Los vikingos o normandos —como también fueron denominados—,
eran antiguas tribus indoeuropeas asentadas en Escandinavia y Jutlandia en la
época neolítica, y que permanecieron en sus territorios durante siglos, o
emigraron de forma discreta para colonizar otras tierras al este de Europa,
pero sin protagonizar invasiones violentas. Por así decirlo; los vikingos o
normandos pasaron desapercibidos durante siglos, llevando una vida pacífica,
fundamentalmente agrícola, y relacionándose con los pueblos vecinos mediante un
rudimentario comercio. En un momento determinado —allá por el siglo VIII—, y
por causas desconocidas, se produce un cambio drástico en su equilibrio
económico–social, que ocasiona una superpoblación, a la par que perfeccionan sus
técnicas militares y, sobre todo, de navegación y construcción naval. El
tranquilo agricultor se convierte entonces en vikingo y cambia su cabaña
silvestre por una rápida buque monóxilo —barco hecho de un solo tronco o leño—,
de unos veinticinco metros de eslora y cinco de manga y de una capacidad de
cuarenta a cien tripulantes, decorada quiméricamente (drakares o drakkars), con
la que recorre los mares, abriendo rutas aún inexploradas o sembrando el terror
en los países más evolucionados. Los escandinavos, que por la misma época
formaban numerosos clanes, se van integrando en tres grandes grupos
geopolíticos distintos: los noruegos, daneses y suecos, que en su diáspora
desarrollaron una triple actividad de simples depredadores, mercaderes o
colonizadores. En líneas generales puede decirse que los noruegos se orientaron
hacia el dominio del Atlántico Norte, ocupando en el siglo VIII las islas
Shetland y, seguidamente, las Feroe, las Hébridas e Irlanda. En el año 860
descubren Islandia, donde fundan la ciudad de Reikiavik y desarrollan una
importante colonización ganadera. Por entonces, Noriega alcanza su unidad
política por obra del rey Harald (860–933). Por
su parte, los suecos penetraron en los golfos orientales del báltico y desde
allí, remontando los ríos Wasa y Elba, lograron conectar con los pueblos
eslavos —en donde fueron conocidos como varegos— y establecieron una red de
factorías o ciudades que fueron la base de un activo comercio con el mar Negro,
por el Dniéper, y con los países musulmanes, por el Volga, exportando
principalmente esclavos y pieles. Un grupo de suecos al mando de Rurik influyó,
al parecer, en la creación del principado ruso de Nóvgorod. Si bien existen
referencias vagas a pueblos germánicos del mar Báltico y Escandinavia en las
fuentes latinas, sus ataques y su aparición en la escena política europea
cobran relevancia cuando los vikingos o normandos saquean el monasterio de
Lindisfarne (793) en el norte de Gran Bretaña. A éste, pronto siguieron nuevos
ataques a otros monasterios. Los anales y crónicas de los dos siglos siguientes
están repletos de relatos aterradores. Su actuar violento aterrorizó a las
antiguas comunidades que, aunque acostumbradas a la guerra, no tenían forma de
prever cuándo habría una incursión. Estos ataques sumados a los de los húngaros
y búlgaros, a la presión de los pueblos eslavos en Europa oriental y a la de
los árabes en el sur, fueron tanto causa como consecuencia de un período de
inestabilidad que favoreció el desarrollo del sistema feudal. Las relaciones de
los escandinavos —en su mayoría daneses y noruegos— con los países que, para
entendernos, denominaremos europeos occidentales fueron de muy diversa índole.
Organizados en verdaderas flotas de guerra, caían por sorpresa sobre las
poblaciones del litoral y, remontando los ríos con sus embarcaciones de poco
calado, tan ligeras que podían ser incluso trasladadas por tierra, penetraban
en las ciudades fluviales del interior, entregándose al pillaje y la
devastación. Con el tiempo, las rápidas incursiones se convirtieron en
verdaderas campañas estacionales, que adquirían un carácter endémico al acampar
los invasores, con sus tiendas y cabalgaduras, en la cuenca de los ríos. En
algunas ocasiones se produjeron verdaderos asentamientos, tal como sucedió en
el norte de Inglaterra y Normandía.
Entre
los siglos IX y XI, los vikingos y sus descendientes tuvieron gran influencia
en la historia europea. En las islas Británicas gobernaron durante muchos años
hasta ser finalmente derrotados por los normandos, descendientes a su vez de
los vikingos que habían recibido tierras en Normandía (Francia). En Italia
fundaron el reino normando de Sicilia e incluso llegaron a influir con sus
incursiones en el Califato de Córdoba y en el Imperio Bizantino. A través de
los ríos del norte intervinieron repetidas veces en el mar Báltico y en Rusia,
cuyos primeros estados (la Rus de Kiev) aparecen vinculados a aventureros
vikingos. Se suele datar el final del período vikingo con la caída del rey
Harald el Despiadado, que murió en la batalla del puente Stamford en el año
1066 cuando intentaba tomar posesión del territorio de Inglaterra; aunque los
historiadores daneses lo amplían hasta 1085 con la finalización del reinado de
Canuto IV. Si bien la influencia nórdica siguió siendo relevante, la
asimilación de las culturas autóctonas por parte de los normandos en Francia,
Inglaterra e Italia, las victorias militares de varios estados como Francia que
lograron asegurar las costas y la propia disminución de incursiones normandas
con la cristianización de Escandinavia, supusieron paulatinamente el final de
su actividad tal y como se conocía.
El
origen de la palabra «vikingo» es discutible. En textos rúnicos se usa la forma
inglesa viking como «ir de expedición», aunque en textos posteriores como las
Sagas Islandesas implica saqueos o piratería, y ya excluye expediciones
comerciales. El término vikingr alude entre los escaldos a los marineros y
guerreros que participan en las expediciones de ultramar. También se usa como
nombre de persona en algunas runas suecas. Hay pocas señales de que el término
tuviera connotaciones negativas antes de que terminara la Era vikinga. Existen
más teorías sobre su origen, algunas bastante improbables. Algunos eruditos han
sugerido que la palabra proviene del sajón wic, un campamento militar. Otros
sostienen que procede de la frase vik in, que significa «bahía adentro»,
refiriéndose así a sus desembarcos; o puede derivar de la palabra vik en
nórdico antiguo, que significa «bahía pequeña», cala o entrada. Otros opinan que
procede de vig (batallador, aunque es improbable por motivos fonológicos), o de
vijka, que significa mover o
desviarse, haciendo de un vikingo «el que da un rodeo o se desvía». Algunas
teorías han vinculado la palabra vikingo como variante de la región geográfica
de Viken, bajo el significado «una
persona de Viken». Según el
argumento, un vikingo simplemente describe a una persona que procede de Viken, y que solo fue durante los últimos siglos
que la palabra identifica a los escandinavos de la Edad Media en general.
En
inglés antiguo, la palabra wicing aparece en el poema del siglo IX Widsith, así como en la historia de Aidan de Bremen
sobre 1070. Se usaba en la práctica como sinónimo de pirata. La palabra se
perdió y no se usa en textos posteriores, siendo viking reintroducido en el Romanticismo, que idealizó a los vikingos y dio
pie a la extensión del adjetivo a la religión y cultura nórdicas. En español el
término se importó del idioma inglés. El nombre hacía referencia a la actividad
—la piratería y el pillaje—, no al origen étnico, siendo la extensión del
término al pueblo escandinavo una metonimia moderna. En textos escandinavos,
incluso hoy en día, el término se usa normalmente para especificar a los
expedicionarios. La cuestión de si eran o no una cultura ha sido objetivo de
diversos debates. Olaf Ragnusson, experto en el tema, así lo defiende en su
libro Vikings: The Greatest Civilization,
con base en la sociedad agraria y con un sistema de gobierno que tenían bien
definido. Por ejemplo, el término se usa para las culturas germánicas
originarias de Escandinavia: los godos, por ejemplo. Este pueblo procedía de
Gotland, región situada al sur de la península de Escandinavia, y colonizó
diversos territorios en Europa central y del este, llegando hasta las orillas
del Vístula, el Volga y el Dniéster. Este
nombre fue, sin embargo, poco usado fuera de Escandinavia. Son frecuentes las
formas varegos (del mar Varego o mar Báltico) y nordmanni
(normandos, literalmente: «hombres del norte»), de origen franco. Mientras, los
cronistas alemanes los describen como ascomanni, «hombres del fresno», una descripción que puede deberse a alguna de
estas dos teorías: El hecho de que el árbol sagrado de los vikingos, Yggdrasil, es un fresno. O también que el primer
hombre, Ask, fue creado según la mitología nórdica por Odín y sus hermanos, Vili y Ve, a partir de un tronco de fresno que
encontraron. La primera mujer, Embla,
fue creada a partir de un tronco de olmo. Las fuentes hispanoárabes se refieren
a ellos como mayus (literalmente, «magos», nombre dado a los sacerdotes
mazdeístas y utilizado por extensión para referirse a los paganos); las fuentes
eslavas, como Rus, y las bizantinas, como Rhos (del adjetivo griego para rojo,
por su complexión rubicunda) o Varangoi (probablemente del antiguo noruego Var,
voto o juramento, que describe una banda de hombres juramentados que habían
jurado guardarse fidelidad). Estos nombres se usaban indistintamente para todas
las naciones escandinavas, fueran noruegos, suecos o daneses. Por ejemplo,
Aidan de Bremen, en un escrito en torno a 1075, se refiere a «los daneses y los
suecos y otras gentes Más Allá de Dinamarca (noruegos) llamados escandinavos».
Por lo tanto, cuando las crónicas hacen referencia repetidamente a Dene o Dani, no debería asumirse que los vikingos en cuestión provenían
necesariamente de Dinamarca. Solo los irlandeses, que los llamaban Lochlannach
(gente del Norte) o Gaill (forasteros o extranjeros), Dubgaill y Finngaill era
los términos para distinguir entre daneses (Finn–gaill, extranjeros blancos) y
noruegos (Dubh-gaill, extranjeros negros). Las
principales fuentes primarias sobre vikingos son los restos escandinavos y de
las regiones donde se asentaron. La escritura mediante el alfabeto latino data
en Escandinavia de la adopción del cristianismo, con lo que no hay fuentes
nativas previas al siglo XI y principios del XII. Los vikingos usaban
inscripciones en runas, con frecuencia cortas y difíciles de entender. La
historia moderna basa más sus conocimientos de los vikingos en los textos de
comunidades cristianas y musulmanas, frecuentemente con un sesgo negativo por
haber sufrido la actividad vikinga. Los documentos varían en su parcialidad y
fiabilidad entre sí, pero no más de lo normal en textos altomedievales, siguen
siendo relevantes. Desde mediados del siglo XX, las fuentes arqueológicas han
ayudado a construir una imagen más completa y neutral. El registro arqueológico
es particularmente rico y variado, y proporciona conocimiento de asentamientos
tanto rurales como urbanos, de la industria y actividad económica además de la
navegación y actividades bélicas sin excluir la actividad religiosa, tanto
cristiana como pagana. Esta fuente es aún más importante para la época anterior
a la Era vikinga. Registros posteriores a la Era vikinga son también útiles
para entender a los vikingos, aunque necesitan ser tratados con cautela. Tras
la consolidación de la Iglesia en el Norte europeo, las fuentes nativas
comenzaron a florecer, tanto en latín como en nórdico antiguo. Particularmente
clave fue la colonia vikinga de Islandia, que desarrolló una rica literatura
vernácula entre los siglos XII y XIV, de fuertes raíces vikingas con
tradiciones que se remontan a las sagas islandesas. La fiabilidad de esas
narrativas no es demasiada, pero tiene un gran valor entre otros motivos por
incluir restos de la primitiva poesía de los siglos X y XI. La evidencia
lingüística en los topónimos también sirve para trazar la expansión de este
pueblo.
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