Felipe
III el Piadoso fue rey de España y Portugal entre 1598 y 1621. El mismo año de su entronización, contrajo matrimonio
en Valencia con la archiduquesa Margarita de Austria-Estiria, hija del
archiduque Carlos II de Estiria y de María Ana de Baviera. El monarca era muy
aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, por lo que delegó
los asuntos de Estado en manos de su valido, el duque de Lerma, que, a su
vez, confirió su representación a su secretario personal, don Rodrigo Calderón. El duque
de Lerma fue sustituido en 1618 por el duque de Uceda, al que limitó sus atribuciones. Aunque se le considera el primero de los Austrias Menores, dada la
grandeza de Felipe II y Carlos I, durante su reinado la Corona incorporó nuevos
territorios en el norte de África e Italia y alcanzó un considerable esplendor cultural. La Pax Hispánica se debió a la enorme expansión del
Imperio y a los años de paz que se dieron en Europa a comienzos del siglo XVII,
lo que permitió a España ejercer su hegemonía universal. Sin embargo, España
tenía varios frentes abiertos: los otomanos en el Magreb, además de los filibusteros del Caribe, y de la República de Venecia y
el Ducado de Saboya en la península Itálica. En Norteamérica, se profundizó en las conquistas españolas en Florida. En 1610, el caudillo bereber Muali Ech Cheich vendió la ciudad de Larache a
Felipe III en pago por su ayuda en la guerra de sucesión al sultanato.
España ocupó la ciudad de 1610 a 1689, para perseguir
a los piratas berberiscos que asolaban las costas de Levante. España también adquirió en 1614 La
Mamora en Berbería, nombre de la actual ciudad de Mehdía, en la desembocadura del río Sebú al norte de Marruecos.
Cuando
Felipe III llegó al trono en 1598 continuó la guerra con Inglaterra y se envía
una escuadra de 50 barcos al mando de don Martín Padilla para atacar las costas de
Inglaterra, dado el exitoso precedente de la expedición a Cornualles en 1595, Pero, una vez más, la flota de invasión fue destruida por una tempestad antes
de alcanzar las islas Azores. A pesar de este revés, en 1601 parte una nueva expedición militar española con rumbo a las islas Británicas. Esta vez los buques ponen proa a Irlanda para ayudar a los patriotas católicos que desean independizarse de la Inglaterra
protestante. En el contexto de la guerra
de los Nueve Años (1595-1604) entre España e Inglaterra, se libró la legendaria batalla de Kinsale
en las cercanías de esta localidad del condado de Cork, en el sur de Irlanda,
el 3 de enero de 1602. Juntos a los Tercios españoles lucharon valerosamente los rebeldes irlandeses comandados por Red Hugh O'Donnell,
señor de Tyrconnell, y Hugo O'Neill, conde de Tyrone, contra las tropas
inglesas capitaneadas por Charles Blount, barón de Mountjoy y primer conde de
Devonshire. Esta singular batalla entre católicos españoles e irlandeses, y protestantes ingleses, también es conocida como el «Socorro a Kinsale». En 1595, los
caudillos irlandeses Red Hugh O'Donnell y Hugo O'Neill se rebelaron contra la
ocupación inglesa y empezó la que se conoce como guerra de los Nueve Años. Los rebeldes llegaron a dominar la mayor parte de la isla, resistiendo
aun tras el desembarco en Irlanda en 1599 de Robert Devereux, conde de Essex que
contaba con 17.000 hombres. Ante la falta de resultados de Essex, la reina Isabel envió al sanguinario lord Mountjoy para sofocar la rebelión irlandesa. Gracias a la ayuda
proporcionada por Niall Garve O'Donnell, consiguió desembarcar con sus tropas cerca
de Derry y poner en serios apuros a las fuerzas irlandesas. Después de esto, la Corona española decidió enviar tropas para apoyar a los
católicos irlandeses.
La campaña de Irlanda: desembarco
en Kinsale
Felipe III envió una flota compuesta por 33 buques de guerra que
partió del puerto de La Coruña el 2 de septiembre de 1601 con los Tercios de don
Juan del Águila y de don Francisco de Toledo que sumaban 4.432 hombres y cuyo objetivo
era desembarcar y tomar la ciudad de Cork. La flota capitaneada por el almirante
don Diego Brochero se dispersó cerca de la isla de Ushant debido a un fuerte temporal,
quedando dividida en tres grupos. Nueve naves mandadas por don Pedro de
Zubiaur, con 650 hombres a bordo y la mayoría de las provisiones, regresaron a La
Coruña; tres naves al mando de don Alonso de Ocampo llegaron a Baltimore; el
resto, a las órdenes de Brochero buscó refugio en la población de Kinsale,
donde desembarcaron los 3.000 soldados españoles al mando de don Juan del
Águila el 1 de octubre de 1601, mientras el resto de la flota regresaba a
España. Don
Juan del Águila decidió fortificar ambas riberas del río Bandon construyendo
los fuertes de Castle Park y de Ringcurram. Las tropas españolas quedaron
bloqueadas en Kinsale por las inglesas de George Carew, que contaba con 4.000
hombres a los que se sumaron en el sitio los 6.000 infantes y los 600
caballeros del barón de Mountjoy y las naves de Richard Levison que bloqueaban
la bahía. El 10 de enero las tropas inglesas se apoderaron del fuerte de
Ringcurram, custodiado por 150 hombres, pero no pudieron tomar la ciudad. La
ayuda solicitada por don Juan del Águila a España obtuvo sus frutos con el envío de
una nueva flota desde La Coruña mandada por Zubiaur, que partió el 7 de
diciembre con 10 naves, 829 hombres y abundantes provisiones. La flota se vio
afectada por otro temporal que le hizo perder 4 naves y desviarse de su rumbo,
lo que la hizo arribar a Roaring Water, a 30 millas de Kinsale. Las nuevas
tropas desembarcaron el 11 de diciembre y se fortificaron en Castlehaven para
tratar de ayudar a los sitiados en Kinsale. Levison partió con 7 naves hacia
Castlehaven, donde entabló una dura batalla con los españoles. Los ingleses
contaban con cuatro galeones de más de 600 toneladas, mientras que los
españoles tan solo tenían dos de 200 toneladas, de los cuales Levison hundió
uno; sin embargo, la batería de 5 cañones dispuesta por los defensores españoles, le impidió entrar por el pasaje del puerto,
y tuvo que retirarse. Después
de esto, los nobles irlandeses decidieron jurar fidelidad a
Felipe III y entregar a los españoles las fortalezas de Dunboy y Donneshed, además
de 550 infantes y una compañía de caballería. Don Pedro López de Soto, que mandaba las fuerzas de infantería de Marina en Castlehaven, envió 200 hombres más,
mientras que los condes de Hugh O'Neill y Red Hugh O'Donnell reunieron 5.500
hombres al norte de la Isla, desde donde tuvieron que realizar una marcha de 300 millas en pleno invierno para llegar a Kinsale. Los refuerzos irlandeses se unieron a las fuerzas españolas el 24 de diciembre en Banndan, a orillas del río Bandon,
desde allí se dirigieron a Coolcarron, donde estaban acampadas las tropas inglesas. El 3 de enero de 1602 se produjo el choque. Las
fuerzas irlandesas se organizaron en tres columnas lideradas por Richard
Tyrell, Hugh O'Neill y Red Hugh O'Donnell para intentar llegar a su objetivo
por la noche, pero su mala organización les impidió llegar antes del alba.
Montjoy dejó algunos regimientos para que guardaran Kinsale y partió a su
encuentro, que se produjo en una loma dominada por O'Neill. Éste necesitaba
la ayuda de don Juan del Águila o de alguna de las otras columnas para poder
mantener la posición, pero vista la inmovilidad de sus aliados decidió
internarse en los pantanos esperando que la caballería inglesa perdiera
efectividad sobre aquel terreno. Aun así, las tropas inglesas consiguieron la
victoria impidiendo la ayuda de O'Donell a los españoles. Las tropas irlandesas huyeron
mientras que las españolas, lideradas por Ocampo, intentaban resistir. Cayeron 1.200 hombres de la coalición hispano-irlandesa, de ellos 90
españoles, además de 52 que fueron hechos prisioneros. Tan solo 50 hombres
consiguieron romper el cerco y llegar a Kinsale, mientras que entre los
ingleses sólo hubo 12 bajas. El 12 de enero don Juan del Águila presentaba su capitulación ante Mountjoy, que incluía también a las fuerzas de Castlehaven, Donneshed
(Baltimore), Donnelong (Sherkin) y Dunboy. Dos días después de la rendición,
llegó a Kinsale don Martín de Vallecina con refuerzos, pero ya era demasiado
tarde. Las condiciones fueron las más honrosas posibles, ya que los ingleses se
comprometieron a proporcionar transporte y víveres a las tropas españolas, así
como a todos los irlandeses que lo desearan, además de poder conservar todas
sus armas, dinero y estandartes. La mayoría de las tropas irlandesas regresó al
Úlster, donde continuaron su lucha contra los ingleses hasta que Tyrone se
entregó a Montjoy en Dundalk en 1603. Blount decretó una amnistía para los
vencidos. El 13 de marzo de 1602 desembarcaron en La Coruña las tropas
españolas. Don Juan del Águila destinó los 59.000 escudos que todavía conservaba a la creación de un hospital militar para socorrer a los soldados veteranos heridos o mutilados.
Con
la llegada al trono de Inglaterra de Jacobo I en 1603, se abrió el camino
hacia la paz, que se firmó en Londres en agosto de 1604, y mediante la cual las
relaciones comerciales y diplomáticas entre ambos países mejoraron
considerablemente. Jacobo intentó casar a su hijo Carlos con la infanta doña
María Ana de España. Este proyecto contaba con un apoyo tan fuerte en Inglaterra, que los ministros y diplomáticos que lo sustentaban fueron llamados el «Partido Español». Carlos
llegó a España en 1623 con el duque de Buckingham en una expedición secreta
para ganarse la mano de la princesa, pero la misión fue un fracaso; además,
España exigió que antes de celebrarse el matrimonio, Carlos se convirtiese al catolicismo. A su
regreso a Inglaterra, Carlos y Buckingham pidieron al rey Jacobo que reiniciara la
guerra con España, cosa que el monarca inglés no hizo. En 1625 Jacobo
muere y es sucedido por Carlos, reiniciándose la guerra anglo-española,
enmarcada esta vez dentro de la guerra de los Treinta Años. Hay que decir que el nuevo
rey de Inglaterra se equivocó; pues, posiblemente, si se hubiese mantenido al
margen de la guerra que España mantenía en Flandes, su destino hubiese sido
otro, al verse su trono reforzado, si no por una alianza, sí al menos por unas
buenas relaciones con España. Carlos I murió ejecutado en Londres en 1649 por
el dictador puritano Oliver Cromwell que le acusó de favorecer a los católicos. Ironías del destino. Tampoco el rey Felipe III demostró mucha habilidad
diplomática al poner tantos peros al matrimonio entre Carlos y la infanta Ana
María; pues una paz prolongada entre España e Inglaterra hubiese favorecido a
ambas naciones, que se habrían ahorrado muchos desastres internos, incluidas sendas guerras civiles en ambos Reinos.
Países
Bajos
Felipe
II de España había legado estos territorios a su hija Isabel Clara Eugenia y a
su marido, el archiduque Alberto, con la condición de que al morir sin
herederos, éstos volverían a formar parte de la Corona española. La igualdad de
fuerzas entre las provincias rebeldes del norte —protestantes luteranos— y los
territorios meridionales —leales a España—, el agotamiento tras la guerra y los
buenos oficios de los nuevos gobernantes, condujeron a la firma en 1609 de la
Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. Este armisticio supuso la independencia
de facto para los holandeses y permitió el inicio de su expansión por las
Indias Orientales y el Caribe. Tras los doce años de tregua, y en vista de la expansión
holandesa y de la alianza de los holandeses con Inglaterra, España
volvería a intervenir en los Países Bajos bajo el reinado de Felipe IV.
Francia:
el eterno enemigo
El
reinado de Felipe III de España se inicia con una paz firmada de antemano con Francia.
Pero al monarca francés, Enrique IV, lo matan en 1610 cuando está preparando,
precisamente, una nueva campaña militar contra España en Italia. Se produjo entonces una
época de inestabilidad en Francia. El hijo de Enrique IV, Luis XIII, tenía sólo
nueve años, por lo que el Reino quedó a cargo de su madre, María de Médicis,
como reina-regente. María de Médicis pidió ayuda a España en la lucha contra
los hugonotes, y en 1614 se decretó la mayoría de edad Luis XIII. Así, la paz
con Francia que Felipe II de España había concertado en sus últimos momentos
(Vervins, 1598) quedó consolidada en 1615 mediante sendos matrimonios del rey
francés con una infanta española, Ana de Austria, y del príncipe heredero de
España, el futuro Felipe IV, con Isabel de Borbón. la intervención de Francia en la última fase de la guerra de los Treinta Años del lado protestante, a pesar de ser un país católico, rompió la paz hispano-francesa, pero Francia salió victoriosa en Rocroi (1643) y se benefició de la debacle española en Europa.
Italia
El
duque de Osuna, virrey de Nápoles, y el marqués de Villafranca, gobernador de
Milán, dirigieron la política de la Corona española en Italia, que encontró
la enconada resistencia del Ducado de Saboya y de la Serenísima República de Venecia. Para asegurar la
conexión entre el Milanesado y los Países Bajos, se abrió una nueva ruta a
través de la Valtelina, en Suiza, y en 1618 se produjo la Conjuración de
Venecia, en la que las autoridades de esa ciudad italiana emprendieron una
persecución contra ciudadanos afines a los españoles. Lejos quedaba la victoria de Lepanto
en 1571, cuando España alejó el peligro otomano de Venecia. Efímero había sido
el agradecimiento de los italianos. En
el norte de la Península, Felipe III aumentó sus posesiones en el Milanesado
con la anexión de Finale y de la ciudad de Novara y, con una buena gestión
política que anuló los éxitos de Enrique IV sobre el duque de Saboya en el
Tratado de Lyon de 1601. Además, se granjeó un gran prestigio el conde
de Fuentes, que fue un continuador del duque de Alba, a la entrada del Valle de
Valtelina y se aseguró el paso de las tropas españolas a través del Tirol al Sacro Imperio
y a Flandes, previendo el corte del camino entre Saboya y
el Franco Condado.
Pax
Hispánica
Pese
a que muchos historiadores han querido ver en la famosa Pax Hispánica un gesto
de debilidad causado por las constantes guerras, y la dificultad para reorganizar la
Corona española su política exterior, también se podría decir que ésta formaba parte de una gran
estrategia que permitiría a España ganar tiempo para recuperar su fuerza militar, y
aislar a sus adversarios. Sobre todo a Francia e Inglaterra, que tenían serios problemas internos a causa de las guerras de Religión. De hecho, tanto Felipe III
como sus consejeros, pretendían que la tregua durase sólo hasta que España
pudiese reanudar sus campañas militares, terrestres y navales, para derrotar definitivamente a Inglaterra, y abortar cualquier intento de Holanda de convertirse en potencia marítima. Cosa que finalmente sucedió.
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