Tras el asesinato de Cayo
Calígula en el año 41, el Imperio se encontraba sin titular, pues éste no había dejado
herederos ni nombrado sucesor. El Senado quiso aprovechar la ocasión para
restablecer la República, pero no habían tenido en cuenta un elemento
primordial: los guardias pretorianos, que tenían la intención de conservar sus
empleos, aunque para conseguirlo tuviesen que recurrir a las armas.
Claudio, hermano del añorado
Germánico y tío de Calígula, fue descubierto por los soldados ocultándose
detrás de un cortinaje y fue proclamado emperador por la Guardia Pretoriana, frustrando
los planes de Casio Querea que pretendía asesinar a toda la familia Julioclaudiana
y restaurar la República. Claudio tenía entonces cincuenta años. Su ilustre
parentesco le hubiera proporcionado un lugar en la política en
cualquiera de los principados anteriores, pero sus defectos físicos le habían
alejado de la vida pública. Sólo cuando Calígula lo nombró cónsul y senador,
asumió cierto protagonismo. Era tartamudo, padecía cojera y diversas enfermedades
respiratorias crónicas que dificultaban sus movimientos. Poseía un carácter taciturno y,
aunque no abundara en grandes cualidades y se hiciera notar por sus muchas
manías, de las que la pedantería era una de las más destacables, por lo menos
no carecía de buen juicio y hasta de inteligencia. Discípulo de Tito Livio,
había cursado estudios de Historia y conservado de las lecciones de este
eminente maestro una viva afición por las tradiciones del pasado, especialmente
por las etruscas. Pero su debilidad y sus ridiculeces iban a entregarlo
indefenso a las intrigas de sus casquivanas esposas y a la influencia de sus
libertos.
Su entronización, el 24 de
agosto del año 41, se realizó con la aprobación del Senado, forzado por los pretorianos
y porque se pensó que, después de todo, un emperador como él sería fácilmente
manipulable. Claudio estaba casado con Valeria Mesalina, una bellísima patricia de naturaleza codiciosa y disoluta. Sus desmanes, que ni siquiera se tomaba la
molestia de ocultar; los asesinatos que ordenó para satisfacer su sed de
venganza cuando alguien no se plegaba a sus deseos, hicieron de Claudio un
emperador grotesco y odiado hasta el punto de que no tardaron en oírse las
voces de quienes decían añorar los «buenos» tiempos de Tiberio y de Calígula.
Ciertamente, sus dos predecesores habían iniciado sus principados gozando de
muchísima popularidad, algo que le fue negado a Claudio.
En el año 43, Claudio envió al
general Aulo Plaucio a Britania al mando de cuatro legiones, lo que
constituiría el mayor éxito militar de Claudio. La victoria romana fue
celebrada en el 44 y el Senado concedió a Claudio un «Triunfo», el máximo honor
reservado a los generales victoriosos. Sobre todo si tenemos en cuenta que Claudio carecía de cualquier experiencia militar, y que, en parte, basó la campaña de Britania en la expedición militar que había dirigido Julio César unos ochenta años antes.
En obras públicas, Claudio terminó los
acueductos Aqua Claudia y Anio Novus, cuyas obras se habían iniciado en tiempos de Calígula. Amplió el puerto de Ostia recuperando otro viejo proyecto de la época de Julio César, facilitando el transporte de
suministros a Roma, sobre todo de grano procedente de Egipto. También ordenó la desecación parcial del lago Focino. En
materia de justicia, llegó a juzgar numerosos pleitos. Invitó a algunos
caudillos bárbaros a visitar Roma e incluso nombró a algunos senadores entre
ellos, cosa que ya había hecho César en su época. Llegó a decretar veinte
edictos por día. Favoreció los derechos de los esclavos en detrimento de sus
amos, prohibiendo que se aplicase la eutanasia a los esclavos enfermos,
práctica habitual para ahorrar gastos. Con el Senado se mostró humilde,
negándose a ocupar su silla curul en el centro de la sala y sentándose con el
resto de los senadores en las gradas. Además, les concedió el control de
antiguas provincias senatoriales y reformó el Senado para hacerlo más eficiente
y representativo. Sin embargo, muchos senadores intentaron derrocarlo,
generando una dura respuesta de Claudio, que ejecutó a muchos sediciosos sin
pensarlo. Concedió un lugar especial a los libertos en su administración, dándoles una amplia
plataforma de acción en los órganos burocráticos.
En el 38, tres años antes de ser
emperador, Claudio se casó con una hermosa patricia llamada Valeria Mesalina. Como Hefestos, el dios Vulcano de los romanos, Claudio era cojo y su esposa le engañaba como Afrodita, la sensual diosa Venus de los romanos engañaba a Vulcano, y Mesalina hacía lo propio con el anciano Claudio. Durante su matrimonio se conocieron
numerosos escándalos protagonizados por ella, que era libertina y corrupta. Sin embargo, fue su boda
pública con Cayo Silio, lo que selló dramáticamente su destino. Aparte del paroxismo de
libertinaje y cinismo, la boda era una declaración de intenciones en toda
regla: Cayo Silio era republicano y encabezaba una conjura que deseaba deponer
al emperador para restaurar la República. Sin embargo, la pareja tenía otros
planes: reemplazar a Claudio por Cayo Silio al frente del Imperio, y nombrar al
hijo de Mesalina, Británico, sucesor. Durante mucho tiempo, los consejeros de
Claudio –libertos griegos– habían cerrado los ojos ante los desmanes de
Mesalina; pero un complot contra el emperador no podía dejarlos indiferentes
porque estaban en juego sus cargos, y hasta sus propias vidas. Pero como eran
conscientes de que todo había que esperarlo de la debilidad de Claudio, uno de
sus libertos de confianza, Narciso, asumió la responsabilidad y ordenó la
ejecución de la pareja adúltera. Cayo Silio fue inmediatamente ejecutado y
Mesalina, a la que se ofreció la opción del suicidio y la rechazó, fue
ejecutada en privado en el 48.
La promiscuidad de Mesalina es legendaria. En cierta ocasión llegó a competir con una afamada prostituta para determinar cuál de las dos era capaz de copular con más hombres, y venció Mesalina. La esposa del emperador se había inspirado en un episodio similar que protagonizó en su día la reina Cleopatra: la diferencia estribaba en que la egipcia, aficionada a practicar la felación, organizó una demostración de sexo oral con un número considerable de esclavos.
Claudio no tenía intención de
permanecer viudo. Así, apenas desapareció Mesalina se casó al año siguiente,
por cuarta vez, siendo esta vez la elegida Agripina la Menor, hija de Druso
Germánico y de Agripina la Mayor y viuda de Domicio Ahenobarbo. La candidatura
de Agripina se impuso sobre otras gracias a los oficios del liberto Palas, su
amante. Sin embargo, el Imperio nada ganó con ello; al contrario…
Dominado por sus mujeres,
Claudio fue también manipulado por sus consejeros, los libertos Narciso, Palas, Calixto
y Polibio, que fueron, bajo su nombre y durante todo su principado, los
verdaderos gobernantes. La influencia de estos subalternos de baja extracción
social, mientras el Imperio estuvo en manos de hombres capaces e inteligentes,
como Augusto y Tiberio, tenía, necesariamente, que verse contenida en estrechos
límites; la situación cambió con Claudio y, bajo su gobierno, la administración
del Estado pasó por completo a manos de los libertos. Estos antiguos esclavos,
convertidos en amos, habían conservado los vicios de su bajo origen; tuvieron
todos los defectos de los advenedizos –la grosería, la arrogancia, la codicia–,
y amasaron fortunas escandalosas; pero también eran hombres muy inteligentes,
que iban a llevar a la dirección de los negocios públicos un espíritu enteramente
nuevo y conforme con la necesaria evolución del sistema imperial. Despreciados
por la aristocracia senatorial, a la que odiaban profundamente, devotos del
emperador y del Régimen, imprimieron su sello durante el gobierno de Claudio e
introdujeron las reformas indispensables en la administración del Estado.
Agripina, la nueva consorte, que unía a los defectos de la precedente una ambición desmesurada,
reivindicó y obtuvo una parte efectiva en el ejercicio del gobierno. Y siendo
ambiciosa para sí misma, no lo era menos para su hijo Lucio, el futuro
emperador Nerón, que entonces tenía doce años. Quiso asegurarle la sucesión del
Imperio, en perjuicio del heredero legítimo, Británico, hijo de Claudio y
Mesalina.
Durante los cinco últimos años
del principado de su esposo, Agripinila se entregó a la realización de su plan
con una tenacidad y un método implacables. Ante ella se levantaban dos
obstáculos: los hijos de Claudio, Británico y su hermana Octavia, prometida de
Silanio –descendiente de Augusto–, el cual, por su cuna y su futuro matrimonio,
podía, en defecto de Británico, pretender el imperium. Silanio fue el primero
en desaparecer; Agripina deshizo sus esponsales, y el joven, desesperado, se
quitó la vida. Agripina, sin perder tiempo, consiguió en seguida que Claudio
adoptase a Nerón, y, tres años después, casó a éste con Octavia. Convertido a
la vez en hijo y yerno del emperador, Nerón entraba por la puerta grande en el
escenario de la sucesión. Para confirmarlo como heredero, en detrimento de
Británico, Agripina lo colmó de honores; desde el 51 fue príncipe de la
juventud; admitido honoríficamente en los cuatro grandes colegios sacerdotales,
recibió el imperium proconsular, y a sus veinte años, la promesa del consulado.
El filósofo español Séneca, desterrado en Córcega por influjo de Mesalina, fue
llamado a Roma y encargado de la educación del futuro emperador. Sexto Afranio
Burro, un galo de la Narbonense, recientemente ascendido a prefecto del
Pretorio, también ejerció como asesor de Nerón.
Habiéndole asegurado Afranio
Burro el apoyo de los pretorianos, Nerón ya sólo tenía que resolver una
cuestión: la desaparición de Claudio para hacerse con el poder. El anciano
emperador solo se había opuesto melifluamente a las maquinaciones de su esposa
Agripina, pero tenía a su lado a un hombre que no había cedido nunca ante ella:
el liberto Narciso, que ya había provocado la caída de Mesalina y sus
partidarios. Británico y los suyos recuperaron parte del terreno perdido. Pero
la muerte súbita de Claudio el 13 de octubre del 54, según muchos, envenenado
por Agripina, lo cambió todo.
El programa de gobierno en
tiempos de Claudio favoreció la unificación del imperio romano mediante la
concesión gradual del derecho a la ciudadanía a los provinciales. Los miembros
de la nobleza gala que disfrutaban ya de la ciudadanía romana, exigieron su
elegibilidad a los cargos honoríficos y el acceso al Senado. Por otra parte, el
Orden Ecuestre ganó peso frente a la elitista clase senatorial; entre las
provincias de nueva formación, una sola, Britania, fue provista, según la
tradición, de un legado senatorial; las otras tres, Tracia, Judea y Mauritania,
recibieron gobernadores ecuestres con el título de procuradores. Por último, el
gobierno de Claudio se mostró muy preocupado por el bienestar público.
Su belleza fue legendaria, pero a la postre selló el trágico fin de Mesalina |
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