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domingo, 4 de junio de 2017

Bizancio y las cruzadas

Las Cruzadas llevaron a sus últimas consecuencias el antagonismo que separaba a las dos grandes civilizaciones europeas: una occidental, latina, y tras las invasiones germánica, y otra oriental, griega, más culta y rica, dotada de un sustrato de cultura urbana mucho más antiguo. Pero que, sin embargo, no supo mantener la supremacía militar que había llevado a Roma a gobernar la cuenca mediterránea durante setecientos años. La diferencia había ido agrandándose tras la cristianización del Imperio en los siglos IV y V, y se fue acentuando por la diversidad de costumbres y de regímenes económicos, mucho más complejos en Oriente; en la diferente organización política, porque Bizancio consolidó y completó el aparato administrativo romano adaptándolo a su realidad étnica y geográfica; en los distintos puntos de vista ante las relaciones internacionales tras la invasiones del siglo V, supeditadas las bizantinas a partir del siglo VII a la amenaza del Islam y a las migraciones masivas de eslavos y búlgaros —auténticas invasiones—, que redujeron considerablemente su territorio y amenazaron su propia existencia. Si bien es cierto que los búlgaros no llegaron a Occidente, allí se enfrentaron a otras invasiones: como la de los musulmanes en la península Ibérica; o las incursiones normandas en Inglaterra y el norte de Francia a partir del siglo VIII.
Los bizantinos poseían tradiciones religiosas distintas a las de los occidentales: el poder imperial dominaba sin discusión al eclesiástico, la lengua litúrgica era el griego; el recelo hacia Roma, un pobre obispado rodeado de reinos bárbaros, impedía reconocer, de hecho, la supremacía jerárquica y espiritual de los papas, máxime pensando, como se pensaba, que el traslado de la capital del Imperio a Constantinopla consumado por Constantino en el siglo IV, había provocado también el de la Sede Apostólica. Además, la religiosidad bizantina era muy distinta a la latina, aunque la jerarquía eclesial fuera muy parecida en ambas partes; en una religiosidad, la bizantina, en la que primaban las más sutiles preocupaciones dogmáticas, predominando sobre la moral, siempre destacada en Occidente. Por todo esto, en Oriente fructificaron las primeras herejías, dado que la herejía exige una profunda especulación intelectual en torno a la fe, que en la rusticidad de la Europa altomedieval surgida tras las invasiones germánicas, habría sido inconcebible. Así ocurrió que, a medida que el pontificado recuperaba su prestigio y su poder en Occidente, se acentuaba la oposición de los bizantinos a reconocerlo. Tras la primera ruptura entre Roma y Constantinopla en tiempos del emperador Focio, a mediados del siglo IX, la excomunión mutua definitiva, porque no se levantó, se produjo en 1054 entre el papa León IX y el patriarca Miguel Cerulario. Posteriormente, los intentos de reconciliación entre ambas Iglesias fueron frecuentes, e incluso fructificaron en 1274 y en 1439, pero la oposición básica siguió siempre en pie e hizo que todos estos esfuerzos terminaran en fracaso. De facto, ambas Iglesias continúan separadas.
En el momento de iniciarse las Cruzadas a finales del siglo XI, los bizantinos eran, a ojos de los latinos y anglosajones, cismáticos. Eran además un pueblo vencido e incapaz de oponerse al Islam. Tras la recuperación bizantina de los siglos X y XI, la derrota de Manzikert (1071) había puesto en manos de los turcos casi toda el Asia Menor. Un siglo después, y a pesar de la intervención europea, los bizantinos volvían a sufrir una derrota definitiva en Miriocéfalo (1177). Pero Bizancio, aun en plena decadencia, era un país riquísimo debido a su papel de intermediario comercial entre Asia y Europa: los venecianos y genoveses fueron arrebatándole aquel monopolio a partir del siglo X, y cuando tropezaron con dificultades excesivas para lograrlo, no dudaron en desviar el impulso de la IV Cruzada contra Constantinopla, que fue tomada por los italianos en 1204 y vivió bajo el dominio de los señores feudales occidentales, hasta su definitiva caída en poder de los turcos en 1453.
Las Cruzadas fueron para Bizancio un fenómeno nefasto y contribuyeron a precipitar su ruina política, territorial y económica. Nunca fueron motivo de aproximación entre ambos lados de la Cristiandad, sino de distanciamiento y de odio. A la rudeza de costumbres, a la envidia e incluso al odio de los occidentales, replicaban los bizantinos con un menosprecio basado en el mayor nivel intelectual de su cultura, en la calidad de su compleja diplomacia y de sus instituciones, y en la profundidad dogmática de su Iglesia. Lamentablemente para ellos, aquella superioridad cultural no estaba apuntalada por una fuerza militar capaz de frenar a los otomanos. Los primeros emperadores romanos fueron casi todos soldados; los bizantinos se preocuparon más por las cuestiones teológicas y esto llevó al Imperio de Oriente a su ruina definitiva.
Infantería tardorromana oriental, siglo VI d.C.

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