Esta decisiva batalla naval tuvo lugar el 21 de
octubre de 1639 en la rada de las Dunas —o de los Bajíos, the Downs en inglés—,
cerca de la costa del condado de Kent, en Inglaterra, y fue un enfrentamiento
entre la Armada española y una escuadra holandesa.
En 1639 se formó en
Cádiz una flota de 23 barcos y 1.679 hombres de mar para operar contra Francia
y Holanda al mando de don Antonio de Oquendo. Zarpó la flota hacia Flandes y se
unió en La Coruña a la escuadra de Dunquerque. Acompañaban a la Armada doce
buques ingleses que transportaban tropas y dinero a Flandes para pagar a los
veteranos de los Tercios que llevaban allí bastante tiempo combatiendo. A
finales de agosto llegaron a La Coruña los navíos de don Antonio de Oquendo,
fondeando fuera del puerto para permitir la salida del resto de la flota. Se
reunieron así las escuadras de don Antonio de Oquendo, de don Martín Ladrón de
Guevara, de Nápoles, con el general don Pedro Vélez de Medrano y el almirante
don Esteban de Oliste. La de don Jerónimo Masibriadi, con la del almirante don
Mateo Esfrondati procedente de Cádiz. Estaban formadas por el sistema mixto de
contrata y embargo, llevando barcos de Ragusa, Nápoles, Dinamarca y Alemania,
siendo un total de veintidós barcos, entre los que había pocos buques
españoles. En La Coruña se unieron las escuadras de don Lope de Hoces, con don
Tomás de Echaburu de almirante. La flota de Galicia, con el general don Andrés
de Castro y el almirante don Francisco Feijoo. La de Dunquerque con el general
don Miguel de Horna y el almirante don Matías Rombau. Éstas eran naves de
asiento y embargadas, y provenían de Vizcaya, de la Hermandad de las Cuatro
Villas, de Galicia, Portugal y Flandes. Se supone que eran 29 buques. Además,
les acompañan 12 navíos ingleses fletados como transporte de tropas. Entre
todas llevaban, según las versiones extranjeras, veintisiete mil hombres.
Algunas versiones españolas los reducen a seis mil. En realidad debieron ser
unos catorce mil, de los que ocho mil serían hombres de mar y de guerra, y el
resto infantería.
Para el conde-duque de
Olivares, los buques y dotaciones estaban en un estado excelente de preparación
y adiestramiento, y no había salido armada como ésta desde la jornada de
Inglaterra. Para el almirante Feijoo, de la escuadra de Galicia, estaban faltos
de todo, la gente era forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca
experiencia en combate.
El 31 de agosto se hacen
a la mar, dejando a los transportes ingleses navegar libremente, lo que fue un
error, ya que los holandeses apresaron al menos a tres, con mil setenta
infantes. La vanguardia la formaba la escuadra de Dunquerque, como expertos en
aguas del mar del Norte. En el canal de la Mancha les esperaba el almirante
holandés Martín Harpertz Tromp, con unas cuantas naves. Se avistaron las
escuadras el 15 de septiembre al anochecer y, al amanecer del 16, Oquendo
intentó abordar la nao capitana holandesa, no consiguiéndolo y recibiendo a
cambio numerosos cañonazos que dejaron su nave casi desaparejada y con cuarenta
y tres muertos y otros tantos heridos. A lo largo del día, se entablaron
escaramuzas, con el único resultado de la voladura de una nave holandesa. El
combate continuó el día 17, entre reyertas esporádicas con duelo artillero, sin
permitir los holandeses que los españoles se acercasen a tiro de arcabuz. La
dotación de los buques españoles incluía a infantes adiestrados en el abordaje,
de ahí el interés de los holandeses en evitar el combate cuerpo a cuerpo. El
día 18 se le unen a Tromp dieciséis naves, pero se mantuvo la misma táctica.
Cayeron en el combate los almirantes Guadalupe y Ulajani, estando a punto de
ser apresado el galeón de éste.
En estos tres días de combate,
los contendientes agotaron toda la pólvora y municiones. Tromp entró en Calais,
donde el gobernador le facilitó quinientas toneladas de pólvora, reparó sus
buques, pudo desembarcar a los heridos y, en veinte horas, estar de nuevo en el
mar listo para el combate. Oquendo podría haber hecho lo mismo en los puertos
amigos de Mardique —hoy Fort-Mardyck, diez kilómetros al oeste de Dunquerque—,
pero, dudando del calado de Mardique, donde pensaba que no podían entrar sus
grandes galeones, dada la proximidad de la rada de las Dunas en la costa del
condado de Kent, en Inglaterra, y considerando que los ingleses eran neutrales,
decidió refugiarse allí, para intentar aprovisionarse y reparar sus barcos.
A los ingleses les
disgustó la decisión española de recalar en su puerto, y el enfado se agravó
por no haber saludado Oquendo a la bandera inglesa del almirante Pennigton,
cuyo buque se encontraba fondeado en la rada. Ante el enfado inglés, y dada su
precaria situación, Oquendo cedió. Los ingleses facilitaron el fondeadero
interior a los españoles y se colocaron entre la armada española y la flota
holandesa.
Oquendo intentó
conseguir pertrechos de guerra, informando de su presencia al embajador de
España en Londres y al gobernador de los Países Bajos, consiguiendo así
refuerzos de marineros y soldados desde Dunquerque. Organizó transportes en
buques ligeros para llevar a Flandes el dinero y los soldados que transportaba
con ese destino. El 27 de septiembre, aprovechando una espesa niebla, organizó
un convoy con trece pataches y fragatas que acompañaron a cincuenta y seis
embarcaciones costeras —la mayoría pesqueros venidos de Dunquerque—, que llegó
sin novedad a Flandes, pese a estar Tromp bloqueando la salida de la rada.
Éste mantuvo una
escuadra fondeada en la salida de la rada y otra navegando por el Canal.
Disponía de entre ciento catorce y ciento veinte naves, entre ellas diecisiete
brulotes. El 20 de octubre, Oquendo llevaba un mes fondeado en la rada de las
Dunas, cuando llegó el primer suministro de pólvora. Resultó escaso y lo
repartió entre los galeones mejor artillados. Tromp tuvo noticias de ello y
decidió atacar antes de que los españoles se hubiesen rearmado completamente,
por lo que expone al almirante inglés que ha sido atacado por los españoles y que,
por lo tanto, procede a atacarles. Lanza sus brulotes sobre la escuadra
fondeada, pero los españoles pican amarras y se hacen a la mar. Entre la
confusión producida por los brulotes y una espesa neblina, solo consiguen salir
de la rada veintiún buques para enfrentarse a más de cien holandeses. Los demás
varan en los bancos de arena y la costa de los Bajíos. Tromp lanzó tres
brulotes contra la nao capitana de Oquendo. Éste consiguió desembarazarse de
los tres, pero uno de ellos se enganchó en la proa del galeón Santa Teresa, de Lope de Hoces, que le seguía y que se perdió envuelto en
llamas.
La batalla se entabló
con los galeones españoles luchando de forma aislada contra fuerzas cinco veces
superiores. Al anochecer, aprovechando la oscuridad, algunos navíos españoles
consiguieron burlar a sus atacantes y, los que pudieron, se dirigieron a
Mardique, a donde llegaron las naves de Oquendo, de Masibriadi y siete buques
más de la escuadra de Dunquerque. Del resto de los barcos, nueve se rindieron;
estaban en tan mal estado que tres se hundieron cuando eran llevados a puerto
holandés. Los demás embarrancaron en las costas francesas o flamencas para no
entregarse al enemigo. De los que habían varado en los Bajíos, nueve
consiguieron llegar a Dunquerque. Las pérdidas españolas fueron estimadas por
los holandeses en cuarenta y tres buques y seis mil hombres, y las holandesas
estimadas por los españoles en diez buques y unos mil hombres.
Dicen que Oquendo, que
estaba gravemente enfermo, dijo al llegar a Mardique: «Ya no me queda más que
morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte». Hubo
quien, desde España, vio la acción de Oquendo como una gran hazaña, puesto que
había conseguido llevar los refuerzos y los dineros al ejército de Flandes y salvó
la nao capitana y el estandarte real ante fuerzas abrumadoramente superiores.
Hombres de mar e infantes de marina españoles del siglo XVII |
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