En 1773, el banquero Mayer Amschel Rothschild se
reunió en secreto en la Judenstrasse
de Fráncfort con otros doce judíos adinerados e influyentes para estudiar la
puesta en marcha de un proyecto que controlaría la economía mundial.
Según Herbert G. Dorsey estos
especuladores financieros habrían decidido controlar el Banco de Inglaterra
fundado en 1694 por Charles Montagu, también judío, para ejercer una influencia
determinante sobre la economía británica, primero, y sobre la europea, después.
Según los planes de Rothschild y sus socios, era necesario que los futuros bancos
centrales creados por ellos en los principales países europeos, ejerciesen un
poder absoluto sobre las monedas nacionales y las finanzas internacionales, a
fin de controlar la economía mundial.
Según lo publicado por
Dorsey y William Guy Carr, en su libro Pawns
in the Game, los Rothschild dejaron constancia por escrito de su siniestro
plan para crear una suerte de gobierno
mundial en la sombra. Más tarde su proyecto habría sido modificado por
Nilus para dar forma a lo que hoy conocemos como Los protocolos de los sabios de Sión.
No obstante, hay quien
asegura que la esencia de los Protocolos
se remonta a los tiempos de la diáspora, y que Rothschild y sus descendientes
habrían actuado como diabólicos profetas
del sionismo para poner en marcha un siniestro plan para gobernar el mundo y
doblegar a las naciones de los gentiles
que durante siglos los habían oprimido.
Uno de los testimonios
más persuasivos sobre la existencia de una conspiración sionista internacional
data de las postrimerías del siglo XIX. El argumento en cuestión es conocido
como tal, pero no reconocido, y siempre ha estado asociado a actividades siniestras
perpetradas desde las sombras del poder político y financiero. Sin embargo, los
Protocolos han desempeñado un papel
tristemente célebre en la historia reciente de Europa y todavía despiertan
emociones encontradas, antagonismos violentos y recuerdos horrendos que la
mayoría de los autores prefieren desterrar. Esta reacción es perfectamente
comprensible en la medida que dicho testimonio ha contribuido de modo
significativo a los prejuicios y sufrimientos de la humanidad, y especialmente
del pueblo judío. Pero si bien es cierto que el testimonio de los Protocolos ha sido criminalmente usado
en la Rusia zarista y en la Alemania nazi, también fue objeto de graves errores
de interpretación.
El papel de Grigori
Rasputín en la corte de Nicolás y Alejandra de Rusia es más o menos del
conocimiento general. Pero, lo que no suele saberse es que en la corte rusa
existían enclaves esotéricos influyentes, incluso poderosos, mucho antes de la
aparición de Rasputín, el excéntrico monje siberiano.
Durante las décadas de
1890 y 1900 se formó uno de estos centros esotéricos en torno a un individuo,
de origen francés, que se hacía llamar Papús. Este oscuro ocultista presumía
estar en contacto con la apócrifa Iglesia neocátara del Languedoc. Recordaremos
que los cátaros fueron exterminados en el siglo XIII con el beneplácito del
Papa que les acusó de herejía, entre otros crímenes. El tal Papús aseguraba
también estar en buenas relaciones con los famosos ocultistas Emma Calvé y
Claude Debussy, además de otro sujeto llamado Péladan que pretendía haber
descubierto la tumba de Cristo, aunque no especificaba el lugar exacto de su
ubicación.
El ocultismo medieval
había renacido, por así decirlo, a principios del siglo XX, en plena Belle Époque, en muchas cortes y
distinguidos círculos aristocráticos europeos ansiosos de presumir de
erudición. El caso fue que algunos de estos charlatanes lograron ser aceptados
en la corte de los Romanov y adquirieron una notable relevancia como
confidentes del zar y, sobre todo, de la zarina.
Y fue precisamente esa
relevancia adquirida por tan sospechosos advenedizos, lo que despertó los
recelos, primero, y las airadas protestas, después, de la gran duquesa Isabel,
entre otros, que estaba empeñada en colocar a sus propios protegidos en los aledaños
del trono imperial de Rusia. Uno de los validos de la gran duquesa era un
individuo que ha pasado a la posteridad con el seudónimo de Sergei Nilus.
A principios de 1904, en
los prolegómenos de la guerra ruso-japonesa, Nilus presentó al zar un documento
con apariencia de informe exhaustivo, denunciando la existencia de una
conspiración socialista encabezada por revolucionarios judíos para derrocar al
zar.
Pero si Nilus esperaba
que el monarca le demostrara gratitud por su informe, los hechos demostraron
que se equivocó. El zar declaró que el documento era una patraña basándose en
la lealtad del pueblo ruso, incapaz de sublevarse contra su sagrada persona. Lo
cierto fue que, tras la derrota rusa frente a Japón en 1905, estalló la que
ahora se conoce como primera Revolución, y que fue el ensayo de las de febrero
y octubre de 1917 que habrían de acabar con la monarquía de los Romanov y con
la vida de sus últimos representantes.
Quizá, si Nilus no se
hubiese empeñado en adornar su informe con elementos esotéricos y fantásticos,
su denuncia habría tenido mayor credibilidad, pues la Policía Secreta zarista
también había presentado informes similares a Nicolás II. Sergei Nilus fue
desterrado de la corte y el zar ordenó que fuese destruido el informe, del que
ya circulaban varias copias que eran del dominio público. A lo largo de 1905 un
periódico empezó a publicar el informe de Nilus en forma de serial, y el famoso
filósofo místico Vladimir Soloviov lo utilizó como apéndice de un libro que
publicó ese mismo año. A partir de ese momento, el informe de Nilus comenzó a
llamar la atención dentro y fuera de Rusia, y en los años siguientes se
convirtió en uno de los documentos más controvertidos del siglo XX. Para
algunos, una especie de evangelio o revelación maligna, y para otros, un
opúsculo infame plagado de mentiras y medias verdades.
El documento en sí
estaba presentado en forma de programa político que contenía una serie de
reformas sociales y económicas sin precedentes. Entre otras cosas, incluía un
paquete de medidas que se verían confirmadas y puestas en marcha a partir de
1917 tras el triunfo de los bolcheviques y en los años que siguieron a la
guerra civil rusa. El opúsculo ha aparecido a lo largo de los años bajo
diversos títulos ligeramente distintos, el más común de los cuales es el de Los protocolos de los sabios de Sión. Se
dijo entonces que estos Protocolos
procedían de fuentes específicamente judías que deseaban la ruina del zar a
causa de los pogromos o persecuciones a los que eran sometidos los judíos en
Rusia. Para muchos antisemitas, no sólo rusos, aquella era la prueba
irrefutable de que existía una «conspiración judía internacional». A partir de
1919 en Alemania se empezó a culpar a los judíos por la derrota militar sufrida
en la Primera Guerra Mundial, y en Rusia los zaristas achacaron también a los
judíos el triunfo de la Revolución bolchevique y el asesinato del zar y de toda
su familia.
En 1920, los Protocolos fueron distribuidos entre las
tropas rusas blancas, y durante los dos años siguientes los soldados zaristas
dieron muerte a más de 60.000 judíos. En Mein
Kampf («Mi lucha») Hitler empleó los Protocolos para acusar a los judíos de
todos los males que aquejaban a Alemania, derrotada en la guerra y humillada en
la paz por el Tratado de Versalles. Pero no sólo el futuro dictador alemán
creía a pies juntillas en la autenticidad de los Protocolos; en la liberal Inglaterra los Protocolos recibieron marchamo de autenticidad por parte del
periódico Morning Post e incluso el Times se los tomó en serio a partir de 1921.
Los Protocolos siguieron circulando durante varias décadas. En España,
en tiempos del general Franco, se hablaba de la célebre conspiración
«judeomasónica» contra el Régimen. Esto se debió, en parte, a que la masonería
se apropió fraudulentamente de muchos símbolos hebraicos para procurarse una
legitimidad histórica que sus acólitos pretendían iniciar en los tiempos del
rey Salomón e, incluso, en el Egipto de los faraones. Un absurdo sin parangón,
pero que tuvo el perverso efecto de meter a los judíos en la órbita de la
masonería, que se proclamaba a sí misma anticatólica y antimonárquica, y que sí
había tenido mucho que ver en la Revolución francesa de 1789 y en la
emancipación de las colonias españolas de América a principios del siglo XIX,
de ahí la animadversión hacia la masonería del Régimen nacionalcatólico del
general Franco.
Puede que al lector
moderno los Protocolos le parezcan propios de alguna organización de
mentirijillas como, por ejemplo, ESPECTRA,
a la que combate James Bond. Esa organización no existe, pero sí existe ECHELON, creada por los servicios
secretos de Estados Unidos y Reino Unido, y que incluye a otros países
anglosajones que actúan al margen de la OTAN y de sus supuestos aliados. Como
también existió y estuvo muy activa la organización terrorista GLADIO en la
Europa de los años 1970 y principios de los 1980, actuando de forma
extremadamente violenta en Italia y Alemania, sobre todo. Pocas personas saben
que ECHELON existe, sin embargo, la
organización aparece en internet como la mayor red internacional de espionaje y
análisis de datos electrónicos. Ellos inspiraron el concepto del GRAN HERMANO y
el OJO QUE TODO LO VE.
Cuando los Protocolos
fueron publicados por primera vez se dijo que eran obra del Congreso Judío
Internacional celebrado en Basilea (Suiza) en 1897, y donde se pusieron los cimientos
ideológicos para la creación de un hogar
judío, embrión del futuro Estado de Israel fundado en 1948. Sin embargo,
los Protocolos originales eran anteriores
al congreso de Basilea.
Sergei Nilus se inspiró,
o plagió, un documento que ya circulaba en 1894 en una logia masónica francesa,
a la que también pertenecía Papús, trece años antes de reunirse el Congreso
Judío Internacional en Basilea. Esta logia masónica pretendía ser depositaria
de la tradición esotérica de Ormuz, un legendario mago egipcio que sincretizó
misterios cabalísticos judíos con rituales paganos precristianos y fundó, según
sus devotos, la Rose Croix; el
movimiento Rosacruz como fue conocido en España.
El movimiento rosacruz,
abiertamente anticatólico, arrancó en Alemania en tiempos de la sangrienta
guerra de los Treinta Años (1618-1648) y fue evolucionando dentro de la
francmasonería ilustrada. Es poco lo que se sabe de los rosacruces, así como de
otras organizaciones masónicas debido al carácter hermético de las mismas.
Todas estas sectas estaban lideradas por lenguaraces estafadores que atraían a
sus nuevos acólitos con la promesa de unos conocimientos fantásticos que iban
más allá de la comprensión humana. Sin embargo, esta palabrería fue muy eficaz
a la hora de atraer a personajes relevantes a las logias de Francia, Escocia,
Inglaterra y Estados Unidos; países donde la masonería tuvo una mayor
aceptación.
El texto de los Protocolos termina con esta afirmación:
«Firmados por los representantes de Sión del Grado 33». En el judaísmo
ortodoxo, al menos, no existe ningún grado que determine una posición dentro de
una jerarquía; sí en la masonería. Por lo general el grado 33 es el más alto,
el que corresponde al gran maestre en la francmasonería de «observancia
estricta», en el que también se habla de «superiores desconocidos» y de otras
perogrulladas por el estilo. No obstante, en los Protocolos también se hablaba de un «Rey de los judíos que sería
ungido como el verdadero Papa» y que sería el «Vicario de una iglesia
internacional sincrética», y concluían de manera críptica aludiendo a un «rey-sacerdote
universal». Como expresión del pensamiento hebraico, real o imaginario, estas
afirmaciones no pueden ser más absurdas.
Desde los tiempos
bíblicos los reyes no figuran en la tradición de Israel y el principio mismo de
la realeza se ha convertido en algo fuera de lugar dentro del judaísmo. Sin
embargo, no es así en el pensamiento inglés: su monarca es el jefe de la
Iglesia de Inglaterra y muchos de sus súbditos siguen creyendo que están
llamados a gobernar el mundo a través de sus reyes, a los que algunos
consideran «sagrados» y descendientes de personajes bíblicos como David,
Salomón o el propio Jesús. Cualquier invención urdida con propósito de engañar,
si es lo bastante descabellada y absurda, puede pasar por ser una verdad
axiomática. Esto fue lo que sucedió con Los
protocolos de los sabios de Sión.
A favor de la veracidad
de los Protocolos se puede señalar
que lo más importante del documento no es si son una falsificación o copia de
textos anteriores, sino que lo es la precisión con la que los planes trazados
en los protocolos se han cumplido proféticamente durante el siglo XX, y con
particular exactitud después de la Segunda Guerra Mundial. El cumplimiento de
estos planes sería en sí mismo la constatación irrefutable de la veracidad de los
Protocolos.
Según la historia
oficial, Sergei Nilus publicó en 1903 un texto copiado casi íntegramente de un
panfleto escrito por Maurice Joly en 1864. Pero es improbable que Nilus o Joly hubiesen
sido capaces de vaticinar entonces la Revolución rusa de 1917, las dos guerras
mundiales, o la tendencia actual hacia la globalización, el mestizaje étnico y
la multiculturalidad, entre otros acontecimientos de los que habla el texto.
Suponiendo que la autoría de este texto sea enteramente de Maurice Joly (lo
cual no es cierto ya que su obra es a su vez la copia de textos anteriores
escritos por Jacob Venedey y Eugène Sue), tendríamos que aceptar que Joly era
un profeta cuyos vaticinios son los
más precisas jamás realizadas, o que el escritor fue informado por el demiurgo
sobre los planes que tenía para el mundo en el futuro inmediato.
El célebre empresario Henry
Ford dijo en una entrevista publicada en febrero de 1921 por el periódico New York World que «el único comentario
que haré sobre los Protocolos es que
encajan en lo que está sucediendo en el mundo». Julius Evola dijo también: «Si
los Protocolos no son auténticos,
entonces son verídicos». ¿Es por ello que el sionismo ha limitado el debate
sólo a la crítica de su autenticidad, pero no se ha centrado nunca en el
cumplimiento de sus contenidos?
William Pierce escribió
lo siguiente en el artículo Los nuevos
protocolos: «Yo no calificaría a los Protocolos
de ser una falsificación, como los judíos lo llaman siempre que el libro se
menciona. Yo me inclino a creer que el Profesor Nilus era un astuto observador
de los sionistas y también un patriota. Él quiso advertir al pueblo ruso sobre lo
que los judíos estaban planeando [...] y así imaginó cómo el plan de los judíos
podría ser si triunfara. Creo que escribió el texto que él mismo publicó, pero
que creyó que era una descripción bastante exacta de lo que los judíos
realmente estaban haciendo».
Resulta improbable que
una organización secreta internacional escriba o imprima las actas de sus
reuniones. Por lo tanto los protocolos originales serían tan sólo un resumen
superficial muy sencillo tomado inicialmente de las reuniones de los que se
hacían llamar Sabios de Sión,
probablemente judeomasones. Por lo tanto, Sergei Nilus debió hacer legible
dicho resumen sin modificar el contenido de la obra, por lo que añadió gran
cantidad de texto y nuevos datos que hicieron comprensible el texto que hoy
conocemos.
Por todo lo expuesto, se
puede concluir que Los protocolos de los
sabios de Sion fueron gestados en 1773 en una reunión secreta de inspiración
judeomasónica presidida por el banquero Mayer Amschel Rothschild. El judío y
masón Adolphe Crémieux, miembro de la logia masónica Mizoram, además de mentor
y amigo de Maurice Joly y Jacob Venedey, guardaba una copia de los protocolos
para adoctrinar a sus seguidores. Dichos apuntes fueron luego robados por
Joseph Schorst en 1884 de la logia Mizoram en Francia, para ser entregados,
entre otros, a Sergei Nilus, quien los publicó con ciertas modificaciones.
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