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jueves, 7 de enero de 2016

La guerra de África de 1859-1860

Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla sufrían constantes incursiones por parte de cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber los agresores tendían emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. La guerra de África o Primera Guerra de Marruecos, fue el conflicto bélico que enfrentó a España con el Sultanato de ese país magrebí entre 1859 y 1860, durante el período de los Gobiernos de la Unión Liberal del reinado de Isabel II de España.
En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular de Guerra, bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió.
Entonces el Gobierno español decidió invadir el sultanato de Marruecos con el pretexto del «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» cercanas a Ceuta. Los auténticos motivos de la expedición, aunque se dijo que se trataba de «rehacerse en sus fértiles comarcas de nuestras pérdidas coloniales» fueron de orden interno. Por un lado, como señaló un observador de la época, acabar con las «intrigas palaciegas» que ponían en peligro al Gobierno, que vio en el conflicto la oportunidad de mejorar la imagen de España en el exterior, y de beneficiarse del clima patriótico que los sucesos de Ceuta generaron en la sociedad española.
La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención. En Cataluña y provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra de la Independencia. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada también por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada.
O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duró cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior comenzó la invasión del sultanato de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que cerca de 4.000 muertos españoles, dos tercios no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la de Was–Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger, victorias que fueron magnificadas por la prensa en España, del mismo modo que eran magnificadas las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo–sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde fue masacrado un ejército británico en 1885, mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos guerreros sudaneses cuyo rudimentario armamento y preparación no difería mucho del de los bravos y crueles rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la flota.
Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el–Jelú con el apoyo al flanco del general Zabala, y el de la flota que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las refriegas continuaron hasta el 31 de enero, en que fue contenida una acción ofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán, con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de este ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero.
El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Desembarcaron durante el mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad–Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbás, a pedir la paz.

El tratado de Wad–Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad–Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad. El cese de las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla. Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas. Marruecos indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el pequeño territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones de guerra a España.
La paz que se firmó el 26 de abril de 1860 alguna periódicos sensacionalistas la calificó de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad–Ras y que el Gobierno español se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que España estaba llamada «a dominar una gran parte del África», pero la empresa requeriría «lo menos de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas para mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron a España a evacuar Tetuán dos años después.

Consecuencias
La guerra de África fue un completo éxito para el Gobierno y aumentó su respaldo popular, pues levantó una gran ola de patriotismo por todo el país, a pesar de que el desenlace de la guerra no colmó, sin embargo, las expectativas creadas en un clima de euforia patriótica que no tenía parangón en la historia reciente. La guerra de África produjo una gran cantidad de crónicas periodísticas —varios periódicos enviaron corresponsales a la zona—, relatos, obras literarias, canciones, cuadros, monumentos, etcétera, muchas de ellas teñidas de un patriotismo grandilocuente y propagandístico. El corresponsal del diario La Iberia, Núñez de Arce, escribió en una de sus crónicas: «El cielo me ha proporcionado la dicha de ser testigo de la empresa más grande y más heroica que ha acometido y llevado a feliz término nuestra querida España desde la gloriosa guerra de la Independencia».

La Diputación de Barcelona encargó al pintor Mariano Fortuny, nacido en Reus como el general Prim, una serie de cuadros conmemorativos, basados en los bocetos que había hecho Fortuny en su visita a los principales escenarios de la guerra. Una de las obras que más reconocimiento recibió fue una pintura de gran formato y visión panorámica titulada La Batalla de Wad–Ras, que le costó varios años terminar. Por su parte, el Gobierno llevó a cabo una «política de memoria», aprovechando la ola de fervor patriótico, que se plasmó en nombres de plazas, calles y barrios: el barrio de Tetuán de las Victorias en Madrid; la plaza de Tetuán y la calle de Wad–Ras en Barcelona; o la plaza de Tetuán en Valencia, y en monumentos públicos, como el levantado al general don Juan Prim en Reus, su ciudad natal.


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