Posiblemente nunca se sepa quién
mató a Calvi, el banquero que lavó ingentes cantidades de dinero procedente del
narcotráfico y de la mafia, que financió las operaciones anticomunistas
encubiertas del Vaticano en Polonia y América del Sur, que se asoció con la
logia masónica P2 y que promocionó con grandes sumas de dinero el imparable
ascenso político del socialista Bettino Craxi. El 5 de junio de 1982, Calvi envió
una carta desesperada a Juan Pablo II en la que garantizaba al papa que no
revelaría nada de lo que había hecho en interés de la Iglesia. También le
ofrecía importantes documentos. La carta no tuvo respuesta y el cadáver de
Calvi apareció colgado del puente londinense de Blackfriars sobre el río Támesis
dos semanas después, el 18 de junio de 1982. La policía británica cerró el caso
como suicidio, pero lo reabrió años más tarde y dictaminó que fue un asesinato.
Un tribunal romano absolvió en junio de 2007, por falta de pruebas
concluyentes, a cuatro acusados de participar en el crimen. Aunque el caso no
se dio por cerrado porque los fiscales apelaron. Hay, además, otro proceso en
marcha, en el que figura, como presunto autor intelectual del asesinato, el
fundador de la Logia P2, Licio Gelli. Pero han pasado ya 25 años, los
principales protagonistas de la época han fallecido y todo parece cada vez más
oscuro y lejano en el tiempo. La muerte de Calvi está destinada a ser uno de
los grandes misterios del siglo XX.
Uno de los motivos de la rápida
expansión del Banco Ambrosiano fue la relación de Calvi con Michelle Sindona,
el banquero de la mafia. Sindona tenía abiertas las puertas del Vaticano
gracias a su condición de asesor oficioso del papa Pablo VI en cuestiones
económicas (aún no eran públicas sus conexiones mafiosas) y trató de crear con
Calvi algo parecido a un holding bancario católico, capaz de rivalizar con la
banca pública laica y privada. Calvi y Sindona se distanciaron poco después.
Para entonces, Calvi contaba ya con un nuevo aliado: el arzobispo Paul
Marcinkus, director del Instituto de Obras Religiosas (IOR), el banco del
Vaticano. El IOR, fundado como Comisión para
las Causas Pías por León XIII en 1887, se había convertido en un banco
importante y muy especial por dos circunstancias históricas. La primera tuvo lugar en 1929,
cuando se firmaron los acuerdos del Tratado de Letrán que garantizaron la
soberanía pontificia sobre unas pocas hectáreas alrededor de la basílica de San
Pedro, e indemnizaron a la Santa Sede por la pérdida de los antiguos Estados
Pontificios. El dinero de la indemnización proporcionó una enorme liquidez al
IOR, que empezó a invertir sin escrúpulos. La segunda circunstancia fue una ley
italiana de 1962 que impuso a la Iglesia católica cargas fiscales sobre los
rendimientos del capital. El IOR reaccionó desviando al extranjero la mayor
parte de sus actividades.
Paul Marcinkus llegó a Roma en 1950
para estudiar Derecho Canónico. Hizo rápidamente amistades en la curia, y
cultivó muy especialmente la del arzobispo Montini, secretario de Estado, que
le acogió en la sección anglófona de su departamento. Pocos años después de
convertirse en papa, Montini encomendó a Marcinkus la organización de sus
viajes (en uno de ellos, en Manila, Marcinkus evitó con grandes reflejos que el
pontífice fuera apuñalado por un demente), Pablo VI le nombró obispo en 1968 y
en 1971 le asignó la dirección del IOR. El obispo Paul Marcinkus y el
banquero Roberto Calvi establecieron una relación estrechísima. Calvi se
acostumbró a asesorar a Marcinkus y a cubrir las pérdidas en las que éste
incurría regularmente: al director del IOR no le gustaba invertir, sino
especular en Bolsa. Ninguno de los dos hacía ascos al blanqueo de dinero sucio
a través de su red bancaria internacional. Les protegía Licio Gelli, gran maestre
de la logia masónica P2 que gozaba de crédito ilimitado en el Banco Ambrosiano.
También recibía del banco millones a fondo perdido un dirigente socialista,
Bettino Craxi, que se convirtió en los años ochenta en la figura hegemónica de
la política italiana.
El brevísimo pontificado de Albino
Luciani, Juan Pablo I, fue un mal momento para el tándem Calvi-Marcinkus. Su
inesperada muerte, y el hecho de que no se le practicara la autopsia al
cadáver, suscitaron enormes especulaciones. Se habló de asesinato y Marcinkus
fue de inmediato el principal sospechoso. Libros como En nombre de Dios, de
David Yallop, y ficciones cinematográficas como la película El Padrino III
abonaron la tesis de la conspiración homicida. La llegada al papado del polaco
Karol Wojtyla, contra todo pronóstico, cambió radicalmente la situación. Juan
Pablo II estaba muy vinculado al Opus Dei, una organización religiosa en
situación de precaria influencia en los asuntos de la Iglesia (Pablo VI
detestaba al Opus y no había querido concederle una posición autónoma en la
jerarquía eclesiástica) pero económicamente muy fuerte. El Opus Dei, visto como
una fuerza conservadora desde el punto de vista religioso, insistía en que los
liberales como Marcinkus abandonaran el IOR; al margen de cuestiones
religiosas, en el mundillo económico vinculado al Opus se sabía que el IOR iba
derecho al desastre y, según numerosos testimonios incluidos en el sumario del
caso Calvi, se ofrecía a enderezar los balances contables.
Para Juan Pablo II, sin embargo, la
máxima prioridad era la lucha contra el comunismo. El Vaticano empezó a enviar
grandes sumas de dinero para subvencionar las actividades subversivas del
sindicato polaco Solidaridad y a los grupos paramilitares y a las
organizaciones anticomunistas centroamericanas. Cuando el IOR no podía (por
falta de recursos o para mantener un mínimo de discreción) ocuparse
directamente de las transferencias, Calvi y el Banco Ambrosiano se hacían cargo
de la tarea. El IOR llegó a acumular una deuda superior a los 1.200 millones de
dólares con el Banco Ambrosiano, que nunca fueron reembolsados. El agujero creado en el Ambrosiano
por las necesidades de Marcinkus (y del propio papa) empezó a descubrirse en
1981. Calvi sufrió una primera condena de cuatro meses en arresto domiciliario
por delitos monetarios. El banquero, sintiéndose acosado, se convenció de que
sólo un acuerdo con el Opus Dei podía salvarle. Pensaba que el Opus era capaz
de movilizar el dinero suficiente para recapitalizar el IOR y devolver el
dinero adeudado al Banco Ambrosiano; a cambio, la Obra podría asumir un control
directo sobre el IOR y las finanzas vaticanas. La idea figura en muchas de las
cartas escritas por Calvi en esa época, aunque no existen pruebas de que el
Opus Dei participara en el proyecto de salvamento.
El 11 de junio de 1982, Roberto
Calvi abandonó Italia desde Trieste, a bordo de un yate. La nave atracó en
Isola (Yugoslavia) y el banquero tomó un avión privado hasta Klagenfurt
(Austria). Llevaba un pasaporte falso a nombre de Gian Roberto Calvini que le
había proporcionado Ernesto Diotallievi, uno de los jefes de la delincuencia
común romana. Con Calvi viajaban Flavio Carboni, empresario de la construcción
y ex socio de Silvio Berlusconi en Cerdeña, y Silvano Vittor, contrabandista
italiano asentado en Yugoslavia. Calvi quería ir a Zúrich. Carboni y Vittor le
convencieron de que tomara otro avión privado y se dirigiera a Londres y le
buscaron alojamiento en el Chelsea Cloister, un ruinoso bloque de apartamentos,
más propio de indigentes que de banqueros. Roberto Calvi dedicó su última
semana de vida a recopilar varios documentos comprometedores para numerosas
personas e instituciones. Esperaba una respuesta a la carta que había enviado a
Juan Pablo II, en la que le advertía contra “los enemigos internos” dirigidos,
según él, por el secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. Confiaba aún
en salvar al Banco Ambrosiano y su propia vida. El 18 de junio, Carboni y Vittor le
dejaron solo en el Chelsea Cloister. La última persona que vio a Roberto Calvi
con vida fue el pintor Cecil Gerard Coomber, residente en el edificio. Hacia
las diez de la noche del día 17, el pintor se cruzó en el pasillo con el
banquero Calvi, a quien acompañaban dos hombres que hablaban italiano. A las 7:30 horas del día 18, un
empleado del diario Daily Express descubrió un cuerpo que colgaba del puente de
Blackfriars. La Policía comprobó que se trataba de Roberto Calvi. Llevaba
encima dos relojes Patek Philippe, 15.000 dólares en divisas y unos cinco kilos
de piedras preciosas repartidas entre los bolsillos de la chaqueta y los del
pantalón. El primer informe forense determinó precipitadamente que se trataba
de un suicidio por ahorcamiento. En 1988, sin embargo, los tribunales
británicos e italianos establecieron que Roberto Calvi había muerto asesinado.
Carboni, Vittor, Diotallievi y el temido y sanguinario capo mafioso, Pippo
Caló, además de una antigua amante de Carboni, fueron acusados de homicidio.
Según la Fiscalía de Roma, los cuatro acusados conspiraron para que dos
sicarios, siguiendo sus instrucciones, cometieran el crimen. Continuando con la
hipótesis de los fiscales: los dos desconocidos convencieron a Calvi para que
les acompañara hasta un barco que, a través del Támesis, le llevaría a alta mar
y desde allí embarcaría en otro con rumbo a Sudamérica, donde estaría a salvo.
Todos los indicios apuntaban a que Roberto Calvi, en efecto, subió a una
embarcación y que debieron asesinarle en ella por estrangulamiento. Después
colgaron su cadáver del puente Blackfriars. Como la marea estaba alta, el
cuerpo se hundió en el agua hasta las axilas.
El Opus Dei fue convertido en
Prelatura personal pocos meses después de la muerte de Roberto Calvi. Casi al
mismo tiempo, un amigo personal de Juan Pablo II, el eclesiástico Pavel
Hnilica, compró a Carboni los “documentos comprometedores” que guardaba Roberto
Calvi antes de morir. No se supo más de ellos. Hnilica murió en 2006. En 1987, la policía italiana cursó
una orden de busca y captura contra el cardenal Paul Marcinkus, acusado de
fraude y estafa: sin embargo, Marcinkus exhibió su pasaporte vaticano, que le
confería inmunidad diplomática y siguió tranquilamente al frente del IOR hasta
1989. Desde 1991 fue presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la
Ciudad del Vaticano. Se jubiló en 1997 y murió en Arizona en 2006. Bettino
Craxi murió exiliado en Túnez en 2000 y Licio Gelli, de casi 90 años, condenado
por numerosos delitos, permaneció varios años recluido en arresto domiciliario
a la espera de juicio por el caso Calvi, veinticinco años después de su
asesinato.
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