La mujer no se
consideraba igual al hombre en la sociedad egipcia, sin embargo gozaba de mayor
consideración que en otras civilizaciones de Oriente Medio e, incluso, que en las
admiradas sociedades griega y romana. También disfrutaba de
mayor libertad y estaba más protegida por las leyes que las mujeres europeas en la Edad Media. Las mujeres egipcias
poseían propiedades y podían disponer de ellas a
voluntad, y también usufructuar los bienes del marido, y viceversa. Ocupaban un lugar
destacado en la sociedad y les gustaba mostrarse en público con su mejor aspecto. El
adulterio femenino estaba tolerado, y no se castigaba con la muerte como en
otras culturas de la región. Su influencia en la
sociedad fue elevada en todas las épocas, y determinante en algunos períodos.
En las tumbas, las esposas aparecen al lado de sus maridos, y estrechamente
unidas a ellos tanto en la vida como en la muerte.
Cuando las rígidas
convenciones áulicas se suavizaron en tiempos del faraón Akenatón y la reina
Nefertiti, y las costumbres y la vida cotidiana se retrataron con mayor
verosimilitud, vemos que incluso en la familia real las relaciones eran
afectuosas, desenfadadas, y que la esposa del rey y sus hijas participaban
activamente en la vida de la corte, y hasta en las ceremonias religiosas y en los
consejos de Estado presididos por el faraón. Por algo Nefertiti, reina consorte
de Akenatón, ha pasado a la historia como modelo de mujer culta y emancipada.
Además, en la sociedad
egipcia, la mujer mantuvo la prerrogativa de ser la criatura más adorable (y
adorada) del universo. El amante llamaba «hermana» a su amada, quien a su vez
lo llamaba «hermano»: el uso, que se difundió hasta el Imperio Nuevo –la época
de mayor esplendor– continuó durante largo tiempo, dando testimonio de la
calidez y ternura de las relaciones entre los cónyuges.
Las antiguas egipcias,
por otra parte, no sólo eran pulcras y amantes de atender su aspecto,
especialmente su tocado, también crearon, tanto para el hombre como para la
mujer, toda una gama de cosméticos y productos de maquillaje. No es casual que
entre los primeros objetos de validez artística, rescatados mediante las
excavaciones, se contaran las paletas para el embellecimiento de los ojos. Una
de las mayores preocupaciones de las mujeres y los hombres egipcios de clase
alta fue el cuidado de su cuerpo, y se valieron para ello de artificios
sumamente sofisticados. Por ejemplo, en todos los períodos dinásticos estuvo
muy difundido el uso de la peluca, que se colocaba directamente sobre el cráneo
afeitado al ras. Ungüentos, afeites, aceites y perfumes estaban igualmente en
boga.
Tanto para el hombre
como para la mujer se empleaban ungüentos hechos a base de trementina e
incienso, productos solidificantes a base de soda, polvos de alabastro y sal,
mezclados con miel. Hasta se vendían preparados para devolver la
virilidad y la potencia sexual a los ancianos. Los hombres recurrían a
expertos barberos para afeitarse el cráneo y dejarlo reluciente como una bola
de billar. Para ello se aplicaban aceites especiales. Las damas más adineradas
tenían doncellas y peinadoras; las menos favorecidas por la fortuna se las
arreglaban solas, o acudían a las peluqueras, que también las había. Muchas
eran antiguas cortesanas que, al envejecer, abandonaban la corte, o jóvenes que
eran expulsadas de palacio por damas celosas y mayores que ellas, temerosas de perder el
favor de sus protectores.
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