En la antigua Grecia filósofos como Platón y
Aristóteles desarrollaron una corriente de pensamiento denominada helenismo, base de la actual cultura
europea. Con la expansión del Imperio Romano, a la filosofía griega se le une
la forma de Estado supranacional con un gobierno único y unas leyes comunes que
servirán de referente a todas las naciones-estado de Europa hasta nuestros días. Con la expansión del Imperio
Romano, la civilización helenística y el cristianismo llegan a lugares tan
remotos y alejados entre sí como Britania o la península Ibérica, por lo que
aunque la idea de unificación europea puede parecer nueva, no lo es.
Si rebuscásemos en la
Historia veríamos que esa unificación ya la intentó Carlomagno cuando se
proclamó soberano del Sacro Imperio Romano Germánico en la Navidad del año 800. Su obra apenas le
sobrevivió un par de generaciones y sus herederos se repartieron el Imperio por
el Tratado de Verdún del año 843. De esa partición surgirían, con el correr de
los siglos, las futuras naciones-estado de Francia, Alemania e Italia. Aunque las
dos últimas, de facto, no verían completada su unificación hasta el último
tercio del siglo XIX.
Aquel primer Imperio desmembrado en Verdún, fue
reeditado en el año 962 cuando Otón I, rey de Germania, fue coronado emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico por el papa Juan XII. Este segundo Imperio sobrevivió con mayor o
menor fortuna hasta el año 1806, cuando fue disuelto por el dictador francés
Napoleón Bonaparte, lo que daría origen a la Confederación Germánica establecida
en 1815 durante el Congreso de Viena y que, a la postre, sería el embrión de
unificación alemana bajo la tutela de Prusia que se consumaría en Versalles en
1871 tras haber derrotado a Francia. Una guerra, la franco-prusiana, que se originó,
entre otros motivos, por la intención de ambas naciones de imponer sus candidatos
al trono español tras la abdicación de Isabel II en 1870.
Austria y Hungría se fusionarían en 1867, un año
después de la derrota austriaca ante Prusia en la batalla de Sadowa un año
antes. Austria fracasó en su intento de aglutinar a los estados germánicos y liderar
la unificación alemana.
Tres siglos y medio antes, los destinos del Sacro
Imperio y de España iban a converger por una suerte de carambolas determinadas
por el matrimonio de Juana de Trastámara, hija de los Reyes Católicos, y
heredera al trono de Castilla, y Felipe de Habsburgo, hijo del emperador
Maximiliano de Austria.
Después de una serie de vicisitudes y complejas maniobras
diplomáticas, dos hijos de Juana y Felipe parecía que iban a convertirse en
herederos de los dos grandes reinos hispánicos: Carlos fue proclamado regente
de Castilla, tras la reclusión de su madre por incapacidad, y su hermano Fernando
fue nombrado heredero al trono de Aragón en el testamento de Fernando el
Católico, documento que posteriormente fue cambiado o alterado tras la muerte
del rey en enero de 1516, y del regente, el cardenal Cisneros, en noviembre
de 1517.
Carlos V logró hacerse con el control de los
reinos hispánicos. Luego, en dura competencia con Francisco I, rey de Francia
por el control del ducado de Borgoña y el Milanesado, el 23 de octubre de 1520 Carlos
fue coronado Rey de Romanos en Aquisgrán y tres días después fue reconocido emperador
electo del Sacro Imperio Romano Germánico. Las guerras con Francia supusieron
un gasto enorme al que Carlos hizo frente buscando dinero en Castilla y en
banqueros alemanes como los Welser y Fugger.
En las Abdicaciones de Bruselas (1556), Carlos
dejó el gobierno del Sacro Imperio a su hermano Fernando, y la Corona de España y las Indias a su hijo Felipe, que también heredó
los territorios de Flandes. Una herencia envenenada como demostraría los
acontecimientos que se desarrollaron a lo largo de los siglos XVI y XVII.
La dinastía de los
Austria o Habsburgo se extinguió en España en 1700 a la muerte del monarca
Carlos II el Hechizado. Al quedar vacante el trono español, Francia y Austria
intentaron imponer a sus candidatos por la fuerza de las armas. Lo que dio
lugar a una larga guerra europea en la que se vieron involucradas las
principales potencias de la época. El conflicto armado se resolvió con la firma
del Tratado de Utrecht en 1714. El fin de la guerra vino determinado por la
proclamación del aspirante archiduque Carlos como emperador del Sacro Imperio
en 1711 con el nombre de Carlos VI.
El otro aspirante,
Felipe de Anjou, hijo de Luis XIV de Francia, se convirtió así en Rey de España
en 1714, aunque se proclamación había tenido lugar el 16 de noviembre de 1700.
Felipe V, llamado el Animoso, reinó hasta su muerte en 1746, con una breve
interrupción, entre el 16 de enero y el 5 de septiembre de 1724, a causa de la
abdicación en su hijo Luis I por enfermedad, y que fallecería el 31 de agosto
de 1724.
Por el Tratado de Utrecht, España tuvo que
renunciar a varios territorios continentales y de ultramar. Las pérdidas más
significativas fueron las de la plaza fuerte de Gibraltar, todavía en poder de
los ingleses, y la isla de Menorca. En 1779, ya en tiempos de Carlos III, se
rompieron relaciones con Inglaterra y se asedió Gibraltar sin éxito, pero se
pudo recuperar Menorca. Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana, ocupó
Florida e Inglaterra, aislada y sin poder someter a los rebeldes, tuvo que
firmar la Paz de París que puso fin a la guerra en 1783. Estados Unidos
alcanzaron su independencia del Reino Unido y España recuperó Menorca, Florida
y la costa de Honduras, aunque no pudo conseguir lo mismo con Gibraltar, porque
los ingleses se negaron a devolver la plaza ocupada en 1704.
Un siglo después del Tratado de Utrecht, el dictador
francés Napoleón Bonaparte intentaría la unificación de Europa por la fuerza de
las armas. El tirano intentó la anexión de España tras la invasión solapada de
1808. Pero el fracaso de la campaña de Rusia en 1812, y su derrota definitiva
en Waterloo en 1815, acabaron con las aspiraciones de Bonaparte, que murió en
el exilio de la isla de Santa Elena el 5 de mayo de 1821, posiblemente envenenado
con arsénico por los británicos.
El siglo XX sería testigo de dos sangrientas
guerras mundiales que se iniciaron en Europa a causa, sobre todo, del
antagonismo franco-alemán heredado del viejo Sacro Imperio. Después de la finalización
de la II Guerra Mundial, las potencias vencedoras intentaron establecer una paz
duradera para que no se reprodujese el escenario prebélico de la época de
entreguerras inaugurada en Versalles en 1919. Después de 1945, las dos nuevas
superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética— tenían un poder económico,
político y militar superior al del conjunto de los estados europeos. Ante esta situación, numerosas tendencias políticas pretendían
reconstruir Europa como una nueva nación unificada, para evitar volver a un
enfrentamiento entre los estados europeos. Las dos guerras mundiales se habían
iniciado como conflictos europeos y, por ello, el continente había sido el
principal campo de batalla. Se propuso entonces la creación de la Comunidad
Europea del Carbón y el Acero. Que firmaron en París en 1951 Francia, Italia,
Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y la Alemania Occidental.
Aquel primer proyecto europeo impulsado entre
otros por Richard Coudenhove-Kalergi, fracasó debido a la rivalidad entre
Alemania y Francia. El Plan Kalergi pretendía, entre otras cosas, imponer una confederación
de carácter supranacional que previniera los conflictos futuros del Continente,
así como la creación de vías de resolución pacífica de los conflictos entre los
países europeos.
Para garantizar que Alemania no pudiese amenazar
la paz, su industria pesada fue desmantelada parcialmente y tras declaraciones
como la de Winston Churchill en 1946 para crear los Estados Unidos de Europa, bajo la batuta de Reino Unido y Estados
Unidos, en 1949 se estableció el Consejo de Europa, como la primera
organización paneuropea. Al año siguiente, el 9 de mayo de 1950, el ministro de
Exteriores de Francia, Robert Schumann, propuso la creación de la Comunidad
Europea del Carbón y el Acero. El tratado dio origen a las primeras
instituciones, como la Alta Autoridad (hoy la Comisión Europea) y la Asamblea
Común (actual Parlamento Europeo).
Cuando Reino Unido comprendió que no podría
liderar a los países europeos como si fuesen parte de sus colonias, y para
crear un contrapeso a la pujante Comunidad Económica Europea, el Reino Unido y
otros seis países formaron la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) en
1960. Sin embargo, debido al éxito de la CEE, el Reino Unido solicitó su
ingreso a la Comunidad en 1961. Pero el presidente de Francia, Charles de
Gaulle se opuso reiteradamente a su ingreso en la CEE que comenzó a recibir
solicitudes de incorporaciones, pero hasta 1973 no se hizo la primera
ampliación con Irlanda, Reino Unido y Dinamarca.
El 23 de junio de 2016 se realizó el referéndum
sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, también conocido como
brexit en el que la opción de abandonar
la UE ganó por un escaso margen y Reino Unido se convirtió en el primer país en
salir de la Unión Europea, sin embargo, en Escocia, Irlanda del Norte, Londres
y Gibraltar, triunfó la opción de la permanencia. Tras los resultados del referéndum, el primer
ministro David Cameron anunció su dimisión y Theresa May asumió el cargo.
El proceso de
retirada del Reino Unido de la Unión Europea está siendo muy complejo y, por
momentos, da la impresión de que los británicos están cada vez menos
convencidos de su decisión, a pesar de la imagen de determinación que pretenden
transmitir a propios y extraños.
No es ningún secreto que Reino Unido intentó liderar
el proyecto europeo en plena posguerra y que las reticencias entonces de
Francia frustraron los planes de Churchill. Pero ahora está siendo la soberbia
de Alemania, que ha ido en aumento desde la reunificación germana tras la caída
del Muro en 1989, la que podría poner en entredicho el proyecto de unificación
europea.
Alemania y su canciller Angela Merkel están
empeñados en imponer sus criterios sin buscar el consenso con los demás socios,
y el manido eje franco-alemán ha perdido fuelle en los últimos años.
Así las cosas, tras la salida de Reino Unido y
el divorcio entre Francia y Alemania, y el escaso protagonismo de Italia y
España, tercera y cuarta economía de la Unión y de la eurozona, el futuro de la
Unión Europea es incierto.
Reparto de las ayudas del Plan Marshall en Europa |
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