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martes, 30 de mayo de 2017

Almanzor y el Califato de Córdoba (929–1031)

A comienzos del año 929, el emir Abderramán III proclama el Califato de Córdoba y se nombra a sí mismo Emir al-Muminin (Príncipe de los Creyentes), lo cual le otorga, además del poder temporal, el poder espiritual sobre la Uma (Comunidad de Creyentes), de este modo se convirtió en el primer califa independiente de la península Ibérica. Por otra parte, la naturaleza misma del poder dinástico cambió a causa de este acontecimiento, y el alcance histórico, reconocimiento y adhesión del pueblo a los califas de Andalucía fue inmenso. Este importante acontecimiento histórico encuentra sus fundamentos en la victoria definitiva que el poder cordobés había logrado unos meses antes sobre la interminable revuelta de Omar ibn Hafsún con la toma de Bobastro en enero del 928. Asimismo, se logró el restablecimiento de la autoridad del poder central de Córdoba sobre la mayor parte del territorio hispanoárabe y la rendición de las últimas plazas rebeldes, como las de Badajoz y Toledo.

Dentro del contexto general del mundo musulmán en los primeros decenios del siglo X, hay otra causa del acontecimiento que es la creación del Califato fatimí proclamado en 910 en Qairawan, en el norte de África, opuesto al abasí; sin duda, esta fue una justificación implícita de la instauración del título califal en Andalucía. La relación con los reinos musulmanes vecinos fue tensa; por una parte se encontraba el Califato fatimí en las fronteras cordobesas del norte de África; en el año 931, las tropas andalusíes entraron en Ceuta, donde se levantaron fortificaciones importantes. Desde entonces se establecieron tanto en Ceuta como en Melilla guarniciones andalusíes con carácter permanente. El Califato omeya desplegó grandes esfuerzos para contener lo mejor posible el avance fatimí, siguiendo con su política de alianzas con las tribus magrawa y zanata del Magreb occidental, hostiles a los sanhaya del centro que sostenían el poder fatimí.

Al norte de la Península se encontraban los reinos cristianos que seguían con sus incursiones en territorio musulmán aprovechando cualquier debilidad del Califato cordobés. En el 932 Ramiro II atacó Madrid y derrotó a un ejército musulmán en Osma. Aliándose con el poderoso gobernador moro de Zaragoza, Abderramán III organizó una campaña contra el Reino de León para restablecer la supremacía musulmana en la frontera del Duero. Abderramán no alcanzó su objetivo y sufrió una severa derrota en la batalla de Simancas, seguida de otra en el barranco de Alhándega, aunque estas derrotas no tuvieron consecuencias territoriales porque los moros consiguieron otras victorias de importancia, y el poder cordobés, con tenacidad, logró mantener una presión constante y lo suficientemente fuerte sobre la frontera, y desplegó un gran esfuerzo para protegerla, edificando nuevas defensas y fortificando las ya existentes. Abderramán III mandó edificar en el año 936 la ciudad de Medina Azahara adonde trasladó su corte.

Cuando llega al poder al-Hakén II, el Califato cordobés se encuentra consolidado tanto en el norte de la Península, con los reinos cristianos bajo vasallaje, como en el Rif, controlado por el Califato cordobés, bien mediante sus propias tropas, bien por medio de tribus aliadas o sometidas a vasallaje. A su muerte, al–Hakén II dejó el trono cordobés a un muchacho de once años sin ninguna experiencia política llamado Hisham, este joven califa contaba con el apoyo de su madre, la concubina Subh de Navarra, y el ministro al-Musafi, además de la de un gran guerrero llamado Abi Amir Muhammad, futuro al-Mansur —Almanzor para los cristianos—, que mediante intrigas y movimientos políticos va ascendiendo en la corte hasta hacerse con el poder absoluto. Almanzor puso en marcha un programa de reformas en la administración civil y militar y supo atraerse a las clases populares con una política de intensa actividad militar contra los belicosos cristianos del Norte, sobre todo los leoneses. Almanzor inició una serie de campañas o algaradas que se adentraron en territorio cristiano, llegando hasta Santiago y Pamplona. Esta política provocó que los reinos cristianos crearan una coalición contra el Califato cordobés.

Los primeros reinos de taifas

Las taifas —palabra que en árabe significa bando o facción— fueron los treinta y nueve pequeños reinos en que se dividió el Califato de Córdoba después del derrocamiento del califa Hisham III —de la dinastía Omeya— y la abolición del Califato en 1031 como consecuencia de la guerra civil. A partir de este momento, el poderío andalusí iniciará un proceso de decadencia política y militar que culminará en 1492 con la toma de Granada. Entre los años 718 y 1230 se forman los principales núcleos cristianos de la Península en los reinos de Castilla, Portugal, Navarra y Aragón. En el siglo XIII, se produce un gran avance cristiano gracias a la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) que provoca que el poderoso imperio almohade entre en decadencia, aprovechando las monarquías cristianas para reconquistar grandes territorios y arrasar las principales ciudades andalusíes.

Los almorávides invaden la Península

La disgregación del Califato en múltiples taifas hizo evidente que solo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del Norte. Así, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de Castilla anunciaba la amenaza cristiana de acabar con los reinos musulmanes de la península Ibérica. Ante tal situación, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, que se estableció en Algeciras y no solo derrotó al rey castellanoleonés en la batalla de Zalaca (1086), sino que conquistó progresivamente todas las taifas sometiéndolas a su poder. Pero la brutal ocupación que Yusuf impuso en las taifas y demás territorios conquistados, terminó llevándole al fracaso. 

La crisis del imperio almorávide viene determinada por la pérdida de Zaragoza en 1118, ocupada por Alfonso I de Aragón. Los primeros indicios del malestar andalusí contra los almorávides se produjeron en Córdoba en 1121, cuando la población se rebeló contra éstos, sólo la intervención de los fakih evitó un baño de sangre. Otras rebeliones se produjeron en distintas ciudades andaluzas y a partir de 1140 el poder almorávide empezó a decaer en el norte de África por la presión almohade. A la Península llegan estas noticias. En 1144, el sufí Ibn Quasi inició un movimiento antialmorávide y surgieron los llamados segundos reinos de taifas.

Los almohades desembarcan en Andalucía

Los almohades desembarcaron en 1145 en la península Ibérica y trataron de reunificar las taifas andalusíes utilizando como elemento de cohesión la defensa de la religión islámica. Los almohades eran fanáticos religiosos, y en poco más de treinta años lograron forjar un poderoso imperio que se extendía desde Santarém (centro de Portugal) hasta Trípoli en Libia, y consiguieron parar el avance de la Reconquista cuando derrotaron a las tropas castellanas en la batalla de Alarcos en 1195. A pesar de los esfuerzos de sus gobernantes, la dinastía Almohade tuvo problemas desde un principio para dominar todo el territorio hispanoárabe, en especial Granada y Levante. Por otro lado, algunas de sus posturas más radicales fueron mal recibidas por la población musulmana de Andalucía, ajena a muchas tradiciones bereberes que éstos quisieron imponer por la fuerza. La gran victoria cristiana en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa (1212) marcó el comienzo del fin de la brutal dominación almohade, no solo por el resultado de la contienda, sino por la subsiguiente muerte del califa al-Nasir. Las luchas sucesorias se desataron y hundieron al Califato almohade en el caos dando lugar a los terceros reinos de taifas.

A mediados del siglo XIII los territorios musulmanes en la península Ibérica quedaron reducidos al reino Nazarí. En 1238 entra en Granada Muhammed ibn Nasr conocido también como Al-Ahmar el Rojo. Es el fundador de la dinastía Nazarí (que tuvo veinte sultanes granadinos) y fue el fundador del Reino de Granada que, si bien al principio, confraternizó con los reyes castellanos, tuvo que convertirse, pasado el tiempo, en tributario de los mismos a fin de mantener su independencia. En las últimas décadas de la dinastía Nazarí, el Reino de Granada estuvo dividido por una guerra civil que enfrentó a Al-Zagal, Muley Hacen (hermano de Al-Zagal), y a su hijo Boabdil (Abu Abd-Allah), que sería el último rey de la dinastía Nazarí. Su derrota en 1492 por los Reyes Católicos puso fin a la Reconquista en España y el Reino de Granada fue anexionado a la Corona de Castilla.


Almanzor fue el mayor guerrero hispanoárabe de la Reconquista

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