Hacia el 370, los hunos arrasaron el
vasto reino del rey Hermanarico, y los visigodos cruzaron el Danubio y entraron
como refugiados en el Imperio. En el año 378 derrotaron y dieron muerte en la
batalla de Adrianópolis al emperador romano Valente. Los historiadores latinos
consideraron la debacle como el revés más grave sufrido por las legiones
romanas desde el desastre de Teutoburgo a manos del germano Arminio en tiempos
de Augusto (9 d.C.). La victoria proporcionó a los godos un rico botín, y los
emperadores tuvieron que pagarles fuertes tributos para mantenerlos alejados de
sus territorios en Oriente. Aprovechando el momento de debilidad
y confusión que se vivía en el Imperio tras la muerte del emperador Teodosio en
395, las fuerzas visigodas dirigidas por Alarico I iniciaron una expedición
militar hacia la península Itálica. Los romanos apenas pudieron oponer una
débil resistencia, por lo que Alarico y sus godos se presentaron a las puertas
de las murallas de Roma en 410. Honorio, emperador de Occidente, intentó
llegar a un entendimiento con el rey de los visigodos para que éste se retirase
de Italia, y le concedió tierras en Aquitania, en el sur de la Galia. Cinco
años después, bajo el mando de Ataúlfo, los visigodos entraron en la península
Ibérica como aliados («federati») del
Imperio Romano con la misión de expulsar a los vándalos y otros pueblos que se
habían hecho fuertes en la Bética y Lusitania. Los visigodos derrotaron a los
vándalos en el sur y les obligaron a refugiarse en el norte de África. Suevos y
alanos, otros pueblos que habían entrado en la Península en 409, fueron
progresivamente sometidos por los reyes visigodos. Hacia el año 476, cuando
desapareció el Imperio Romano de Occidente, los visigodos ya eran dueños de
casi toda la península Ibérica. El Reino visigodo de España perduró hasta la
invasión norteafricana del 711.
Por su parte, los ostrogodos de
Teodoredo se sacudieron la dominación de los hunos tras la batalla de Nedao en
454. A petición de Zenón, emperador de Oriente, Teodorico el Grande inició la
conquista de Italia en 488. El Reino ostrogodo de Italia resistió hasta 553
bajo Teya, cuando la Península volvió brevemente a control bizantino hasta la
invasión de los lombardos en el 568. A pesar de haber asimilado
rápidamente la civilización romana, tras el hundimiento de sus reinos en Italia
y España, los godos desaparecieron de la historia. La rama que más tiempo
perduró fue la de los «godos de Crimea», los cuales perdieron su independencia
en el año 1475 frente a los turcos otomanos, en tanto que su lengua, aún viva
en el siglo XV, no parece haberse extinguido totalmente hasta el XVIII. Con su establecimiento en la
provincia romana de Dacia, se produce un profundo cambio en la estructura
económica y social de los godos. La mayoría se dedicaron a la agricultura y a
la ganadería, pero otros explotaron los abundantes recursos minerales de la
región para comerciar con ellos. En sus inicios, los godos eran un
pueblo errante, seminómadas en busca de territorios donde asentarse para
cultivar la tierra. Todos los hombres nacidos libres tenían los mismos derechos
ante sus caudillos («condes»). A cambio, todos los hombres libres tenían la
obligación de prestar el servicio militar cuando eran requeridos a ello por sus
jefes.
Tras su irrupción en Occidente en
los albores de la Edad Media, con ellos nace una nueva clase social compuesta
por campesinos libres que no deben guerrear, y otra casta compuesta por
guerreros profesionales que se entregaban de lleno a la preparación militar.
Surge también una aristocracia que se dedica a acumular grandes riquezas
obtenidas del comercio con el Imperio de Oriente. Este cambio social y
económico supone que las aspiraciones militares de los godos sean la conquista
de tierras fértiles donde poder asentarse y desarrollar una actividad
sedentaria. Este cambio, no obstante, no se produjo de forma proporcionada en
todo el territorio conquistado por los godos. Fue en las regiones ocupadas por
los visigodos —España, por ejemplo—, donde se produjo la transformación social
de forma más rápida. Favorecida también por el fenómeno de la romanización y la
asimilación de las costumbres de los pueblos conquistados. En el caso de los territorios
ocupados por los ostrogodos este cambio no se dio de forma tan rápida y
evidente. Pues mientras los visigodos se instalaron en tierras más alejadas de
las incursiones de otros pueblos invasores, los ostrogodos quedaron más
expuestos a los hostigamientos e invasiones de otros pueblos bárbaros.
Especialmente de los hunos. Cabe destacar que los godos
absorbieron con facilidad las innovaciones tecnológicas que les ofrecían los
pueblos conquistados. Con estos avances y la riqueza obtenida del comercio con
los romanos, los godos se convirtieron en una gran potencia militar y
económica, que se encontraba muy por encima de otros pueblos germánicos. También adoptaron de los romanos
buena parte de la organización de su Ejército en la época del Bajo Imperio. El
armamento y las armaduras de los godos no desmerecían en absoluto de las de los
romanos. Este desarrollo económico y social
hizo que Roma empezase a ver a los godos como una seria amenaza, toda vez que
eran un pueblo próspero, perfectamente competentes en el aspecto militar, y a
finales del siglo III ya se hallaban instalados en calidad de colonos o
aliados, en buena parte de las tierras fronterizas del Imperio Romano en el
este. Por todo ello, en el 270 el
emperador Aureliano decidió proclamar el «Deus
et dominus natus», reconociendo así a los godos asentados en Dacia como una
«nación amiga y vecina». Así se intentó pacificar a los godos haciéndoles ver
que eran valiosos socios y aliados del Imperio. A cambio de estas donaciones de
territorios, los godos se comprometían a salvaguardar las fronteras (limes)
orientales del Imperio, y a proteger los territorios romanos asignados de las
incursiones de otros pueblos situados al este del Danubio. Especialmente de los
hunos: un pueblo asiático de origen mongol que a partir del siglo III empezó a
desplazarse hacia el oeste después de haber sido rechazados por los chinos.
Los godos eran guerreros formidables |
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