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sábado, 15 de julio de 2017

El Príncipe Negro y Pedro I el Cruel, rey de Castilla

Eduardo de Woodstock, que fue el primogénito del rey Eduardo III de Inglaterra y padre del futuro rey Ricardo II, era conocido por sus contemporáneos como el Príncipe Negro, en clara referencia al color de su célebre armadura. Fue un caudillo militar excepcional, y sus victorias sobre los franceses en las batallas de Crécy y Poitiers lo hicieron muy popular. En 1348 se convirtió en el primer caballero de la Orden de la Jarretera. El príncipe Eduardo murió un año antes que su padre, siendo el primer príncipe de Gales que no se convirtió en rey de Inglaterra. A la muerte de su padre, Eduardo III, el trono pasó a su hijo Ricardo, que entonces aún era menor de edad. Eduardo fue regente de Inglaterra en diferentes periodos entre 1339 y 1342 mientras su padre se encontraba guerreando en Francia. Eduardo se había educado con su prima Juana, la «hermosa doncella de Kent», y obtuvo una bula del papa Inocencio VII para poder desposarla el 10 de octubre de 1361 en el castillo de Windsor. El matrimonio causó algo de controversia debido a que el matrimonio con una dama inglesa descartaba la posibilidad de concertar una alianza con otra potencia extranjera. Nombrado príncipe de Aquitania por su padre, desempeñó el cargo en este dominio que acabó convirtiéndose en la corte en el exilio de Jaime IV de Mallorca y de Pedro I de Castilla, llamado El Cruel por sus detractores y El Justo por sus fieles, tras ser derrocado por su hermanastro, Enrique de Trastámara, ofreció a Eduardo el señorío de Vizcaya en 1367 a cambio de su ayuda para recuperar su trono. Eduardo salió victorioso en la batalla de Nájera (3 de abril de 1367), en la que derrotó a los ejércitos combinados de Francia y Castilla, comandados por el afamado mariscal francés Bertrand du Guesclin. Sin embargo, Pedro no saldó su deuda y se negó a ceder Vizcaya al inglés, alegando la falta de consentimiento de sus estados, y Eduardo se retiró a Guyena en julio del mismo año. Regresó a Inglaterra en enero de 1371 y allí murió cinco años después con cuarenta y cinco años, a causa de una disentería amebiana, contraída probablemente durante su campaña militar en Castilla.
Con Eduardo, el ideal cortés de la caballería llegó al inicio de su ocaso. Después de capturar a Juan II el Bueno, rey de Francia y a su hijo, Felipe el Atrevido, en la batalla de Poitiers, los trató con gran respeto, dando incluso permiso a Juan para regresar a su hogar, y se dice que oró con él en la catedral de Canterbury. Curiosamente, permitió que durante un día se preparara la batalla de Poitiers, de manera que las planas mayores de ambos ejércitos pudieran discutir la batalla entre sí, y dando ocasión al cardenal de Périgord para mediar entre los bandos contendientes y mantener la paz. Sin embargo, algunos historiadores señalan que «Eduardo aprovechó la tregua para ganar tiempo mientras disponía estratégicamente a sus arqueros». Sus prácticas caballerescas eran superadas a menudo por su eficacia y pragmatismo en el campo de batalla. El repetido uso por parte de Eduardo de Woodstock de la estrategia de algaradas, un tipo de guerra de guerrillas que pudo aprender en España, donde fue ideada por los moros, y que consistía en quemar y saquear las aldeas, pueblos y granjas de áreas concretas, no encajaba en los valores de la caballería cristiana, pero era muy efectiva para conseguir el objetivo de sus campañas: debilitar la economía del reino de Francia con el que estaba en guerra. Sea como fuere, hay que admitir que Eduardo fue un brillante estratega. Intervino también en la campaña de Flandes de 1345, que acabó prematuramente cuando uno de sus aliados flamencos, Jacob van Artevelde, gobernador de Flandes y antes maestro cervecero, fue asesinado por sus vecinos. Eduardo demostró su bravura a los dieciséis al tomar parte en la decisiva batalla de Crécy, en el contexto de la guerra de los Cien Años. Después de esta campaña Normandía quedó bajo control inglés.
Eduardo intervino en el sitio de Calais, durante el cual sus habitantes sufrieron enormemente y se vieron reducidos a comer perros, gatos y ratas. El asedio dio lugar al control inglés sobre el norte de Francia antes de que se firmara una paz temporal debido a la Peste Negra, que asoló Europa coincidiendo con el inicio de la guerra de los Cien Años. Hubo una contraofensiva francesa, pero Calais permaneció en manos inglesas. También participó en la batalla de Winchelsea o de «Les Espagnols sur Mer» en aguas del canal de La Mancha donde la flota inglesa derrotó a la escuadra castellana que acudió en auxilio de Calais en agosto de 1350. Eduardo realizó una gran alagarada en el año 1355 por toda la región de Aquitania-Languedoc, que dañó la economía del sur de Francia, y provocó un profundo resentimiento hacia el rey francés entre los campesinos occitanos, que aún no habían olvidado los estragos sufridos por sus antepasados a manos de los norteños en la primera mitad del siglo pasado. Esta campaña preparó la región para la conquista inglesa, abrió alianzas con los vecinos de Aquitania, siendo la más destacada la de Carlos II de Navarra, e hizo que muchas regiones se orientaran hacia una mayor autonomía respecto a Francia, que por ser un reino mucho más grande, no estaba tan unido como el de Inglaterra. Después de sellar un pacto con el rey Carlos de Navarra, Eduardo combatió nuevamente a los ejércitos de Juan II de Francia.
La campaña de Aquitania le dio a Eduardo un control más firme de la región, mucha tierra de la que obtener recursos y hombres con los que poder luchar contra el rey de Francia. Durante la campaña militar de 1356, Eduardo mandó un ejército de más de 7.000 soldados, logrando una gran victoria sobre la caballería pesada francesa en la batalla de Poitiers, ese mismo año. En esa decisiva acción apresó al rey Juan II de Francia, al que llevó como rehén a Inglaterra. En la batalla cayó la flor y nata de la nobleza francesa y abrió un periodo de caos y anarquía en Francia que culminó con la firma del Tratado de Brétigny en 1360, por el que el rey de Francia recuperó su libertad cediendo ricos territorios a los ingleses, que recibieron casi un tercio de Francia, que aún se vio obligada a pagar un enorme rescate que equivalía a cuatro veces su producto interior bruto. El rescate que se pagó, no obstante, fue un poco inferior al exigido por los ingleses. Las consecuencias fueron que Eduardo III mantuvo sus pretensiones al trono de Francia y que alrededor de la mitad del Reino quedó bajo control inglés.
Ganada la guerra en Francia, el príncipe Eduardo se trasladó después a Castilla y se alió con el rey Pedro I el Cruel para hacerle la guerra a Enrique de Trastámara, aliado de Carlos V de Francia. En la guerra civil castellana sus fuerzas vencieron en la batalla de Nájera en 1367. Luego Pedro I entró en constantes disputas con el inglés a causa de no haberle pagado lo acordado por prestarle ayuda militar, por lo que éste decidió abandonar Castilla, dejando solo a Pedro I en la lucha contra su hermanastro. Como resultado del asesinato de Pedro I, el dinero que el Príncipe Negro invirtió en el esfuerzo de guerra en Castilla no le proporcionó beneficios y entró en bancarrota. Esto obligó a gravar a Aquitania con fuertes impuestos para aliviar los problemas financieros de Eduardo, lo que llevó a un círculo vicioso de malestar en Aquitania y a su violenta represión. Carlos el Sabio, nuevo rey de Francia, supo aprovecharse de este sentimiento de rechazo hacia Eduardo en Aquitania. Sin embargo, el Príncipe Negro se convirtió temporalmente en Señor de Vizcaya.
Tras el sitio de Limoges en 1370, Eduardo de Woodstock se vio obligado a dejar su puesto debido a la enfermedad y a graves problemas financieros, pero también debido a la crueldad del asedio, que vio la masacre de alrededor de tres mil habitantes de acuerdo con el cronista Froissart. Sin el Príncipe Negro, el esfuerzo de guerra inglés contra Carlos el Sabio y Bertrand Du Guesclin estaba destinado al fracaso. El hermano de Eduardo, el príncipe Juan de Gante, no estaba interesado en proseguir la guerra con Francia, más bien lo estaba en el desenlace de la guerra de sucesión en Castilla. Nuevas investigaciones ponen de relieve que el relato de las atrocidades cometidas por los ingleses en Aquitania no fue exagerado por Froissart.
El rey Eduardo III y el Príncipe Negro navegaron rumbo a Francia desde Sándwich con cuatrocientos barcos que llevaban a bordo cuatro mil hombres de armas y diez mil arqueros, pero después de seis semanas de mal tiempo, perdieron el rumbo y volvieron a Inglaterra porque en marzo de 1360 se produjo una incursión protagonizada por normandos y castellanos que, a través del Támesis, se internaron hasta las proximidades de Hastings. Los marinos de esta pequeña flotilla llegaron a desembarcar en Londres, siguiendo las tácticas de los antiguos daneses, que llegaron a tomar la capital del reino de Wessex en 870, en tiempos del rey Alfredo el Grande.
Afortunadamente para franceses y castellanos, este ambicioso príncipe inglés falleció relativamente joven en el palacio de Westminster en 1376. Eduardo pidió ser enterrado en la cripta de la catedral de Canterbury y su sepulcro está formado por una efigie de bronce bajo un baldaquín representando la Santísima Trinidad, con sus «logros» heráldicos colgando sobre el baldaquino. Los logros han sido reemplazados hoy por réplicas, aunque los originales aún se pueden ver cerca de la tumba. El baldaquín fue restaurado en 2006 y en el epitafio escrito alrededor de su efigie puede leerse lo siguiente: «Como te ves, yo me vi. Como me veo, te verás. Como soy, tú serás. Poco pensé en la muerte, mientras pude respirar. En la tierra acumulé grandes riquezas: tierras, casas, caballos y un gran tesoro en oro y plata. Pero ahora soy un triste cautivo en lo más profundo de la tierra, donde yazco. Mi lozanía se ha marchitado, mi vigor ha desaparecido, y los gusanos han roído mi carne hasta el hueso».
El Príncipe Negro se granjeó este apelativo por el color de su armadura

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