A la conclusión de la guerra en Oriente, los augustos Diocleciano y Galerio
volvieron a Antioquía. En algún momento del año 299, los emperadores tomaron
parte en una ceremonia de sacrificio y adivinación en la que, al parecer, los
arúspices fueron incapaces de leer las entrañas de los animales sacrificados, y
acusaron a los cristianos infiltrados en la corte imperial de haber boicoteado
la ceremonia. Los emperadores ordenaron que todos los miembros de la corte
realizaran un sacrificio para purificar el palacio. El emperador también envió
cartas a los mandos militares en los que exigía que todo el ejército llevara a
cabo los sacrificios requeridos bajo pena de ser licenciados. Diocleciano era
muy conservador en cuestiones religiosas; un hombre fiel al tradicional panteón
grecorromano que entendía la necesidad de la purificación religiosa, pero
Eusebio de Cesárea, Lactancio y Constantino afirman que era Galerio, y no
Diocleciano, el principal impulsor de la purga, y su principal beneficiario.
Galerio, que era todavía más devoto y apasionado que Diocleciano, veía una
ventaja política en las persecuciones, y estaba deseando acabar con la política
de inacción que se había mantenido sobre este asunto desde los tiempos de
Galieno (260-268), hijo y sucesor del desdichado Valeriano. Antioquía era la principal residencia de Diocleciano entre
299 y 302, mientras que Galerio ocupaba el lugar del augusto en el medio y bajo
Danubio. Visitó Egipto en una ocasión, durante el invierno de 301–302, para
ocuparse del suministro de grano desde Alejandría. Debido a una serie de
disputas públicas con los maniqueos, Diocleciano ordenó que los líderes de los
seguidores de Mani fueran quemados vivos junto con sus esculturas. El 31 de
marzo de 302, según un escrito de Alejandría, declaró que los maniqueos de las
clases más bajas debían ser ejecutados con la espada, mientras que los
maniqueos de clases altas debían ser enviados a trabajar a las canteras del
Proconeso o en las minas de Phaeno, al sur de Palestina. Todas las propiedades
de los maniqueos debían ser confiscadas y depositadas en el Tesoro Imperial.
Diocleciano encontró muchos motivos para condenar la religión maniquea: su
novedad, sus orígenes foráneos, la manera en la que corrompía la moral romana,
y su contumaz oposición a las tradiciones religiosas romanas.
Además, y debido a que el maniqueísmo era apoyado por entonces en Partia, se
añadían componentes políticos a los puramente religiosos o morales. Salvo por
esta cuestión política, los motivos por los que se condenaba el maniqueísmo eran
igualmente aplicables, si no más, al cristianismo, que sería su siguiente
objetivo. El maniqueísmo fue una religión universalista fundada por el místico persa Mani (215-276), que decía ser el último de los profetas enviados por Dios
a la humanidad. El maniqueísmo se concibe a sí mismo como la fe definitiva, en
tanto que pretende invalidar a todas las demás. A lo largo del siglo III se
había divulgado por el Imperio Romano oriental y por el Imperio Sasánida. Su
intransigencia religiosa fue la causa por la que los maniqueos fueron
perseguidos, primero por los romanos y más tarde por la Iglesia. Sin embargo,
el maniqueísmo prosiguió su expansión a lo largo de la Edad Media a través del
mundo islámico, llegando a Asia Central y China, donde perduraría hasta bien
entrado el siglo XVII.
Diocleciano regresó a Antioquía en el otoño de 302 y ordenó
que al diácono Román de Antioquía le fuera arrancada la lengua por interrumpir
los sacrificios rituales oficiales. Román fue enviado a prisión, en donde fue
ejecutado en 303. Diocleciano partió de la ciudad en invierno, acompañado por
Galerio, y se dirigió a Nicomedia. Según Lactancio, durante ese invierno
Diocleciano y Galerio discutieron largamente sobre cuál debía ser la política
del Estado hacia los cristianos: Diocleciano argumentaba que bastaría con
prohibir a los cristianos trabajar como funcionarios o en el Ejército para
recuperar el favor de los dioses, pero Galerio quería ir más allá, y defendía
la exterminación absoluta de los cristianos. Los dos augustos acudieron a pedir consejo al oráculo de Apolo
en Dídima, el cual contestó que «los justos sobre la tierra dificultaban la
facultad de Apolo para aconsejar». El término «justos», según los interpretaron
los arúspices de Diocleciano, solo podía hacer referencia a los cristianos del
Imperio, consiguiendo así persuadir a Diocleciano para que accediera a las
demandas de Galerio y decretase la persecución de los cristianos en todo el
Imperio Romano. El 23 de febrero de 303 Diocleciano ordenó que la recién
construida iglesia de Nicomedia fuera arrasada hasta sus cimientos. Asimismo
exigió que se quemaran sus escrituras sagradas y que se confiscara para el
Tesoro todo lo que hubiese de valor en la iglesia. Al día siguiente Diocleciano
promulgó su primer edicto contra los cristianos. En él, el emperador ordenó la
destrucción de los evangelios y demás escritos cristianos, así como todos sus
lugares de culto a lo largo del Imperio, prohibiendo a los cristianos reunirse
para celebrar sus actos litúrgicos. Antes de acabar el mes de febrero, un
incendio destruyó buena parte del palacio imperial de Nicomedia y Galerio
convenció a Diocleciano de que los autores habían sido los cristianos, y que
conspiraban contra él con los eunucos de palacio. Se puso en marcha una
investigación y se llevaron a cabo diversas ejecuciones sumarísimas que se
prolongaron hasta el 24 de abril, fecha en la que fueron decapitadas seis
personas entre las que se encontraba el obispo Antimo. Se produjo un segundo
incendio del palacio imperial dieciséis días después del primero, y Galerio
partió de la ciudad hacia Roma, declarando que Nicomedia no era segura.
Diocleciano le seguiría poco después. Aunque se promulgaron varios edictos posteriores de persecución a
los cristianos en los que se exigía el arresto del clero cristiano y se les
exigía que efectuasen sacrificios públicos para exculparles, estos edictos no
tuvieron demasiado éxito. De hecho, la mayoría de los cristianos escaparon a
los castigos e incluso los paganos se mostraron, en general, contrarios a la
persecución. Los sufrimientos de los nuevos mártires sirvieron además para
propagar la religión. Constancio y Maximiano no aplicaron los edictos
posteriores, permitiendo que los cristianos de Occidente no fueran perseguidos.
Galerio rescindió el edicto en 311, anunciando que la persecución había fracasado
en su intento de traer a los cristianos de vuelta a la religión tradicional.
Por otro lado, la apostasía temporal de algunos cristianos y la entrega de las
escrituras sagradas durante la persecución, tuvo un importante papel en la
aparición del donatismo, un movimiento religioso cristiano que hoy
calificaríamos de integrista, y que nació como una reacción ante el
relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de
Cartago, aseguraba que sólo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable
podían administrar los sacramentos, y que los pecadores no podían ser miembros
de la Iglesia de Cristo, lo que contradecía las propias
enseñanzas de Jesús, que se rodeó de pecadores y en todo momento predicó la
necesidad de perdonar las ofensas.
Apenas una generación después de las persecuciones de
Diocleciano, Constantino llegaría a ser el único emperador del Imperio y
revertiría las consecuencias de los edictos retornando todas las propiedades
confiscadas la Iglesia. Bajo el gobierno de Constantino el cristianismo fue
ampliamente favorecido y se convirtió en la principal religión del Imperio, o en
la más poderosa al menos. Finalmente, con la promulgación de Edicto de
Tesalónica por Teodosio en 380, el cristianismo se convirtió en la única
religión del Imperio Romano. De modo que los cristianos pasaron de
perseguidos a perseguidores de los paganos. Diocleciano, por su parte, acabaría
siendo demonizado por sus sucesores cristianos: Lactancio daba a entender que
la ascendencia de Diocleciano anunciaba el apocalipsis, y en la mitología
serbia Diocleciano todavía es recordado como Dukljan, el adversario de Dios. O lo que
es lo mismo: el diablo. Diocleciano entró en Roma a comienzos del invierno de 303.
El 20 de noviembre celebró con Maximiano el vigésimo aniversario de su
principado (vicennalia), el décimo aniversario de la tetrarquía (decennalia), y
un triunfo en la guerra contra Partia. Diocleciano pronto se enemistó con los
romanos porque, según él, no le guardaban el respeto debido, y se referían a su
persona con excesiva familiaridad. El 20 de diciembre de 303, Diocleciano
interrumpió abruptamente su estancia en Roma y partió hacia el norte. Ni
siquiera llevó a cabo las ceremonias de investidura de su noveno consulado,
sino que las celebró en Rávena el 1 de enero de 304. El Panegyrici Latini y un
relato de Lactancio sugieren que Diocleciano hizo planes en Roma con vistas a
su abdicación. Según otras fuentes de la época, en el transcurso de una solemne
ceremonia celebrada en el templo de Júpiter Óptimo Máximo, Maximiano juró
respetar las disposiciones de Diocleciano en lo tocante a la sucesión en el
principado. Diocleciano partió de Rávena con sus tropas hacia el Danubio donde, en
compañía de Galerio, tomó parte en una campaña punitiva contra los carpianos. Allí
contrajo una enfermedad leve y su condición física comenzó a empeorar
rápidamente, por lo que decidió proseguir el viaje en una litera. A finales del
verano partió hacia Nicomedia y el 20 de noviembre compareció en público para
asistir a la ceremonia de inauguración del anfiteatro que había ordenado
construir al lado del palacio imperial incendiado y reconstruido. Se desvaneció
poco después de las ceremonias y, durante el invierno de 304-305, se mantuvo
recluido en su palacio todo el tiempo. Empezaron a circular rumores sobre la
muerte de Diocleciano, en los que también se sugería que se estaba ocultando el
óbito hasta que Galerio pudiera llegar a la ciudad para arrogarse el
principado como único augusto. El 13 de diciembre todo el mundo había asumido la muerte de Diocleciano.
La ciudad se vistió de luto y sólo lograron poner freno a los rumores mediante
una declaración pública asegurando que el emperador estaba vivo. Cuando
Diocleciano reapareció al fin en público, el día primero del mes de marzo de 305, estaba muy
demacrado y casi irreconocible. Galerio llegó a Nicomedia ese mismo mes. Según Lactancio,
llegó armado y con planes de restablecer la tetrarquía, forzando a Diocleciano
a abdicar y colocar en la administración del Imperio a personas de su
confianza. Lactancio también dice que había hecho lo mismo con Maximiano en
Sirmio. El 1 de mayo de 305 Diocleciano convocó a sus generales y demás
oficiales del Ejército en asamblea. Estaban presentes las tropas que habían
acompañado al emperador en sus campañas, y representantes de las legiones
acantonadas en las fronteras más alejadas. Se reunieron todos en la misma
colina a las afueras de Nicomedia en la que Diocleciano había sido proclamado
augusto. Delante de la estatua de Júpiter Óptimo Máximo, Diocleciano se
dirigió a la multitud y con lágrimas en los ojos les explicó su debilidad, su
necesidad de descanso y su deseo de renunciar. Declaró que necesitaba pasar el
deber del gobierno del Imperio a alguien más joven y fuerte. Con ello se convirtió en el primer
emperador en abdicar voluntariamente. Casi todos los generales creían saber lo que iba a suceder:
Constantino y Majencio, los únicos hijos adultos de los dos coemperadores, y
que se habían preparado concienzudamente para suceder a sus padres, serían
nombrados césares. Constantino había viajado a través de Siria a la derecha de
Diocleciano, y estaba presente en el palacio de Nicomedia en 305, y es
probable que Majencio recibiese el mismo tratamiento. Según el relato de
Lactancio, cuando Diocleciano anunció que iba a abdicar, toda la multitud se volvió
para mirar a Constantino. Sin embargo, eso no fue lo que sucedió: Severo y
Maximiano fueron nombrados césares. Maximiano apareció y tomó las vestiduras de
Diocleciano y, ese mismo día, Severo recibió las suyas de Maximiano en Milán.
Constancio sucedió a Maximiano como augusto en Occidente, pero Constantino y
Majencio fueron ignorados en la transmisión del poder, y esto no
presagiaba nada bueno para la continuidad de la tetrarquía.
Diocleciano se retiró a Dalmacia, su tierra de origen. Se
trasladó al palacio que había construido en la costa adriática, cerca del
centro administrativo de Salona. Maximiano se retiró a las villas de Campania.
Sus nuevos hogares estaban lejos de la vida política, aunque Diocleciano y
Maximiano estaban lo suficientemente cerca como para mantener un contacto
regular entre ellos. Galerio asumió el consulado en 308, con Diocleciano como
colega. En otoño de 308, Galerio se entrevistó de nuevo con Diocleciano en
Carnuntum (Austria). Diocleciano y Maximiano estuvieron presentes el 11 de
noviembre de 308 para asistir al nombramiento de Licinio por Galerio como nuevo
augusto en lugar de Severo, que había muerto asesinado a manos de Majencio. Asimismo,
ordenó a Maximiano, que había intentado volver al poder tras su retiro, que se
apartase definitivamente de la vida pública. En Carnutum la gente rogó a
Diocleciano que volviese a ejercer el principado para resolver los conflictos
que habían surgido con el advenimiento de Constantino y la usurpación de
Majencio. Pero Diocleciano rehusó. Aún vivió tres años más, dedicando sus días
al cuidado de los jardines de su magnífico palacio, y asistió al colapso de la
tetrarquía, rota por las ambiciones personales de sus sucesores. Diocleciano tuvo
conocimiento de un tercer intento de Maximiano de reclamar el principado, de su
suicidio forzoso y de su posterior damnatio memoriae. En su propio palacio las
estatuas y retratos de su antiguo colega fueron destruidas. Finalmente, sumido
en una profunda depresión, y devorado por las enfermedades, Diocleciano se
suicidó el 3 de diciembre de 311.
Imagen alegórica del Concilio de Nicea celebrado en 325 |
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