Powered By Blogger

viernes, 13 de abril de 2018

La extraña muerte del emperador Juliano el Apóstata


Contra todo pronóstico, el joven Juliano se convirtió en único augusto del Imperio Romano en noviembre del año 361, tras la repentina muerte de Constancio II, el augusto de Oriente con el que había entrado en guerra. Juliano, sobrino de Constantino, se veía a sí mismo como un Alejandro reencarnado y, seguramente por ese motivo, decidió emprender una campaña militar contra los persas, enemigos seculares de los romanos en Asia.
La ofensiva se presentaba como una larga guerra de posiciones y desgaste que, como en campañas anteriores, beneficiaría a los partos, pese a que Juliano contaba con la alianza del rey armenio Arsaces II. Aparentemente, la intención política de esta gran expedición de 65.000 hombres era la entronización del príncipe Hormizda, hermano del rey persa Sapor II, que se había refugiado en el Oriente romano en 324, y que se declaraba proclive a buscar una paz duradera con Roma, respetando la soberanía de Armenia.
Los testimonios del historiador latino Amiano Marcelino proporcionan una reconstrucción bastante precisa de la marcha del ejército romano a través de Mesopotamia iniciada en marzo de 363. Una gran victoria lograda cerca de Seleucia del Tigris permitió a Juliano alcanzar la capital sasánida, Ctesifonte, sin mayores contratiempos. Pero ante la imposibilidad de tomarla por asalto, decidió levantar el asedio y marchar hacia el norte para unirse a la columna conducida por Procopio, su segundo en el mando. Para conseguir una mayor rapidez de movimientos, Juliano ordenó quemar las naves de la flota de abastecimiento, y que hasta entonces había acompañado al ejército a lo largo del Tigris, lo que sin duda desmoralizó a las tropas. En el curso de una marcha agotadora, continuamente hostigado por un enemigo que se negaba a presentar batalla en campo abierto, Juliano sucumbió por una lanzada en el transcurso de una escaramuza con la caballería parta registrada el 26 de junio de 363.
Se ha planteado que la jabalina fuera lanzada desde sus propias filas por un soldado cristiano, y se ha especulado con una posible conjura de la facción asiática del ejército, encabezada por el conde Víctor y otros oficiales cristianos, entre ellos Valentiniano, futuro emperador de Occidente.
Juliano fue llevado a su tienda y fue atendido por su médico personal Oribaso de Pérgamo, que no pudo hacer nada por salvarle la vida, ya que tenía perforados el hígado y los intestinos y sufría una gran hemorragia. Después de reunirse con los oficiales para impartir sus últimas instrucciones, el emperador falleció.
El corto principado de Juliano terminaba así en un completo fracaso, pues no había logrado restaurar el paganismo, ni consumar la conquista de Partia. El ejército eligió como su sucesor a Joviano, un oficial cristiano de origen panonio, que se encontró en una situación desesperada, en territorio hostil y rodeado por un enemigo superior. Ansioso por llegar a territorio romano y confirmar su nombramiento, firmó una paz muy desfavorable con los persas, a quienes cedió Nísibis y gran parte de la Armenia reconquistada por Diocleciano en 298 a cambio de tener el paso franco hasta el territorio romano. Sapor II, que nunca había deseado la guerra con los romanos, y que también tenía que hacer frente a numerosos problemas internos, firmó la paz con Joviano y el príncipe Hormizda tuvo que renunciar a su sueño de convertirse en Gran Rey de los partos sasánidas.
Los restos de Juliano fueron sepultados en Tarso, y posteriormente trasladados a la Iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla, siendo depositados en un gran sarcófago de pórfido. Aunque la iglesia fue destruida por los turcos en 1453 y sus restos vejados y expoliados, el sarcófago aún se conserva en el Museo Arqueológico de Estambul.
El historiador Theodor Mommsen, muy crítico con Juliano, dijo que éste intentó retrasar el reloj de la Historia y propiciar al agonizante paganismo una última oportunidad.
Antes de dirigirse a Mesopotamia para iniciar su campaña contra los partos, Juliano quiso detenerse en Jerusalén y visitó las ruinas del antiguo Templo de los judíos destruido por las legiones de Tito tres siglos antes. Juliano, quizá para debilitar a los cristianos, ordenó la reconstrucción del Templo encargando la tarea al prestigioso arquitecto Alipio de Antioquía y al gobernador de la provincia. Amiano Marcelino recoge el suceso en sus crónicas y cuenta que, al poco de iniciarse las obras, unas terribles bolas de fuego estallaron cerca de las obras, y que después de los constantes sabotajes y ataques perpetrados por los cristianos, los obreros abandonaron las obras y, tras la muerte de Juliano unos meses más tarde, el proyecto se abandonó definitivamente.

Catafractos tardorromanos

No hay comentarios:

Publicar un comentario