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martes, 17 de octubre de 2017

Roma: el cristianismo primitivo

El cristianismo primitivo o paleocristianismo es el período de la historia del cristianismo anterior al Concilio de Nicea del año 325. Se divide en dos fases: el período apostólico, o de los Testigos —siglo I—, que abarca desde los inicios de la prédica de Jesús de Nazaret (29–30 d.C.), hasta la destrucción del Templo (70 d.C.), y desde esa fecha hasta la celebración del Concilio de Nicea en 325 se conoce como cristianismo primitivo. Para el período posterior al Concilio, en que el cristianismo pasa a ser la religión oficial del Imperio Romano con la promulgación del Edicto de Tesalónica en 380, se utilizan denominaciones como cristianismo bajoimperial, y, más adelante, cristianismo medieval. Los primeros cristianos, como se recoge en varias citas del Nuevo Testamento, así como en otros textos cristianos del siglo I —especialmente en Hechos de los Apóstoles—, eran judíos, ya fuera de nacimiento o por conversión, para los cuales se utilizaba el término bíblico «prosélito», y son denominados judeocristianos por los historiadores. Hechos de los Apóstoles y la Epístola a los Gálatas reconocen que la primera comunidad cristiana estaba en Jerusalén, y que entre sus líderes figuraban Pedro, Santiago y Juan. Pablo de Tarso, tras su conversión al cristianismo, reivindicó para sí el título de «Apóstol de los gentiles». La influencia de Pablo en el pensamiento cristiano es reconocida como más significativa que la de cualquier otro autor del Nuevo Testamento. A finales del siglo I el cristianismo comenzó a ser reconocido interna y externamente como una religión diferente del judaísmo rabínico, el cual se refundó y desarrolló con posterioridad a la destrucción del segundo Templo de Jerusalén (70 d.C.).
A medida que el canon del Nuevo Testamento se fue desarrollando, las Epístolas de San Pablo, los Evangelios canónicos y varios otros textos fueron también reconocidos como escrituras y textos sagrados para ser leídos en las iglesias. Las Cartas de Pablo, especialmente la Epístola a los Romanos, establecieron una teología basada en Cristo antes que en la Ley mosaica, pero la mayor parte de las denominaciones cristianas todavía consideran las prescripciones morales de la Ley mosaica, como el Decálogo o Diez Mandamientos. Los cristianos primitivos desplegaron un amplio abanico de creencias y prácticas, buena parte de las cuales fueron posteriormente rechazadas como heréticas. Aunque se incluyeron otras, sobre todo a lo largo del siglo IV, de origen claramente precristiano y pagano. Las comunidades primitivas del cristianismo surgen como una secta apocalíptica dentro del judaísmo escatológico (Hechos 24:5) a la que los historiadores denominan judeocristianismo. Estos primeros cristianos se llaman a sí mismos «nazarenos». Los primeros cristianos acuden a las sinagogas, como los demás judíos, y su proclama es de tipo profético. Enseñan que Jesús de Nazaret es el mesías anunciado por los profetas de la Antigüedad. A Jesús, a quien las autoridades romanas —en connivencia con el clero oficial judío— habían crucificado, pero, milagrosamente, Yahvé lo ha resucitado. Como regla de vida enseñan la Torá y las obras del Espíritu Santo, supuestamente, según las enseñanzas de Jesús. La primera parte de este período, durante la vida de los Doce Apóstoles, se denomina período apostólico. Después de la Resurrección, los Apóstoles se dispersaron fuera de Jerusalén y la labor misionera del primer cristianismo lo expandió a diferentes ciudades del mundo helénico e incluso Más Allá del Imperio Romano. Los primeros cristianos sufrieron persecuciones esporádicas como consecuencia de su rechazo al culto del emperador como divinidad. La persecución aumentó en Asia Menor a finales del siglo I, así como en Roma en Gran Incendio en el verano del año 64.
Durante el período preniceno que siguió al período apostólico, surgieron simultáneamente una gran diversidad de visiones e interpretaciones, siendo significativa la presencia de características unificadoras entre ellas que no habían existido en el anterior período apostólico. Entre estas tendencias unificadoras se encuentran el rechazo del judaísmo y de las prácticas judaicas. El cristianismo primitivo se fue separando gradualmente del judaísmo en los dos primeros siglos de nuestra Era hasta establecerse como una religión predominantemente de gentiles en el ámbito del Imperio Romano. De acuerdo con Will Durant, la Iglesia cristiana prevaleció sobre el paganismo porque ofrecía una doctrina mucho más atractiva y porque los líderes de la Iglesia se dirigieron a las necesidades humanas mejor que sus rivales paganos. Sin embargo, esta explicación no es suficiente para los cristianos, quienes ven allí más bien el cumplimiento del mandato y la promesa de Jesús a sus apóstoles, al finalizar el evangelio de Mateo (28: 18–20): «Y Jesús se acercó y les habló diciendo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”».
Las comunidades paulinas
Aunque la evangelización de paganos ya se había iniciado antes de la conversión de Pablo de Tarso en el año 36, es éste quien impulsa la propagación del cristianismo, comenzando por Arabia y Damasco, pero será en el año 45, con el inicio de su primer viaje misionero, cuando se empezará a propagar ampliamente el cristianismo. Sobre el año 50, surge la tensión entre las tendencias judías tradicionales y los creyentes gentiles (no judíos) convertidos al cristianismo judío. Llega un momento de crisis y confusión, lo cual ocurre al no saber si a los nuevos creyentes de origen gentil (no judío) les corresponde el observar la Ley al igual que al pueblo hebreo. Esta disputa (Hechos 15) es resuelta en el Sínodo de Jerusalén. Hacia el año 51, Pablo de Tarso escribe la Primera Carta a los Tesalonicenses dirigida a la comunidad de Tesalónica, fundada en el año 50. Este es el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Ya se definen por escrito algunos de los dogmas más importantes del cristianismo. No se nombra a lo largo del Nuevo Testamento a la Santísima Trinidad. Sin embargo, en esta carta de Pablo se habla del Espíritu Santo, de Dios Padre y de su Hijo, en una contradictoria afirmación monoteísta centrada en la creencia en un solo Dios vivo y verdadero. Pablo de Tarso también explotó la esperanza en la segunda venida de Jesucristo y en su papel redentor. Se da a Jesús el título de Señor, que era habitualmente utilizado para dirigirse al dios nacional en los países del entorno geográfico e histórico de Judea (Egipto, Mesopotamia, Fenicia, etcétera). Pablo se afirma en la creencia en la resurrección de los muertos. Los judeocristianos creían en esos momentos que la segunda venida de Cristo era inminente, y preocupaban y afligían porque algunos seres queridos morían sin haber visto llegar a Jesucristo en la gloria del final de los tiempos. Por ello, Pablo prometió: «Esto es lo que os decimos como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues Él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor». (1 Tesalonicenses 4, 15–17). Durante el tercer viaje de Pablo de Tarso, el Apóstol escribe la mayor parte de su obra epistolar. Tradicionalmente esta etapa se data entre los años 54–57, en tanto que las posturas revisionistas tienden a ubicarla entre los años 51–54. En esa etapa de su vida, Pablo escribió buena parte de su obra epistolar: la Carta a los gálatas, la Carta a los filipenses, dirigida a la comunidad de Filipo, fundada hacia el año 49, la Carta a Filemón y la Carta a los romanos. Esta última datada en los años 55–58.
Años 70–100. Redacción de los evangelios: diversos relatos originados entre los años 28–30 y los años 70, se transmiten de forma oral o escrita. Son recopilados y reelaborados por los evangelistas, que los insertan en un marco geográfico con bases históricas, dando lugar a los Evangelios.
Años 70: Evangelio de Marcos: el estudio crítico del Evangelio según Marcos ha aportado en los últimos años datos acerca de las características de las primitivas comunidades cristianas.
Años 80: Evangelios de Mateo y Lucas: en el Evangelio de Mateo se observa la relación conflictiva de la primitiva comunidad cristiana con los fariseos que habían escapado a la destrucción de Jerusalén. El Evangelio según Lucas muestra ciertas características de las comunidades cristianas procedentes del paganismo.
Albores del siglo II
El Evangelio de Juan, las Cartas y el libro del Apocalipsis aportan algunos datos del siglo I y principios del II, que estuvo marcado por las persecuciones.
Judaísmo y cristianismo
También importante en lo que concierne a las relaciones entre el judaísmo y el cristianismo es el documento titulado Dabru Emet (Heb. דברו אמת, «Decid [la] verdad»), que fue redactado en 2000 por 220 rabinos e intelectuales representando a todas las ramas del judaísmo. Este último documento reconoce las diferencias teológicas entre las dos religiones y a su vez afirma el dominio común a ambas, dándole legitimidad al cristianismo de los gentiles desde el punto de vista judío. Aunque Dabru Emet no es documento oficial de ninguna denominación judía, no por ello deja de ser representativo de aquello que los judíos sienten y que es expresado a través de ocho tópicos, donde se destaca particularmente la noción de que la humanamente irreconciliable diferencia teológica entre judíos y cristianos no encontrará solución ninguna hasta que Dios redima al mundo entero, tal como lo promete la Escritura. En dicho documento también se reconoce que una nueva relación entre judíos y cristianos no tiene por qué debilitar las observancias judías y que ambas comunidades deben trabajar conjuntamente por la justicia y la paz. El papa Juan Pablo II (†2005) se esmeró en mejorar las relaciones entre cristianos y judíos, siendo además el primer papa que hizo una visita oficial a la Sinagoga, donde oficialmente expresó su apología en nombre de la Iglesia católica por su proceder contra los judíos a lo largo de la Historia. En tal ocasión se refirió al judaísmo como «el hermano mayor» del cristianismo. Benedicto XVI por su parte expresó un punto de vista similar al de los rabinos, dejando claro en un libro publicado en 2004 junto con Marcello Pera que, el diálogo interreligioso puede a menudo ser positivo, pero que el diálogo teológico es prácticamente imposible y no siempre deseable.


1 comentario:

  1. Muchas gracias por las historias de reflexión compartidas, me parece genial que sigamos adelante con la fuerza que Dios nos brinda, con nuestras oraciones podemos lograr mucho.

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