Alrededor del año 1279 a.C. ascendió al trono de
Egipto el faraón Ramsés II y el suyo sería uno de los reinados más largos de la
historia del País del Nilo. Ramsés ordenó construir más templos, más estatuas y
obeliscos, y engendró más hijos que cualquier otro faraón.
Ramsés II fue un guerrero
audaz y condujo a su ejército contra los hititas en la batalla de Kadesh (en la
actual Siria); después de llegar a un punto muerto en la campaña, Ramsés
II selló un tratado de paz con los hititas en torno al –1258 que es el más
antiguo registrado en la Historia. En virtud de este tratado, Egipto se retiró
de la mayor parte de sus territorios asiáticos dejando el campo libre a los
hititas para competir por la hegemonía en la región con el emergente poderío de
Asiria y de los recién llegados frigios procedentes del Asia Menor.
En la época de Ramsés
II, la riqueza de Egipto ya se había convertido en un objetivo tentador para
los invasores extranjeros; en particular, para los libios del oeste y los misteriosos
Pueblos del Mar, que formaban parte de la poderosa confederación de piratas
griegos del mar Egeo. Inicialmente, el ejército egipcio fue capaz de repeler
las invasiones de estos pueblos, pero, a la larga, Egipto terminó perdiendo el
control de sus territorios en el sur de Siria y Canaán, que cayeron en poder de
los asirios e hititas, y posteriormente de los filisteos que fijaron su capital
en Gaza. Los filisteos formaban parte de los Pueblos del Mar.
El impacto de las
amenazas extranjeras sobre Egipto se vio agravado por problemas internos como
la corrupción, el robo de las tumbas reales y los disturbios populares. Después
de recuperar el poder, los sumos sacerdotes del templo de Amón en Tebas habían
acumulado vastas extensiones de tierra y mucha riqueza, debilitando al Estado y
el país terminó dividido.
Los belicosos hititas procedían del País de Hatti situado
en Anatolia central. Su reino se desarrolló entre los siglos XVII y XII a.C. y su
capital fue Hattusa. Los hititas, también llamados hetitas o heteos, eran un
pueblo de origen indoeuropeo y hablaban una lengua que escribían en tablillas
de arcilla mediante jeroglíficos o caracteres cuneiformes importados de Asiria.
Gracias a su
superioridad militar y a su gran habilidad diplomática, los hititas sometieron
a numerosas ciudades-estado de Siria y del vecino país de Mitanni, creando un poderoso
imperio que aglutinaba culturas muy distintas. Los hititas llegaron a ser la
tercera potencia militar en Próximo Oriente, junto con Babilonia y Egipto.
Perfeccionaron el carro de combate y lo emplearon con gran éxito. Se les
atribuye una de las primeras utilizaciones del hierro para elaborar armas y
objetos de lujo, aunque algunos historiadores modernos discrepan sobre este
punto y atribuyen a los asirios la primera utilización del hierro en el forjado
de armas. Tras su declive, los hititas cayeron en el olvido hasta que fueron
redescubiertos en el siglo XIX por los arqueólogos.
La plaza fuerte de
Kadesh o Qadesh, se hallaba en el país de Canaán a orillas del río Orontes en
lo que hoy es territorio sirio, y es famosa por la legendaria batalla que
enfrentó a hititas y egipcios. Las primeras referencias documentales sobre
Kadesh nos muestran una ciudad que, aliada con Mitanni, encabezó junto a la
bíblica Megiddo del Armagedón, una coalición contra el avance del faraón
egipcio Tutmosis III (s. XV a.C.). Al ser derrotada en la batalla de Megiddo,
esta coalición siria tuvo que rendirse, y Kadesh pasó a ser una plaza fuerte
que rendía vasallaje a Egipto, convirtiéndose pronto en una de las principales
plazas egipcias en Siria. Pero también sobre este aspecto los historiadores y
arqueólogos disienten, y algunos señalan que la ciudad de Megiddo quedó
reducida a escombros y que ya no fue reedificada. Lo que vendría a coincidir
con lo que se cuenta en la Biblia.
Casi un siglo después de
la destrucción de Megiddo, el rey hitita Suppiluliuma I (segunda mitad del
siglo XIV a.C.), lanzó una exitosa campaña militar contra el debilitado reino
de Mitanni, tras la que se vio arrastrado a una larga y sangrienta guerra con
Egipto para dirimir la supremacía en los territorios de Canaán y Siria,
tradicionalmente vasallos o aliados de los faraones.
En el transcurso de las
primeras escaramuzas, Suppiluliuma instaló a un rey vasallo en Kadesh. Esta
maniobra diplomática provocó la guerra con Egipto, que alcanzaría su punto
culminante cincuenta años después (hacia el 1275 a.C.) cuando el rey hitita
Muwatalli II se enfrentó al faraón Ramsés II que intentaba apoderarse de la plaza
fortificada. El resultado de la decisiva batalla de Kadesh es incierto porque
ambos bandos se adjudicaron la victoria. En cualquier caso, la plaza permaneció
bajo control hitita y Ramsés II firmó la paz con los asiáticos.
En tiempos de Ramsés II, el gran faraón guerrero, la
religión egipcia ya estaba muy elaborada y bien asentada en todo el País del
Nilo. Se había superado la crisis monoteísta desencadenada en el siglo anterior
por el faraón Akenatón, que intentó imponer el culto de Atón. Una crisis
política que puso en peligro la propia supervivencia de Egipto como nación.
La religión egipcia,
plasmada en su rica y compleja mitología, es un conjunto de creencias que
impregnaba toda la vida egipcia, desde la época predinástica hasta la llegada
del cristianismo. Los cultos religiosos eran oficiados por sacerdotes, y el uso
de la magia y los hechizos acompañaban estas liturgias desde tiempo inmemorial.
El templo de Amón en
Tebas era un lugar sagrado donde solamente se admitía a los sacerdotes, aunque
en las celebraciones importantes el pueblo era admitido en el patio. El templo
funcionaba también como archivo, biblioteca, banco del Estado, ministerio de
Hacienda y registro de la propiedad, pues todos los documentos escritos se
ponían bajo la advocación de los dioses.
La existencia de momias
y pirámides fuera de Egipto indica que las creencias y los valores de las
culturas prehistóricas se transmitieron de una u otra forma por Oriente Próximo
y llegaron hasta la Ruta de la Seda. Los contactos de Egipto con lejanos países
extranjeros incluyeron Nubia y Punt al sur, las islas del Egeo y Grecia al
norte, el Líbano, Siria y otras regiones del Próximo Oriente y Libia, incluso la
península Ibérica, al oeste.
La naturaleza religiosa
de la civilización egipcia influenció su contribución a las artes. Muchas de
las grandes obras del Egipto antiguo representan dioses, diosas y faraones divinizados.
El arte está caracterizado por la idea del orden y la simetría. Aunque el
análisis del cabello de momias del Imperio Medio ha revelado evidencias de una
dieta estable, las momias cuya datación se acerca al 3200 a.C. muestran señales
de anemia y desórdenes hemolíticos, síntomas inequívocos del envenenamiento por
metales pesados. Los compuestos de cobre, plomo, mercurio y arsénico que fueron
utilizados en pigmentos, tintes y maquillajes de la época pudieron haber
causado el envenenamiento, especialmente, entre la clase acomodada consumidora
de estos productos cosméticos.
Ramsés II dirigiendo a sus tropas en Kadesh |
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