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viernes, 2 de junio de 2017

Alfonso I el Batallador y los templarios de Aragón

La presencia de los templarios en España es un caso particular; muy diferente de los de Francia e Inglaterra. En toda la Península se mantenía una lucha sin cuartel contra los sarracenos, de modo que lo importante era formar caballeros que pudieran combatir en las huestes del rey y de los señores feudales para expulsar a los musulmanes. En el año 1131, Ramón Berenguer III, conde Barcelona, ingresó en la Orden del Temple y al año siguiente moría el rey aragonés Alfonso I el Batallador. Esta circunstancia sumió al Reino en una grave crisis política porque en más de una ocasión el soberano había hecho testamento cediendo sus señoríos a tres órdenes monásticas: al Hospital de los Pobres de Jerusalén, a los Custodios del Santo Sepulcro y a la Milicia del Templo del Rey Salomón. Como era de esperar, el testamento no obtuvo la conformidad de los nobles de Aragón, pero la mejor solución que encontraron fue pedir la aprobación papal para que el obispo Ramiro, hermano del rey Batallador, pudiera tener al menos un descendiente que ocupara el trono.
La hija del obispo Ramiro, Petronila, fue finalmente casada con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, pero se hacía necesaria una presencia que pudiera mantener el equilibrio de fuerzas en la precaria situación del Reino. Por consejo de su padre, que había ingresado en el Temple, Ramón Berenguer IV reunió a los principales señores y obispos aragoneses con una delegación templaria para llegar a un acuerdo en lo referente al testamento del rey Batallador. Lo primero que se decidió fue crear una milicia que actuara contra los moros, dependiente de la Orden del Temple. Por los servicios de defensa del Reino de Aragón y la protección que éstos les brindarían frente a los sarracenos, les sería adjudicada una quinta parte de las tierras reconquistadas a los musulmanes, a lo cual se sumaría un diezmo de la parte real más la décima parte de todo lo que el rey aragonés poseyera. También percibirían el diezmo de los obispos otorgado por las bulas papales más una parte de los tributos que la taifa de Valencia pagaba al conde de Barcelona.
También se estableció que los caballeros templarios debían dar su visto bueno antes de que se firmara cualquier pacto o armisticio entre el rey y los moros de Andalucía. También, como compensación, recibirían el castillo y la villa de Monzón con las veintisiete poblaciones que abarcaban sus dominios, el castillo de Barberá en Tarragona, y los castillos de Gremolins y Granyena en Lérida. Los privilegios que la Orden obtuvo en España, como se puede apreciar, fueron enormes; de ahí que sea fácil comprender que su fama creciera rápidamente y que las familias suspiraran por tener a uno, o a varios de sus miembros, en sus filas.
La Orden prosperó en poco tiempo, y los templarios españoles rara vez fueron a guerrear a Tierra Santa, de hecho, no era necesario, pues «tenían al enemigo en casa». Algunos de sus castillos en la Península los obtuvieron como pago de créditos hechos a la nobleza en tanto que otros fueron tomados por la fuerza a los musulmanes. En casi todos los países en los que los caballeros templarios tuvieron encomiendas, se tejieron muchas leyendas en las que la Orden es la gran protagonista. En ocasiones, se trata de las hazañas heroicas de uno de los caballeros de la zona, en otras, de un relato vinculado a la custodia de alguna reliquia. Debido a su presencia en Tierra Santa, lugar donde vivieron Jesús y los apóstoles, se atribuyó a los templarios el haber traído a Occidente objetos que habían pasado por sus manos, o que habían estado en contacto con personajes bíblicos o del Nuevo Testamento. Aunque no es muy probable que los monjes hubieran conseguido estas reliquias, en muchos templos se guardaron objetos considerados sagrados y venerados como tales sin que la Iglesia se pronunciase en contra. Son tantos los templos que albergan un trozo de la cruz y los relicarios que contienen una astilla de la misma, que si la historia de estos minúsculos trozos fuera cierta, con todos ellos podría construirse una cabaña de madera de grandes dimensiones.
Uno de los países que cuenta con más leyendas locales es España. Tal vez debido a que, si bien no todos los templarios entregaron por las buenas sus castillos ante la orden del rey tras la bula de Clemente V en 1307, los monjes no sufrieron la salvaje persecución sufrida por sus hermanos franceses. Pero no siempre contaron con la simpatía del pueblo y de los nobles...


Alfonso I el Batallador, rey de Aragón

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