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jueves, 8 de febrero de 2018

Los musulmanes en la península Ibérica

En el siglo VII, los musulmanes habían comenzado una rápida conquista en la que ocuparon Oriente Medio y el norte de África, llegando a la península Ibérica a principios del siglo siguiente, en el marco del último proceso expansionista del Califato omeya de Damasco. A principios del siglo VIII el Reino visigodo de Toledo se encontraba sumido en constantes luchas internas, la toma del poder del último rey godo Roderico provocó que sus rivales llamasen al líder musulmán Tarik ibn Ziyad que inició la conquista de la península Ibérica entrando por Gibraltar. En el año 711 las tropas del Califato omeya, compuestas por árabes y bereberes, cruzaron el estrecho de Gibraltar dirigidos por Tarik, lugarteniente del gobernador del norte de África, Musa ibn Nusayr. En principio Tarik se atrincheró en el Peñón a la espera de la llegada del grueso de sus tropas. Solo entonces inició su ofensiva con la toma de Carteya (Cádiz), después de lo cual se dirigió al oeste e instaló su base de operaciones en Algeciras. Ese mismo año Tarik venció a los visigodos en la batalla de Guadalete, y tras dar remate a lo que quedaba del ejército enemigo en Écija, emprendió una rápida conquista, primero en dirección a Toledo, y posteriormente hacia Caesaraugusta (Zaragoza). Hacia el 718 la península Ibérica, salvo las zonas montañosas del norte habitadas por vascones, cántabros y astures, estaba en manos del Califato omeya. A partir de 716 la Península fue dirigida desde Córdoba, por un gobernador (wali) nombrado por el califa de Damasco. Los primeros gobernadores, además de organizar el estado islámico y asentar a inmigrantes árabes, sirios y sobre todo bereberes, llevaron a cabo expediciones contra el Reino franco hasta que después de la batalla de Poitiers en 732, los francos emprendieron diversas campañas que culminaron con la expulsión de los musulmanes de todas las tierras situadas al norte de los Pirineos hacia el 759. Inicialmente, en los territorios de Andalucía, los musulmanes respetaron a la población cristiana y judía, y, aunque no formaran parte de la Uma o comunidad islámica, quedarían protegidos, tendrían sus jueces y conservarían sus ritos. Estas circunstancias motivaron una política de pactos de capitulación donde muchos aristócratas visigodos pudieron conservar propiedades e incluso cierto grado de poder mediante nuevas fórmulas, como es el caso de Teodomiro, gobernador de la Cartaginense, que tras un acuerdo gobernó a título de rey un territorio cristiano visigodo autónomo dentro de Andalucía, denominado kora de Tudmir. Este hecho, unido a que una parte de la población, cristianos y hebreos sobre todo, vieran con buenos ojos el nuevo poder musulmán que los libraba de la dura opresión que los visigodos habían ejercido contra ellos, podría explicar la rapidez de la conquista musulmana. La composición social de Andalucía fue muy compleja y varió a lo largo de su historia; por un lado se encuentran los que pertenecían a la comunidad islámica, Uma, que se dividían en libres y esclavos, y étnicamente en árabes, sirios, bereberes, muladíes —cristianos convertidos al Islam y sus descendientes—, saqalibas (de origen eslavo y que podían ser esclavos o libres), y también esclavos negros procedentes de África, aunque éstos nunca llegaron a constituirse en un grupo social diferenciado. Entre los que no pertenecían a la Uma estaban los judíos y los mozárabes, cristianos que convivían con los musulmanes de Andalucía. En el 750, la familia de los abasidas o abasíes, desplaza a los Omeyas del poder en Damasco, matando a todos sus miembros excepto a Abderramán I, y trasladan el centro de poder a Bagdad.
Emirato de Córdoba (756–929)
En 756 Abderramán huye a la península Ibérica y consigue que ésta se separe del poder de Bagdad, haciendo que Córdoba se convirtiera en un Emirato independiente. En la segunda mitad del siglo IX se erige la alcazaba de Majerit como defensa de Toledo. La creación de los reinos de Asturias y de Pamplona, y de diversos condados en la zona pirenaica por parte de los francos, a finales del siglo VIII, representó la primera reducción del territorio de Andalucía. Hasta el siglo XI, las fronteras entre Andalucía y los estados cristianos del Norte, experimentaron pocas variaciones aunque las guerras entre ellos fueron frecuentes. El estado andalusí estaba dirigido por visires (ministros) bajo la dirección del hagib, el de mayor rango entre ellos. También se formó un ejército profesional compuesto por mercenarios. En la época del Emirato y, sobre todo, del Califato, el territorio hispanomusulmán se organizó en seis grandes regiones (nabiya), tres interiores y tres fronterizas, todas con sus respectivos coras. Las demarcaciones o regiones interiores eran: Al-Gharb, que abarcaba la actual provincia de Huelva y el sur de Portugal; Al–Mawsat o tierras del Centro, que se extendía por los valles del Guadalquivir y del Genil, más las zonas montañosas de Andalucía y el sur de la Meseta; es decir, la antigua provincia romana de la Bética; y Al-Sharq o tierra de Oriente, que abarcaba el arco mediterráneo, desde la actual provincia de Murcia hasta Tortosa. Entre estas demarcaciones y los reinos cristianos se situaban las tres Marcas: al–Tagr al–Ala o Marca Superior (Zaragoza); al–Tagr al–Awsat o Marca Media (Toledo); y la al–Tagr al–Adna o Marca Inferior (Mérida). Estas Marcas continuaron hasta la aparición de los reinos de Taifas. Cada Cora tenía atribuido un territorio con una capital, en la que residía un walí o gobernador, que habitaba en la parte fortificada de la ciudad, o alcazaba. En cada Cora había también un cadí o juez. Las Marcas o thugur, en cambio, tenían a su frente un jefe militar llamado qa’id, cuya autoridad se superponía a las autoridades de las coras incluidas en la marca. Algunos autores consideran que las coras son herederas de las anteriores demarcaciones béticas. La demarcación suponía el ejercicio de determinados poderes políticos, administrativos, militares, económicos y judiciales. La Cora, como demarcación base, se usó prácticamente durante toda la existencia de Andalucía, aunque solo se dispone de información completa en la época del Califato de Córdoba. Algunos autores cifran en cuarenta el número total de coras que llegó a haber en Andalucía, y otras fuentes establecen que su número (excluidas las pertenecientes a alguna de las Marcas) rondaría las 21–23 demarcaciones. Las coras, a su vez, estaban divididas en demarcaciones menores, llamadas iqlim, que eran unidades de carácter económico–administrativo, cada una de ellas con un pueblo o castillo como cabecera. En los primeros tiempos de la dominación musulmana, dentro de cada cora se establecieron los poblados en torno a castillos, denominados hisn, que actuaban como centros organizativos y defensivos de un ámbito territorial denominado Yûz. Esta estructura administrativa se mantuvo invariable hasta el siglo X, en que los distritos se modifican, aumentando su tamaño. En otros momentos históricos, la organización en coras se sustituyó por otro tipo de demarcaciones, como la taha, propia del reino nazarí de Granada.
El arte en la época almohade
El retorno a la austeridad más extrema condujo, incluso de forma más rápida que en el caso de sus predecesores, los almorávides, a uno de los momentos artísticos de mayor esplendor, de manera particular en lo que atañe a la arquitectura. El arte almohade continuó la estela almorávide consolidando y profundizando en sus tipologías y motivos ornamentales. Construían con los mismos materiales: azulejos, yeso, argamasa y madera. Y mantuvieron, como soporte, los pilares y los arcos utilizados en el período anterior. Sus mezquitas siguieron el modelo de la mezquita de Tremecén, con naves perpendiculares al muro de la qibla. La arquitectura palaciega introduce los patios cruzados que ya habían hecho su aparición en Medina Azahara, pero que es, en estos momentos, cuando adquieren su mayor protagonismo. Su mejor testimonio se halla representado en el Alcázar de Sevilla. Este esquema será aplicado, asimismo, en los patios nazaríes y mudéjares. Otra novedad consiste en la colocación de pequeñas aberturas o ventanas cubiertas con celosías de estuco que dan acceso a una estancia y que permiten, de este modo, su iluminación y ventilación. La arquitectura militar experimenta un enriquecimiento tipológico y se perfecciona su eficacia defensiva que tendrá gran trascendencia, incluso para el ámbito cristiano. Aparecen complejas puertas con recodos a fin de que los atacantes, al avanzar, dejen uno de sus flancos al descubierto; torres poligonales para desviar el ángulo de tiro; torres albarranas separadas del recinto amurallado pero unidas a él por la parte superior mediante un arco, lo cual permite aumentar su eficacia defensiva respecto a una torre normal, como la Torre del Oro de Sevilla; muros reforzados que discurren perpendiculares al recinto amurallado con objeto de proteger una toma de agua, una puerta, o evitar el cerco completo; barbacanas o antemuros y parapetos almenados. En el terreno decorativo aplicaron un repertorio caracterizado por la sobriedad, el orden y el racionalismo, lo que se traduce en la aparición de motivos amplios que dejan espacios libres en los que triunfan los entrelazados geométricos, las formas vegetales lisas y lo más novedoso: la sebqa. Otra decoración arquitectónica que aparece en este alminar y en la mezquita de Qutubiya, es la cerámica, en la que se aplica la técnica del alicatado; es decir piezas recortadas que, combinadas entre sí, componen un motivo decorativo. En otras ocasiones estas manifestaciones artísticas unen el carácter ornamental con el funcional. Las obras de arte de esta época están peor representadas a causa de la confusión existente entre los diferentes períodos artísticos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los tejidos, que no se distinguen fácilmente de los mudéjares: acusan una práctica ausencia de motivos figurativos en tanto que aumenta la decoración geométrica y epigráfica a base de la repetición insistente de palabras árabes como «bendición» y «felicidad». En cuanto a elementos metálicos, destacan los aguamaniles que representan figuras de animales decoradas con incisiones vegetales cinceladas.
El arte nazarí
Este es el estilo surgido en la época tardía de Andalucía en el reino nazarí de Granada. Los dos paradigmas del mismo lo constituyen los palacios de la Alhambra y el Generalife. La arquitectura militar desarrolla los mismos sistemas generados que en la época anterior, dotándola de una mayor complejidad. La arquitectura palaciega emplea dos tipos de organización de patios: uno el patio mono axial, patio de los Arrayanes o de la Alberca, y otro, el patio cruzado, patio de los Leones. Las estancias vinculadas a ellos responden, nuevamente, a dos tipologías: una alargada en cuyos extremos están las alcobas, y otra cuadrada rodeada por las habitaciones, por ejemplo, la Sala de la Barca y la Sala de las Dos Hermanas. Los escasos vestigios de arquitectura religiosa permiten pensar en mezquitas que siguen el modelo almohade, con naves perpendiculares al muro de la qibla. Quizá la única novedad destacable provenga del hecho de la utilización de columnas de mármol cuando el edificio es de cierta relevancia. En cuanto al repertorio ornamental utilizan una profusión decorativa que disimula la sencillez de los materiales, emplean desde zócalos alicatados y yeserías de estuco, a decoración pintada como la que se conserva en la bóveda de la Sala de los Reyes. Es característica la columna de fuste cilíndrico y el capitel de dos cuerpos, uno cilíndrico decorado con bandas y otro cúbico con ataurique. Los arcos preferidos son los de medio punto peraltado y angrelados. Las techumbres de madera alternan con bóvedas mocárabes realizadas con estuco como los de la Sala de las Dos Hermanas o la de los Abencerrajes. Asimismo, a los motivos ornamentales habituales (geométricos, vegetales y epigráficos), se une el escudo nazarí que será generalizado por Mohamed V. En las artes suntuarias destacan las cerámicas de reflejos metálicos y los tejidos de seda a los que pueden añadirse los bronces, las taraceas y las armas. La cerámica de lujo, conocida como de «reflejo metálico» o «losa dorada» se caracteriza por someter, la última cocción, a fuego muy bajo de oxígeno y menor temperatura. Con este procedimiento la mezcla de sulfuro de oro y cobre empleada en la decoración llega a la oxidación reduciendo el brillo metalizado. Era frecuente, también, añadir óxido de cobalto con lo que se conseguían unos tonos azules y dorados. Los tejidos se caracterizaban por su intenso colorido así como por los motivos, idénticos a los empleados en la decoración arquitectónica.

Guerrero castellano del siglo XII

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