Hacia el año 650, la Iglesia estaba en disposición de iniciar la abolición de la sucesión merovingia en la antigua Galia romana. Por aquel entonces Grimoaldo, el mayordomo de palacio de la corte de
Austrasia, cargo análogo al de un presidente de gobierno actual, estaba
férreamente controlado por la autoridad papal. Cuando Dagoberto II sucedió a su
padre Sigiberto II, sólo tenía cinco años de edad.
Entonces Grimoaldo lo secuestró y lo desterró a la remota Irlanda. Convencido de que
jamás volvería a ver al heredero al trono, explicó a la madre, la reina
Hermenegilda, que su hijo había muerto.
El joven rey Dagoberto se educó en el
monasterio de Slane, cerca de Dublín, y a los quince años se casó con la
princesa celta Matilde. A instancias de san Guifredo, la pareja de trasladó a
York. Pero Matilde murió al poco tiempo y Dagoberto resolvió regresar a Francia
ante la sorpresa de su madre. Mientras tanto, Grimoaldo había colocado a su
hijo en el trono de Austrasia, pero su descrédito fue tan grande cuando la
traición se hizo evidente que no le quedó más remedio que renunciar. Después de
casarse con Gisela, sobrina de un rey hispanogodo, después de más de veinte años
de ausencia, Dagoberto recuperó el trono de Franquia en 674. La intriga urdida por
Roma había fracasado, al menos de momento, pero el Papado no cejaría en su
empeño. El reinado de Dagoberto
II fue corto pero muy positivo: su mayor éxito fue concentrar la soberanía merovingia.
Sin embargo, la Iglesia se mantuvo firme en negarle su pertenencia al linaje
mesiánico de los desposyni (descendientes directos de Jesús) porque eso
ensombrecía la supremacía de Roma y deslegitimaba al mismo Papa como sumo
pontífice. Entre los más acérrimos enemigos de Dagoberto se encontraba el mayordomo
de palacio, Pipino de Heristal (ó Herstall). Dos días antes de
celebrarse la Navidad del año 679, mientras se hallaba cazando en el bosque de
Stenay, en la región de las Ardenas, Dagoberto murió lanceado por un sicario de
Pipino y luego fue empalado en un árbol. A la Iglesia le faltó tiempo
para aprobar el asesinato e inmediatamente traspasó el poder de Austrasia al
ambicioso mayordomo.
A Pipino de Heristal le
sucedió su hijo ilegítimo Carlos Martel, quien alcanzó gran renombre por frenar
el avance musulmán sobre Europa en la batalla de Poitiers, el año 732. Al mismo
tiempo, y con el apoyo de Roma, luchó por hacerse con el control de todos los
reinos merovingios. A su muerte, ocurrida en el 741, el único merovingio con
cierta autoridad era el sobrino de Dagoberto II, Childerico III. Hasta
entonces, a excepción del episodio de Grimoaldo, la monarquía merovingia había
mantenido el más estricto derecho sucesorio a un trono considerado sagrado al
margen de los postulados de la Iglesia. Pero la tradición estaba
abocada a quebrarse cuando Roma se hizo con la prerrogativa de nombrar reyes
por designación papal. En el año 751, Pipino el Breve, hijo y sucesor de
Martel, además de mayordomo de Neustria, aliado con el papa Zacarías, se
aseguró el apoyo de la Iglesia para su coronación como Rey de los Francos en
lugar de Childerico. El objetivo durante tanto tiempo anhelado por la Iglesia
se vio cumplido y, a partir de entonces, tuvo la potestad de coronar y deponer
reyes. Pipino se
convirtió en rey con la bendición papal y Childerico fue apartado
definitivamente de la línea sucesoria. La promesa de alianza sellada en el año
496 entre la Iglesia romana y el rey Clodoveo y sus descendientes quedaba rota.
Después de dos siglos y medio, el engranaje eclesiástico había conseguido usurpar
el legado de la dinastía merovingia y controlar el poderoso Reino de los Francos. Los
obispos humillaron a Childerico en público arrancándole su larga cabellera, que
se dejaba crecer según la tradición nazarena, como Jesús y Sansón.
Childerico moriría miserablemente, como un mártir, tras cuatro años de arresto
en un monasterio. Así pues, se iniciaba una
nueva dinastía de reyes francos, llamada carolingia por haber sido iniciada por
Carlos Martel. No puede causar sorpresa
que las crónicas de la época estuvieran recogidas por escribas a las órdenes
del Papado, o a las órdenes de otros que se hallaban bajo su influencia. El
resultado inevitable fue que Dagoberto desapareció de la historia oficial y los
hechos verdaderos quedaron postergados en el olvido, hasta que mil años después
se supo que Dagoberto y la princesa visigoda Gisela habían tenido un hijo
llamado Sigiberto, que pudo ser puesto a salvo de las garras del mayordomo de
palacio en el 679. Inmediatamente después
del asesinato de su padre, Sigiberto había huido a los territorios de su madre
en Septimania, el último bastión de los visigodos en la Galia Narbonense.
Concretamente a un pueblo que más tarde se haría célebre: Rennes-le-Château.
Cuando Childerico fue depuesto, Sigiberto, de hecho Sigiberto III, ya era conde
de Razès, sucediendo a su abuelo materno, el visigodo Bera II. Uno de los
descendientes más famosos de Sigiberto sería el cruzado Godofredo de Bouillón,
conquistador de Jerusalén en 1099 y protector del Santo Sepulcro.
Guerreros francos del siglo IX |
La iglesia siempre haciendo cosas buenas.....
ResponderEliminarTienes razón. ¡Qué bien nos hubiese ido sin ella! Saludos.
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