La batalla de los Campos Cataláunicos —también llamada batalla de Châlons— enfrentó en el año 451 a una coalición romana encabezada por el general Flavio Aecio y el rey visigodo Teodorico, contra la alianza de los hunos comandada por su célebre rey Atila. Esta batalla fue la última operación militar importante del Imperio Romano de Occidente. Aunque se desconoce la ubicación exacta donde tuvo lugar la batalla, esta se desarrolló en algún lugar de la margen izquierda del río Marne, cerca de la ciudad de Châlons-en-Champagne, en el norte de Francia. En esta batalla se enfrentaron dos bandos en los que estaban integrados un gran número de pueblos de origen germánico. Por la parte huna, Atila contaba con los legendarios jinetes de las estepas (los futuros cosacos) así como una gran cantidad de tropas de infantería proporcionada por los reinos germánicos que le rendían vasallaje: ostrogodos, gépidos, vándalos, hérulos, turingios etcétera. El ejército romano estaba comandado por el magister militum Flavio Aecio, conocido por los historiadores como «el último de los romanos», por sus denodados esfuerzos por defender un Imperio Occidental que se derrumbaba irremisiblemente. Aecio buscó la ayuda de otros pueblos bárbaros, pues era consciente de que el ejército romano no podría frenar por sí solo a las hordas de Atila. El ejército romano estaba muy debilitado: los salarios no eran tan atractivos como lo habían sido en siglos anteriores, las tácticas e incluso el armamento se habían quedado anticuados en relación a los avances que habían obtenido los enemigos de Roma y, en un Imperio ya corrompido y empobrecido, el orgullo por pertenecer al ejército había desaparecido. El Imperio de Occidente era incapaz de controlar sus fronteras, que se habían vuelto permeables a todo tipo de invasiones, y los emperadores se veían obligados a reclutar bárbaros que penetraban en el Imperio, actuando como aliados federados para tratar de impedir que otros bárbaros también penetrasen. Aecio consiguió que se unieran a él los visigodos y burgundios, los francos y los alanos. La batalla se prolongó durante horas. Los ostrogodos lucharon ferozmente contra los visigodos, aunque las tropas de Teodorico conseguían rechazarlos una y otra vez, mientras que los hunos causaban muchas bajas a los alanos. A pesar del temor de Aecio de una deserción masiva alana, tal hecho no se produjo. Los alanos resistieron las constantes acometidas de los jinetes hunos, aunque no pudieron evitar ir cediendo terreno poco a poco. Sobre la colina, los soldados romanos resistían sin demasiada dificultad frente a los descoordinados bárbaros que se lanzaban contra ellos. Sin embargo, la mayor presión la estaba ejerciendo Atila en el centro del ejército romano, sobre los alanos, cuyas filas comenzaron a romperse. En ese momento Atila localizó a Teodorico, el rey visigodo, combatiendo en primera fila contra los ostrogodos y lo mató, lo que fue un duro golpe para la moral visigoda. Su hijo Turismundo fue nombrado rey en mitad del combate. Los visigodos contraatacaron con renovadas energías contra los ostrogodos, que fueron rechazados nuevamente. En ese momento la batalla cambió de rumbo. Atila, que había estado a punto de lograr la retirada alana y una posible desbandada visigoda, se encontraba con una retirada ostrogoda y con los alanos y visigodos resistiendo en el campo de batalla. Llegado este momento, Turismundo reorganizó sus filas y ordenó atacar a los hunos. Por entonces, ya se había producido una sangría en el ala derecha del ejército de Atila, que no había logrado abrir brecha en las filas romanas atrincheradas en la colina. Atila percibió el peligro de una posible embestida visigoda por su izquierda, pues Aecio podría rodearlo por el otro flanco, el rey huno envió un jinete a su campamento portando la orden de que se hiciese una pira funeraria de inmediato. La batalla estaba perdida, y Flavio Aecio asestaría el golpe definitivo en cualquier momento. Atila reorganizó sus mermadas fuerzas y huyó del campo de batalla a su campamento, dispuesto a incinerarse antes de dejarse capturar. Si Aecio contraatacaba cercaría a los supervivientes en su propio campamento y podría aniquilarlos. Sin embargo, el general romano no ordenó el contraataque. No se sabe con exactitud cuál fue la razón que provocó tal actitud, pero se barajan varias posibilidades. Hay quien sostiene que Turismundo, el nuevo rey visigodo, rompió el acuerdo militar alcanzado por su padre con Aecio tras la retirada huna, abandonando los Campos Cataláunicos, por lo que Aecio, con un ejército reducido a casi la mitad no podría asestar el golpe final a Atila. Pero la razón más aceptada (propuesta por el historiador Jordanes), es que Aecio temía que, con la destrucción de los hunos, los visigodos, muy fortalecidos en ese momento, se crecieran y trataran de conquistar todo el Imperio Romano de Occidente. E incluso se opina que el general romano no tenía intenciones de destruir al ejército huno con vistas a pactar una alianza en caso de que los visigodos se revolvieran contra Roma. Atila finalmente pudo retirarse a Panonia —actual Hungría—, después de haber invadido Italia y haber puesto sitio a Roma dos años después, en el 453.
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