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jueves, 7 de diciembre de 2017

Alejandro VI y el Tratado de Tordesillas

El testamento del papa Nicolás V explica sobradamente la conducta de sus sucesores. En él, el Pontífice, imbuido del espíritu renacentista, expresa su convicción de que cuanto mayor sea la grandeza de la ciudad de Roma, mayor será la gloria para la Cristiandad. Se inició así un camino en el que aparecieron personajes como Pío II, un humanista, antiguo diplomático, viajero y cortesano, librepensador y amante de los placeres mundanos, que cuando se convirtió en papa, quiso devolver a la Iglesia su antiguo poder y esplendor, aunque fuera esgrimiendo argumentos puramente medievales. O como Sixto IV, nepotista y depravado, que en 1643 convirtió a su ayuda de cámara, un muchacho sin cultura y de dudosa moral, en cardenal y obispo de Parma, mientras que para reponer sus arcas de caudales vendía sin disimulo los cargos y honores de la corte romana. Nada nuevo, por otra parte, en la Iglesia. Pero si la basílica de San Pedro es emblemática del mecenazgo pontificio, la vida de Alejandro VI es el paradigma de los vicios y virtudes de los papas renacentistas. 
Rodrigo Borgia, nacido en Játiva en el seno de una antigua familia valenciana, viajó a Roma a petición de su tío Alfonso, un cardenal bien situado en los círculos de poder romanos que más tarde ocuparía la Santa Sede con el nombre de Calixto III. Durante los tres años de pontificado de su tío, Rodrigo estudió leyes en Bolonia, y poco después comenzó a desempeñar complejas misiones diplomáticas que le proporcionaron contactos de gran utilidad en su vertiginosa carrera hacia el poder. Paralelamente, al ya cardenal Borgia se le conocían numerosas amantes, de las que tuvo diez hijos. Cuatro de ellos, César, Juan, Lucrecia y Jofre, se los dio la más famosa de ellas, Vanozza Cattanei, una mujer de gran belleza. Una vez elegido papa con el nombre de Alejandro VI, Rodrigo fue el artífice del Tratado de Tordesillas en 1494, por el que se trazaban las fronteras de conquista en América entre los reinos de Portugal y Castilla. Asimismo, concedió a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón el título de Reyes Católicos y se enfrentó al peligro que suponía el Imperio Otomano. Al mismo tiempo encargaba a Miguel Ángel la continuación de las obras de la basílica de San Pedro, impulsaba en Roma la de otras (como la de Santa María la Mayor) y mandaba levantar el edificio principal de la Universidad romana. También conspiraba, traficaba con influencias y se aseguraba su porvenir y el de sus hijos, a los que en ocasiones convirtió en medios para lograr sus fines políticos. Él mismo, que se había beneficiado del nepotismo habitual de los pontífices, repitió la historia al nombrar cardenal a Alessandro Farnese, hermano de su entonces amante Giulia Farnese. Éste, una vez nombrado pontífice con el nombre de Paulo III, continuó la cadena de favores y sinecuras, nombrando cardenales a dos sobrinos suyos que solo tenían catorce y dieciséis años. Alejandro VI no dudó en vender indulgencias para llenar las arcas papales, una práctica habitual en sus antecesores y sucesores. Llegó al momento más escandaloso pocos años después de su muerte, cuando el fraile dominico Johann Tetzel recibió el encargo del arzobispo de Maguncia de promover la venta de indulgencias para continuar edificando la basílica de San Pedro. Tetzel llegó a vender bulas para el perdón de pecados que aún no se habían cometido.
El Tratado de Tordesillas fue el compromiso suscrito en la localidad de vallisoletana de Tordesillas el 7 de junio de 1494, entre los representantes de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón, de una parte, y los del rey Juan II de Portugal, por la otra, y en virtud del cual se estableció un reparto de las zonas de navegación en el océano Atlántico y de los derechos de exploración y conquista de las tierras descubiertas en el Nuevo Mundo mediante una línea situada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, a fin de evitar conflictos de intereses entre la Monarquía española y el Reino de Portugal. En la práctica este tratado garantizaba al Reino portugués que los españoles no interferirían en su ruta del cabo de Buena Esperanza, y que los portugueses no lo harían en las recientemente descubiertas Antillas. Aunque por Tratado de Tordesillas se conoce al convenio de límites en el océano Atlántico, ese día se firmó también en Tordesillas otro tratado por el cual se delimitaron las pesquerías del mar entre el cabo Bojador y el Río de Oro (Sáhara), y los límites del Reino de Fez en el norte de África. Asimismo, Portugal reconoció la soberanía de Castilla sobre las islas Canarias. La Unesco otorgó a este tratado la distinción de Patrimonio de la Humanidad en 2007 dentro de su categoría Memoria del Mundo.

Isabel de Castilla al frente de sus tropas

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