El 21 de julio de 1568 las tropas
del duque de Alba infligían una aplastante derrota a los holandeses en
la batalla de Jemmingen. El duque había sido enviado para castigar a los
responsables de la «furia iconoclasta», que en el verano de 1566 había sembrado
el terror mediante el saqueo de iglesias, destrozos de imágenes, asesinatos de
católicos y robos de objetos de culto. Gobernaba por entonces Flandes la
hermanastra de Felipe II, Margarita de Parma, que tras sofocar la revuelta fue
partidaria de hacer concesiones a los calvinistas, tal y como le habían pedido
los nobles flamencos, cada vez más molestos con el rey español, y por tanto,
más cerca de los rebeldes. Felipe II sopesó el asunto con sus consejeros y al
final se impuso la postura del duque de Alba: había que reprimir a los
sublevados que, además de rebeldes, eran herejes. Al monarca le pesó el ejemplo
de Francia, donde la permisividad y la tolerancia habían desatado un problema
mayor. Partió el duque de Alba rumbo a Milán, donde reunió a los Tercios y se
encaminó a Flandes al mando de 9.000 hombres. Una vez en Bruselas, el duque
creó el Tribunal de Tumultos para perseguir la herejía y castigar a los
rebeldes. Viendo el cariz de las represalias, Guillermo de Orange se retiró a
Alemania, no así los condes de Egmont y Hornes, detenidos y más tarde
ejecutados por el duque de Alba. Pronto se organizó la resistencia contra el
dominio español. El príncipe de Orange logró reunir un ejército que al mando de
su hermano Luis de Nassau derrotó al duque en Heiligerlee. No fue más que un
aviso para los Tercios. Apenas dos meses después el duque logró acorralar a
Nassau en la desembocadura del río Ems y le infligió una severa derrota en la
batalla de Jemmingen. Álvarez de Toledo demostró una superioridad militar
aplastante y supo desbaratar la pueril resistencia de los holandeses como si se
tratase de un entrenamiento. El ejército rebelde quedó aniquilado, mientras que
las tropas españolas sufrieron unas pocas decenas de bajas en una proporción
que se acercaba a un muerto español por cada millar enemigo.
Esta humillante derrota obligó a
Guillermo de Orange a refugiarse de nuevo en Alemania. Con Guillermo fuera de
Holanda y con los principales cabecillas decapitados, parecía que el duque de
Alba había terminado con la rebelión y urgió al rey a poner en práctica la
segunda parte del plan; su viaje a Flandes. Felipe II no pudo, o no quiso,
viajar a Flandes, dejando al duque de Alba solo en su papel de pacificador de
la provincia. La falta de dinero para pagar a las tropas llevó al duque a
imponer un impuesto (alcabala) del diez por ciento sobre todas las
compraventas, medida que fue vista como un castigo colectivo, y que volvió a
poner en su contra a la población. En 1572 el duque de Alba tuvo que hacer
frente a varios intentos de invasión. Los mendigos del mar capturan en abril la
ciudad portuaria de Brielle y desde allí los puertos de Flesinga y Enkhuizen,
cerrando la salida al mar de las ciudades de Brabante y Holanda, las provincias
más ricas de los Países Bajos, con el fin de acabar con su comercio. El éxito
de los mendigos del mar fue la mecha que volvió a encender la rebelión en la
región. Las ciudades de las provincias de Holanda, Zelanda, Frisia, Güeldres y
Utrecht reclamaban la presencia de Guillermo, que volvió por el norte al frente
de un ejército, y su hermano Luis atacó desde el sur al mando de otro. El duque
de Alba reaccionó en el sur venciendo a las tropas de los rebeldes que sitiaban
Mons, mientras en el norte su hijo don Fadrique asaltaba y saqueaba las
ciudades de Malinas, Zutphen y Naarden. Tras el asedio de Haarlem, que finalizó
el 11 de julio de 1573, sus habitantes pagaron 250.000 florines para escapar
del saqueo. Posteriormente el duque ordenó poner sitio a la ciudad de Alkmaar,
cuyos habitantes decidieron romper los diques que protegían sus campos del mar,
provocando la ruina de la ciudad, pero obligando al duque de Alba a levantar el
sitio. Entre tanto, Felipe II había decidido sustituir al duque de Alba como
gobernador para intentar una solución negociada al conflicto.
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