que acompañaron a Cristóbal Colón en el descubrimiento de América. El 10 de agosto de 1862 partieron de Cádiz la Resolución y la Triunfo. Pinzón enarbolaba su insignia en la Resolución, donde también había embarcado la Comisión Científica del Pacífico. La Vencedora se unió a la escuadra más tarde en Montevideo, y la Virgen de Covadonga la aguardaba en el estuario del Río de la Plata. El representante español en Montevideo se entrevistó con el enviado del Gobierno peruano, que quería averiguar cuál era el propósito de la expedición. Al mostrarle los despachos llegados de Madrid, exclamó: «¡Qué distintos son los propósitos que en el Perú se le atribuyen a España!, este despacho emana cariño fraternal, y nosotros les creemos a Vds. egoístas y opresores».


El 6 de octubre la Resolución y la Triunfo llegaron a Río de Janeiro. A primeros de noviembre fondearon en Montevideo, uniéndose allí la Vencedora. Tras una breve estancia de Pinzón en Buenos Aires, la escuadra se dirigió al Pacífico, aunque los desperfectos causados por un temporal en el estrecho de Magallanes les obligaron a regresar y buscar refugio en las islas Malvinas. Ante la escasez de materiales en estas islas, hubo que llevar madera y carbón desde Montevideo. Finalmente, partieron hacia el Pacífico en abril de 1863, bordeando el cabo de Hornos. Nuevamente un fuerte temporal dificulta la navegación. A finales de mes la Vencedora consiguió llegar a Valparaíso, mientras que las fragatas arribaron a principios de mayo. En Chile, la escuadra española fue recibida con cordialidad por las autoridades y el pueblo. Entre junio y julio los buques partieron hacia el Perú.


Al llegar al puerto de El Callao, la escuadra española saludó al pabellón peruano con una salva de cañonazos que fue correspondida desde las fortificaciones chalacas. La marinería fue recibida también en esta ocasión con afecto, mientras los oficiales visitaban al presidente de Perú, don Pedro Diez–Canseco, a los diplomáticos españoles y a los jefes de las flotas francesa y británica que allí se encontraban. Tras dejar las costas peruanas, la escuadra se dirigió a Guayaquil y a la ciudad de Panamá. Al darse cuenta de que la pequeña Virgen de Covadonga retrasaba el viaje, Pinzón decidió que ésta recorriera en solitario las costas centroamericanas y regresara a El Callao. Mientras, el resto de buques se dirigió a Acapulco y a San Francisco. En Panamá, el almirante Pinzón recibió las primeras noticias sobre un incidente en la hacienda de Talambo, aunque los detalles no los conoció hasta que se reunió con los oficiales de la Virgen de Covadonga en El Callao.


El incidente de la Hacienda de Talambo


En 1859 el Gobierno peruano autorizó al hacendado Manuel Salcedo, propietario de la hacienda Talambo, en la provincia de Chepén, a introducir en el país a mil colonos españoles destinados a realizar labores agrícolas. El primer grupo de inmigrantes provenientes de las provincias Vascongadas estuvo compuesto de sesenta familias con 95 hombres, 49 mujeres y 125 niños de ambos sexos. Aunque el Gobierno español tuvo conocimiento de este proyecto, no se opuso a él. Cuando a fines de julio de ese mismo año los colonos arribaron a El Callao, empezaron los primeros problemas, ya que nada más desembarcar desertaron varias familias con los anticipos que habían recibido, quedando alrededor de 180 vascos, de los cuales solo 50 eran trabajadores agrícolas. Durante cuatro años los colonos españoles se dedicaron al cultivo de hortalizas y algodón, pero como el cultivo de este último fuera el que más interesara al propietario, se suscitaron los primeros altercados entre colonos y patrón. El 4 de agosto de 1863 el colono Marcial Miller se encontró casualmente con el hacendado Salcedo que iba a caballo, planteándole la conveniencia de solucionar sus diferencias. El hacendado no quiso oírlo y, ante la exigencia de Miller, pretendió azotarlo con las riendas. El colono lo amenazó con darle una pedrada. Aunque en ese momento los hechos no llegaron a más, el hacendado, considerándose ofendido, ordenó luego al mayordomo de la hacienda apresar a Miller, quien tras el incidente se encontraba con otros colonos deliberando sobre su situación. El mayordomo, acompañado de un grupo de peones armados, solicitó que Miller se entregara. Los colonos lo impidieron, se desenfundaron las armas y en el tiroteo que se cruzó resultaron muertos un vasco y un peruano, y varios heridos de ambos grupos.


El juez de Chepén ordenó que los heridos fueran trasladados al hospital y el resto de colonos permanecieran detenidos mientras se iniciaba el sumario correspondiente. En primera instancia, dos vascos fueron condenados, pero la Corte Superior de La Libertad anuló la sentencia y mandó capturar y enjuiciar al hacendado Salcedo, y también procesar al juez de Chepén por prevaricación. En una nueva apelación, esta vez de Salcedo, la Corte Suprema declaró nula la anterior sentencia y restituyó las cosas a su estado anterior. Cuando el almirante Pinzón se encontraba en la rada de El Callao, supo de lo ocurrido en Talambo, y los mandos de la flota protestaron por la muerte de su compatriota ante el Gobierno peruano. Las primeras noticias llegaron a Madrid entre septiembre y octubre. La información era confusa, hablándose al principio de «asesinatos». Incluso se llegó a publicar un folleto titulado «Horrorosos detalles de los asesinatos de españoles en el Perú», recibidos por el último correo. A finales de octubre las noticias ya eran correctas e, incluso, el propio vicecónsul español en Lima envió una carta a la prensa en la que explicaba lo sucedido.


En esos días se sucedieron una serie de cambios en la representación diplomática española en Perú que dejaron como único representante al vicecónsul don José Antonio Albistur Hurtado. Mientras la escuadra española abandonaba El Callao y llegaba a Valparaíso, entró en escena don Eusebio Salazar y Mazarredo quien se ofreció para llevar la correspondencia oficial a España. De allí volvió a Lima con el cargo de ministro de Su Majestad en Bolivia y comisario extraordinario para Perú y solicitó una reunión con la autoridad competente del Gobierno. El canciller don Juan Antonio Ribeyro le indicó que la entrevista sería confidencial, pues no le reconocía el cargo de comisario, a lo que Salazar respondió indignado que no aceptaba y se marchó al encuentro del almirante Pinzón, comandante en Jefe de la Escuadra del Pacífico.


Ocupación de las islas de Chincha y llegada de refuerzos españoles


Cuando Salazar se reunió con Pinzón le expresó que Perú no resolvería justamente el caso de los asesinatos de Talambo y que, además, el país se estaba armando. Aunque las órdenes principales dadas en Madrid indicaban: «Fije V.S. [Salazar] altamente su intención en que la misión que el Gobierno de S.M. le confía es de Paz: que el Gobierno quiere paz y buena inteligencia». Salazar entregó a Pinzón las instrucciones secundarias en las que el deseo de paz estaba condicionado por la resolución justa del caso de Talambo, y en las que se afirmaba que quedaba justificado el uso de la fuerza en el caso extremo de atentado contra la seguridad de los barcos, su personal o el honor nacional. Aunque Pinzón solicitó el resto de las órdenes, Salazar le indicó que no eran importantes. Así, el 14 de abril de 1864 la escuadra ocupó las islas Chincha. Los españoles colocaron al gobernador peruano de las islas, don Ramón Valle Riestra, bajo arresto a bordo de la Resolución, ocuparon las islas con 400 infantes de marina e izaron la bandera española.


Cuando la noticia llegó a España, el Gobierno desautorizó a Salazar, pero ante el hecho consumado de la toma de las islas, se decidió a enviar refuerzos ante un más que probable ataque peruano. Así, se prepararon las fragatas Blanca, Berenguela y Villa de Madrid. El 6 de septiembre de 1864 zarpó la Villa de Madrid de Cádiz rumbo a Montevideo, donde se unió a las fragatas de hélice Blanca y Berenguela, con las que atravesó el estrecho de Magallanes y se unieron en diciembre del mismo año a la escuadra que estaba en las islas Chincha. La fragata blindada Numancia, fue una de las unidades navales españolas más modernas y con mayor potencia de fuego despachadas al Pacífico. El 25 de noviembre, mientras la fragata Triunfo estaba en las islas Chincha encargada de la ocupación militar, se produjo accidentalmente un accidente y el buque ardió por los cuatro costados a pesar de los esfuerzos de sus tripulantes para controlar el incendio, y fue preciso abandonarlo, perdiéndose de esta manera el primer buque español.


Más tarde se estudió la posibilidad de enviar también a la fragata blindada Numancia en un viaje que presagiaba lo peor, teniendo en cuenta las negativas experiencias de franceses e ingleses con sus novísimos buques acorazados en travesías largas. Se inició la misión de este buque el 4 de febrero de 1865, en el puerto de Cádiz, al mando del capitán de navío don Casto Méndez Núñez. Tras carbonear en San Vicente el 13 de febrero, arribó a Montevideo el 13 de marzo, de donde partió el 2 de abril con rumbo al estrecho de Magallanes acompañado del vapor de palas Marqués de la Victoria, que debía acompañar a la Numancia hasta el Estrecho para proveerla de carbón. Arribó a Valparaíso el 28 de marzo y encontró en dicho puerto a la corbeta Vencedora, que le indicó que la escuadra española se encontraba en El Callao, por lo que optó por dirigirse al citado puerto, al que arribó el 5 de mayo. Por su arriesgado viaje, Méndez Núñez seria ascendido a brigadier de mar.


Tratado Vivanco–Pareja


Vacilante, el general don Juan Antonio Pezet, presidente de Perú desde mediados de 1863, entró en negociaciones con los españoles. Los periódicos de la época escribían de él: «Parece un moderno Atahualpa», criticando su debilidad. Lo cierto es que el 24 de noviembre la Junta de Guerra peruana determinó la imposibilidad de vencer a la escuadra española con las fuerzas de que disponían: la fragata Amazonas y las goletas Tumbes y Loa. El 6 de diciembre el vicealmirante don José Manuel Pareja llegó desde España para sustituir al almirante Pinzón y el 30 se realizó la primera conferencia entre Pareja y el general don Manuel Ignacio de Vivanco, que culminaron con la redacción del Tratado Vivanco–Pareja, que fue firmado el 27 de enero de 1865 a bordo de la fragata Villa de Madrid. El documento establecía el intercambio de embajadores, el saludo a los respectivos pabellones, la reprobación oficial a Salazar, la desocupación de las islas Chincha y el pago a España de 3 millones de pesos como indemnización por los gastos causados. El 2 de febrero el tratado era ratificado por el presidente de Perú. El conflicto parecía resuelto sin efusión de sangre. Mientras tanto, los agentes del Gobierno peruano que el año anterior fueron enviados a Europa, habían adquirido buques y otros enseres de guerra. Para reforzar la escuadra peruana en caso de guerra se compraron las corbetas de hélice Unión y América; y los blindados Huáscar e Independencia.


Revolución de Arequipa y dictadura de Prado


El mariscal don Ramón Castilla, presidente del Senado, protestó de manera airada y directa, en una áspera discusión con Pezet, que se había presentado en la Cámara para explicar la situación. Castilla llegó a golpear al presidente, lo que le valió el exilio. El 28 de febrero de 1865, en Arequipa, se sublevó el coronel Mariano Ignacio Prado. Desde diversos puntos del país, muchos militares y civiles lo secundaron. Prado llegó a las puertas de Lima, con un ejército de 10.000 hombres, mientras el ejército de Pezet contaba con 8.000 soldados. Francisco Díez–Canseco se quedó con una guarnición en el Palacio de Gobierno, y Pezet salió al encuentro de Prado hasta Lurín. Pero no hubo una acción frontal. Casi sin resistencia, los insurgentes arribaron hasta la plaza principal de Lima. Allí trabaron una dura batalla con la guarnición del Palacio de Gobierno. La batalla del 5 de noviembre de 1865, duró hasta las 10. Las tropas leales a Pezet solo se rindieron cuando ya habían perdido tres cuartas partes de su contingente; las puertas del Palacio de Gobierno se abrieron y una multitud enfervorecida entró, principalmente, para saquearlo.


Pezet pretendió retomar el Palacio de Gobierno, pero, por una parte, no se animó a atacar Lima y, por otra, hubo muchas deserciones entre sus tropas. Con sus escasos leales, se trasladó primero a El Callao y, luego, se acantonó en la hacienda Concha. Allí, capituló el 8 de noviembre. Pezet y sus más cercanos colaboradores se refugiaron en el buque británico Shear Water, anclado en El Callao. Unos días más tarde se embarcó con su familia rumbo a Inglaterra. Mariano Ignacio Prado había entrado triunfante en Lima y el vicepresidente Pedro Díez–Canseco había tomado el poder, pero fue por breve tiempo, puesto que el 28 de noviembre, por presiones de asambleas populares y por decisión del Ejército, el coronel Prado asumió de facto la presidencia de la República con el pomposo título de Jefe Supremo de la Nación.


El dictador nombró al liberal José Gálvez Egúsquiza presidente de su gabinete y ministro de Guerra y de Marina, a José Químper, ministro de Gobierno, a Manuel Pardo, ministro de Hacienda, a Toribio Pacheco, ministro de Relaciones Exteriores, y a José Simeón Tejeda, ministro de Justicia.


Intromisión de Chile en el conflicto y declaración de guerra a España


Durante el gobierno de José Joaquín Pérez, Chile declaró la guerra a España ante las inaceptables condiciones del vicealmirante don José Manuel Pareja. Mientras el conflicto entre España y Perú parecía volver a surgir, en Chile la opinión pública chilena se exaltó y comenzaron a producirse actos hostiles contra los españoles residentes. Mientras que con Perú se solidarizó moralmente debido al panamericanismo existente en el país, todo esto pese a las a las buenas relaciones que mantenía con España, y a la deuda que, por otra parte, Perú tenía con Chile por la campaña contra la Confederación Peruano–Boliviana. Una vez más, una nación a la que nada le iba en el conflicto, se ponía contra España.


Chile consideró que las exigencias económicas de los españoles y la invasión de las islas Chincha representaban una ofensa, y una agresión a la soberanía de los estados americanos. Por supuesto, sobre la ocupación británica de las islas Malvinas, jamás se pronunciaron, y si lo hicieron, fue en voz baja. En 1864, se realizó un Congreso de Delegados Americanos para tratar el tema en Lima. Chile se solidarizó con el país vecino, la prensa y el Gobierno aborrecía a los españoles desde la época colonial, por lo que el Gobierno chileno decidió negar todo apoyo logístico a las unidades navales españolas en sus puertos. También por solidaridad, se envió en el yate Dard a un grupo de 152 militares voluntarios al mando de Patricio Lynch para apoyar a Perú en su guerra contra España. Este grupo de voluntarios estaba dividido en dos compañías, una de artillería de mar y otra de marinos. Esta fuerza llega a El Callao el 23 de julio de 1864 para ponerse a disposición de las autoridades peruanas. Aunque esta ayuda no había sido solicitada formalmente por los peruanos, y era del todo innecesaria debido al acuerdo de paz alcanzado entre los españoles y el Gobierno del presidente Pezet, que había hecho todo lo posible por evitar un conflicto armado a causa de un malentendido. Porque se trataba de eso, de un malentendido, y no hacía ninguna falta que Chile se entrometiera para malmeter.


El 17 de septiembre de 1865 el vicealmirante Pareja, nombrado Ministro Plenipotenciario de España en Chile, entraba en el puerto de Valparaíso con su buque–insignia, la fragata Villa de Madrid. Pareja presionó al Gobierno de este país para que levantara las restricciones impuestas a su escuadra. Las protestas de Pareja se basaban en tres puntos: Chile negaba el aprovisionamiento de carbón a los buques españoles, mientras permitía a los peruanos adquirir pólvora y víveres y reclutar marineros chilenos; Chile enviaba armas, provisiones y municiones a Perú; Chile abastecía a barcos de guerra de Francia, estando este país en guerra con México, mientras que a España se le negaba cualquier apoyo logístico sin estar en guerra con nación sudamericana alguna. A todo esto hay que añadir que, hasta ese momento, las relaciones diplomáticas y económicas entre España y Chile eran excelentes, por lo que no se comprendía la postura del país andino ni su repentina fobia hacia España.


En Madrid, tras dos años de gobiernos moderados, regresó al poder el general O’Donnell, cuyo gabinete envió instrucciones precisas al vicealmirante Pareja: «Reparaciones y saludo a la bandera. Si se negaran, ruptura de relaciones y ultimátum». Si aun así Santiago persistiera en su actitud, bloqueo de los puertos. Finalmente, si Chile continuara sin atender las exigencias españolas, hostilizar Valparaíso o Lota». Pareja dio cuatro días de plazo al Gobierno chileno para responder.


Ante la negativa chilena, el Comandante General de la Escuadra del Pacífico declaró toda la costa chilena en estado de bloqueo el 24 de septiembre de 1865. Aunque, debido a los pocos buques españoles, éste se redujo a Coquimbo y Caldera. En respuesta a la decisión de Pareja, Chile declaró la guerra a España al día siguiente.


Bloqueo de las costas chilenas por la escuadra española


El comandante general de la escuadra del Pacífico, don José Manuel Pareja, declaró toda la costa chilena en estado de bloqueo el 24 de septiembre. El bloqueo se hizo en condiciones difíciles, pues con cuatro fragatas y dos goletas, y contando solo con los puertos bolivianos para el aprovisionamiento. Además se debían cubrir más de 1.600 millas de costa. El dispositivo de bloqueo fue el siguiente: la fragata Villa de Madrid, con la insignia del almirante Pareja, la corbeta Vencedora y la goleta Covadonga, frente a Valparaíso; la fragata Berenguela, con el vapor chileno apresado Matías Cousiño, frente a Coquimbo; la fragata Blanca en Caldera y la fragata Resolución en la bahía de Concepción, por lo que de extremo a extremo del bloqueo había una distancia de doscientas leguas sin ningún tipo de comunicación. Los buques españoles fueron rotando en el bloqueo de los puertos chilenos.


Ante esta acción, el Gobierno de Chile había dispuesto la preparación de los únicos buques de guerra que poseía para iniciar las acciones bélicas contra los españoles: la corbeta Esmeralda y el vapor armado Maipú, bajo la dirección del capitán de fragata Juan Williams Rebolledo. Estas unidades al mando de Williams habían salido de Valparaíso antes de notificarse el bloqueo y sin oposición de Pareja, que bien pudo haberlos detenido con su buque insignia. El Gobierno chileno para poder intensificar la guerra en el mar, recurrió al mismo plan que tan buenos resultados le había dado durante la guerra de independencia contra los españoles, y se dictó el 26 de septiembre un nuevo reglamento destinado a fomentar la guerra de corso. No se ha verificado si se armó algún buque corsario con patente chilena durante conflicto, pero la medida generó alarma en las costas españolas. También se tomaron medidas para proteger puertos como Talcahuano, Valparaíso, Caldera y Coquimbo, entre otros, y se prepararon destacamentos militares para prevenir un desembarco o ataque. Durante el bloqueo, hubo varios combates entre los tripulantes de las naves españolas y los soldados chilenos acantonados.


En el sur, a la fragata Resolución se le encomendó el bloqueo de los puertos de la bahía de Concepción. Para optimizar la efectividad del bloqueo, los españoles armaron una de las lanchas del buque con una pieza de artillería y la destacaron para impedir el tráfico de barcos chilenos de Talcahuano a Penco y Tomé. El 17 de noviembre frente a Tomé, el pequeño remolcador chileno Independencia que cometió la imprudencia de acercarse demasiado a la lancha española y, ante los disparos realizados por ésta, simuló rendirse. El remolcador apagó las luces y detuvo sus máquinas y dejó que la lancha se aproximara. Cuando los marinos españoles se disponían a tomar posesión de su presa, fueron sorprendidos por un centenar de militares chilenos armados que viajaban a bordo del Independencia y no tuvieron más remedio que rendirse. La lancha y sus tripulantes fueron llevados a Constitución. Una vez más, los españoles fueron víctimas de su generosidad. De haber hundido el lanchón chileno sin más, aquella artera acción de los chilenos no habría tenido éxito.


Aparte de estas acciones, el bloqueo de Pareja en un comienzo afectó el comercio marítimo chileno además de provocar la pérdida de varios mercantes que fueron capturados por los barcos de guerra españoles. Muchos barcos mercantes se vieron obligados a abandonar el puerto o a cambiar de bandera. Pese a esto, el Gobierno chileno reaccionó declarando libre treinta y ocho puertos menores y mejorando las vías de comunicación terrestre. Con estas medidas el tráfico marítimo volvía a funcionar sin problemas al cabo de unas semanas, dejando a la escuadra española en una situación que hacía casi imposible mantener un bloqueo efectivo.


El 26 de noviembre, un hecho imprevisto por el vicealmirante Pareja provocó la ruptura del bloqueo en las costas chilenas ya que la corbeta Esmeralda a la que Pareja erróneamente dejó salir de Valparaíso, después de viajar con el vapor Maipú con dirección a Perú para intentar inútilmente unirse a la escuadra peruana, y volver a las costas chilenas con el objeto de hostilizar y atacar a algún buque de guerra español, logró capturar en Papudo a la goleta Covadonga al mando del capitán don Luis Fery. Todo esto pese a la abismal y desproporcionada debilidad chilena en el mar se logró una exitosa acción ofensiva contra una unidad de guerra española, que resultó capturada y pasó a engrosar la pequeña escuadra chilena, como su tercer buque. Este hecho fue un gran revés para la escuadra española. Pareja había permitido la salida de la Esmeralda y había ordenado la partida de la pequeña Covadonga, de tan solo tres cañones, en solitario, a pesar de las quejas de parte de la junta de oficiales. El sentimiento de culpa lo llevaría prontamente a suicidarse.


Capturada la goleta y al notar que no tenía graves daños, Williams Rebolledo le dio el mando del buque a Manuel Thompson y se retiró del lugar del combate ya que la Villa de Madrid estaba cerca de la zona, en Valparaíso. Williams estimo que el vicealmirante Pareja apenas supiera de lo acontecido, enviaría aviso a la corbeta Vencedora al norte y a la Resolución que bloqueaba Talcahuano. Por lo que planeó con sus dos buques de guerra, emboscar desde la altura de San Antonio a la Vencedora y al transporte Marqués de la Victoria que seguramente partirían al sur. Al no lograr su objetivo se dirigieron a la boca del Maule donde recibieron instrucciones del Gobierno de dirigirse a Chiloé donde se estaba organizando un fondeadero para proteger a sus buques. Mientras tanto en Perú, tras el final del gobierno de Pezet y al tomar el mando Mariano Ignacio Prado, se acordó el envío de la escuadra peruana para unirse a la chilena en Chiloé, y esperar allí la llegada de los nuevos buques blindados; el monitor blindado Huáscar y la fragata blindada Independencia.


El 3 de diciembre de 1865, con la preparación de la escuadra peruana por el enviado de Chile, Domingo Santa María y el peruano José Gálvez Egúsquiza, iniciaron la travesía los buques peruanos al mando del capitán de navío Manuel Villar Olivera, nombrado jefe de las fuerzas navales peruanas, que eran las fragatas Apurímac y Amazonas, y 44 días después las corbetas Unión y América, de estos buques peruanos hay que constatar que iban tripulados por marinos de origen chileno, especialmente los dos últimos. Al mismo tiempo, el recién ascendido capitán de navío Juan Williams Rebolledo, con la corbeta Esmeralda, la goleta Covadonga y los vapores Maipú y Lautaro (comprado a Perú), había organizado el fondeadero de Abtao, en el archipiélago de Calbuco, en dos ensenadas colindantes a la isla del mismo nombre, ubicada en la ribera norte del canal de Chacao. Perú al tener lista su flota le declaró la guerra a España el 13 de diciembre, dejando de esta manera sin efecto el tratado de paz antes firmado. El Gobierno peruano además de enviar sus fuerzas navales a Chiloé para unirse a las chilenas, se dio a la tarea de fortificar el puerto de El Callao con los cañones enviados por Francisco Bolognesi desde Europa. Una vez más, su ingenuidad y buena fe, jugaron en contra de los españoles; dando por bueno el tratado de paz con Perú, dieron a este país tiempo de rearmarse y aliarse con Chile.


En Chiloé, se había organizado el fondeadero de Abtao en el archipiélago de Calbuco en un lugar de difícil acceso y donde las escuadras aliadas de Chile y Perú se quedarían para esperar la llegada de los buques blindados comprados en Europa. Su fuerza naval por el momento se componía de la corbeta Esmeralda, la goleta Covadonga y los vapores armados Maipú, Lautaro y Antonio Varas, mientras se esperaba la llegada de los buques peruanos para incorporarlos bajo el mando del capitán de navío y jefe de la escuadra aliada, Juan Williams Rebolledo. Esperando la llegada de los buques peruanos, Williams comisiono al Maipú hacia San Antonio en busca de artillería y a la Covadonga que zarpó el 24 de diciembre hacia el estrecho de Magallanes para interceptar al vapor español San Quintín que se creía que entraría a las costas para apoyar al resto de la escuadra. La Covadonga regresaría sin haberlo hallado el 3 de febrero del siguiente año.


Al vicealmirante Pareja, que se había suicidado por la captura de la Covadonga y por la mala situación de su flotilla, le sucedió en el mando el brigadier don Casto Méndez Núñez, quien con la fragata blindada Numancia apareció en las costas chilenas. Méndez Núñez ante la difícil situación de la escuadra decidió levantar el bloqueo de la mayoría de los puertos, limitándose a bloquear Valparaíso y Caldera donde se habían concentrado las presas capturadas a Chile. En este último puerto el 27 de diciembre tuvo lugar otra acción entre los buques de guerra y lanchas cañoneras españolas contra soldados de infantería chilenos. Los españoles lanzaron tres lanchas cañoneras provenientes de la fragata blindada Numancia y de la fragata Berenguela, que se dirigieron a Calderilla con el propósito de capturar un vapor enemigo, al hacerlo, las tropas de tierra chilenas abrieron inmediatamente fuego que fue contestado por los cañones de las lanchas españolas. El fuego mutuo dejó a una de las lanchas cañoneras españolas fuera de combate. Esto provocó el abandono de la presa y el alejamiento de las lanchas. El combate se prolongó desde la mañana hasta las 6 de la tarde, cuando la misma fragata Berenguela abrió fuego sobre las posiciones chilenas aunque sin provocar grandes daños. Luego se alejaron del puerto los españoles sin registrar más que tres muertos.


Con la declaración de guerra por parte de Perú a España, se cerraron los puertos de aprovisionamiento de este país para los buques españoles. Bolivia junto con Ecuador irían pronto por el mismo camino por lo que el comodoro Méndez Núñez decidió levantar definitivamente el bloqueo de Caldera. El 13 de enero de 1866 pegaban fuego a los mercantes chilenos que tenían reunidos en ese lugar y se retiraron a Valparaíso para concentrar el bloqueo en ese puerto y empezar las operaciones para recuperar la goleta Covadonga e intentar destruir a la escuadra aliada.


Alianza sudamericana


El 14 de enero de 1866 se firmó el Tratado de Alianza Ofensiva y Defensiva, celebrado entre las Repúblicas de Perú y Chile, por el secretario de relaciones exteriores de Perú, Toribio Pacheco y el ministro plenipotenciario de Chile, Domingo Santa María. El tratado invitaba a otras repúblicas sudamericanas a unirse para enfrentarse a la escuadra española. Poco después Bolivia y Ecuador se unieron a la alianza, aunque no llegaron a participar en la guerra. En previsión de un posible ataque español, Ecuador fortificó su puerto principal, Guayaquil. Destaquemos que España nada tenía contra Bolivia y Ecuador, países que se metieron en la guerra por simple inquina a España, pues pocos años más tarde los mismos que componían esta alianza sudamericana la rompieron para guerrear entre ellos.


En aquellos momentos la escuadra aliada no contaba con naves capaces de enfrentarse directamente con la poderosa fuerza naval española de mayor tonelaje, blindaje y armamento. Fue por ello por lo que los buques chilenos por orden del Gobierno se refugiarían en el fondeadero de Abtao que estaba ubicado en los canales de Chiloé, siendo de difícil acceso para los españoles que no conocían la zona, existiendo el peligro que alguno de sus buques encallara fácilmente. Perú de igual modo enviaría sus buques a aquel fondeadero. El 10 de enero las fragatas peruanas Apurímac y Amazonas arribaron a Chiloé donde tomaron contacto con la Esmeralda. A la flota aliada estacionada entonces en Abtao, se sumarían luego las modernas corbetas Unión y América permaneciendo aún a la espera de la llegada de los nuevos blindados peruanos Huáscar e Independencia con los cuales se planeaba iniciar operaciones ofensivas contra la escuadra española.


Pero en esta ocasión la fortuna se puso del lado de los españoles, y el 15 de enero la Amazonas varó en la parte sur de la isla de Abtao, sin que pudiera ser reflotada pese a los esfuerzos realizados, de modo que perdida la nave, sus cañones fueron utilizados en el resto de buques y para artillar las entradas al canal de Chayahué. El 18 de enero, en cumplimiento de las instrucciones dadas por el Ministerio de Marina, Williams Rebolledo ordenó al vapor Maipú que se dirigiera al sur con la finalidad de contactar con la Covadonga (que se encontraba de comisión) o, en caso contrario, seguir hasta el cabo de Hornos para apresar dos vapores españoles, el Odessa y el Vascongadas de los cuales se tenían noticias sobre su próximo paso por el lugar. Según el testimonio del teniente Arturo Prat, miembro de la tripulación de la Covadonga, este buque se reintegró en la escuadra aliada en Abtao el 3 de febrero de 1866 sin tener noticias de estos hechos.


La base en Abtao no estaba lista para aprovisionar a la escuadra aliada. Se habían acumulado en tierra 500 toneladas de carbón pero faltaban embarcaciones carboneras con las que hacer la faena en los buques. Las provisiones de alimentos eran inexistentes y Williams decidió trasladarse a Ancud, con la Esmeralda ante la escasa velocidad y autonomía de los otros buques, para solucionar allí el problema de abastecimiento, en especial para las recién llegadas corbetas peruanas. Planeaba también remolcar una barcaza cargada con carbón que reservaba para la escuadra y embarcar un batallón de infantería de marina para reforzar las defensas terrestres del fondeadero. Sabiendo que en cualquier momento podía ser atacado, dejó instrucciones para el caso y el mando al jefe de la división peruana, el también capitán de navío, Manuel Villar Olivera.


Primera expedición española a Chiloé


Por esas fechas, el brigadier español don Casto Méndez Núñez, Comandante General de la Escuadra del Pacífico, recibió órdenes desde Madrid en las que se le indicaba que no debía abandonar aquellas aguas sin antes conseguir la paz a través de una negociación o por medio de las armas. El 20 de enero la Junta de Oficiales decidió enviar a las fragatas de hélice Resolución, Villa de Madrid y Blanca hacia el sur para localizar a la escuadra combinada chileno–peruana, que los informes situaban, con acierto, oculta en el archipiélago de Chiloé. Finalmente, Méndez Núñez decidió que la Resolución permaneciera en Valparaíso, mientras se desarrollaban las negociaciones con el Gobierno de Chile, auspiciadas por Francia y el Reino Unido, que, como no podía ser de otra manera, no perdieron la ocasión de intervenir en el conflicto. El 21 de enero salieron de Valparaíso la Blanca, al mando de don Juan Bautista Topete y la Villa de Madrid, al mando de don Claudio Alvargonzález, que también comandaba la expedición.


La primera parada de la expedición fue en la isla de Juan Fernández. Tras comprobar que no había ningún barco enemigo en sus aguas, las fragatas españolas continuaron su viaje hacia la isla Grande de Chiloé, que avistaron el 4 de febrero. El día siguiente fondearon en Puerto Low, en la isla Gran Guaiteca y esa misma noche se dirigieron nuevamente a la isla Grande de Chiloé para reconocer su costa oriental. El día 6, por la tarde, fondearon en Puerto Oscuro.


El plan inicial de reconocer el seno de Reloncaví para pasar, a continuación, al canal de Chacao y a Ancud —ciudad que los españoles continuaban llamando San Carlos de Chiloé—, pero Alvargonzález decidió enviar a la Blanca a inspeccionar los canales y esteros de Calbuco, porque sabía que la fragata peruana Amazonas había naufragado por aquella zona y suponía que el resto de los barcos sudamericanos debían encontrarse cerca. Poco después de partir, el 7 de febrero, Topete descubrió a la Amazonas varada en un banco de arena frente a la punta Quilpué, al sureste de la isla Abtao. También contactó con los tripulantes de un bote que le indicaron la ubicación de la escuadra combinada.


Combate de Abtao


Las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca participaron en esta batalla naval. La flota chileno–peruana se componía por la fragata Apurimac, las corbetas Unión y América, la goleta Covadonga y los vapores Lautauro y Antonio Varas, y se encontraba al mando del capitán peruano Manuel Villar Olivera, ya que Williams Rebolledo a bordo de la Esmeralda había partido hacia Ancud en busca de víveres y carbón dos días antes. Además, disponían los sudamericanos de una serie de baterías en tierra dispuestas con los cañones rescatados de la Amazonas. Los vapores no participarían en este combate ya que la Lautaro había sido varada y el Antonio Varas fue llevado al norte de la línea de combate. Las baterías de tierra tampoco participarían debido a la poca distancia de tiro que tenían. En las primeras horas del 7 de febrero, los vigías aliados anunciaron la presencia de un buque que luego fue identificado como una de las fragatas españolas que reconocía la zona en que se encontraban las naves aliadas, las cuales formaron una línea en forma de herradura cubriendo con sus cañones los dos accesos a la ensenada.


A las 3:30 de la tarde, la fragata Apurímac, donde el capitán Villar había enarbolado su insignia, rompió el fuego contra las fragatas españolas, iniciándose de esta manera el combate que se prolongó aproximadamente dos horas, intercambiándose los disparos a una distancia de unos 1.500 metros, aunque hubo un momento en que la Covadonga se aproximó a 600 metros de la Blanca, a la que se creía varada para cañonearla sobre el istmo de la isla Abtao. Se hicieron unos 2.000 disparos, sin que ninguna de las flotas contendientes recibiera daños considerables. Las fragatas españolas no se animaron a acercarse por temor a resultar varadas en una zona que desconocían, mientras que las naves aliadas —dada su inferioridad táctica— se mantuvieron al amparo del canal. Las bajas españolas fueron de seis heridos y ningún muerto. En la escuadra aliada los historiadores discrepan sobre el número de bajas. Las cifras de muertos oscilan entre dos y doce, y los heridos entre uno y la veintena. Al caer la tarde las fragatas españolas cesaron el fuego y salieron de la boca de la ensenada. Manteniéndose a poca máquina, los buques esperaron toda la noche algún movimiento de la escuadra aliada, realizando algún disparo, pero sin obtener respuesta. Al amanecer las fragatas españolas volvieron a la entrada de la rada, permaneciendo allí hasta las 9 de la mañana. Al ver que los barcos sudamericanos no se movían, se decidió regresar a Valparaíso para unirse al resto de la escuadra española. La flota aliada, sin embargo, no se encontraba en muy buena situación: al inutilizado Lautaro, había que añadir al Apurímac que se encontraba con sus máquinas averiadas y en reparación, lo que la impedía maniobrar. La historiografía sudamericana considera el combate de Abtao como una victoria estratégica por considerar que las fragatas españolas se retiraron sin cumplir su misión. Aun así, los historiadores peruanos conceden mayor importancia al combate que sus colegas chilenos, y se muestran más críticos con la ausencia de Williams Rebolledo que éstos últimos.


Cuando llegó Williams Rebolledo a bordo de la Esmeralda, la flota aliada buscó una mejor posición en el estuario de Huito, situado delante y a poca distancia de las islas de Calbuco. Después de tener noticias del combate, el brigadier español Méndez Núñez decidiría salir él mismo en busca de las naves sudamericanas al mando de la fragata blindada Numancia y la Blanca para destruir definitivamente las fuerzas aliadas.


Segunda expedición española a Chiloé


La Junta de Oficiales de la flota española volvió a reunirse. Méndez Núñez había decidido organizar una nueva expedición para enfrentarse a la escuadra combinada sudamericana. Chile había rechazado la propuesta británica y la francesa para poner fin al conflicto, por lo que el Comandante General de la escuadra española decidió partir esta vez él mismo a bordo del buque–insignia de la Flota del Pacífico, la fragata blindada Numancia. La Blanca haría de guía y exploradora por los canales chilotes, de difícil navegación. Por su parte, la flota aliada levó anclas y marchó hacia un fondeadero más seguro a la vuelta de Williams Rebolledo. Se establecieron, finalmente, en el interior del estero de Huito, de difícil acceso por su estrecha entrada. El Jefe de la escuadra aliada ordenó, asimismo, estrechar aún más la boca, artillarla con los cañones recuperados de la Amazonas y cerrarla con la cadena del mismo buque. Para dificultar más el acceso, Williams Rebolledo ordenó también hundir en la entrada el vapor Lautaro y una lancha. El 17 de febrero salieron de Valparaíso la Numancia y la Blanca en dirección a Chiloé. La Blanca haría de guía y exploradora en los difíciles canales chilotes.


El día 28 las fragatas españolas fondearon en Puerto Low, en la isla de Gran Guaiteca. Allí, la Blanca recibió carbón procedente de la Numancia, buque que podía almacenar mucha más cantidad. Esa misma tarde, siguiendo los pasos de la expedición anterior, pusieron rumbo a Puerto Oscuro, en la isla Grande de Chiloé. Aquella noche, mientras navegaban por el golfo de Corcovado, se levantó una densa niebla. Las naves perdieron el contacto visual, por lo que fue necesario cada cierto tiempo disparar los cañones, encender bengalas o tocar las cornetas. Sobre las 5:00 del 29 de febrero, Méndez Núñez calculó que debían estar cerca de los bajíos de las islas Desertores, por lo que ordenó parar las máquinas y esperar a que despejara para continuar. A las 14:30, cuando por fin aclaró un poco, descubrieron que las corrientes les habían arrastrado hacia el sur. A media tarde volvió a formarse la niebla. Alrededor de las 15:00 del 1 de marzo fondearon en aguas de Puerto Oscuro.


Durante el viaje de las fragatas españolas para lograr llegar a su objetivo anclaron en la noche del 1 de marzo en Tubilda, cerca de Huito para reposar. Este fondeadero quedaba bajo resguardo de un morro en el que, sin que lo supieran los españoles, se hallaban acampadas 2 compañías del batallón N° 4 de Ancud al mando del mayor Jorge Wood. La Blanca estaba anclada a escasos 50 metros de las rocas por lo que durante la noche Wood ordeno a los soldados chilenos que tomaran posiciones en las que se pusieron a tiro de fusil del enemigo. Los soldados se ocultaron tras las rocas y se ocuparon posiciones ventajosas en la cima del morro.


Al toque de diana de la mañana del 2 de marzo, las tripulaciones españolas se agruparon en las cubiertas para pasar revista. Las fuerzas chilenas al observar esto abrieron inmediatamente fuego de fusilaría lo que sorprendió completamente a los marinos españoles que inmediatamente abandonaron la cubierta. La artillería de los buques no podía contestar al fuego de fusilería por la corta distancia en que se hallaba el enemigo y tampoco había blanco al que disparar porque los chilenos estaban emboscados en muy buenas posiciones. Por otra parte, la Numancia no podía ayudar tampoco, pues su compañera estaba en la línea de fuego y debido a esto, don Casto Méndez Núñez envío un bote con refuerzos que intentó acercarse a las rocas y desalojar a los tiradores enemigos, pero fue rechazado. A las dos horas de combate, logró por fin la Blanca apartarse a tiro de cañón y abrió fuego, pero con tan poca efectividad que las fuerzas chilenas no sufrieron bajas. Los buques siguieron su rumbo para buscar a la escuadra aliada.


A las 9:40 las fragatas españolas se acercaron a la isla Abtao, por lo que se tocó zafarrancho de combate. A las 10:00, tras comprobar que la flota combinada ya no se encontraba en aquel lugar, la Blanca se adelantó para explorar la ensenada. Luego continuó explorando las islas, ensenadas y canales de la zona y sondando la profundidad. Estando fondeadas ambas naves en la isla Tabón, en una zona lo suficientemente profunda para el calado de la Numancia, contactaron con una embarcación de la zona que les informó de la posición de los buques sudamericanos y de las medidas que habían tomado para impedir que las fragatas españolas forzaran la entrada. Pronto las columnas de humo de los buques peruanos y chilenos permitieron a Méndez Núñez ubicar el nuevo refugio, y fondeó a unas cinco millas de distancia. Al ver esto, algunos jefes aliados temieron que las fragatas españolas lograran forzar la boca de la ensenada de Huito, y bastaban los cañones de la Numancia para destruir a toda la escuadra aliada. A su juicio, era preferible salir al mar libre y dispersarse en todas direcciones pero el comandante Williams Rebolledo creía más seguro el refugio de Huito. Al fin prevaleció la opinión del jefe chileno, y para dificultar más el acceso a la escuadra española, se bloqueó la estrecha entrada del estero de Huito, hundiendo en ella el Lerzundi.


Los acontecimientos dieron la razón al comandante Juan Williams Rebolledo. Los jefes españoles no conocían la profundidad de la ensenada de Huito y sospechaban que se la había escogido precisamente porque no permitía la entrada de buques de 8 metros de calado, como la Numancia. Además, su estrechez y las corrientes la hacían muy peligrosa, aun después de apagar el fuego de las baterías improvisadas por Williams y de remover el casco del Lerzundi, que la obstruía. Finalmente, Méndez Núñez decidió finalizar la misión y regresar a Valparaíso. Durante el viaje de regreso, la Blanca logró apresar en el golfo de Arauco al buque auxiliar chileno Paquete del Maule que viajaba junto con el vapor Independencia, que pudo escapar sin ser detectado, transportando tropas de aquel país y se dirigían hacia Montevideo con el objetivo de completar allí las tripulaciones de los buques blindados Huáscar e Independencia que venían desde Europa. En las islas Coronel apresaron dos barcazas cargadas con mil toneladas de carbón entre las dos, una prusiana y la otra italiana. Finalmente el 14 de marzo lograron llegar a Valparaíso. A todo esto, daba la impresión de que nuevos países se unían a la coalición contra España, además de Uruguay, que permitía utilizar sus puertos para embarcar tripulaciones que iban a tomar parte en un conflicto armado, y Prusia e Italia, que no perdieron la oportunidad de hacer negocio y meter baza contra España proporcionando suministros a los países con los que estaba en guerra. ¿Se habrían atrevido a hacerlo contra los enemigos de Gran Bretaña?


Bombardeo de Valparaíso


En Valparaíso el almirante Méndez Núñez, exigía a Chile la devolución de la Covadonga a cambio de levantar el bloqueo y devolver las presas hechas por la Armada española. Chile contestó al intermediario, el estadounidense comodoro John Rogers que no devolvería la Covadonga. En la mañana del 24 de marzo, el almirante español envió por intermedio del ministro norteamericano Kilpatric un ultimátum al Gobierno de Santiago dándole un plazo de cuatro días para que diera las satisfacciones exigidas por el Gobierno español, devolviera la Covadonga y saludara a la bandera española y que en caso contrario bombardearía por orden de Madrid las instalaciones del puerto de Valparaíso y sucesivamente los demás puertos de la costa chilena, esta declaración causó indignación y pánico entre la población. Ante la nueva negativa del Gobierno chileno, Méndez Núñez comunicó al intendente de Valparaíso, que en vista del fracaso de las negociaciones y la infructuosa búsqueda de la escuadra aliada para batirla, no encontraba otro medio para vengar las ofensas recibidas que con el bombardeo de Valparaíso. Los representantes diplomáticos hicieron todo lo posible para evitar el bombardeo al que Méndez Núñez aludía por el hecho de que la escuadra aliada no presentaba combate. Ante esto, el ministro chileno de Asuntos Exteriores, Álvaro Covarrubias Ortúzar, propuso arreglar a diez millas de Valparaíso un combate en paridad entre los españoles y los aliados. El resultado de este combate seria decisivo y se respetaría mutuamente. El comodoro Rogers sería el árbitro. Pero Méndez Núñez no quiso aceptarla ya que ante una posible derrota, o una artimaña, la responsabilidad recaería sobre él que, además, no tenía autoridad para aceptar aquel apaño.


Méndez Núñez anunció entonces el bombardeo del puerto, advirtiendo con mucha antelación de sus intenciones, con el propósito de facilitar la evacuación de civiles. Incluso las fuerzas navales neutrales de Estados Unidos y Gran Bretaña amenazaron con intervenir contra la flota española si se llevaba a cabo el ataque, ya que, según ellos, esta acción violaba las leyes de guerra al ser Valparaíso un puerto indefenso; pronto había olvidado Inglaterra todos los ataques llevados a cabo por sus marinos y corsarios contra puertos y ciudades españolas indefensas durante tres siglos. Tampoco recordaron los británicos el bombardeo de puertos chinos indefensos durante las dos guerras del Opio, y la ocupación de Hong–Kong, pocas décadas antes. Nuevamente, Estados Unidos y Gran Bretaña dejaban patente que no eran «amigos» de España.


Por su parte, Méndez Núñez replicó que tenía órdenes y que si intervenían serían considerados enemigos y atacados también, momento en el que pronunció la célebre frase de «¡España prefiere honra sin barcos a barcos sin honra!». Quizás a causa de la determinación mostrada por el brigadier Méndez Núñez, las unidades navales estadounidenses y británicas no intervinieron en la acción militar que llevaron a cabo los españoles tras expirar el ultimátum que les exhortaba a devolver la Covadonga. Finalmente, los Gobiernos de Washington y Londres no autorizaron a sus buques de guerra a intervenir en el conflicto, y el 31 de marzo Méndez Núñez procedió con el bombardeo, causando grandes daños al puerto. Hubo 2 muertos y, aproximadamente, 10 heridos, porque unos 40.000 habitantes, casi la mitad de la población, avisados de antemano por los propios españoles, que no buscaban causar bajas civiles, habían abandonado sus hogares y otros se refugiaron convenientemente. Además, el bombardeo fue, esencialmente, dirigido contra los edificios públicos del puerto. Por indicación de Méndez Núñez los hospitales, conventos e iglesias fueron señalados con banderas blancas. Así los buques españoles sabrían qué lugares evitar específicamente. Tras el bombardeo de Valparaíso, Méndez Núñez puso rumbo a El Callao, el puerto mejor defendido de Sudamérica.


En Chile y Perú aún se tenían esperanzas de la pronta llegada de los buques blindados Huáscar e Independencia, ambos con potente artillería. No obstante, el Gobierno peruano dispuso la organización de las defensas necesarias a cargo de la Marina y del Ejército, instalándose 56 cañones agrupados en varias baterías, incluyendo una dirigida a la zona conocida como la Mar Brava en previsión de un ataque por la retaguardia. La movilización de hombres fue completa. También los extranjeros intervinieron, formando brigadas de bomberos, pues se temía que se propagaran incendios por el puerto y la ciudad. A raíz del estallido de la guerra y el posterior bloqueo de las costas chilenas por la Armada española al mando de Pareja el 24 de septiembre de 1865, y luego por Méndez Núñez, el Gobierno chileno busco soluciones para poder combatir a la Armada española ante la inmensa inferioridad naval del país sudamericana ya que con los únicos buques de guerra con los que contaba era la Esmeralda y el Maipú, ambos inferiores a las modernas fragatas españolas.


La guerra prosiguió tras el bombardeo de Valparaíso, pero hay que resaltar un par de detalles fáciles de olvidar: primero, Chile se había inmiscuido en nombre de una supuesta «solidaridad» panamericana en una guerra que no le concernía, pues el conflicto original lo tenían España y Perú, y a punto estuvo de resolverse pacíficamente de no haber sido por un brusco cambio de Gobierno en el país sudamericano provocado por un golpe de Estado; en segundo lugar, España, a través del brigadier Méndez Núñez, había ofrecido una solución negociada al Gobierno chileno que pasaba por la devolución de la goleta Covadonga. Chile rechazó dicho compromiso e intentó, sin lograrlo por muy poco, movilizar a Estados Unidos y Gran Bretaña contra España. Y aún podemos añadir otro detalle que desmiente esa supuesta «solidaridad» chilena con la «causa» sudamericana: y fue su decidido apoyo logístico a Gran Bretaña para que recuperase las islas Malvinas ocupadas por Argentina en 1982.


Es posible que en 1865 España ya no fuese la gran potencia militar que había sido en otro tiempo, pero Chile estaba jugando a serlo, sin serlo, ni haberlo sido nunca.


Combate de El Callao del 2 de mayo de 1866


La escuadra española llegó a la isla San Lorenzo, frente a las costas de El Callao, el 26 de abril de 1866. Al día siguiente, Méndez Núñez, anunció al cuerpo diplomático acreditado en Lima, que daría un plazo de cuatro días para la evacuación de la ciudad antes del bombardeo. Nuevamente, la trasnochada caballerosidad española acabaría conjurándose en su contra. Este excesivo lapso de tiempo fue aprovechado por las autoridades peruanas para ultimar la organización de la defensa de la ciudad, y de los cuerpos auxiliares, como las brigadas de bomberos formadas por extranjeros residentes en El Callao. Desde luego, si el ataque hubiese sido llevado a cabo por británicos, norteamericanos o alemanes, no habrían otorgado ningún plazo de gracia a los peruanos para que evacuasen la ciudad; habrían iniciado el bombardeo y, luego, sobre las ruinas de El Callao habrían exigido, sin más, la rendición incondicional de la plaza.


La Escuadra española del Pacífico estaba compuesta, el día del combate, por la fragata blindada Numancia, las cinco fragatas de hélice Blanca, Resolución, Berenguela, Villa de Madrid y Almansa, esta última enviada para reforzar la flotilla de Méndez Núñez junto con el transporte artillado Consuelo arribando al teatro de operaciones el 15 de marzo; la corbeta de hélice Vencedora y siete buques auxiliares: los vapores de transporte Marqués de la Victoria, Paquete del Maule, Uncle Sam y Matías Cousiño y los transportes a vela Mataura, María y Lotta and Mary. La escuadra española contaba en total con 272 cañones: 270 montados en los navíos de guerra y en sus embarcaciones menores, y 2 en el Marqués de la Victoria.


En el combate participaron únicamente los buques de guerra, quedando el resto de unidades como buques auxiliares en tareas de socorro o de alojamiento para los refugiados españoles huidos de El Callao. De los 270 cañones de la Escuadra, hay que descontar la mayor parte de los cañones de las embarcaciones menores, que no participaron, y los 2 inservibles de la Villa de Madrid, que habían implosionado en el transcurso del combate de Abtao. En la otra parte, la defensa de El Callao consistía en una serie de baterías de costa que se habían emplazado al norte y al sur de la ciudad y en el muelle, en tanto que buques de guerra —los monitores Loa y Victoria y los vapores Tumbes, Sachaca y Colón— se situaron en el centro, a las órdenes del capitán de navío Lizardo Montero Flores.


La comandancia general de baterías del norte la tenía el coronel José Joaquín Inclán; en las defensas de este sector sobresalía Torre Junín, y el fuerte Ayacucho cerca de la estación del ferrocarril. En el sector sur, al mando del general Manuel González de la Cotera, las principales defensas eran el fuerte Santa Rosa y Torre La Merced. Contabilizaban un total de 69 cañones, 56 en las baterías y 13 en los buques de guerra. De este total, pueden obviarse los 6 cañones de la batería Zepita, pues no participaron en el combate por estar orientados a la Mar Brava. De estas 63 piezas de artillería cabe destacar los llamados «cañones monstruosos»: 4 piezas Armstrong de 300 libras y 5 Blakely de 500 libras. También se colocaron una serie de torpedos fijos (minas) delante de las baterías de la zona sur, seis canoas–torpedo en la zona norte, y un torpedo de botalón sujeto al vapor Tumbes, atracado en el muelle. El general Juan Buendía estaba al mando de los batallones de infantería y caballería situados a lo largo de la línea del frente, detrás de las baterías que tenían la misión de repeler el ataque en caso de que se produjera un desembarco, lo que, sin embargo, nunca estuvo en los planes de la Flota expedicionaria española.


A las 11:30 la Numancia largó la señal de zafarrancho de combate. La escuadra se dividió en dos grupos. El primero (I División), compuesto por la Numancia, la Blanca y la Resolución se dirigió hacia las defensas de la zona sur. El segundo, compuesto por la Berenguela y la Villa de Madrid (II División) y por la Almansa y la Vencedora (III División), se dirigió hacia el norte. La II División debía atacar las defensas de la zona norte y la III tenía que enfrentarse a la flotilla peruana y bombardear el muelle. A las 11:50 la Numancia inició el bombardeo; a continuación lo hizo la Blanca y la Resolución. Al tercer disparo del buque–insignia español, los cañones de la Torre de La Merced respondieron al ataque. Afortunadamente para los buques españoles, al poco de comenzar el combate, el Cañón del Pueblo, un Blakely de 500 libras, tras realizar su primer disparo descarriló por el retroceso, quedando inservible durante el resto del combate. A las 12:30 la Berenguela llegó a su posición, abrió fuego contra las defensas del norte y fue respondida desde las baterías peruanas. Algo más tarde de las 12:30, un disparo probablemente procedente del monitor Loa fue a parar a la barandilla del puente de la Numancia, donde se encontraban el capitán de navío don Juan Bautista Antequera y Bobadilla, capitán del navío, y don Casto Méndez Núñez, comandante general de la Flota española. La bala produjo heridas de cierta gravedad a Méndez Núñez, negándose a abandonar su puesto de mando hasta que se desvaneció a causa de la abundante pérdida de sangre.


Entre las 12:45 y las 13:00, la Villa de Madrid llegó a su destino, siendo alcanzada poco después por un cañón de la Torre Junín, que la dejó inmovilizada. La Vencedora tuvo que remolcarla para alejarla del frente. Pasadas las 12:45 la Torre Junín cesó el fuego. A las 13:00 una granada, muy probablemente disparada desde la Blanca, cayó sobre los saquetes de pólvora de uno de los cañones de la Torre de La Merced, provocando una gran explosión que destruyó la Torre matando a la mayor parte de los defensores que allí se encontraban. Algo más tarde de las 13:00, la Berenguela recibió una bala de 500 libras proveniente del fuerte Ayacucho; el impacto se produjo bajo la línea de flotación y produjo un incendio. Sofocado el fuego, y contenida la vía de agua, el buque se retiró. A las 14:30 una enorme granada explotó en la batería de la Almansa, provocando un incendio que impidió al barco continuar el bombardeo hasta las 15:00. A las 16:00 únicamente tres cañones del fuerte Santa Rosa responden desde tierra al fuego español. Según fuentes españolas eran los únicos que lo hacían en aquellos momentos. A las 16:45 la Flota española decide dar por finalizado el combate. A las 17:00 se da la orden de finalizar el bombardeo. A las 17:30 la Almansa detiene el cañoneo. Después de dar gracias a Dios y tres «vivas» a la Reina, la Numancia, la Blanca, la Resolución, la Almansa y la Vencedora salieron de la rada de El Callao y se dirigieron al fondeadero, donde esperaban el resto de barcos españoles. Sobre las 17:50, cuando la escuadra atacante ya estaba cerca de la isla de San Lorenzo, los tres cañones del fuerte Santa Rosa que aún respondían al fuego español, efectuaron sus últimos disparos. Según el parte dado por Méndez Núñez estos se realizaron sin munición. El último disparo lo efectuó el monitor peruano Victoria. A las 18:00 la escuadra española llegó al fondeadero.


El resultado del combate ha sido materia de controversia. Según la versión difundía por el almirante don Casto Méndez Núñez y los demás combatientes españoles, la casi totalidad de las baterías del puerto de El Callao fueron silenciadas antes de retirarse los barcos españoles, solo tres cañones del fuerte Santa Rosa continuaron disparando. Esta versión está respaldada por el capitán de la corbeta francesa Venus, presente durante el combate. También se sustenta la victoria española en el hecho de no haber sido hundida una sola de sus naves y que, si bien dos de ellas (la Berenguela y la Villa de Madrid) sufrieron daños de consideración, y fueron puestas temporalmente fuera de combate, esto no les impidió realizar el viaje de regreso a España. Las fuentes peruanas, por su parte, afirman que las baterías mantuvieron el fuego durante todo el combate y, a excepción de la ubicada en la Torre La Merced (que implosionó), no sufrieron daños que les impidieran continuar disparando; por otra parte, en lo que se refiere a la población y el puerto los daños materiales fueron escasos, de igual manera en los buques defensores; respalda esta versión el testimonio del comodoro estadounidense John Rogers, que presenció el combate desde la cubierta del Powhatan. Hay que señalar que los «escasos» daños sufridos por la población civil y la ciudad se deben a la humanidad de los españoles. No olvidemos que se concedieron, absurdamente, cuatro días para evacuar la ciudad, y que los artilleros españoles centraron el fuego en las fortificaciones del puerto, no en el casco urbano. Lo que los peruanos se atribuyen como mérito, se debió, una vez más, a la mal pagada generosidad de los españoles.


Retirada de la Flota expedicionaria española y contraofensiva aliada


El 10 de mayo de 1866, después de enterrar a sus muertos, curar a sus heridos y reparar los navíos averiados en la isla San Lorenzo, los españoles dividieron su escuadra. Por una parte, las fragatas Numancia y Berenguela, la corbeta Vencedora y los transportes Marqués de la Victoria, Uncle Sam y Matauara se dirigieron hacia las Filipinas —todavía territorio español— para avituallarse y desde allí continuar su viaje hacia Cádiz. Con este accidentado viaje la Numancia lograría ser el primer buque blindado en dar la vuelta al mundo. El resto de la Flota, es decir, las fragatas Resolución, Blanca, Villa de Madrid y la Almansa, bajo el mando de don Casto Méndez Núñez, navegaron hacia el Atlántico Sur. Estos buques permanecieron en aguas sudamericanas, atracados en Río de Janeiro y Montevideo, a la espera de una nueva expedición de castigo al Pacífico, o en previsión de un ataque por parte de la escuadra aliada sudamericana. Poco después, el Gobierno de Madrid envió a las fragatas de hélice Concepción y Navas de Tolosa para reforzar a la Flota.


Los buques blindados Huáscar e Independencia que iban bajo el mando del capitán chileno José María Salcedo, se dirigían a las costas sudamericanas para reunirse con el resto de la escuadra. Durante el viaje tuvieron una serie de complicaciones debido a la meteorología, accidentes, deserciones y motines producto del descontento. El 5 de mayo, el Huáscar capturó el bergantín español Manuel que se dirigía a Montevideo, el cual fue posteriormente incendiado. Al día siguiente, el monitor capturó al velero Petita Victorina, el cual fue dotado con tripulación y enviado a Chile. El 25 de mayo, mientras los blindados se acercaban al estrecho de Magallanes a una velocidad de diez nudos, estuvieron a punto de encontrarse con la división española de Méndez Núñez, que por precaución, a última hora, decidió utilizar el cabo de Hornos. De lo contrario, se hubiera producido un duelo naval de envergadura en aguas internacionales. Finalmente, tras cruzar el Estrecho, los blindados se unieron a la escuadra aliada el 11 de junio en Valparaíso y se pusieron bajo las órdenes del almirante chileno Manuel Blanco Encalada, quién en ese momento se le había dado el cargo efectivo de comandante en jefe de las fuerzas navales aliadas, remplazando a Williams. Mientras la escuadra aliada se encontraba en Valparaíso, y pese a la retirada de las fuerzas navales españolas de las costas del Pacífico, se mantuvo una estrecha vigilancia sobre los buques enemigos que aún surcaran por ese lado. Es así, que la goleta Covadonga captura el 20 de junio a la barcaza inglesa Thalaba, que traía de contrabando de guerra víveres y pertrechos para los españoles.


Al estar reunidas todas las fuerzas navales sudamericanas con un poder factible para hacerle frente a los españoles, se pensó en reiniciar la lucha contra ellos. A tal fin, el Gobierno de Perú había contratado a un aventurero estadounidense, el comodoro John Randolph Tucker, como jefe de la escuadra y a unos cuantos oficiales, mercenarios de la misma nacionalidad, para secundarlo. Se pensaba lanzar una ofensiva para castigar a los españoles por todos los daños infligidos a los puertos de ambos países. Los aliados estaban convencidos que los nuevos blindados iban a equilibrar la balanza de fuerzas. Aquellas modernas naves tendrían una pequeña opción de poder atacar puertos desguarnecidos en la península Ibérica, realizar incursiones en las colonias españolas, o interceptar a la Escuadra española del Pacífico en las islas Filipinas. El Gobierno de Chile, sin embargo, favorecía una estrategia un poco más conservadora que contemplaba ejecutar un ataque masivo a la Flota española estacionada en las costas sudamericanas del Atlántico e iniciar típicas operaciones de corsario sobre costas españolas con los buques de guerra que estaba adquiriendo en Estados Unidos y Gran Bretaña, como las corbetas Abtao, Tornado, Chacabuco y O'Higgins; el vapor Valdivia, el Independencia y un buque de guerra gemelo del Huáscar que se estaba construyendo en los astilleros ingleses, entre otros buques. Algunas de estas unidades navales compradas serían atacadas por los españoles durante su viaje a Chile para reunirse con la escuadra aliada. Tal fue el caso cuando España despachó al Atlántico a la fragata de hélice Gerona, que cerca de Madeira capturó a la corbeta chilena Tornado, que navegaba sin artillería y con bandera británica hacia Chile bajo el nombre en clave Pampero. También la escaramuza del vapor Valdivia, que fue perseguido desde Burdeos a Madeira por el vapor de guerra español Isabel II, logrando huir por poco.


Estos ambiciosos planes de los sudamericanos se vieron frustrados debido a su escasa capacidad naval y al lamentable estado de los buques aliados; muy lejos de estar en condiciones de iniciar una guerra trasatlántica. Una cosa era «jugar en casa», y otra muy distinta querer ser un sucedáneo de gran potencia marítima. Por otra parte, la dimisión de 35 oficiales peruanos, ofendidos tras el nombramiento del aventurero yanqui para mandar la nueva flotilla, y el temor de los gobiernos aliados de sufrir nuevos ataques por parte de las fragatas españolas que continuaban en aguas sudamericanas, apostadas en Río de Janeiro y Montevideo.


Por otra parte, el Gobierno español también tenía planes, ya que el 28 de junio de 1866, don Gabriel García Tasara, embajador español en Washington, comunicó al secretario de Estado, William H. Seward, las nuevas instrucciones que su Gobierno, presidido por don Leopoldo O'Donnell, pretendía enviar al almirante Méndez Núñez, entre las que figuraba la reocupación de las islas Chincha, pero aclarando que España no tenía pretensión alguna sobre los territorios de las Repúblicas sudamericanas, ni deseos de intervención en sus respectivos Gobiernos, y que solo buscaba resarcirse mediante la venta del guano peruano de los gastos ocasionados durante la guerra, y que no habían podido ser satisfechos por el rechazo al tratado Vivanco–Pareja. Seward hizo saber a Tassara que los Estados Unidos protestarían ante el intervencionismo europeo en América, y que si a pesar de su protesta, éste se realizaba, no podrían mantener su neutralidad. El general Hovew, ministro plenipotenciario de Estados Unidos en Lima, comunicó al ministro Toribio Pacheco que la contestación del secretario de Estado al enviado español constituía una exposición explícita de la doctrina Monroe: lo que los muy lerdos politicastros sudamericanos entendían que les incluía como «americanos» cuando Monroe reivindicaba una «América para los americanos».


Fin de la guerra del Pacífico


Los resultados obtenidos tras la contienda difieren según el beligerante. Para España la victoria fue suya, pues era una operación de castigo y no una invasión. Para Perú y Chile, ellos habían ganado, pues los buques españoles se habían retirado de sus aguas. Lo cierto es que todos perdieron en una guerra casi fratricida que jamás debería haberse producido. Hay que reprocharles su torpeza a las autoridades españolas y peruanas en la resolución del conflicto inicial que sirvió de desencadenante: una reyerta, casi anecdótica, en una remota hacienda peruana. También hay que reprocharle a Chile su intervención, desaprovechando una gran oportunidad de mediar en el conflicto. En cuanto al papel de Estados Unidos y Gran Bretaña, dejaron patente que no eran ni amigos ni aliados de España. Jamás lo han sido.


En 1871, se firmó en Washington, un convenio de armisticio por tiempo indefinido entre España, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. España y Perú firmaron finalmente un tratado de paz y amistad el 14 de julio de 1879, por el que se reconocía la independencia peruana y se establecían relaciones diplomáticas entre ambos países. También en 1879 se firmó el tratado de paz con Bolivia (21 de agosto). La paz definitiva entre España y Chile se firmó el 12 de junio de 1883, en Lima (Perú), durante la ocupación chilena al término de la nueva guerra del Pacífico, esta vez entre los antiguos aliados contra España. La paz con el irrelevante Ecuador se firmó el 28 de enero de 1885.


La guerra contra España está considerada en Perú como la consolidación de su independencia. En ese país, la contienda tuvo serias consecuencias económicas. Los gastos para la compra de armamento y barcos de guerra fueron muy elevados, lo que, unido a la ocupación española de las islas Chincha —productoras de guano, la principal fuente de ingresos del país—, llevaron a la solicitud por parte del Gobierno peruano de diversos créditos. Esta situación se alargó en el tiempo, ya que la deuda en 1872 era diez veces superior que en 1868. Además, tras la guerra, Chile inició un rearme que llevó al país a ostentar una superioridad militar que demostró en la contienda que le enfrentó con sus antiguos aliados entre 1879 y 1884. Así, por ejemplo, en 1868 España y Chile —que técnicamente seguían en guerra— firmaron un acuerdo por el que ambos países sacaron buques de los astilleros ingleses, donde se encontraban bloqueados por el Gobierno británico. Perú se opuso a este convenio e intentó impedir la salida de los barcos, pues entendía que violaba la todavía vigente alianza con Chile.


Para Chile, la guerra también tuvo unas nefastas consecuencias económicas, ya que significó la pérdida de casi toda su flota mercante y de su hegemonía comercial en el Pacífico tras la destrucción durante el bombardeo español de los Almacenes Fiscales de Valparaíso, aunque con el tiempo se recuperó con el resurgimiento de los puertos comerciales de Valparaíso y San Antonio.


España, por su parte, tampoco obtuvo beneficio alguno con este conflicto. A los gastos que ocasionó el mantenimiento de la expedición, se sumó la crisis económica que azotaba Europa y que se dejó sentir con fuerza en la Península. Esto, unido a la pérdida de las cosechas de 1866 tras unas graves inundaciones, provocó una grave crisis política. La reina Isabel II, que ya no confiaba en Leopoldo O'Donnell, y la sublevación del cuartel de San Gil sirvió de excusa para obligarle a presentar la dimisión. Así, el 10 de julio de 1866, don Ramón María Narváez fue nombrado nuevo presidente del Consejo de Ministros. O'Donnell, principal impulsor de las expediciones al Pacífico, era apartado definitivamente del poder. Sin embargo, el descontento popular llevó dos años más tarde, el 19 de septiembre de 1868, a la Revolución conocida como La Gloriosa que provocó el destronamiento de Isabel II.


LA GUERRA DE ÁFRICA DE 1859–1860


Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla sufrían constantes incursiones por parte de cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber los agresores tendían emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. La guerra de África o Primera Guerra de Marruecos, fue el conflicto bélico que enfrentó a España con el Sultanato de ese país magrebí entre 1859 y 1860, durante el período de los Gobiernos de la Unión Liberal del reinado de Isabel II de España.


En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular de Guerra, bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió.


Entonces el Gobierno español decidió invadir el sultanato de Marruecos con el pretexto del «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» cercanas a Ceuta. Los auténticos motivos de la expedición, aunque se dijo que se trataba de «rehacerse en sus fértiles comarcas de nuestras pérdidas coloniales» fueron de orden interno. Por un lado, como señaló un observador de la época, acabar con las «intrigas palaciegas» que ponían en peligro al Gobierno, que vio en el conflicto la oportunidad de mejorar la imagen de España en el exterior, y de beneficiarse del clima patriótico que los sucesos de Ceuta generaron en la sociedad española.


La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención. En Cataluña y provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra de la Independencia. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada también por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada.


O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.


La guerra, que duró cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior comenzó la invasión del sultanato de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que cerca de 4.000 muertos españoles, dos tercios no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la de Was–Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger, victorias que fueron magnificadas por la prensa en España, del mismo modo que eran magnificadas las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo–sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde fue masacrado un ejército británico en 1885, mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos guerreros sudaneses cuyo rudimentario armamento y preparación no difería mucho del de los bravos y crueles rifeños.


El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la flota.


Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el–Jelú con el apoyo al flanco del general Zabala, y el de la flota que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las refriegas continuaron hasta el 31 de enero, en que fue contenida una acción ofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán, con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de este ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero.


El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Desembarcaron durante el mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad–Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbás, a pedir la paz.


El tratado de Wad–Ras


Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad–Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad. El cese de las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla. Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas. Marruecos indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el pequeño territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones de guerra a España.


La paz que se firmó el 26 de abril de 1860 alguna periódicos sensacionalistas la calificó de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad–Ras y que el Gobierno español se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que España estaba llamada «a dominar una gran parte del África», pero la empresa requeriría «lo menos de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas para mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron a España a evacuar Tetuán dos años después.


Consecuencias


La guerra de África fue un completo éxito para el Gobierno y aumentó su respaldo popular, pues levantó una gran ola de patriotismo por todo el país, a pesar de que el desenlace de la guerra no colmó, sin embargo, las expectativas creadas en un clima de euforia patriótica que no tenía parangón en la historia reciente. La guerra de África produjo una gran cantidad de crónicas periodísticas —varios periódicos enviaron corresponsales a la zona—, relatos, obras literarias, canciones, cuadros, monumentos, etcétera, muchas de ellas teñidas de un patriotismo grandilocuente y propagandístico. El corresponsal del diario La Iberia, Núñez de Arce, escribió en una de sus crónicas: «El cielo me ha proporcionado la dicha de ser testigo de la empresa más grande y más heroica que ha acometido y llevado a feliz término nuestra querida España desde la gloriosa guerra de la Independencia».


La Diputación de Barcelona encargó al pintor Mariano Fortuny, nacido en Reus como el general Prim, una serie de cuadros conmemorativos, basados en los bocetos que había hecho Fortuny en su visita a los principales escenarios de la guerra. Una de las obras que más reconocimiento recibió fue una pintura de gran formato y visión panorámica titulada La Batalla de Wad–Ras, que le costó varios años terminar. Por su parte, el Gobierno llevó a cabo una «política de memoria», aprovechando la ola de fervor patriótico, que se plasmó en nombres de plazas, calles y barrios: el barrio de Tetuán de las Victorias en Madrid; la plaza de Tetuán y la calle de Wad–Ras en Barcelona; o la plaza de Tetuán en Valencia, y en monumentos públicos, como el levantado al general don Juan Prim en Reus, su ciudad natal.


Retrato de la joven reina Isabel II de España





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    1. El desafortunado suceso de la goleta «Amistad» puso de manifiesto que España carecía de una escuadra capaz de defender sus intereses en ultramar.

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