Según Charles Millard Pratt, que fue
empleado de la Standard Oil of New Jersey, y que era hijo de un antiguo
competidor de John D. Rockefeller, a quien éste arruinó, cuando el magnate
contaba unos 52 años, su salud comenzó a empeorar. Contrajo la sífilis y varias
enfermedades del aparato digestivo, perdió el cabello, adelgazó y se le
hundieron los hombros. Con la espalda encorvada llegó a tener la apariencia de
un hombre decrépito, mucho mayor de lo que en realidad era. Apenas sí podía
mantenerse en pie. Con sus recursos económicos ilimitados buscó tratamientos
costosos pero todo fue en vano, su salud no mejoró hasta que, según le contó a
Pratt su padre, selló un pacto con el diablo y fue entonces cuando empezó a restablecerse,
recobró la salud perdida y logró vivir hasta los 98 años de edad. A
continuación reproducimos unas palabras de aquel implacable hombre de negocios:
«El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más
apto... La bella rosa estadounidense sólo puede lograr el máximo de su
esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen
en su alrededor. Esto no es una tendencia malsana en los negocios. Es
simplemente el resultado de una combinación de una ley de la Naturaleza con una
ley de Dios».
John Davison Rockefeller nació en
una granja del estado de Nueva York en 1839. Su padre era un charlatán que
vendía remedios «milagrosos» a base de opio y estafaba a sus propios hijos para
inculcarles el sentido de los negocios. Su madre fue una mujer muy mojigata y
devota que educó a sus hijos en el rigor religioso y la austeridad, llegando al
extremo de amarrarlos a un poste para castigarlos por la travesura más ínfima.
John comenzó su carrera en Cleveland, Ohio, ejerciendo de contable. Fascinado por las hazañas de los
primeros pioneros del petróleo, compró, a los 26 años, una refinería en
asociación con dos hermanos ingleses, de los que se deshizo rápidamente
comprando la participación de ambos en la empresa. John comprendió enseguida
que la única manera de dominar el mercado tenía que ver más con el proceso de
elaboración del crudo y su distribución que con la extracción, así que
concentró su estrategia de negocios en el ferrocarril en unos momentos en los
que la red ferroviaria destinada al transporte del petróleo desde los
yacimientos hasta Cleveland auguraba la dependencia de los pequeños productores
en relación con los transportistas. Con una mezcla de pericia en los
negocios y extorsiones a los propietarios de pequeños yacimientos que se
negaban a vender, logró eliminar a los pocos competidores que le quedaban hacia
1870, cuando fundó la sociedad por acciones conocida como Standard Oil Company,
con un capital de 1 millón de dólares, del cual sólo poseía el 27%. No tardaron
en aparecer los primeros conflictos entre el cártel de productores y el de
transportistas, con la Standard Oil como moderadora de las disputas. En aquella
época, el crudo se transportaba en plataformas y en barriles abiertos que
permitían la evaporación de la parte más volátil y preciosa de la carga. Lo que
llegaba al punto de destino era un residuo espeso que había perdido la mayor
parte de su valor.
Después de hacerse en secreto con la
compañía de transporte ferroviario Union Tanker Car Company así como con la
patente de los vagones-cisterna metálicos y herméticos, prácticamente iguales a
los que se utilizan en la actualidad, John D. Rockefeller se centró en alquilar
esos innovadores medios de transporte a sus competidores para que pudieran transportar
el crudo que producían desde los yacimientos donde se efectuaba la extracción
hasta las refinerías. Cuando esos mismos nuevos
productores desarrollaban su infraestructura con vistas a aumentar la
producción, la Union Tanker rompía unilateralmente los contratos de alquiler de
las plataformas de transporte, provocándoles así enormes pérdidas a causa de
las importantes inversiones que habían realizado y llevándolos a la quiebra. La
Standard Oil aparecía entonces para comprarlos a precios irrisorios.
Rockefeller aplicó durante años la misma estrategia, que le funcionó muy bien
mientras no se supo que él era también el propietario de la Union Tanker. Si
bien los métodos agresivos, por no decir coercitivos, que permitieron a
Rockefeller controlar el 90% del mercado energético estadounidense en 1910
están ampliamente documentados, y dieron inclusive lugar a las modernas leyes
antitrust ó antimonopolio, actualmente siguen sin ser mencionados en los libros
de historia y buena parte de la documentación legal referida o concerniente a
aquellas primeras adquisiciones de yacimientos petrolíferos y otras compañías,
han desaparecido. John Davison Rockefeller murió a los
98 años, y su único hijo, John Davison, se hizo cargo holding petrolífero y
financiero a los 64 años, cuando ya estaba cerca de la edad de jubilación, por
lo que fue su hijo, David Rockefeller, nieto del patriarca, quien asumió el
liderazgo en los negocios de la familia. David cumplió 95 años en 2010.
La Revolución rusa de 1917 cambió el
mundo, y cuando un año después finalizó la Primera Guerra Mundial, los europeos
habían perdido definitivamente su hegemonía mundial. A partir de entonces,
serían los Estados Unidos quienes impusiesen sus criterios políticos, militares
y económicos, y ese Nuevo Orden Mundial, estaría presidido por las influyentes
empresas norteamericanas. Alguien dijo durante el conflicto de 1914-1918 que
“el petróleo sería la nueva sangre con la que se regarían los campos de batalla
en el futuro”. No se equivocó. Ya en 1919 estaba claro que las empresas
norteamericanas iban a jugar un papel fundamental y quienes dictasen al
Gobierno de Estados Unidos su política exterior. A principios del siglo XX, al
producirse la primera globalización, las grandes potencias europeas basaban en
su expansión colonial su crecimiento económico. Estados Unidos era consciente
de que el único continente asequible para crecer “colonialmente” en aquellos
momentos era el propio continente americano. Y se lanzó a su colonización. Eso
sí, no lo hizo como los españoles cuatrocientos años antes, con soldados y
sacerdotes, sino con sus empresas. Una fuerza colonial mucho más sutil y
efectiva que cualquier ejército convencional. Un país era más poderoso en tanto su
influencia política, su economía y su moneda se hacían sentir en más
territorios y colonias. En 1904 Francia y Reino Unido firmaron un acuerdo
conocido como Entente Cordiale por el que se repartían amistosamente África,
dejando fuera a Alemania. Diez años después aquel sería uno de los detonantes
de la Primera Guerra Mundial. Por otra parte, en el último tercio
del siglo XIX, las boyantes economías europeas experimentaron una especie de
colapso económico al quedar saturados sus mercados internos. Se imponía la necesidad
de abrir nuevas rutas comerciales e incorporar nuevos territorios que
absorbiesen la producción industrial de las metrópolis. Así, en la Conferencia de Berlín de
1884, las potencias europeas decidieron repartirse sus áreas de expansión en el
continente africano, con el fin de no llegar a la guerra entre ellas. Otros
acuerdos similares delimitaron zonas de influencia en Asia y especialmente en
China, donde se llegó a diseñar un plan para desmembrar el país, que no podría
llevarse a cabo al desatarse la Primera Guerra Mundial en 1914.
Entretanto, en Estados Unidos, John
Davison Rockefeller, que ya había fundado la Standard Oil en 1870, adquiría
nueve años después (1879) la Vacuum Company y otras empresas relacionadas con
la incipiente industria petrolífera hasta convertirse en un gigantesco
monopolio (trust, en inglés) que amenazaba la libertad de mercado. Así que,
como ya hemos visto, el Gobierno de los Estados Unidos decidió en 1911 que la
Standard Oil debía fragmentarse en otras compañías más pequeñas, de ahí
surgieron entre otras, Esso (Exxon), Mobil, Texaco, Chevron, etcétera. Pero lo que el Gobierno de Estados
Unidos consideraba un riesgo en 1911, ya no lo era a finales del siglo XX, así
que esas antiguas compañías surgidas del despiece de la Standard Oil se fueron
reagrupando para conformar un nuevo oligopolio mundial del petróleo. A pesar del despiece de la compañía,
John D. Rockefeller mantuvo su control sobre la Standard Oil y también, de
forma subrepticia, sobre las empresas que habían surgido tras el desguace de la
compañía matriz. Tras la desmembración de la Standard
Oil, John D. Rockefeller intentó infructuosamente que el zar de Rusia, Nicolás
II, le otorgase en exclusiva la concesión para explotar los ricos yacimientos
petrolíferos rusos. El zar se negó a ello obstinadamente, pero Rockefeller no
era un hombre que se diese por vencido fácilmente, y decidió que si el Gobierno
ruso no estaba dispuesto a colaborar y a someterse a sus deseos, era el momento
de “cambiar” ese Gobierno. En aquella época aún no se extraía petróleo de
Oriente Medio, sino de Texas y de Bakú, en el Cáucaso, donde los dueños de las
explotaciones eran las familias Nobel y Rothschild. Oriente Medio aún formaba
parte del Imperio otomano.
Con la Revolución rusa varias
familias de banqueros y empresarios perdieron sus inversiones en aquel país. La
Nobel fue una de ellas y en el verano de 1918 pidió al káiser Guillermo II que
le ayudase a recuperar sus inversiones en los yacimientos de Bakú, según
escribe el historiador berlinés Dietrich Eichholtz. Pero Alemania aún estaba en
guerra en el frente occidental contra los aliados. Los alemanes tenían una serie de
preacuerdos establecidos con sus aliados turcos, de tal manera que cuando
finalizase la guerra, ellos explotarían los ricos recursos petrolíferos de los
actuales yacimientos de Oriente Medio, que entonces aún estaban bajo soberanía
turca. Unos preacuerdos, por cierto, muy similares a los suscritos con Sadam
Hussein en previsión del levantamiento del embargo decretado por Naciones
Unidas. De ahí la oposición de Alemania a la intervención norteamericana en
Iraq en 2003. No fue por razones humanitarias, sino por quedarse con aquellos
pozos petrolíferos a los que los alemanes creían tener derecho desde antes de
la Primera Guerra Mundial, en virtud de los acuerdos suscritos con el
desaparecido Imperio otomano. Pero la guerra terminó el 11 de
noviembre de 1918 con la derrota de Alemania y el influyente magnate
Rockefeller tenía intereses en las mismas zonas petrolíferas cuya explotación
el Deutsche Bank se había asegurado con el Gobierno turco. Después de la guerra, el banco
alemán perdió todas sus acciones en la Türkischen Petroleum Gesellschaft
(Sociedad Turca del Petróleo) y con ello todos sus derechos sobre los
yacimientos petrolíferos de Oriente Medio, que pasaron a ser administrados por
Gran Bretaña principalmente.
El Deutsche Bank pleiteó durante
varios años, hasta que finalmente comprendió que en el terreno jurídico
internacional, dominado por los triunfantes aliados, no iba a conseguir nada.
Así que apostó en otro frente y encontró nuevos amigos en la industria
petrolera. Sin embargo, los obstinados alemanes jamás renunciaron a sus
“derechos” en la zona para la extracción de petróleo. Así, en 1927, un año
antes de los acuerdos de Achnacarry que establecieron el monopolio mundial del
petróleo, la Standard Oil y la I.G. Farben fundaron la compañía Standard I.G.
Farben con sede en los Estados Unidos. Su primer presidente fue William
Farish, mayorista destacado de la industria del petróleo. Standard cedió las
patentes globales para el proceso de hidrogenación del carbón para producir
carburante sintético y viceversa, la compañía alemana les entregó la patente
para la producción de caucho sintético. Por su parte, la Union Banking Corporation
vendía desde 1924 bonos alemanes en el mercado norteamericano. Su presidente,
George Herbert Walker llevó a su yerno, Prescott Bush, abuelo de George W.
Bush, hasta la dirección de la empresa. Prescott Bush también dirigía la
Walkers American Shipping and Commerce con su ruta del Atlántico Norte entre
Hamburgo y Estados Unidos.
Incluso después de 1945, los Estados
Unidos estaban profundamente divididos sobre la postura “oficial” frente al
Nacional Socialismo alemán, y según el catedrático Christopher Simpson de la
American University en Washington “la organización derechista y antisemita
America First simpatizaba abiertamente con los nazis”. America First (primero
América) fue coordinada por los hermanos Dulles: John y Allen Dulles. Este
último sería posteriormente jefe de la CIA y un estrecho colaborador de David
Rockefeller en la década de los cincuenta. Kennedy le cesó en su cargo pocos
meses después de asumir la presidencia. America First, entre otras cosas,
defendía los intereses de las empresas norteamericanas que habían invertido en
Alemania en el período de entreguerras (1919-1939). Al inicio de la Segunda Guerra
Mundial el mayor problema logístico del Ejército alemán era el de asegurarse el
suministro de combustible para los carros de combate y sus aviones. Se podía
producir combustible sintético a partir de carbón, gracias a las patentes
cedidas por la Standard Oil. Pero era insuficiente. Una parte del Gobierno
estadounidense, sólo una parte, no veía con buenos ojos la estrecha
colaboración entre la Standard Oil y los nazis, sobre todo después de que los
japoneses, aliados de Alemania, atacasen Pearl Harbor en diciembre de 1941. Así que el Gobierno de Estados
Unidos desempolvó una vieja ley sobre “el intercambio comercial ilegal con el
enemigo en tiempo de guerra” y abrió una causa penal contra la Standard Oil por
haber escondido patentes sobre la fabricación de caucho sintético y aluminio a
las Fuerzas Armadas estadounidenses, y al mismo tiempo habérselos facilitado al
enemigo.
David Rockefeller dijo que no sabía
nada y delegó el asunto en uno de sus empleados, un tal Farish. En marzo de
1942 el Pentágono pidió al presidente Roosevelt que se desestimase la causa
contra la Standard Oil para no poner en peligro la producción de combustible destinada
a fines bélicos. Roosevelt aceptó a regañadientes y la Standard Oil sólo tuvo
que pagar una simbólica multa de 5.000 dólares y prometer que no volvería a
abastecer de combustible a los alemanes. Así se cerró la causa penal contra la
Standard Oil. Pero Farish tuvo que declarar frente
a una comisión de investigación del Senado que dirigió el posterior presidente,
Truman, quien habló abiertamente de traición. Farish declaró lo siguiente ante
la comisión del Senado: “Nuestros contratos con la I.G. Farben tenían vigencia
desde 1929 a 1947. Ustedes, caballeros, deben entender que, contratos como
estos, no pierden vigencia solamente porque los gobiernos de las partes estén
en guerra. Las partes tienen que encontrar un camino para continuar con su
propio negocio”. Así, mientras los soldados de ambos
bandos se mataban en los campos de batalla, la industria petrolera buscaba un
camino seguro para continuar con su propio negocio. En diciembre de 1941, después del
ataque japonés a Pearl Harbor, no le resultó fácil al Gobierno de Washington
declarar la guerra a Alemania, debido a la presión que ejercieron varias
empresas norteamericanas lideradas por la Standard Oil, ya que la empresa de
David Rockefeller tenía suscritos acuerdos comerciales con el Gobierno de Hitler,
y si el dictador alemán desaparecía, los ventajosos negocios de la Standard Oil
con los nazis se iban al traste. Para la petrolera, el no conseguir
evitar que Estados Unidos declarase la guerra a Alemania, fue una enorme
contrariedad. ¿Cómo continuar con el negocio? ¿Cómo evitar que en el futuro
volviesen a repetirse semejantes contratiempos con el Gobierno de Estados
Unidos, que, tal como lo veía Rockefeller, debía salvaguardar, por encima de
todo, los intereses de la Standard Oil?
Entonces el magnate tuvo una idea
genial. Crear un servicio secreto privado que en adelante informase al Gobierno
de Estados Unidos sólo de lo que él, David Rockefeller, considerase
conveniente. Porque como él dijo en más de una ocasión: «El gobierno de las
naciones es demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos, o de
los ciudadanos que les votan». Las tácticas que encumbraron a los
Rockefeller a principios del siglo XX, no diferían mucho de las utilizadas por
los Rothschild a principios del siglo anterior. Y ¿cuál era esa doctrina? Pues
hacerse con el poder a través de la economía y las finanzas. Para ello
precisaban poner en marcha instituciones como la Reserva Federal y controlar la
información, como hizo Rothschild a través de un servicio de postas y correos
privado durante las guerras napoleónicas. No tenía más que abrir las cartas y
leerlas. Pero David Rockefeller diseñó algo todavía más sofisticado. Un
Servicio Secreto privado que primero les informaría a él y después, si lo
consideraba oportuno y no lesionaba sus intereses, al Gobierno. De ahí que
Kennedy al poco tiempo de asumir la presidencia destituyese a John Foster
Dulles, jefe de la CIA. La precursora de la CIA había sido
la OSS, y ésta había sido creada por David Rockefeller. Allen Dulles era, en
realidad, un empleado de Rockefeller. Y David Rockefeller era quien controlaba,
entre otras cosas, la Reserva Federal, de ahí que cuando Kennedy se planteó
intervenirla, el viejo magnate se pusiese muy nervioso. Tampoco debió tranquilizarle
saber que el joven y arrogante presidente tenía en mente suprimir las
exenciones fiscales de las que disfrutaban las industrias del petróleo y del
acero, en las que Rockefeller también tenía importantes intereses.
Logo de Exxon-Mobil, heredera de la Standard Oil of New Jersey |
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