A finales del siglo XV existía un sentimiento nacionalista
en España, era de inspiración castellana principalmente, pero también Portugal
albergaba aspiraciones similares y deseaba ejercer la hegemonía en la península
Ibérica. Pero fue Castilla, como lo evidencia el pensamiento de Nebrija, el
estado que pilotó la unificación de los reinos peninsulares, lo que incluía la
anexión de Granada, el último reino musulmán que aún quedaba en la Península.
Pero incluso en este sentido limitado Nebrija fue probablemente precoz, pues la
mayor parte de los súbditos de los Reyes Católicos se consideraban castellanos,
aragoneses, vascos o catalanes, más que españoles. En cierto sentido no podía
ser de otra manera, pues Fernando e Isabel dieron al conjunto de España un
gobierno único, inédito hasta entonces, pero no una administración común. La
unión de las Coronas era personal, no institucional. De facto, Isabel y
Fernando eran primos carnales de la casa de Trastámara. Cada reino conservó sus
instituciones, su identidad y sus leyes. A pesar de que ostentaban los títulos
de «reyes de Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia». Fernando e Isabel
eran, ante todo, soberanos de sus propios reinos más que monarcas de España,
hecho que quedaría perfectamente patente a la muerte de Isabel, cuando Fernando
tuvo que abandonar apresuradamente Castilla y los dos reinos volvieron a llevar
una trayectoria separada durante un breve periodo de tiempo.
Las diferencias institucionales se expresaban en la
existencia de sistemas jurídicas y de Cortes separadas para Castilla y Aragón.
Incluso en la Corona de Aragón había Cortes separadas para los distintos
estados componentes, Cataluña, Valencia y Aragón. En Castilla, además del
sistema jurídico castellano, existía el de las provincias vascas, que tenían
también su propio régimen consuetudinario y, tras la anexión de Navarra en
1512, el de Navarra. Estas divisiones se veían reforzadas por las barreras
aduaneras existentes entre los diversos reinos, tan eficaces como las que
existían entre éstos y los países extranjeros. Así pues, la unión de las
Coronas de Castilla y de Aragón, sólo fue el comienzo de la unificación de
España. Quedaría todavía por hacer de asimilar e integrar los diferentes los
diferentes estados y en su realización. Fernando e Isabel se mostraron más
vacilantes y menos absolutistas de lo que se piensa muchas veces. Sin embargo,
las esperanzas de alcanzar la unidad duradera de España, y no sólo una alianza
dinástica temporal —caso de Portugal entre 1580 y 1640—, residían en la
constancia con que los monarcas intentaron conseguirla.
En efecto, la unidad no era una condición natural en los
habitantes de España, por lo cual el impulso tenía que proceder desde arriba.
Es cierto que a la hora de poner en práctica una política común, Fernando e
Isabel podían utilizar los recursos conjuntos de sus diferentes estados,
especialmente los de Castilla, que poseía el instrumento más eficaz de
unificación: una monarquía potencialmente absoluta, sin la cortapisa de unas
instituciones representativas y dispuestas a disputar el poder de la nobleza.
Esto les otorgó los medios de constituir un Estado nacional y, en último
extremo, un imperio que, ya en tiempos de Felipe III, abarcaría territorios en
Europa, América, África y Asia, y del que se diría que en sus dominios nunca se
ponía el sol. Pero en los albores del siglo XVI, era necesario organizar estos
medios y encaminar a sus súbditos hacia unas vías nuevas a las que no estaban
acostumbrados. Pero, ante todo, los Reyes Católicos tenían que imponer su
autoridad en Castilla y neutralizar la constante amenaza de Portugal en el
oeste, y la de Francia en el norte.
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