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sábado, 14 de octubre de 2017

La unificación de los reinos hispánicos

A finales del siglo XV existía un sentimiento nacionalista en España, era de inspiración castellana principalmente, pero también Portugal albergaba aspiraciones similares y deseaba ejercer la hegemonía en la península Ibérica. Pero fue Castilla, como lo evidencia el pensamiento de Nebrija, el estado que pilotó la unificación de los reinos peninsulares, lo que incluía la anexión de Granada, el último reino musulmán que aún quedaba en la Península. Pero incluso en este sentido limitado Nebrija fue probablemente precoz, pues la mayor parte de los súbditos de los Reyes Católicos se consideraban castellanos, aragoneses, vascos o catalanes, más que españoles. En cierto sentido no podía ser de otra manera, pues Fernando e Isabel dieron al conjunto de España un gobierno único, inédito hasta entonces, pero no una administración común. La unión de las Coronas era personal, no institucional. De facto, Isabel y Fernando eran primos carnales de la casa de Trastámara. Cada reino conservó sus instituciones, su identidad y sus leyes. A pesar de que ostentaban los títulos de «reyes de Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia». Fernando e Isabel eran, ante todo, soberanos de sus propios reinos más que monarcas de España, hecho que quedaría perfectamente patente a la muerte de Isabel, cuando Fernando tuvo que abandonar apresuradamente Castilla y los dos reinos volvieron a llevar una trayectoria separada durante un breve periodo de tiempo.
Las diferencias institucionales se expresaban en la existencia de sistemas jurídicas y de Cortes separadas para Castilla y Aragón. Incluso en la Corona de Aragón había Cortes separadas para los distintos estados componentes, Cataluña, Valencia y Aragón. En Castilla, además del sistema jurídico castellano, existía el de las provincias vascas, que tenían también su propio régimen consuetudinario y, tras la anexión de Navarra en 1512, el de Navarra. Estas divisiones se veían reforzadas por las barreras aduaneras existentes entre los diversos reinos, tan eficaces como las que existían entre éstos y los países extranjeros. Así pues, la unión de las Coronas de Castilla y de Aragón, sólo fue el comienzo de la unificación de España. Quedaría todavía por hacer de asimilar e integrar los diferentes los diferentes estados y en su realización. Fernando e Isabel se mostraron más vacilantes y menos absolutistas de lo que se piensa muchas veces. Sin embargo, las esperanzas de alcanzar la unidad duradera de España, y no sólo una alianza dinástica temporal —caso de Portugal entre 1580 y 1640—, residían en la constancia con que los monarcas intentaron conseguirla.
En efecto, la unidad no era una condición natural en los habitantes de España, por lo cual el impulso tenía que proceder desde arriba. Es cierto que a la hora de poner en práctica una política común, Fernando e Isabel podían utilizar los recursos conjuntos de sus diferentes estados, especialmente los de Castilla, que poseía el instrumento más eficaz de unificación: una monarquía potencialmente absoluta, sin la cortapisa de unas instituciones representativas y dispuestas a disputar el poder de la nobleza. Esto les otorgó los medios de constituir un Estado nacional y, en último extremo, un imperio que, ya en tiempos de Felipe III, abarcaría territorios en Europa, América, África y Asia, y del que se diría que en sus dominios nunca se ponía el sol. Pero en los albores del siglo XVI, era necesario organizar estos medios y encaminar a sus súbditos hacia unas vías nuevas a las que no estaban acostumbrados. Pero, ante todo, los Reyes Católicos tenían que imponer su autoridad en Castilla y neutralizar la constante amenaza de Portugal en el oeste, y la de Francia en el norte.


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